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Salud

Estar con los otros

La necesidad, en un mundo hiperconectado, de la palabra hablada para estimularnos, ordenar los juicios y hacernos crecer

Estar con los otros

Creo que una de las exigencias que había puesto Steve Jobs al equipo de arquitectura que diseñaba la nueva sede de Apple, no sé si se realizó, era que hubiera muchos lugares de encuentro, espacios donde los trabajadores pudieran compartir sus preocupaciones, anhelos, ideas, hallazgos. Consideraba que de esos roces surgían las grandes ideas. Así lo expresaba el Dr. Steitz, recientemente fallecido, recordando su estancia en Cambridge: "Quizá la característica más notable y única del laboratorio fuera la cantina ubicada en el piso superior, que ofrecía café por la mañana, almuerzo después del mediodía y té por la tarde. Definitivamente, la atracción no era la cocina, sino sentarse con directores de laboratorio, posdoctorados y estudiantes graduados y hablar. Las conversaciones siempre fueron sobre ciencia y sobre experimentos, nunca sobre la película que alguien hubiera visto la noche anterior. Todos contribuían con sugerencias y/o críticas. Al principio me preguntaba cómo alguien podía realizar experimentos, ya que pasaban tanto tiempo en la cantina. Luego me di cuenta de que las muchas discusiones redujeron el número de experimentos poco sabios o innecesarios y mejoraron los buenos". Allí estaban, entre otros famosos investigadores, Francis Crick, el codescubridor de la estructura del ADN. Me lo imagino repantigado en el sillón con su pipa, conversando. Porque Crick era más bien vago, entregó su tesis a los 37. Ahora bien, formulaba teorías, predicciones que se cumplían. Como su "dogma central de la biología": que el ADN transcribe su mensaje al ARN y éste lo traslada a las proteínas de una manera irreversible. Aún no se habían descubierto algunas propiedades del ARN que el predijo.

El Dr. Steitz, en su discurso del premio Nobel, honraba a su profesor de Química, el que le había abierto los ojos a lo que sería su obsesión, una obsesión que cobró toda la fuerza, como él cuenta, en una conferencia que escuchó mientras era estudiante posgraduado en Harvard. No cabe duda de que los libros de química orgánica están ahí, así como los numerosos estudios que se publican en las revistas. Y que lo que el también premio Nobel Dr. Perutz mostró en aquella conferencia podía leerlo en sus publicaciones. El Dr. Perutz imaginó cómo describir la disposición tridimensional de las proteínas: bombardeando los cristales con rayos X. De manera que ese día proyectó una imagen de la mioglobina con los átomos en su sitio.

Estamos hechos de proteínas. Se suelen denominar los ladrillos de nuestro edificio. Las proteínas son también las sustancias que facilitan o realizan la mayor parte de las actividades metabólicas. Sin proteínas no hay vida. Es precisamente lo que fabrica, o mejor dicho, ordena fabricar, el ADN. Los aminoácidos, que son las sustancias básicas que surgen de las ordenes del ADN, se conjugan para crear proteínas en un orgánulo que hay en la células que se llama ribosoma. Recuerden que ADN es ácido desoxirribonucleico. La ribosa es el azúcar en ese ácido, y soma es cuerpo, de ahí ribosoma. Al Dr. Steitz le concedieron el premio Nobel por haber descrito la disposición de los átomos de los ribosomas. Su estatura científica es tal que sus compañeros dicen que si hubiera una carrera de premios Nobel él sería el ganador. Cómo se traslada la información genética para crear las proteínas fue su gran contribución. Ayudó a aclarar un poco más el dogma central de la biología. Hay antibióticos que actúan atacando los ribosomas de las bacterias, por tanto, las inutilizan, mientras respetan los de los seres pluricelulares. Gracias al Dr. Steitz se entiende lo que ocurre: conocida la estructura atómica del ribosoma, basta agregarle un antibiótico y observar los cambios resultantes. La técnica reveló exactamente dónde se une el antibiótico a un ribosoma bacteriano y por qué se une más fuertemente a él. Y gracias a ello se sugirieron formas de producir antibióticos efectivos contra las bacterias resistentes a los medicamentos.

Me gustaría tener un catálogo de científicos notables que a la vez fueran músicos. Recuerden a Einstein, o al gran divulgador Oliver Sacks. El Dr. Steitz era un gran saxofonista y en su etapa de bachiller pensó dedicarse a la música. Prefirió la ciencia: "Podía hacer música como hobby mientras me dedicaba a la ciencia, pero es difícil hacer ciencia como hobby si uno se dedica a la música". Creo que hay una relación nuclear entre ciencia y arte. En ambos casos uno se enfrenta a lo desconocido, se debe guiar por la intuición educada y tiene que caminar por senderos nunca hollados: convive con el riesgo. El Dr. Steitz se consideraba un artista y un científico. Cuánto el arte contribuyó a sus descubrimientos, o a su visión, es difícil de saber. También el Dr. Steitz ilustra cómo la palabra hablada, en las conferencias y las conversaciones, nos estimula y nos hace crecer. Pensar en voz alta obliga a ordenar los juicios, a hacerlos comprensibles, muchas veces así se ve la luz. En el mundo electrónicamente hiperconectado, estar con los otros sigue siendo necesario.

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