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La primera gran central hidráulica de Asturias

El siglo de la "fábrica de luz"

El salto de La Malva, origen de la compañía Hidroeléctrica del Cantábrico, fue durante décadas el principal suministrador de energía eléctrica a Oviedo y Gijón y ayudó a romper el secular aislamiento de Somiedo

El embalse construido cerca de la localidad somedana de Valle de Lago, de donde parte la derivación de aguas hacia la central hidroeléctrica.

La central hidroeléctrica de La Malva es hoy un pequeño punto luminoso en los parpadeantes paneles que controlan la generación eléctrica en Asturias. De sus turbinas apenas sale el 4% de la energía hidráulica que produce la compañía HC-EDP. Una gota en un vaso. Sin embargo, durante décadas la aportación de esta central que se alimenta de las aguas de Somiedo fue vital para que los vecinos de Oviedo y Gijón tuvieran luz en sus casas y para que grandes complejos industriales como la Fábrica de Armas de Trubia pudieran fabricar todo un arsenal. La Malva fue la primera gran central hidráulica de Asturias y el origen de la mayor empresa energética de la región: Hidroeléctrica del Cantábrico. Además, sus accesos acabaron con el secular aislamiento de Somiedo y por ellos entró la industrialización en una tierra en la que los techos de escoba aún salvaban de la intemperie. La central transformó la vida de muchos somedanos. Por eso, Juan Antonio Sánchez, operario de La Malva como su padre y su abuelo, teme que el viernes le asome alguna lágrima cuando el rey Felipe VI apriete el pulsador que acciona las turbinas del salto en el acto conmemorativo de su centenario.

"Cuando oiga ese sonido de arranque tan familiar me van a venir muchos recuerdos a la cabeza, va a ser muy emocionante", confiesa Juan Antonio, que nació hace 49 años en La Riera (Somiedo), en una de las viviendas construidas para los trabajadores de Hidroeléctrica del Cantábrico. Estudió FP en Oviedo, con beca de la empresa y pantalones de su economato, y en 2004 comenzó a trabajar en La Malva, donde su padre había entrado como aprendiz con 17 años y se había retirado como encargado. En las centrales somedanas de La Malva y La Riera, construida dos décadas después aguas abajo, llegaron a trabajar cuarenta personas. Hoy once trabajadores se encargan de las cinco centrales de EDP-HC en la cuenca del Narcea (La Malva, La Riera, Miranda, La Barca y La Florida). La mayoría de las operaciones se realizan por control remoto desde Oviedo.

El origen de La Malva está en la búsqueda de un suministro eléctrico fiable para el centro de Asturias. A finales del siglo XIX los descubrimientos del ingeniero y físico serbio Nikola Tesla permitieron el uso de la corriente alterna para el transporte de electricidad a grandes distancias. Ya no era necesario que los puntos de producción estuvieran a los pies de los grandes centros de consumo. En el caso de Asturias se abría la veda del aprovechamiento energético de los importantes recursos hídricos de la cordillera Cantábrica.

El ingeniero Narciso Hernández Vaquero, a lomos de caballo, constató que los ríos de Somiedo tenían un caudal constante gracias a la gran altura y constitución lacustre del macizo montañoso -que recoge y retiene gran cantidad de nieve-, a la orientación norte de sus vertientes principales y a la climatología. "Hernández Vaquero fue el artífice del salto de La Malva, pero también fue capital, nunca mejor dicho, la participación de Policarpo Herrero y José Tartiere", señala Víctor Vázquez, miembro numerario del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) y autor del libro "Somiedo, energía y vida".

