La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Entre la fe y la enseñanza: 500 años de Dominicos en Asturias

La Orden de Predicadores, que se instaló en Oviedo en 1518, deja una huella social en la región en su doble labor educativa y evangelizadora

Un grupo de soldados levanta una barricada ante el colegio de los Dominicos, en los primeros compases de la Guerra Civil. C. S. D.

En algún momento entre finales de 1517 y principios de 1518, un grupo de frailes dominicos encabezado por fray Pablo de León atravesó el Puerto de Pajares. Su destino final era Oviedo, donde el religioso pretendía fundar un convento de la Orden de Predicadores. Pero en aquellas montañas, los religiosos fueron abordados por un ermitaño que trató de disuadirles de la empresa. El reformista dominico, adivinando que tras aquella forma se escondía el demonio, se encomendó a Dios e hizo la señal de la cruz, lo que ahuyentó a la Bestia.

Este relato milagroso está recogido en el Libro Becerro del Convento de Santo Domingo de Oviedo, que recoge la historia de la congregación desde su fundación hasta los tiempos modernos. Una crónica que pivota sobre una fecha fundamental: la del 23 de junio de 1518, el día que el Obispo de Oviedo, Diego de Muros, otorgó escritura de donación de la casa y ermita de San Pedro Mestallón a los Dominicos. Se cumplen, pues, cinco siglos de la presencia de la Orden de Predicadores en Asturias. Quinientos años de relación simbiótica entre los frailes y una sociedad, la asturiana, que se ha nutrido con su labor evangélica y su vocación formativa.

El de fray Pablo de León no fue el primer intento de asentar una congregación dominica en la región. Tal y como documenta la historiadora Pilar García Cuetos, en su libro "El convento dominico de Nuestra Señora del Rosario de Oviedo. Historia y arquitectura", en 1291, y a iniciativa del rey Sancho IV, se concedió la fundación de una casa dominica en la ciudad. Un proyecto que se paralizó a raíz de la muerte del monarca, cuatro años después, y una epidemia de peste negra frenaron la iniciativa.

Habría de llegar Pablo de León, intelectual y fraile reformista interesado en ampliar la presencia dominica en Castilla y la cornisa cantábrica, para que la orden de Predicadores se instalase definitivamente en Asturias. Para ello, contó con la colaboración del obispo Diego de Muros y de los marqueses de Villena, cruciales para la llegada de la orden a Oviedo.

Los frailes no permanecerían mucho tiempo en San Pedro Mestallón. En octubre de 1519, fray Pablo de León adquirió a los benedictinos un prado en la zona que hoy se conoce como El Campillín, para erigir allí un monasterio. El precio: 45.000 maravedís. Allí se erigiría, en las décadas siguientes, el convento de Nuestra Señora del Rosario.

La orden encajó muy bien, ya desde sus primeros años, en la sociedad asturiana. "Quizá se deba a nuestra propia forma de ser, la de una orden dedicada a la predicación, al trato con la gente. Creo que eso puede habernos facilitado el acceso a distintos ambientes y personajes, pero todo es parte de nuestra propia identidad", reflexiona Salustiano Mateos, prior del convento de Santo Domingo de Oviedo.

Aquel convento de Nuestra Señora del Rosario fue creciendo y renovándose con el paso de las décadas. En paralelo, la orden fue ganando adeptos entre los ovetenses, que acabarían siendo devotos fieles de la imagen de Nuestra Señora del Rosario. El historiador Marcos Argüelles, en su tesis doctoral "Libro Becerro del convento de Santo Domingo de Oviedo. Estudio y edición", recupera diversas rogativas, a lo largo de todo el siglo XVII, para que los frailes saquen en procesión la venerada imagen para erradicar la peste o, más frecuentemente, para que rompiera a llover, en épocas de sequía.

A juicio de los Dominicos, la naturaleza de la Orden le ha permitido mantener esa conexión con su entorno, incluso en épocas de crisis que pudieron afectar a otras congregaciones. En concreto, los frailes aluden a su carácter democrático. "Desde su fundación, en 1216, toda la organización interna es democrática: Los frailes de la comunidad eligen a su superior para un periodo de tres años. Puede ser reelegido por otro trienio, pero no más. Una representación de cada comunidad elige a sus representantes para la elección de Provincial, en proporción al número de miembros de la misma. La duración de su mandato es de cuatro años. Puede ser reelegido por otros cuatro. Ahí termina su mandato. El General es elegido por representantes de cada Provincia por un periodo de nueve años", explica el fraile dominico José Luis Álvarez Valdés.

