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Los asturianos con hijos en la guerra: así viven el conflicto del Sahara las familias que acogían a niños de los campamentos

Cientos de familias que acogían a niños durante los veranos viven con el corazón en vilo la vuelta a las armas en el conflicto reactivado con Marruecos

Glana y Aziza Fadil, con las banderas del Sahara y de Asturias, en el campamento de Dajla

El pasado 13 de noviembre, a última hora de la mañana, la Delegación Saharaui para España lanzaba un comunicado oficial informando de la ruptura alto al fuego firmado en 1991 por el Frente Polisario y Marruecos. Soldados marroquíes habían entrado días antes en una zona desmilitarizada, el Guerguerat, en la frontera con Mauritania, a disolver una manifestación de civiles saharauis. El Polisario consideró aquella acción como un incumplimiento flagrante de la tregua y lo entendió como la reanudación del conflicto bélico.

En cuestión de minutos la noticia corrió como la pólvora entre cientos de familias asturianas, miles en toda España. Volvía la guerra en el Sahara Occidental y muchos de los soldados que van al frente, jóvenes en edad militar, fueron en su día niños a los que acogieron en sus casas, dentro del programa “Vacaciones en Paz”. A lo largo de muchos veranos cuidaron de ellos como de sus propios hijos y es muy común, aún pasado el tiempo, que mantengan esa familiaridad. En los campamentos se habla de la familia española; en España de los hijos y los hermanos saharauis. Ahora que la tecnología lo permite, a través de Whatsapp, la comunicación es más fluida que años atrás. Se conversa y se intercambian fotos a menudo. Unos y otros comparten los acontecimientos familiares importantes. Ahora, desde Asturias, quienes mantienen ese vínculo tan estrecho con el pueblo saharaui ven marchar a los soldados al frente y saben que entre ellos van quienes fueron sus niños. Llevan semanas con el corazón en vilo, angustiados por el destino de esos jóvenes y sus familias, pero entienden su decisión, y los apoyan.

Salama y Siddhum Chej Manu, en el de Auserd.

La noreñense Belén Cueva Carbajal pasó hace unas semanas por un ingreso hospitalario y durante aquel tiempo nunca le faltaron, a diario, mañana y noche, las llamadas de Brahim. Brahim Abdalahi, uno de los primeros niños que Belén acogió en su casa, está a punto de acabar sus estudios de Ingeniería Electrónica en Argelia. Le faltan tres meses para obtener el título y ella ha conseguido convencerle para que no abandone ahora. Quería incorporarse a filas, sentía que era su deber acompañar a su pueblo, a su padre, su hermano y a sus dos cuñados, que ya están movilizados, pero finalmente Belén hizo valer sus argumentos: intuye que la guerra será larga y cree que la afrontará mejor cuanto más preparado esté.

Belén Cueva se alinea con la juventud saharaui. “Yo los entiendo muy bien. Es una juventud que estudió, que acaba sus carreras y no tiene vida ninguna. ¿Cuántos años va a seguir así? Era un grito a voces dentro de los campamentos”, explica. Lo dice con conocimiento de causa, porque por su casa en Noreña han pasado 13 niños en los últimos 27 años. Ella ha viajado en innumerables ocasiones a los campamentos de Tinduf, donde la población saharaui vive en campos de refugiados. La serenidad con la que afronta lo que está sucediendo estos días se la debe, en buena parte, a lo aprendido de una población que lleva 45 años clamando en el desierto, a la espera de que se les cumplan las promesas que primero les hizo España y después la comunidad internacional a través de la ONU y su Misión para la Organización de un Referéndum en el Sahara Occidental, la Minurso.

Belén Cueva: “Es una juventud que ha estudiado, acaban sus carreras y no tienen vida. ¿Cuántos años van a seguir así?”

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“Esos niños forman parte de tu vida y pensar que se tengan que jugar la vida por culpa de Mohamed VI (el rey de Marruecos)... Alguien morirá, seguro”, hace cábalas Belén en voz alta, y se entristece. El próximo febrero contaba con viajar a los campamentos y ver a Fatma Mohamed Salem, otra de las niñas que pasaron por su casa. Fatma se casó el año pasado y espera su primera hija ese mes. Lo había programado para que Belén pudiera conocer al bebé, que se llamará Aisha, “Vida”, y que llevará además como segundo nombre el de su abuela asturiana. El marido de Fatma acaba de irse al frente, ella pasará sola los últimos meses de embarazo y no recibirá la visita que esperaba, porque a la guerra se suma la contingencia sanitaria y el cierre de fronteras por la epidemia de covid-19, que está agravando el permanente estado de emergencia humanitaria en el que viven los saharauis en el exilio. Los planes de Fatma se han truncado, lo mismo que los de Brahim, al que habían ofrecido una beca para estudiar en Rusia que ahora ya no podrá aprovechar.

Carmen Piñero con Aziza y Glana, en uno de sus viajes a Tinduf.

