La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

366 días en el "circo Trump"

El presidente de EE UU, amenazado por la trama rusa, consigue en su primer año que los focos se centren en sus polémicas mientras avanza en el rearme y la desregulación

366 días en el "circo Trump"

Año II, día segundo: ayer se celebró el primer aniversario de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EE UU. Han pasado, pues, 366 días, así como miles de tuits y decenas de dimisiones y despidos, desde que el magnate, convertido en neófito caudillo populista por el sobre sorpresa de las urnas, prometiera a los estadounidenses "drenar el pantano" de Washington. Es decir, devolver a los ciudadanos el control de la política para garantizarles prosperidad, calles apacibles, fronteras seguras, nacionalismo sin tasa, hegemonía mundial y acción, mucha acción. Un año y un día en los que todas sus grandes iniciativas, con la excepción de la rebaja fiscal, se han estrellado con la justicia o con un Congreso donde los republicanos siguen declarándole ajeno a la tribu cada vez que no ven copos de maná en sus decretos. Pero también un año y un día en el que su arrogante figura ha logrado mantenerse semana tras semana en el centro de un escenario político transformado en la carpa principal de una gran atracción sobre la que llueven algunas ovaciones y muchos huevos podridos: el "circo Trump".

Si el inquilino de la Casa Blanca, cuya popularidad ha bajado en este tiempo de un anémico 44,2% a un escuálido 39,4%, ha conseguido reinar en el "prime time" político ha sido gracias al tuit. Kennedy estrenó el poder de la televisión y Obama descubrió el valor de charlar con youtubers, pero Trump despierta al mundo a las seis de la mañana a golpe de tuits. Unos mensajes que, irriten o diviertan, suelen coger desprevenidos a sus colaboradores. La fontanería presidencial y los miembros del Gobierno se acuestan cada noche sin saber qué sapo tendrán que adornar a la mañana siguiente: ¿otra ración de "fake news"? ¿El hombrecillo cohete coreano? ¿Una nueva metedura de pata con el aliado británico?

El resultado de esta práctica ha sido triple: comunicar con los ciudadanos al margen de unos medios con los que está en guerra, alimentar las especulaciones sobre su personalidad y sembrar el caos en la Casa Blanca. La guerra con la prensa ha cristalizado en un fenómeno grave que no es privativo de EE UU: la creación de una falsa realidad paralela (hechos alternativos, posverdad) mediante la intoxicación de las redes sociales. En cuanto a la personalidad de Trump, es palmaria su condición de niñato de 71 años malcriado, misógino y faltón. A su edad, y sin experiencia política, la Casa Blanca sólo podía acentuar unos rasgos que para la Asociación Estadounidense de Psiquiatría responden a un trastorno narcisista de la personalidad. Lo que antaño se llamaba megalomanía. Aceptado esto, y sabiendo que consume cuatro litros diarios de Coca-Cola, las disputas sobre su cociente intelectual son irrelevantes.

El caos en la Casa Blanca ha sido la consecuencia inevitable de esa personalidad, aunque al menos dos circunstancias lo han acentuado. En primer lugar, la guerra entre el jefe de estrategia presidencial, el agitador ultra Steve Bannon, y el entorno familiar de Trump (su hija Ivanka y su yerno, Jared Kushner). Bannon la perdió y fue despedido en agosto. Hace unos días apareció en las páginas de "Fuego y furia" -el best seller sobre el primer año presidencial- acusando de traición al primogénito del magnate por sus contactos con Rusia. Trump le ha castigado obligándole, mediante presiones económicas, a renunciar a la presidencia de Breitbart News, su influyente web de agitación ultraderechista.

En segundo lugar, el caos de la Casa Blanca se magnificó por las malas maneras y las contradicciones con las que el equipo de Trump respondió a la investigación de la trama rusa, nombre de los supuestos contactos de su campaña presidencial con agentes del Kremlin para ayudarle a ganar las elecciones. El desbarajuste se resolvió en julio con una purga en la que cayeron, entre otros, el jefe de gabinete, Reince Priebus, y el jefe de prensa, Sean Spicer. Priebus fue reemplazado por el general de Marines John Kelly, hasta ese momento responsable desde Seguridad Interior de las fronteras y los inmigrantes, una de las bestias negras de Trump. Desde entonces la Casa Blanca está más ordenada.

No es de extrañar. Antes de colaborar con Trump, Kelly era el jefe del Comando Sur de EE UU, o sea, el máximo responsable militar para América Latina. Todo un peso pesado del Pentágono que ahora es el brazo derecho del presidente y se suma en su entorno a otros dos relevantes generales: Herbert McMaster, consejero de Seguridad Nacional, y James Mattis, secretario de Defensa. En total, tres generales ocupando puestos asignados tradicionalmente a civiles.

Tal concentración de estrellas y galones es un rasgo clave del primer año presidencial, aunque ha sido dejado en sordina por las fanfarrias del circo. Los planes del magnate para concretar su "EE UU primero" pueden parecer difusos y contradictorios, pero se asientan en dos columnas vertebrales: el rearme y la desregulación, como en la era Bush. Sólo que, a diferencia del presidente del 11-S, Trump no es el hombre de paja de una estructura política, como lo era Bush de "los neocons" comandados por Dick Cheney. El varias veces quebrado y reflotado Trump, educado en una academia militar reformatorio, no tenía a su llegada a la Casa Blanca otra base política que el defenestrado Bannon. Trump sólo es la cúspide de un entramado de negocios tutelado por la banca y, por eso, privilegia dos apoyos: los negociantes -su Gobierno bulle de multimillonarios y hombres de las finanzas- y los militares. Así que su relación con el Pentágono es directa, sin intermediarios.

