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Muniellos, verde (aún) sobre negro

El mítico bosque, Reserva Integral de la Biosfera y una de las grandes joyas naturales de Europa, resiste a la amenaza continua de los incendios, pero sin un entorno vivo se convertirá en isla y perderá su riqueza

Un bombero combatiendo un incendio en Cangas del Narcea. IRMA COLLÍN

Pocos paisajes, quizá ninguno, más desolados que un bosque después de un incendio. Porque incluso los desiertos de arena y de lava tienen vida, aunque se oculte a una mirada superficial. Y pocos espacios naturales tan simbólicos como el bosque de Muniellos, en la Asturias suroccidental que ha ardido estos días. Se ha salvado de la quema, pero ha estado cercado por las llamas y envuelto en humo y cenizas. Su propia frondosidad -incluso ya entrada la otoñada-, la elevada humedad ambiental, su umbría, la compleja orografía de los montes... lo defienden de las llamas, prendidas, una vez más, por manos desaprensivas, criminales, terroristas. Pero no es inmune a ellas. Para empezar porque no es una isla, aunque su estatus privilegiado (reserva natural integral, con un cupo de visitas restringido a un máximo de 20 personas al día) pueda darlo a entender, como si este espacio natural, o cualquier otro, pudiese subsistir sin una red de conexiones e interacciones con su entorno.

No son los incendios, por otra parte, nada nuevo por esos pagos. Numerosas veces han golpeado los robledales, los hayedos, los matorrales de la comarca (parte de los piornales, así como muchos brezales y helechales han crecido, como "ventajistas", sobre suelos quemados). Así es que, ampliando el ángulo visual, gran parte del Suroccidente corre un serio riesgo de desertificación: fuera de la frondosa esquina de las Fuentes del Narcea, cuyo corazón es Muniellos, se extienden vastas extensiones deforestadas, despojadas de vegetación, erosionadas, incluso privadas de suelo fértil, y ya irrecuperables, a fuer de un incendio tras otro con irresponsable contumacia.

Muniellos resiste. Su historia está llena de avatares y de azares. Pudo haber sido esquilmado en varias ocasiones, pero sus propias circunstancias, su dificultad de acceso, su poderosa llamada (igual que suscitó la codicia también atrajo desde siempre miradas fascinadas), lo han ido salvando y lo han situado como la joya de la corona de la naturaleza asturiana y uno de los tesoros naturales más singulares de Europa occidental, de excepcional salvajismo (ha sido explotado, pero desde su declaración estatal, en octubre de 1964, como paisaje pintoresco ha evolucionado en insólita paz). Por eso duele especialmente verlo cercado por el fuego, amenazado, cuando debería ser custodiado como oro en paño.

¿Por qué es tan importante Muniellos? ¿Qué se perdería si un infausto día el fuego, los incendiarios, encontrasen el camino para burlar sus defensas y arrasarlo? Un valor fundamental es su aludido estado de conservación, su evolución natural, sin apenas interfencias, desde hace décadas. Muniellos es lo que queda de lo que fueron las selvas cantábricas, de un impenetrable manto forestal que cubría todo el territorio desde el nivel del mar hasta unos 1.700 metros de altitud. El Parque Jurásico de los bosques planocaducifolios atlánticos, pero no "inventado" por un visionario, sino conservado per se en virtud de una conjunción de factores a la que no es ajena la suerte. Esta circunstancia, por sí sola, ya justificaría todas las atenciones. Pero hay más, mucho más. Los inventarios de biodiversidad elaborados entre 2000 y 2003 por la Universidad de Oviedo, a través del Instituto de Recursos Naturales y Ordenación del Territorio (Indurot), cifran su riqueza: 504 taxones de líquenes y hongos liquenícolas, 335 musgos y afines, 1.149 invertebrados (entre ellos, 755 insectos y 100 arañas) y 124 vertebrados (que incluyen 73 aves, 35 mamíferos, ocho anfibios, siete reptiles y un pez). Previamente, los investigadores habían puesto número a las plantas vasculares de este territorio: 396 (entre ellas, el exclusivo y muy localizado ranúnculo de Muniellos, que no existe fuera de los confines de la reserva natural), aunque la cifra real estimada podría ascender a 450. Dentro de esa biocenosis, aparecen diversas especies indicadoras de calidad ambiental, líquenes, sobre todo. También especies "bandera" o "paraguas", como el urogallo común cantábrico y el oso pardo, que llaman la atención pública, captan recursos y esfuerzos de protección, y cuya conservación beneficia al resto de las comunidades biológicas.

Los catálogos aún están abiertos, pero con los datos disponibles Muniellos no tiene parangón en la Europa atlántica. Se trata, además, de un bosque de bosques: un gran robledal (principalmente de robles albar y orocantábrico), pero también un compendio de paisajes forestales que en esta época se evidencia en el mosaico de colores de la bóveda arbórea.

Toda esa riqueza está amenazada. Si el entorno de Muniellos arde, aunque la reserva salga indemne, su aislamiento aumenta, se empobrece su bagaje genético, la supervivencia de las especies se complica. Cada nuevo incendio arroja esta joya natural a la hoguera.

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