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Una Iglesia en femenino

Las fieles asturianas reivindican su contribución a la comunidad católica y, después de que el Papa haya autorizado a las mujeres a dispensar la eucaristía, se sienten en el puesto de salida hacia el sacerdocio

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Herminia Gutiérrez, Lucía Velasco e Isabel Fernández, Carmen Alonso y María Jesús Rivera Eva Álvarez, Charo Loy, María Milans del Bosch. IRMA COLLÍN

El Papa Francisco I ha modificado el Código de Derecho Canónico para institucionalizar algo que las mujeres hacen desde hace décadas. El pasado 11 de enero el Vaticano difundió una carta apostólica, “Spiritus Domini”, que reconoce el ministerio femenino del lectorado y el acolitado, normalizando que las mujeres lean la palabra de Dios durante las celebraciones litúrgicas y dispensen la eucaristía. Pablo VI, en 1972, decidió reservar esas tareas a los hombres, al entender que eran los pasos previos a la ordenación sacerdotal, así que, el paso dado ahora parece abrir el camino de las mujeres hacia el sacerdocio.

Pocos católicos ponen en duda que la ordenación de las mujeres llegará, pero casi todos coinciden en que llevará su tiempo. La equiparación entre hombres y mujeres y las necesidades de una Iglesia falta de vocaciones, quizá por su desconexión con la sociedad en la que debe llevar a cabo su labor evangelizadora, parecen estar empujando en esa dirección.

La ordenación de hombres casados y de mujeres fue uno de los asuntos que se plantearon en el Sínodo de la Amazonia, en 2019. En plena selva es difícil acceder a algunas comunidades cristianas, que las mujeres y los hombres casados pudieran asumir el ministerio sacerdotal acercaría los sacramentos y la atención pastoral a los fieles. Pero no hay que ir tan lejos para que esa necesidad se haga evidente. En Asturias, muchas parroquias tendrían serias dificultades para mantener su actividad sin las mujeres, que lo mismo se ocupan de la limpieza de la iglesia que de la catequesis o los cursillos de cristiandad, imparten clases en el Seminario y ocupan cargos en las delegaciones y las organizaciones laicas de la diócesis. Una Iglesia de espaldas a las mujeres es impensable.

“Somos más fieles, somos más practicantes, cada vez hay más ministerios que realizan las mujeres”

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Carmen Alonso García, delegada episcopal de Apostolado Seglar de la Archidiócesis de Oviedo desde 2012, que, aunque reside en Noreña, mantiene el vínculo con la comunidad parroquial del Berrón, donde nació, cuenta que, hace aproximadamente 30 años, con Gabino Díaz Merchán en el Arzobispado, se le pidió autorización para que ella pudiera ayudar a dar la comunión. Previamente había ejercido como lectora en su parroquia. Años antes, recuerda que en El Berrón, el párroco, “que era un sacerdote del Vaticano II”, ya contaba con las niñas para el acolitado. “Las costumbres hacen hábitos y los hábitos leyes”, sentencia Alonso, que contempla con absoluta naturalidad el paso dado ahora por el Papa.

Explica que el diaconado femenino era normal en la Iglesia primitiva, se cortó con él en un periodo de la historia de la institución y, parece que cuesta recuperarlo. Ella, sin embargo, no encuentra razones teológicas para que no se puedan ordenar mujeres, lo que además, sin duda, sería un gran testimonio.

Del siguiente paso, el de la ordenación femenina, Carmen Alonso, que tiene una licenciatura en Ciencias Religiosas y da clases de Eclesiología en el Instituto de Ciencias Religiosas “San Melchor de Quirós”, en el Seminario Metropolitano de Oviedo, opina que es una “demanda más de la sociedad civil, por decirlo de algún modo, que de la propia Iglesia”. “Yo, personalmente, no tengo ninguna necesidad de ordenarme. Hay distintos carismas y lo fundamental es que cada uno descubra su vocación bautismal y su forma de vivir su fe y del compromiso en la ayuda a los demás”, indica.

