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Arquitectura personal | Ramón Fernández-Mijares | Abogado

“Me apunté a la tuna porque era un probín y quería espabilar”

“No he militado en nada y he votado a todo, siempre en contra del Gobierno, ¡qué menos! Soy ateo y de la religión me quedan la formación y la ética”

Ramón Fernández-Mijares, en su despacho de la plaza de América, en Oviedo. | | IRMA COLLÍN

Ramón Fernández-Mijares (Oviedo, 1952) se cuenta en viajes y este año de paralizadora pandemia está rabiado. Salió al mundo como tuno, colgó la capa en México y siguió volando y rodando, en los últimos años también para ver óperas por toda Europa y parte de América. La pandemia también tiene paralizada la entrega de la Cruz de segunda clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort desde mayo, pero se ha puesto de límites recibirla en octubre, “aunque tenga que ser con mascarilla”.

Va por las mañanas al despacho –“que me da de vivir y donde tengo gente estupenda que trabaja para mí”– y hago relaciones públicas. Vive en el palacio de Biedes (Las Regueras), donde ha estado confinado “divinamente” con su mujer.

Mijares abogados es un despacho multidisciplinar que tiene su sede central en Oviedo y oficinas en Gijón y Las Palmas de Gran Canaria y ocupa actualmente a 18 personas. Ha sido pionero en la mediación, como alternativa en la resolución de conflictos.

Fundó el Seminario de Práctica Jurídica del Colegio de Abogados de Oviedo, que dirigió hasta 1987 y el Seminario Jurídico “Gerardo Turiel” en 1994.

Se casó dos veces, tuvo dos hijos y lo último en la familia es su nieta Olaya.

–Soy el mayor de doce hermanos. Nací en la travesía de San Isidoro, hoy calle de Máximo y Fromestano, en 1952, en la casa de mis abuelos maternos, José Sánchez Rodríguez y Laura González Merás, que tenían la tienda de juguetes La Nueva del Pasaje.

–¿A qué se dedicaban en casa?

– Mi padre no tenía estudios y vino a Oviedo de empleado en una gestoría donde aprendió el oficio. Mi madre era maestra y consiguió el título de gestor matriculándose como procurador en el partido judicial de Grado, lo que le permitió abrir la Gestoría Sánchez donde mi padre era el empleado.

–¿Cómo era su padre?

–Ramón Fernández Mijares era hijo de un pescador de Luanco, tenía 10 hermanos y lo trajo a Oviedo su tío Aurelio García Mori, oficial de Juzgado, luego secretario y padrino mío. Trabajaba muchas horas, aparentaba seriedad, pero era dado a la juerga y al cante. Llegué a superarlo. Decía que los negocios no se hacen en las iglesias ni en las capillas, sino en los chigres. Contaba que en Casa Perucha, calle Rosal, veían los toros apoyados en la barrera... de las cajas de sidra que habían bebido. Desde los 6 años jugué con él al ajedrez hasta que a los 13 empecé a ganarle.

–¿Ideológicamente?

–Era carlista, seguidor de Carlos de Borbón –que defendía el socialismo autogestionario– hasta que metió el partido en Izquierda Unida y se pasó a su hermano Sixto. Hasta la muerte de Franco, mi padre decía que quería ver su esquela en la portada de “ABC”, pero cuando murió se hizo franquista. De niño, me llevó a Montejurra. Nunca he militando en nada y he votado a todo, siempre en contra del Gobierno, ¡qué menos!

–¿Había peso religioso?

–Absoluto. Me quedan la formación y la ética. Soy ateo.

–¿Cómo era su madre?

–Purificación Sánchez González parió 12 hijos, nos crio y educó. Llegué a las Ursulinas a los 6 años y sabía leer, escribir sin faltas, sumar, restar, multiplicar y dividir. Como madre era cariñosa, agradable, cantarina y con coña ovetense. Perteneció a la junta de gobierno del Colegio de Gestores Administrativos de Asturias.

–Sus recuerdos de Oviedo.