El del Sahara es uno de los últimos capítulos, el más largo y uno de los más dolorosos, del colonialismo europeo en África. En los 45 años que dura, se ha cobrado el futuro de varias generaciones. Los abuelos que salieron huyendo de Tifariti de los bombardeos de la aviación marroquí vuelven a la guerra con sus nietos. Concha Pedrosa López reside en Oviedo. En 2014 su familia acogió a un niño, Salama Chej Manu, que pasó cuatro veranos en Asturias; en el último se le sumó su hermano Siddhum. Salama cumplió 16 años en septiembre y su hermano tiene 13. Son pequeños, pero Salama se ha alistado voluntariamente al Ejército. Aún no se le permite coger las armas, pero está aprendiendo a ocuparse de la intendencia y de labores de apoyo a las tropas. El chiquillo se marchó con su abuelo, que tiene 67 años, carné de identidad y cartilla de cotizante españoles. Escapó de los bombardeos marroquíes con fósforo blanco y nalpam de febrero de 1976 y ahora, enfermo, vuelve a las armas. “Cuando yo estaba estudiando en la Universidad, aquel hombre pagaba su cotización como ganadero al Estado español. La gente no se acuerda de que el Sahara Occidental era una provincia española, la número 53, y que tenía su propio representante en Cortes”, recuerda Concha, y dice que se siente escandalizada cuando la sociedad española se revuelve tanto por los movimientos secesionistas mientras olvida que en su día abandonó a su suerte a una de sus provincias africanas.

Concha Pedrosa ha estado muy al tanto en todo momento de los últimos acontecimientos en el Sahara. “Me dio un vuelco el corazón cuando lo supe, luego, hablando y pensando, me di cuenta de que no les queda otra: España les ha cerrado las puertas, Marruecos los engulle, Argelia no los puede ayudar… Ellos dicen que antes morir que perder la libertad, y les respetamos muchísimo. Me preocupa lo que pueda pasar, pero tienen todo nuestro apoyo”, dice.

Concha y su familia habían llegado a hacer planes para Salama, pensando en la posibilidad de que estudiara en España. Al fin y al cabo, es nieto de español. Cuenta que Salama es muy consciente de la injusticia de la que es víctima y vive, como la mayoría de los saharauis, en una contradicción. “Es muy inteligente y maduro para su edad. A nosotros nos considera de la familia, su familia española, pero también ve la postura que el Estado y los políticos españoles tienen hacia ellos. Llevan más de 40 años esperando por la solución diplomática y la gente joven está muy cansada. Se van a la guerra como los que se tiran a la patera”, afirma. La guerra entre el Sahara y Marruecos es una contienda del calibre de la de David y Goliat. Es improbable que, en este caso, el más pequeño salga ganando. Marruecos cuenta con Estados Unidos y la Liga Árabe como aliados, además de Francia, España, Alemania y muchos otros países con intereses económicos en los territorios que se disputan. Minas, pesca y ahora las energías renovables son los recursos naturales que están en juego. Del lado del Polisario está Rusia, Argelia –que ha acogido durante todos estos años a la población refugiada– y Sudáfrica, también Cuba y algunos países de América del Sur.

Brahim Adhalahi, durante una de estancia en Asturias.

Concha Pedrosa piensa en la desigualdad de fuerzas y se echa a temblar: “Pobrecitos, ¿qué pueden hacer?”. Luego se repone y hace un esfuerzo por pensar como un saharaui. “Hay que morir, y si eso sucede en el desempeño del deber pues ¿qué mejor forma de hacerlo?”, opina, y aclara que los saharauis “no son fanáticos, van a defender su identidad y su vida”. “Yo, con ellos, he cambiado mi enfoque de la vida: los saharauis tienen un sentido de la dignidad y del respeto que se aleja mucho de nuestro materialismo. Son muy conscientes de dónde están y adónde pueden llegar”, añade.

Si tuviera que afrontar una mala noticia, si a Salama o a alguno de sus parientes les pasara factura la guerra, Concha lo sentirá en el alma, pero admite que también le duele verlos sin futuro. Recuerda la mirada de Salama, entristecida, en su último verano en Asturias, al ver las puertas que se le cerraban. Ella es contraria a la guerra, por principios, y sin embargo ahora apoya su decisión de retomarla: “Entiendo que están defendiendo su país, su identidad, y cuando hablo con ellos se lo digo, que sé que no se mueven por el odio sino por el sentido de la justicia”.

Carmen Piñeiro: “Me despedí de ellos, pero ¿qué le vas a decir a un chavalín que se va a la guerra? No soy religiosa, pero les deseé la victoria y que Dios los proteja”

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Como ella, la allerana Carmen Piñeiro Sánchez nunca se imaginó hablando así: “Yo soy de ‘No a la guerra’, de solución dialogada… No me creo que yo esté diciendo esto ahora, que si van a la guerra los apoyo al cien por cien”. “Tengo sentimientos contradictorios: entré en pánico ante la posibilidad de perder a un ser querido, y perderlo en una guerra, pero, por otra parte, yo apoyo ciegamente su actitud, no se puede seguir así. Aquello no es vivir, casi 30 años de paz para nada, una paz que no fue paz, porque en los territorios ocupados los masacran y en los campamentos están condenados a una muerte lenta. Tener que asumir que se mueran en el frente es duro, pero yo les he transmitido mi apoyo”, refiere.

