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Arquitectura personal | Lino Vázquez | Cirujano

“Empecé a ser estudiante de Medicina en tercer curso”

“Fui de la OJE, donde hice mucha espeleología, y la dejé antes de entrar en la Universidad por un sentido crítico que se fomentaba dentro”

Lino Vázquez, en Oviedo, esta semana. JULIÁN RUS

Lino Vázquez Velasco (Ujo, Mieres, 1953 ) fue jefe del servicio de Cirugía General y Digestiva del HUCA. Fue a la jubilación muy entrenado por la idea, aunque dos años después no ha resultado como pensaba, pese a que no le faltan entretenimientos con la pesca, que practica como miembro de Salmón Vivo Asturias, y estudia en su más amplio sentido cada día, junto a una dosis de Filosofía y alguna incursión en la Física que se enseña en internet.

Pertenece a la tercera promoción de la Facultad de Medicina de Oviedo, es discípulo de Luis Estrada, amplió sus conocimientos en varias estancias en hospitales de París e hizo una de cuatro meses en el Primero de Octubre de Madrid con el pujante Enrique Moreno.

Desarrolló su carrera profesional en el Hospital Covadonga, luego HUCA, salvo dos años que pasó con una excedencia en el de Mieres. Está entre los introductores del trasplante de hígado en Asturias.

Tuvo dos hijos con su primera mujer: Elisa, de 37 años, y Lino, de 33. Desde hace quince años su mujer es Emilia Cortés, que fue jefa de anestesia del HUCA y también está jubilada.

Habla con estupenda voz un discurso ameno de persona bien formada, con criterio y sentido del humor.

–Nací en 1953 en Ujo, en la casa de mi abuela materna y porque una hermana de mi madre, Eloína, era la comadrona de la comarca y tenía mucho prestigio. Nunca viví en Ujo. Tengo una hermana cuatro años mayor.

–¿A qué se dedicaban en casa?

–Mi padre era funcionario de la Administración local y provincial, en la Diputación, y mi madre ama de casa.

–¿Dónde se crio?

–En Sama. Vivía en la calle Dorado, y enfrente había una tienda de electrodomésticos y desde la acera y a través del escaparate vi por vez primera la televisión junto a otros niños de la escuela.

–¿Recuerda la escuela?

–Estaba un poco más allá. Se calentaba con una estufa a la que nos prohibían arrimarnos, lo que hacía que nos acercáramos lo más posible, y que el premio por leer o hacer palotes era ayudar a preparar la leche y el queso de la ayuda americana dando vueltas con un gran palo de madera a la pota gigante de leche en polvo. A los 6 años vinimos a Oviedo.

–¿Adónde?

–A unas casas de la Diputación junto al Hospital Psiquiátrico y a estudiar a La Gesta, supongo que con muchas recomendaciones. Comía allí y, antes de las clases de la tarde, recorríamos clandestinamente los entresijos, los talleres y una imprenta, hasta que nos descubrieron y esa actividad se clausuró severamente. Fui muy feliz esos años. A los 9 años hice el examen de ingreso con un tribunal en una tarima, pasando por el profesor de Ciencias, el de Lengua. Una prueba durísima que viví con terror y no se compadece con la pedagogía soft actual.

–¿Para bien o para mal?

–Toda la enseñanza del esfuerzo que se ha perdido es terreno cedido a nada mejor.

–¿Qué chaval era?

–Formalín. Era buen estudiante, pero formalmente no. Toda mi vida estudié lo que me motivaba con más intensidad de lo exigido y pasé olímpicamente de lo que no merecía mi interés.

–¿Acertó?

–Sí, pero aprendí después que lo que no se conoce en el momento adecuado es difícil de recuperar. Hay materias que aprobé hasta con nota porque tenía gran capacidad de chapar, pero que no estudié ni reflexioné.

–¿Era juguetón?

–Pertenecí a la España tranquila con la situación y fui de la OJE, donde hice mucha montaña, un poquito de escalada y cientos de horas en las cuevas asturianas con el grupo Polifemo de espeleología. Dejé la OJE antes de la Universidad porque teníamos un sentido crítico que se fomentaba dentro y eso era difícil de casar con las apariencias que el sistema tenía que guardar.

–¿Cómo era Lino, su padre?

–Me reencontré con él cuando tuve hijos. Fuimos grandes camaradas cuando él era abuelo y yo padre. En mi adolescencia era autoritario, bastante distante, exigente y tenía una vida en la que no me hizo participar. Era cazador y no fui a cazar con él jamás. En el transcurso de la vida fui conociendo personas que me contaban que era divertidísimo y que se apuntaba a un bombardeo.