"Creo que esto es lo que nos ha dado una cierta permanencia a lo largo del tiempo", reflexiona Salustiano Mateos. "Cualquier aspecto de nuestra vida comunitaria, conventual, se dialoga en las reuniones que tenemos y de acuerdo con la votación se decide. Hay cosas que a lo mejor no te gustan, pero tienes que aceptarlas, porque salieron por mayoría. Quizás por eso es que nosotros nunca nos hemos dividido, no habido escisiones, como ha ocurrido en otras órdenes".

La tradición democrática de la Orden de Predicadores se asienta sobre sus constituciones, un conjunto de normas que, a ojos de muchos juristas, son el más perfecto soporte jurídico de un sistema democrático. "Nuestras constituciones están muy bien estructuradas. Se suele decir que la constitución de los Estados Unidos está inspirada, en parte, en las nuestras. Son democráticas en todo: hasta el máximo representante de la Orden, el maestro general, es elegido democráticamente por una representación de los frailes de todo el mundo, que eligen previamente a quienes les van a representar en la votación. Y así son todos los cargos: el prior, el administrador, el provincial... todo se elige de forma democrática", sostiene Mateos.

Una de las claves de este sistema es que prima la libertad de pensamiento del fraile. De hecho, los Dominicos se distinguen por su amor por el saber, por el conocimiento. Sin ir más lejos, el dominico San Melchor de Quirós, el primer mártir asturiano estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Oviedo, antes de tomar los hábitos. Acto seguido, siguiendo la vocación evangelizadora de la Orden de Predicadores, en 1848 se embarcó rumbo a Filipinas. Diez años después, San Melchor sufrió martirio en Nam-Dinh, actual Vietnam. Juan Pablo II le declaró santo en 1988.

"La orden dominica se destacó en el campo de la teología y doctrina al abrigo de figuras como Alberto Magno o Tomás de Aquino. La orden fundó la Escuela de Salamanca de teología, filosofía y economía", relata José Luis Álvarez Valdés, quien destaca también a una figura como Bartolomé de las Casas, pionero en la defensa de los derechos humanos.

Durante ese siglo XIX, la congregación vivió numerosos momentos clave. Cuando las tropas francesas entraron en Oviedo, el 19 de mayo de 1809, el mariscal Ney instaló a sus huestes en el convento dominico y la iglesia, convertidos en cuartel y establo. Empezaba así un siglo de tormentos para el inmueble y la propia congregación. La Real Orden de Exclaustración Eclesiástica de 1835 motivó un cambio de uso de las dependencias conventuales, convertidas en Hospital Militar. En 1851, el inmueble pasó a ser la sede del Seminario Diocesano, aunque cuatro años después, con la Ley General de Desamortización de 1855, la comunidad vio enajenadas sus posesiones.

Apenas dos años después de la muerte de San Melchor de Quirós, en 1860, la Orden de Predicadores se restauró en Corias, en Cangas del Narcea. "Por allí han pasado numerosos jóvenes, primero como seminario, luego como Instituto Laboral. Hoy, en una vivienda anexa al Parador, quedan tres frailes que atienden a diversas parroquias por el contorno. Pueblecitos con pocos habitantes y cada vez menos", explica José Luis Álvarez Valdés. No sería la única sede de la orden fuera de la capital: en 1930 se instalaron una comunidad en La Felguera (Langreo), donde regentó durante décadas un colegio. "Ahora ya no hay Dominicos allí: el colegio se fusionó con el de las dominicas, y siguen disminuyendo los alumnos, dada la situación laboral de las Cuencas", precisa Álvarez Valdés.

El retorno a Oviedo de la orden no se produciría hasta 1908, cuando el obispo fray Ramón Martínez Vigil sacó el Seminario Diocesano del vetusto convento de Nuestra Señora del Rosario y le cedió de nuevo el inmueble a la orden dominica. En su retorno a la ciudad, los frailes fundaron un colegio de segunda enseñanza, que comenzó a funcionar ese mismo año y que alcanzaría su punto álgido durante el rectorado de José Gafo.