Los primeros estudios para el aprovechamiento hidroeléctrico datan de 1907 y en marzo de 1913, con la central ya proyectada, los tres pioneros concertaron con Ignacio Herrero de Coyantes, marqués de Aledo; Martín González del Valle y Fernández Miranda, marqués de la Vega de Anzo; Celestino García López, José González Herrero y Benito Collera y Duyos la constitución de la sociedad civil privada Saltos de Agua de Somiedo, que un año después ya tenía firmados contratos de abastecimiento de electricidad durante 20 años con las compañías Sociedad Popular Ovetense, Compañía Popular de Gas y Electricidad de Gijón y la Sociedad Industrial Asturiana, principales distribuidoras de Oviedo, Gijón y Avilés. "La firma de esos contratos fue muy importante para captar más capital y para que la costosa obra del salto pudiera llevarse a cabo con las limitaciones técnicas y de medios que había hace un siglo, cuando las únicas fuerzas disponibles eran la humana y la de los animales", apunta el ingeniero Emilio Antonio Fernández, director de Centrales Hidráulicas y Gestión de Energía de EDP en España.

Saltos de Agua de Somiedo (que en 1920 se convirtió en la sociedad anónima Hidroeléctrica del Cantábrico-Saltos de Agua de Somiedo y posteriormente perdió la segunda parte de su nombre) puso en marcha la central de La Malva el 9 de septiembre de 1917. Los vecinos de la zona, dedicados hasta entonces a la agricultura y a la ganadería, pronto la bautizaron como la "fábrica de luz". "El edificio de la central, proyectado por Narciso Hernández Vaquero, padre y abuelo de los arquitectos y pintores Joaquín Vaquero Palacios y Joaquín Vaquero Turcios, es de singular belleza. Con sus fachadas de piedra caliza es una obra integrada en el medio, que no molesta dentro de un paisaje maravilloso", destaca Víctor Vázquez.

La central está situada en el paraje conocido como la Cueva de La Malva, en la margen derecha del río Somiedo y al pie del monte Gurugú. Pero más que el edificio, lo que sorprende es la obra que se llevó a cabo aguas arriba para domar las corrientes de Somiedo. "Aunque el salto de La Malva comienza a funcionar en 1917 el proyecto no se culminó hasta 1940 debido a su envergadura", apunta el ingeniero Emilio Fernández. La primera fase, de la que ahora se cumple un siglo, incluyó la construcción de una presa en el río Valle, que remansa las aguas procedentes del lago de su mismo nombre. Del embalse parte un canal de derivación de 6,5 kilómetros de longitud con varios túneles excavados en roca que conducen el agua a una cámara de carga de la que parten las tuberías (de más de un kilómetro de longitud) que salvan un salto de 571 metros de altura y que alimentan a la central hidráulica, dotada inicialmente de dos grupos de generación eléctrica a los que posteriormente se sumaron otros dos. Esta primera fase se completó con una línea de transporte eléctrico de 73 kilómetros de longitud que unió La Malva con Trubia, Oviedo y Gijón, y una carretera con la que Somiedo dejó de ser una isla.

En fases posteriores se construyeron nuevas infraestructuras hidráulicas para aprovechar también el agua del resto de lagos mayores de Somiedo, los de Calabazosa, Cueva y Cerveriz, que vierten al arroyo de Los Lagos, en la cuenca del río Saliencia. Un nuevo canal de derivación de 11 kilómetros de longitud permitió el transporte de las aguas de esa vertiente al embalse de Valle y otras obras menores como los canales de Braña (de 1,7 kilómetros) y Sousas (de 1,6 kilómetros) reforzaron el abastecimiento de agua y las posibilidades de regulación de caudales para alimentar a La Malva.

"Las obras (?) no hubieran tenido gran importancia si se hubiesen ejecutado en otra localidad servida por buenos caminos y en laderas menos inaccesibles, pero construidas donde están representan una suma de esfuerzos difícil de comprender por quien no haya seguido, paso a paso, su desarrollo. Los trabajos de tanteo y proyecto hubieron de verificarse con gran riesgo de la vida de quienes los ejecutaron; para alojar el personal obrero hubo que hacer edificios en lugares despoblados e inaccesibles; no había carretera hasta el emplazamiento de la central y fue preciso construir un trozo por terreno accidentadísimo y, en suma, la organización de los suministros, transportes y obras ha exigido actividad y perseverancia extraordinarias", señala la "Memoria descriptiva año 1918" de Saltos de Agua de Somiedo, un documento en el que Víctor Manuel Vázquez intuye la pluma del ingeniero Hernández Vaquero. En el epílogo de la memoria se destaca que "a pesar de la escabrosidad del terreno en que se desarrollaron las obras; a pesar de la actividad desplegada no ha ocurrido en ellas, no ya un accidente mortal del trabajo, sino que ni siquiera la pérdida de órgano importante de ninguno de los obreros".

