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El raposo se sube a la parra

La película de animación "El malvado zorro feroz", actualmente en cartelera, revisa la imagen del cánido, convertido en la cultura occidental en un truhan simpático, sin la malicia atribuida al lobo

El raposo se sube a la parra

Maese Raposo, como denominaba al zorro el adornado verbo de Félix Rodríguez de la Fuente, es, más allá de su condición de especie biológica, un personaje del imaginario colectivo de la cultura occidental, en la que asume el papel de pícaro, de embaucador. Un truhan simpático, taimado, astuto y solapado -según las acepciones del término "zorro" recogidas por la Real Academia-, sin la maldad y la crueldad que siempre visten al lobo (un sanguinario villano incluso en sus encarnaciones más blancas, cuando no directamente un monstruo investido de cualidades sobrenaturales). Esa imagen se refleja en la literatura desde la edad clásica (Esopo) y se ha transmitido al cine de animación, donde el cánido ha llegado a adoptar la carismática identidad de Robin Hood, si bien, por lo general, hace, simplemente, de sí mismo, con fines moralizantes o con intenciones desmitificadoras. La recién estrenada película "El malvado zorro feroz" va más lejos y el raposo protagonista se debate entre ser bueno o malvado, entre el instinto y la moral, entre actuar como le gustaría y como le dictan la norma, la herencia genética, su propia pertenencia a una especie. Con esos mimbres, Benjamin Renner y Patrick Imbert construyen una simpática fábula de animación sobre un zorro que no sabe cómo ser lo que se espera de él, un depredador, y que, para solucionarlo, recurre a una descabellada idea que le enfrentará, justamente, a la imagen en el espejo que trata de evitar o corregir. Este zorro existencialista (no en vano procede de la patria de Sartre, Camus y Simone de Beauvoir) enlaza con los que aparecen en las fábulas de Esopo, La Fontaine y Samaniego como ejemplo de conductas poco edificantes que obtienen su justo castigo, pero ofrece una identidad más compleja, en tanto se cuestiona su forma de ser, el papel que le han asignado. Un papel que no deriva de la selección natural, que sencillamente lo ha conducido a una posición de ventaja como especie generalista y flexible, con una gran capacidad adaptativa y muchos recursos, sino de la cultura occidental, que lo ha penalizado, aunque sin condenarlo como al lobo, por más que en la vida real sea perseguido con armas, trampas y venenos.

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