Carmen dice que lo veía venir: “La paciencia infinita de los saharauis tiene caducidad, y ya no tienen nada que perder”. La allerana tiene dos niñas en los campamentos. “En 2010 vino Aziza Fadil y regresó siete veranos, por problemas de salud, y en 2017, durante tres años, vino la hermana pequeña, Glana”, relata. El hermano de las chiquillas, al que ha visto crecer desde la primera vez que bajó a los campamentos, en 2013, ya se ha incorporado a filas, y con él otros hombres de la familia, el padre, el abuelo, un par de tíos. “Me despedí de ellos, pero ¿qué le vas a decir a un chavalín que se va a la guerra? Yo no soy religiosa, pero les deseé que Dios les protegiera y que volvieran con la victoria”.

Aziza tiene ya 17 años y estos días, hablando con ella a través de los audios de Whatsapp, la notaba nerviosa y preocupada. Su madre está cuidando de la abuela en otro campamento, su padre tampoco está. “Tenía miedo a lo que vendría, con tantos de la familia preparándose para marchar. Notaba la desesperación en su voz. Me contaba que tenía miedo de morirse de asma por el polvo del desierto si también tenía que ir ella a la guerra. La tranquilicé y le expliqué que no todo el mundo tiene que estar en primera fila, que se puede luchar de otras maneras”, cuenta.

Belén Cueva, entre Fatma Mohamed Salem y su marido, Mohamed Saleh.

“Ilusa de mí”, se lamenta Carmen, “pensaba que alguien iba a resolverlo, pero de algún modo sabía que no, que los intereses económicos eran mayores. ¿A quién hay que borrar? A los saharauis. Yo no quería que pasara, pero sabía que algún día esto iba a saltar por los aires. Me indigna cuando oigo decir que los saharauis rompieron el alto al fuego, que mandan niños a la guerra... Los niños no van a la guerra, Marruecos desalojó a civiles de una zona desmilitarizada…”, se indigna. “Hay varios caminos para la paz, y a lo mejor uno de ellos es la guerra”, se resigna.

El presidente de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui, Alberto Suárez Montiel, comenta que los coordinadores del programa “Vacaciones en Paz” de cada una de las comarcas asturianas están procurando mantener informadas a las familias de acogida de primera mano. “Se lo debemos por su generosidad”, dice. Las tranquilizan sobre la seguridad en los campamentos, instalados en territorio argelino y donde la población está totalmente protegida, y les explican que la lucha es en los territorios liberados, a lo largo del muro levantado por Marruecos y blindado por su Ejército con campos de minas. También desmienten los bulos que circulan por las redes sociales.

Desde 1995, cuando empezó el programa de acogida de niños saharauis, a Asturias fueron llegando decenas y luego cientos de niños cada verano, hasta 328 niños un año. Asturias se ha mantenido en el quinto lugar en el número de niños acogidos respecto a su población entre todas las comunidades españolas. Hubo veranos que se repartieron diez mil chiquillos saharauis por todo el país. “Hay una sensibilización muy grande en la sociedad asturiana respecto al problema del Sahara”, reconoce Suárez Montiel. Ahora “Vacaciones en Paz” se ha quedado en suspenso, no por la guerra sino por la crisis sanitaria. “Es difícil que se pueda hacer en 2021. Este año ya se suplió con un programa alternativo en los campamentos, con actividades para los niños”, avanza.

El presidente de la Asociación Asturiana de Solidaridad con Sahara justifica la vuelta del Polisario a las armas. “Tiene que llegar una solución. Después de 29 años de espera desde el alto al fuego, más paciencia y más apuesta por la paz que el pueblo saharaui no se puede hacer. No van a parar hasta que no haya una fecha para el referéndum o hasta que se retome el plan de arreglo, con unos plazos”, afirma, y atribuye la firmeza de su actitud a “la desesperación de una juventud que vio morir a sus abuelos y a sus padres sin porvenir, debajo de una jaima. Cuando ven que año tras año llegan las resoluciones de Naciones Unidas y que no sirven para nada pierden la confianza”.

Desde Asturias, Concha Pedrosa sigue los avances bélicos del Polisario en “El Confidencial Saharaui”, un medio digital que difunde partes de guerra y noticias a diario. A Carmen Piñeiro su marido, cada noche, cuando llega a casa, le pregunta qué hay de nuevo en el Sahara. Y lo mismo su hija, para la que Aziza y Glana son “hermanas de corazón”. A veces les parece estar viviendo un mal sueño. “Nos parece imposible que tengamos familia en la guerra, en el frente”, se entristece.

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