Como mujer nunca se ha sentido discriminada. Al contrario, a veces se ha sentido con demasiadas responsabilidades. Cuenta que suele bromear con sus compañeros: “Si un día nos ponemos en huelga las mujeres, tenéis que cerrar las iglesias”. “Somos más fieles, somos más practicantes, cada vez hay más ministerios que realizan las mujeres”, apunta. Lo que sí se requiere, y es algo que repite varias veces, es formación, y también respeto por la tradición, que los ha traído hasta aquí y ha mantenido en pie la Iglesia durante sus más de 2.000 años de historia. Si pese a la buena disposición del Papa hacia la modernización de la Iglesia no se incorporan reformas más valientes, alguna buena razón habrá para ello, da por seguro. Preservar la cohesión de la institución, por ejemplo: “A mí me gustaría que se fuese más aprisa, ir dando más cuerpo a cosas que se necesitan, pero la unidad está por encima de todo. Eso es lo que hace que caminemos más despacio, como en una familia, no podemos dejar atrás a los que no pueden correr, y tienen un ritmo más lento”.

Papa Francisco.

María Milans del Bosch Ramos, profesora de Religión desde hace 12 años, actualmente en el colegio público de La Fresneda, y en su día lectora en la parroquia ovetense de los Carmelitas, en Oviedo, tiene más reservas sobre el asunto del sacerdocio femenino. “Hombres y mujeres somos completamente distintos pero tenemos los mismos derechos. No somos iguales, cada uno tiene un carácter, una sensibilidad y unos dones”, afirma. De lo que tiene una certeza absoluta es del papel trascendental que las mujeres representan en la Iglesia. “La Iglesia católica funciona como una célula en la que la mujer está completamente integrada. Desde hace 15 o 20 años, que es lo que yo conozco, en los grupos sinodales hay muchísimas mujeres, son ellas quienes coordinan las catequesis, las celebraciones... En las unidades parroquiales, las mujeres están integradas totalmente y gracias a ellas salen muchos grupos de trabajo adelante”.

Milans del Bosch, que también ha sido catequista y ha formado parte del consejo pastoral de alguna de las parroquias a las que ha pertenecido, considera que la Iglesia es “un ente vivo, activo y dinámico, y que avanza con la sociedad”. El reconocimiento del acolitado femenino no trae nada nuevo, dice, porque ya se venía ejerciendo, pero redunda en el reconocimiento de las mujeres, que por otra parte y a su juicio, se remonta a los orígenes de la Iglesia, con la madre del Salvador como uno de los pilares de la fe.

Charo Loy Madera, que es catequista en la parroquia de San Isidoro y en los dominicos de Oviedo, tiene sus propios argumentos. “Una cosa es la Iglesia como pueblo de Dios, y ahí no hay que olvidar que las primeras discípulas fueron mujeres, y otra las implicaciones culturales, por las que las mujeres fueron relegadas a tareas a las que no se les daba el valor que merecían, lo mismo que pasaba en el resto de la sociedad. Yo soy feminista, pero no como se plantea hoy en día. Yo no creo en invertir las tareas y pienso que no se trata de ayudar sino de compartir las responsabilidades”, sostiene.

“La presencia de la mujer en la Iglesia es importante porque nosotras tenemos una sensibilidad distinta, y una especial capacidad de organización”, comenta, y en Asturias, añade, donde siempre las fieles siempre han mantenido un fuerte compromiso con sus comunidades, sería impensable prescindir de ellas. En las parroquias rurales, especifica, su trabajo es fundamental, en muchas son ellas las que se encargan de la celebración de la Palabra, y en las catequesis pasa lo mismo. “El 80 por ciento de las catequistas, por lo menos, son mujeres, y los sacerdotes son conscientes de la tarea que realizamos, y nos lo reconocen”, asegura. A pesar de todo, ella aún ve lejos el sacerdocio femenino y hace hincapié en la necesidad de una formación de la que muchos laicos adolecen.

"Es un error identificar la Iglesia con la curia”, opina, y agrega que “los laicos tienen actividad, voto y comunicación fluida con los obispos”.

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Eva Álvarez Iglesias, catequista en la parroquia de San Lázaro y responsable de formación en la ejecutiva nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, explica que esta última modificación del Código de Derecho Católico es “un signo de que la Iglesia se va adaptando y creciendo, y responde a la escucha del Espíritu Santo”. “La Iglesia reconoce en el laico unas capacidades. El ministerio es un servicio, es más que leer en misa, requiere formación y capacidades, es un carisma”, explica, y añade que “en la Iglesia hay que vivir el día a día, cada uno tiene que vivir el carisma que tiene. Yo tengo vocación de persona casada, y me siento plenamente realizada”. Sobre la ordenación de las mujeres dice: “Son fuegos fatuos, yo ni siquiera me lo planteo, quien vive su vocación no piensa más allá”. Cuenta que la Iglesia está llena de mujeres, en cargos importantes, y no ve disparidad en el trato que se dispensa a unos y otros en función del género. “Trabajamos conjuntamente, yo lo hago al lado de mi marido”, pone como ejemplo. “Es un error identificar la Iglesia con la curia”, opina, y agrega que “los laicos tienen actividad, voto y comunicación fluida con los obispos”.

