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Plaza de España, el espacio que florece en primavera

Escenario de infinidad de películas, eventos y desfiles, con una escalinata de 135 peldaños, es uno de los rincones estrella de la ciudad

Plaza de España, el espacio que florece en primavera

Aunque nunca hayan estado en ella, casi todo el mundo la conoce. Es una de las plazas más populares de Roma. Rodeada de glamour; Vía Condotti, del Babuino, delle Carrozze, Borgognona, Frattina, del Due Macelli la circundan con amor porque la Plaza de España es centro de atención para todo tipo de visitante. Ha sido utilizada como escenario en infinidad de películas, desfiles de moda y diferentes eventos. Se puede asegurar que es uno de los lugares más visitados por las celebridades artísticas que pasan por la ciudad. Su grandiosa escalinata con 135 peldaños que a veces aparecen totalmente ocupados por turistas, que aprovechan para descansar y contemplar un adorable paisaje, se ha convertido sin duda en la "estrella" de la plaza.

Construida en 1725 con dinero francés por decisión de Luis XV, que de esta forma convertía en realidad los deseos de su bisabuelo Luis XIV, aunque no del todo porque éste anhelaba que una estatua suya presidiera la plaza, pero el Papa Benedicto XIII se opuso.

Además de dar cumplimiento al interés de su predecesor, dicen que el rey francés acometió la realización de la escalinata para celebrar la paz con España (en aquellos momentos, terminada la guerra de Secesión, en los dos países reinaban los Borbones), uniendo de esa forma la iglesia francesa de la Trinità dei Monti con la Embajada española. Sin embargo, otros sostienen que hubo grandes desavenencias con los franceses que intentaron cambiar el nombre de la plaza, que ya se llamaba de España, precisamente por la presencia en ella de la Embajada española cerca de la Santa Sede.

Creada en 1480 por Fernando el Católico, fue la primera embajada que se estableció en Roma y la primera misión diplomática permanente más antigua del mundo. A mediados del siglo XVI, el conde de Oñate, embajador de Felipe IV, compró el palacio Monaldeschi, ubicado en esta plaza, para convertirlo en la sede de la Embajada de España, y desde entonces ése fue el nombre de la plaza.

Fuera como fuese, lo cierto es que el nombre de España se mantuvo e incluso se incrementó cuando la Iglesia reconoció el dogma de la Inmaculada Concepción, ya que el Papa Pío IX mandó levantar una columna en honor de la Virgen y eligió este lugar teniendo en cuenta la defensa que España había hecho para que este dogma fuera reconocido. Desde entonces cada 8 de diciembre el Papa acude a la Plaza de España para hacer una ofrenda floral a la Virgen.

Mención especial merece la Fontana della Barcaccia, de la que parece emerger la famosa escalinata. Diseñada por Bernini padre y realizada por Bernini hijo, para el Papa Urbano VIII, la fuente, como su nombre indica, tiene forma de barca y según la tradición recuerda a una embarcación que aquí se encontró después del gran desbordamiento del Tíber en 1598.

Sólo un día al año se puede visitar el palacio de la Embajada de España, cuya reforma fue diseñada por Borromini. La huella del gran arquitecto quedó plasmada en la majestuosa escalera principal que da al vestíbulo. En su interior tapices y cuadros valiosísimos y dos esculturas de Bernini. Creo que existen pocos sitios en Roma en los que aparezca la huella de Bernini y no se encuentre muy cerca la de Borromini, o viceversa. Dos grandes genios que fueron rivales y se llevaron fatal, pero la historia ha querido que juntos compartan la inmortalidad. Los dos han esculpido la Roma barroca.

En el palacio de la Embajada de España vivió durante unos años el pintor Diego Velázquez. Ha quedado constatado que aquí pintó "La fragua de Vulcano" y "La túnica de José" y que hicieron de modelos varios empleados de la Embajada. Velázquez no conocería la famosa escalinata, quien seguro la disfrutó fue el seductor Giácomo Casanova, que residió en la Embajada, donde trabajaba como traductor de francés, hasta que hubo de abandonar Roma por una aventura amorosa con la joven hija de un famoso comerciante. Y también Rosario de Acuña, la librepensadora que decidió pasar los últimos años de su vida en Asturias, en Gijón, vivió una temporada en la Embajada española visitando a su tío Antonio Benavides, que desempeñaba el cargo de embajador.

Lo que no sabemos es si Velázquez, Casanova y Rosario de Acuña habrán visto al fantasma, el llamado "Fray Piccolo". Porque el palacio de la Embajada, como otros muchos palacios, tiene fantasma propio.

El embajador Francisco Vázquez confesaba no haberse encontrado con él, pero contaba que cuando llegaba por la noche de alguna cena y tenía que atravesar los salones con la Embajada en penumbra, siempre tenía la sensación de que había algo, y miraba un poquito para atrás.

Quien si lo vio fue mi queridísima amiga Paloma Gómez Borrero, lo contaba así: "Yo iba a una cena, no sabía dónde llamar, había cinco puertas, y de pronto vi a un fraile pequeñito, en un rincón y le dije: '¡Qué gusto que está usted aquí, ¿sabe cuál es la puerta del ministro consejero?'. Me señaló una de ellas y llamé. No recuerdo su mirada, porque los ojos los tuvo siempre bajos; ni su voz, porque no me habló. Le di las gracias, entré y comenté: 'Menos mal que estaba ese fraile fuera, porque desconocía cuál era la puerta'. '¿Qué fraile?' -preguntaron extrañados-, si fuera no hay nadie' ".

Esta tarde, sentada en la escalinata mientras el sol abraza en su despedida a la iglesia y el convento de Trinita dei Monti (que guarda, según me han dicho, auténticas maravillas, de las que intentaré hablar en un próximo artículo), recuerdo a mí querida Paloma. La echo de menos. Se reía mucho cuando yo le decía: "Seguro que 'Fray Piccolo' abandona alguna vez la Embajada para contemplar el bello espectáculo de esta plaza que florece en primavera inundada de azaleas y mirarse en las quietas aguas en las que se mece la Barcaccia". Sí, querida Paloma, sigo pensando lo mismo. Y mientras la tarde va decayendo en esta plaza en la que bulle la vida, recuerdo aquellos versos de D'Annunzio:

Muere dulcemente febrero

en su rubio color.

Solo, como una rosa,

la gran plaza florece en flor.

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