–No todos son ovetenses. Mi tío Alfredo Valdés, químico conspicuo que patentó el flan chino El Mandarín, fue el primero que abrió en España una fábrica de agar-agar. Mohamed V, rey de Marruecos, le llamó para hacer otra en Berrechid y mi tío mandó a mi padre de director. En diciembre de 1958 fuimos los cuatro primeros hijos con mi madre, que llevaba a Miguel en la barriga. En febrero de 1959, en cuanto aprendieron a manejar aquello, lo expropiaron y nos dieron 24 horas para abandonar el país.

–Y vuelta a Oviedo...

–Sí, mi pueblo es el Oviedo antiguo, todo negro, donde se jugaba al cascayo en la calle Mon y en la plaza Trascorrales. A los 8 años empecé en los Dominicos e iba andando solo. Nos mudamos a la plaza de Porlier en 1964.

–¿Ejerció de hermano mayor?

–Sí. Enumero a mis hermanos y verás que la mayor parte tienen que ver con el Derecho. Laura es la decana del Colegio de Procuradores; Purina, es secretaria conmigo; Covadonga, procuradora; luego va Miguelín; Carlos, no acabó Bachiller y está en Luanco; Jaime no tuvo relación con el Derecho, aunque tiene un hijo abogado en Málaga; Pelayo, secretario del Colegio de Abogados, está en el despacho; Amaya, que era secretaria mía, murió en un accidente de moto en 1988; Pablo lleva el despacho de Las Palmas; Gimena, que fue procuradora en Gijón, es abogada por su cuenta, y Cristóbal está casado con Mónica, abogada conmigo.

En Derecho elegí a cinco descollantes para un grupo de apuntes que nos permitiera estudiar e ir a Casa Manolo

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–¿Cómo creció entre tantos?

–Nunca nos faltó nada. La habitación de los varones tenía mi mueble de estudio y dos literas dobles y los pequeños dormían dos juntos. Para aislarme del ruido ponía los “Beatles” o Tchaikovsky, hasta que Agustín Roca y yo habilitamos mi sancta sanctorum en una carbonera del quinto piso.

–¿Qué rapacín fue usted?

–Muy serio y bueno, hasta que acabé Bachiller. Era un desastre para el deporte. Mi aportación al hockey del padre Valdés, hoy amigo, fue recibir un pelotazo en la cabeza que me dio Javier Veiga y me tuvo dos horas p’allá.

–Recuerda de los dominicos...

–A los padres Pedro López; Eutimio, confesor de Franco, Nicolás Albornoz y Basilio Cosmen Adelaida, que nos habló de la ley de las transiciones por la que debes estar dispuesto a cambiar de situación sin traumas.

–¿Qué adolescencia tuvo?

–Hasta los 15 años, de casa al colegio. A los 16 entré en la Universidad y en la tuna y, de golpe, todo cambió para mí.

–¿Por qué Derecho?

–Mi padre me lo recomendaba porque el negocio familiar –la gestoría administrativa y los seguros– tienen que ver con el Derecho... Me parecía razonable y atractivo. Por mis notas y el número de hermanos recibí una beca-salario que quedaba en casa y yo ganaba mi dinero con la tuna y las clases particulares de francés y guitarra.

–¿Qué tal le fue?

–En los Dominicos me aconsejaron que me uniera a los descollantes y en primero de Derecho analicé la clase, elegí a cinco personas e hicimos el grupo de apuntes para organizarnos, no ir a todas las clases y escapar a Casa Manolo y Casa Lito. Hicimos esos apuntes toda la carrera con el sello de “La Mafia” y los ofrecimos a los compañeros.

–¿Cómo era el método?

–Por la mañana, clase; por la tarde reunión para leer los apuntes y mecanografiarlos, con lo que repasábamos. La casa más atractiva para reunirse era la de Florina y Carmen Raquel, las portorriqueñas, en Toreno 4, donde tenían ron del barrilito. Eran importantes El Manantial, La Perla y Casa Tuto.

–¿Quiénes eran “La Mafia”?

–Además de ellas, Andrés Corsino Álvarez Cortina, que fue decano de Derecho; Juan López Durán, notario de Madrid; Fernando Valdés-Solís Cecchini, magistrado de Bilbao, jubilado; alguna vez Jaime Vigón y otros.

–¿Cómo entró en la tuna?