Buen ejemplo de la contribución y de la implicación de las mujeres en la vida de la comunidad es la parroquia de Nuestra Señora de Covadonga, en el barrio de Teatinos, en Oviedo. Lucía Velasco Sánchez ejerce en ella como catequista, ha dirigido los campamentos de verano, toca la guitarra y canta en el coro y está dispuesta a colaborar en aquello para lo que se la requiera. “Somos una parte fundamental de la vida de las parroquias y está muy bien que se nos vayan abriendo puertas”, comenta. Considera que hay que dar más pasos y más grandes. “La Iglesia se tiene que empezar a mover, porque estamos en el siglo XXI y me parece arcaico que solo puedan ser sacerdotes los hombres”, opina. “Yo espero llegar a ver a las mujeres accediendo al sacerdocio, sé que no será pronto, sino a largo plazo, pero estos son pasitos que se van dando”, afirma. Isabel Fernández García-Ramos, otra de las feligresas, tiene desde hace algo más de 10 años permiso del Arzobispado para impartir la comunión. “Vi normal ayudar al sacerdote en eso, como puedo ayudarlo a cualquier otra cosa”, comenta. “Una persona sola no puede con la parroquia”, opina y ella misma se pregunta: “¿Por qué van a ser todo hombres, si son cosas que puede hacer una mujer? Ahora, lo del sacerdocio ya lo veo de otra manera, pero no lo encuentro mal, si se preparan como ellos…”, reflexiona en voz alta. Su compañera Herminia Gutiérrez Álvarez lo mismo hace de lectora que de limpiadora en la parroquia, y piensa que “ya era hora de que nos abriéramos a algo, que no sean solo cuatro los que lo manejan todo y se nos escuche a todos”. No tendría problema asistir a una misa oficiada por una mujer, pero reconoce que le daría “respeto” ser ella quien dé la comunión. “No me siento preparada”, reconoce. Tampoco se ve confesándose con una mujer, pero cree que es más por la fuerza de la costumbre y el peso de la educación que recibió de niña. En la parroquia de Covadonga todos trabajan por igual, hombres y mujeres, y es así desde sus inicios. “Esta iglesia la hicimos nosotros, hombres y mujeres a pico y pala”, rememora. “Hay mucho movimiento en la Iglesia, y estamos avanzando”, comenta, sobre los nuevos tiempos que augura que se avecinan.

“Yo espero llegar a ver a las mujeres accediendo al sacerdocio, sé que no será pronto, sino a largo plazo, pero estos son pasitos que se van dando”

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Hasta el año pasado María Jesús Rivera Arbesú formaba parte del equipo de la delegación diocesana de Vocaciones y actualmente es la responsable del área de pastoral en el colegio de las dominicas de Gijón. Ella considera que “la Iglesia está haciendo un esfuerzo por ponerse las pilas. Uno de los últimos textos del Papa era un tirón de orejas a todo el laicado, hay una pérdida de vocaciones a la consagración sacerdotal y de religiosos, y en cuanto a la ordenación femenina siempre hay rumores, lleva tiempo en la palestra, pero hay distintas sensibilidades, de lo más laxo a lo más ortodoxo”. “Yo creo en la igualdad, pero toda la tradición de la iglesia está ahí. En el Evangelio las mujeres son nombradas y defendidas por Jesús, son puestas en su lugar. Si avanzamos con los tiempos y conseguimos esa igualdad sería perfecto”, añade. En su opinión es un acto “de justicia” y le resulta “incoherente que la Iglesia no esté puesta al día” en ese asunto.

María Jesús Rivera nunca se ha sentido discriminada en el seno de la Iglesia. Durante su formación en Teología compartía clases con sus compañeros seminaristas, se trataban como iguales y recuerda aquellos días como “la mejor época de mi vida como estudiante”. Aboga por cambios en favor de la igualdad, pero entiende el valor de la tradición y que no puede barrerse “de un día para otro”.

“La tradición de la Iglesia siempre fue patriarcal. El acolitado va primero, luego el diaconado y después el sacerdocio. Que las mujeres tengan acceso al ministerio del acolitado es como si nos dieran el dorsal para colocarnos en el puesto de salida”, explica, comparando el avance de la mujer en la Iglesia con una competición deportiva. “Lo suyo es llegar a la meta, pero queda mucho recorrido”, admite.

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