–¿Cómo era su madre, Ángeles Velasco?

–Era la que hacía la casa, te llevaba al médico, reñía... el estándar de película costumbrista de los años sesenta. Cantaba y cocinaba muy bien y daba mimos.

–Sus recuerdos de Oviedo.

–Cuando empecé en el instituto nos mudamos al edificio de los Alsas, recién hecho, y nuestro universo era Oviedo entero. Iba con mis primos Jesús y Javier, hijos de Eugenio de Rioja, gran periodista de LA NUEVA ESPAÑA, a los humedales que había más allá de la plaza de Castilla para coger salamandras y tritones que tratábamos de tener en terrarios. Jugábamos a la pelota y andábamos en bici por el Campo San Francisco, donde hacíamos barcas para el estanque.

Padecí la educación sexual perversa de los tiempos, con la frustración constante del cuerpo a cuerpo que acababa en nada

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–¿Qué ambiente ideológico había en casa?

–Eran del régimen, pero no políticos. Tampoco llevé santos ni sufrí procesiones.

–¿Cómo llegó ideológicamente a la Universidad?

–De puertas adentro de la OJE había alguna gente no pro sistema y liberalidad de lecturas y comentarios. Hubo quienes marcharon directamente al PCE. Cuando ya no estaba en la OJE y sí en la Universidad se nos convocó a unos cuantos a una reunión algo secreta para formar un grupo estudiantil amarillista. Una buena parte lo detectamos, reventamos la reunión y fuimos investigados por la Policía como agentes del mal. No era así. Ni fui del PCE ni pensé en serlo. Creo muy poco en los colectivismos y estaría igual de incómodo a cualquier lado del espectro. Creo en la meritocracia, el esfuerzo y la libertad personal y me resistía y me resisto a que una superestructura social me diga qué debo pensar. No sé cómo se gestó esta manera de ser pero está muy arraigada.

–Instituto Alfonso II.

–Un centro extraordinario, con un profesorado de primerísima línea. Daba algunas clases de Ciencias en un laboratorio; algunas de Literatura, cantada, declamada y gritada, en la biblioteca, y las de Filosofía con don Pedro Caravia en el Campo San Francisco para hablar del libre albedrío y para oír los pájaros en el chalé de Concha Heres. Cuando para un aniversario del instituto trajeron la representación de “El florido pensil” me ofendí porque no tiene nada que ver con la educación que recibí allí.

–¿Y de guateques?

–Padecí absolutamente la educación sexual perversa de los tiempos. Fue una frustración constante, lo digo sin ningún sonrojo. Era un cuerpo a cuerpo que acababa en nada y así pasamos años. En los veranos de Oviedo íbamos a todos los bailes de las fiestas de los barrios, que empezaban y acababan en el Cristo.

–¿Cuándo supo que quería ser médico?

–Me arrolló el impacto del inicio de la Facultad de Medicina en Oviedo. Me hubiera encantado ser físico teórico. Empecé a ser estudiante de Medicina en tercero.

–¿Cómo fue pasar a la Universidad?

–Era desconcertante para los médicos porque hacíamos el selectivo común de Ciencias y eso eran 600 alumnos en clases atiborradas, sentados en pasillos, suelos y ventanas. En segundo empezaba Medicina, con la Anatomía de Casas, que era la prueba de madurez de capacidad de estudiar. Hacía un examen de 100 preguntas y en las que llamaba cortas la respuesta correcta exigía saber ocho respuestas. Su espejo era la pediatría de Crespo en sexto. Te lo daban todo y te lo pedían todo, pero había una correlación franca y lineal entre lo que sabías y tu nota.

–Le tocaron los tiempos de las centraminas para estudiar.

–Formaban parte de la contracultura. Tomé alguna y fumé algún porro, eran cosas más culturales que reglamentarias. Aunque no era muy académico tenía que aprobar y lo supe el primer año, porque ese verano iba a ir a ver las Olimpiadas de Múnich y el suspenso de Física le sirvió a mi padre para decirme que bajo ningún concepto.

–¿Cómo supo que le gustaba la Medicina?

–No había hospital universitario, pero fui a pedir asilo a la residencia Covadonga, donde no me dejaron, y luego al hospital, donde me acogió Manuel García Morán, en el servicio de cirugía general. Fui un alumno interno no oficial, pasaba la jornada completa allí y dormí muchas veces en el hospital. Me apasioné.

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