Jauja, pues, para la industria militar, espoleada por la recuperación del discurso belicista y la propagación de dos miedos, el nuclear y el terrorista. Corea e Irán -lo que queda del eje del mal tras destruir Irak- vuelven a ser los hombres del saco. La novedad, ahora, es que el instrumento del miedo es el hongo atómico, justificador de fuertes gastos en armamento disuasorio que, obviamente, no debería ser empleado, ya que Corea está en el espacio vital de la rampante China y el recurso a la bomba atómica sigue siendo tabú. Ahí es donde entra en juego el terrorismo islámico, que al reforzar el anclaje de EE UU en un Oriente Medio (Siria, Irak) que Trump ha soliviantado aún más con su retórica antiiraní y el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, garantiza un elevado gasto bélico diario. Súmese la mala relación con Moscú, obligada por la investigación de la trama rusa, y se tendrá un escenario típico de la Guerra Fría.

La fanfarria circense no sólo deja en sombras el papel clave otorgado por Trump a los militares. También atenúa el impacto mediático de una desregulación que, con los vientos macroeconómicos a favor, compromete todos los programas sociales mediante el mayor recorte de impuestos en 35 años, da luz verde a prospecciones petrolíferas en áreas protegidas y elimina cualquier cortapisa medioambiental. Jauja, pues, para las grandes corporaciones, desde las de chapa y pintura hasta las virtuales, que, a cambio, y para enlazar con el nacionalismo económico que ha llevado a Trump a abandonar o reformular tratados de libre comercio, han dado señales de repatriación de empleos y capitales.

Un año da para mucho y en EE UU los 366 días del "circo Trump" también han agrandado la brecha del odio social. Al auge del supremacismo blanco se une la desconfianza ante el inmigrante, reforzada por iniciativas como el veto islámico, la suspensión de la protección a los "dreamers", la insistencia en construir el muro con México o el despectivo "países de mierda" con el que el Trump despacha las tierras de los inmigrantes. Y estas agresiones, al igual que el machismo acérrimo del magnate, han hecho cerrar filas a las minorías y a millones de mujeres que ven en la oposición a Trump un elemento crucial de su lucha por la igualdad.

Mientras EE UU se debate con su identidad mutante, el magnate aborda en 2018 dos amenazas. La primera deriva de las investigaciones sobre la trama rusa, que ya se ha cobrado cuatro procesados y se acerca peligrosamente al núcleo duro presidencial, con el primogénito y el yerno de Trump como objetivos. El riesgo del "impeachment" flota sobre Trump desde el primer día, pero su decisión de cesar al director del FBI cuando investigaba la colusión con Moscú ha precisado sus formas. La segunda amenaza son las legislativas de noviembre. Los demócratas cuentan con muchas papeletas de hacerse con la Cámara de Representantes y ese vuelco, tan frecuente en comicios de medio mandato, además de anular la capacidad legislativa de Trump, reforzaría el espectro de la destitución. Al fin y al cabo, los elefantes, emblema republicano, siempre han sido animales de circo, pero los burros, emblema demócrata, nunca han sido un reclamo bajo las carpas.

Un año marcado por dimisiones y ceses de colaboradores

30 de enero. A los diez días de tomar posesión, Trump le corta la cabeza a la fiscal general interina, Sally Yates, por ordenar a su departamento no defender en los tribunales el veto islámico promulgado dos días antes.

13 de febrero. Dimite el consejero de Seguridad Nacional, general Michael Flynn. Es la primera cabeza que rueda por la trama rusa. Oficialmente, cae en desgracia por haber ocultado al vicepresidente Pence una reunión ilegal con el embajador ruso antes de la toma de posesión de Trump.

9 de mayo. Destituido el director del FBI, James Comey, que investigaba la trama rusa. La destitución, que puede ser considerada obstrucción a la justicia, es una de las posibles causas de un futuro “impeachment” de Trump.

18 de mayo. Dimite Mike Dubke, director de comunicaciones de la Casa Blanca. La renuncia de Dubke inicia una purga que se consumará en julio y que tiene su origen en el descontento de Trump por el modo en el que se estaba respondiendo a las informaciones sobre la trama rusa.

2 de junio. Elon Musk, presidente de Tesla y SpaceX, renuncia a su puesto en el Consejo de Expertos de Trump en desacuerdo con el abandono del Acuerdo de París contra el calentamiento global.

21 de julio. Dimite el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, el mismo día que se anuncia el nombramiento de Scaramucci.

25 de julio. Dimite el secretario adjunto de prensa de la Casa Blanca, Michael Short, el mismo día que toma posesión el fugaz Scaramucci.

28 de julio. Cesado el jefe de gabinete, Reince Priebus.

31 de julio. Dimite Scaramucci. Lo hace a petición del nuevo jefe de gabinete de Trump, general John Kelly y tras haber concedido una entrevista en la que arremetía contra relevantes altos cargos.

7 de agosto. Dimite Steve Bannon, jefe de estrategia de la Casa Blanca, perdedor de una guerra interna con el entorno familiar de Trump y con el consejero de Seguridad Nacional, H. R. McMaster. El presidente hace pública su renuncia el 17 de agosto, ofreciendo así una cabeza tras los trágicos incidentes racistas de Charlottesville (Virginia) del 12 de agosto.

29 de septiembre. Renuncia el secretario de Salud, Tom Price, tras revelarse que gastó cientos de miles de dólares del erario público en viajes personales en jets privados.

Compartir el artículo

stats