En 1922, el seminario retornó al convento dominico. Esta restitución, antes que una bendición, acabó siendo fatal para el inmueble. En octubre de 1934, la revolución estalló en Asturias, y el Seminario Diocesano fue un objetivo primordial de las huestes obreras. Tras ser saqueado, el edificio fue incendiado, lo que derivó en su completa destrucción. Sólo la iglesia se salvó de las llamas. Pero los Dominicos perdieron mucho más que su casa en esos años.

José Luis Álvarez Valdés recuerda el caso de José Gafo, ese fraile que elevó el nivel del colegio de segunda enseñanza: "Era un gran sociólogo, fundador de un sindicato y defensor de los derechos de los trabajadores. Fue asesinado el 4 de octubre de 1936 en Madrid", relata Álvarez Valdés.

Ya en la posguerra, el convento fue reconstruido y la iglesia restaurada, sendas obras acometidas por el arquitecto Ignacio Álvarez Castelao. Con las obras aún en marcha, se inauguró el colegio, que retornó a su labor educativa en el curso 1948-1949. Una función que ha marcado los últimos setenta años de historia de la comunidad.

Son muchos los asturianos que, en estos años, han pasado por las aulas del colegio Santo Domingo. Etelvino González, que fue profesor durante varios años en el colegio, se incorporó en julio de 1962. "Recién terminada la carrera en Salamanca, me destinaron a Oviedo. Era un momento clave, porque el colegio salía de una doble crisis: había sido destruido en 1934, por lo que había le reconstruirlo piedra a piedra y, al mismo tiempo, levantar el prestigio educativo y moral de la casa. Comencé a tomar contacto con alumnos que, ya entonces, tenían cierto relieve. Gente como Ignacio Gracia Noriega, el primero que yo contacté allí y que daba sus primeros pasos hacia la universidad. O como Antonio Masip, futuro alcalde de Oviedo, o Bernardo Fernández, un muchacho excepcional", recuerda. "En todos los alumnos se fomentaba el estudio asiduo, así como el deporte", continúa González, "una faceta en la que el padre José Luis Álvarez Valdés ha alcanzado un puesto de relieve como inductor y dirigente del hockey sobre patines".

Antonio Masip recuerda con cariño su paso por el colegio: "El miedo escénico me lo quitaron los Dominicos, haciendo teatro. También aprendí los secretos de la declamación en público, que me ha valido para la profesión de abogado y, también, para participar en las asambleas universitarias. Pero además me inculcaron el amor por la literatura, sobre todo a través del magisterio de profesores como el padre Inciarte, que me descubrió 'En busca del tiempo perdido', o el padre Jesús Álvarez, con quien me aprendí de memoria 'Platero y yo'. Aún hoy, mi enfermedad sigue siendo la literatura".

Benjamín Rivaya, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Oviedo, también fue alumno de los Dominicos: "Estuve desde párvulos hasta COU, desde avanzados los años sesenta hasta 1980, y guardo de ellos un gran recuerdo. Por supuesto, en el convento había dominicos de generaciones distintas pero los que puedo decir que me educaron pertenecían a la más joven, gente que veía el mundo con los ojos de una nueva Iglesia, la del Concilio Vaticano segundo, muy abiertos y tolerantes, muy críticos también, y preocupados sin duda por nuestra formación". Aparte de la calidad de la educación, Rivaya destaca dos cosas de la orden. La primera, que los Dominicos "nunca nos contaron que durante la guerra fueron ellos, de entre los religiosos, los que más sufrieron; nunca vi en ellos ningún espíritu de revancha sino de concordia y respeto". La segunda, que en la Transición "todos tomaron opción por la democracia, de una forma razonada y, de nuevo, crítica".

Para la orden dominica, estos antiguos alumnos suponen su auténtico legado. "Todos tenemos que estudiar filosofía y teología, y después algunos nos especializamos, como fue el caso de Juan Fernández-Tresguerres. Por aquí han pasado muchas gentes y muchos alumnos que están desarrollando grandes carreras y funciones en distintos campos y ámbitos profesionales. Eso es lo más bonito", concluye Salustiano Mateos.

Compartir el artículo

stats