Se domó la naturaleza sin que hubiera víctimas humanas y se ganaron muchas batallas. La construcción de la primera fase de la central de La Malva coincidió con la Primera Guerra Mundial, lo que entorpeció el suministro de piezas y maquinaria. Las tuberías del salto habían sido encargadas a la sociedad Mannesmannröhren Werke de Düsseldorf, que debido al estallido del conflicto bélico tuvo dificultades para adquirir las chapas. Cuando al fin lo consiguió, el Gobierno alemán obligó a la empresa a dedicarse en exclusiva a la fabricación de material de guerra y fueron necesarios un sinfín de contactos para lograr una excepción. Al final los tubos se fabricaron, pero el transporte a España fue una odisea. En una época de precariedad en las comunicaciones postales y telegráficas se necesitaron varios permisos de tránsito por tierra y mar de los gobiernos alemán, francés e inglés y, lo más difícil, que fueran para las mismas fechas. Al final los tubos llegaron a La Malva en mayo de 1916 y, año y medio después, tras un complejo montaje, el agua empezó a circular por ellos rumbo a la central, donde unas turbinas de la casa Escher Wyss & Co. traídas de Zurich (Suiza) convierten la fuerza del agua en energía mecánica y luego los alternadores transforman la rotación en electricidad. "Hoy es una pequeña central, pero con sus 12 megavatios de potencia aún tiene capacidad para suministrar electricidad a 10.000 hogares", apunta el director de Centrales Hidráulicas y Gestión de Energía de EDP en España, que destaca que durante décadas el salto fue un órgano vital del sistema eléctrico asturiano. Por eso, durante la Guerra Civil un tramo de tubería fue dinamitado para tratar de dejar fuera de combate a la Fábrica de Armas de Trubia.

La mayor parte de la maquinaria original de La Malva, incluido el cuadro de mandos en forma de pupitre, se mantiene tal como se instaló hace un siglo. Ángel Martín, Francisco Suárez, Juan José del Coz y Alfonso Lozano, del departamento de Construcción e Ingeniería de Fabricación de la Escuela Politécnica de Gijón, analizaron la conservación de las instalaciones y concluyeron -en un estudio publicado en la revista "ReCoPaR" de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid- que "esta central se presenta como modelo de conservación del patrimonio industrial, ya que ha buscado soluciones para mantener y conservar los elementos patrimoniales de interés y seguir cumpliendo con su misión original, que no es otra que la de continuar con su plena capacidad de producción". Es fábrica y museo al mismo tiempo, y más a partir de ahora, que se ha habilitado una sala de exposiciones en las antiguas viviendas de trabajadores para explicar la historia del salto. El primer visitante será Felipe VI.

Juan Antonio Sánchez convive a diario con esas máquinas de otra época que el Rey accionará el viernes. "A veces tengo la sensación de trabajar en el pasado, aunque en la central se han ido introducido muchos adelantos y hoy toda la red de canales (más de 20 kilómetros) tiene metida hasta fibra óptica para las comunicaciones", señala el operario.

La central no fue obstáculo para que Somiedo fuera declarado parque natural en 1988 y Reserva Mundial de la Biosfera en 2000. "La integración del salto en el territorio fue correcta", afirma Víctor Vázquez, biólogo y ex director general de Recursos Ambientales del Principado, que, eso sí, reconoce que "ambientalmente, hoy en día un proyecto de esta envergadura no estaría justificado". Es de otro siglo.

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