–Tocaba algo la guitarra gracias a mi hermano Miguel, a quien dio clase Luis Artime en Luanco. Toqué “Cuando la aurora tiende su manto” en la mayor en vez de en re mayor, pero les gustó. Me apunté porque era un probín y quería espabilar y conocer mundo. Recorrí España, Europa y media América y pasé tres veranos seguidos en Londres.

–¿Y eso?

–Mi única matrícula de honor fue en Historia del Derecho, con Ignacio de la Concha, quien me llamó para formar parte del Seminario de itinerarios históricos, una creación unamuniana que don Ignacio llevó a término. En septiembre de 1970 hice mi primer viaje, por Navarra y Cataluña y conocí a Gustavo Suárez Pertierra y a Miguel Fuertes, que había regresado de Londres y me recomendó vivamente que fuera. Al año siguiente lie a Luis Francisco Fernández-Coronado, que es cuñado de Gustavo y es empresario sanitario en Panamá y allá nos fuimos con trajes de tuno, dos guitarras y un laúd.

–¿Cómo logró ir?

–Hacía falta la invitación de un residente que me consiguió mi padre por Atanasio Osoro, dueño de La Suiza, que había tenido un empleado, Dionisio, que era camarero en Londres. Dionisio me mando la carta y, como cogía vacaciones, me cedió su apartamento de Paddington y su trabajo en el Mermaid Theater de la City. Mi padre me dio mil pesetes, compré mortadela y salí de Bilbao en avión.

–¿Cantaron?

–Un día que fuimos a la post office con la guitarra, nos vio un paisano, José Antonio Teijeiro, nos preguntó si éramos españoles y nos dijo que era el guitarrista de La Costa del Sol Restaurant, que se iba de vacaciones y que si queríamos trabajar. Aceptamos. Así hice tres veranos.

–¿Flipó como español de 1970?

–Solo imagina un paseo por el Soho, o la vez que vi una manifestación de gente desnuda delante de Downing Street. El segundo verano fui con Luis Cordovilla, hoy médico. En el restaurante había otra atracción, Sergio y Adriana. Sergio era Serge, francés, había hecho Filología Hispánica en La Sorbona y recorrido toda Hispanoamérica estudiando su folclore y comprando instrumentos musicales. Hicimos un máster en música sudamericana.

Ramón Fernández-Mijares.

–Sus profesores destacados.

–Gerardo Turiel, Joaquín Arce y, el más importante, Antonio Beristain, profesor agregado de Derecho Penal y un jesuita cuyas misas en Las Salesas eran un escándalo. 

–¿Por qué es importante?

–En 1973 me invitó, de su dinero, al primer congreso internacional de victimología en Jerusalén. Fuimos tres españoles. Mantuvimos una relación constante y coincidimos en temas como la mediación, que él llama justicia restaurativa, vino a dar charlas en mi despacho... Es de las personas que hacen cosas que cambian el mundo.

–¿Tanto?

–Sí. Cuando yo estudiaba Penal, la víctima no tenía un tratamiento especial en la legislación. Él empezó con el análisis en profundidad de la situación de las víctimas de ETA,  que en los ochenta en el País Vasco estaban escondidas, y cambió los códigos penales de todo el mundo. Hasta entonces el principio general era “en la duda, a favor del reo” y él propugnó “en la duda, en favor de la víctima”. Las víctimas merecen trato especial, deben ser valoradas por la sociedad, necesitan respeto...

–¿No ha ido al otro extremo?

–En el País Vasco lo están corrompiendo con el cambio de relato en el que confunden a las víctimas de ETA con víctimas del Estado y parece que hubo una confrontación entre unos y otros, no que unos mataban y otros morían. 

–¿Y más allá del terrorismo?

–En la violencia de género la víctima siempre es una mujer. Si es un hombre no hay violencia de género. Si la víctima llama a la guardia civil y dice que el marido le pegó una hostia, sin más prueba, el paisano duerme en el calabozo. Eso es discriminatorio. E inconstitucional: infringe el artículo 14 de la Constitución, póngase como se ponga el Tribunal Constitucional. Exagera la protección de la víctima y se sabe de abogados y abogadas que usan a las víctimas para obtener ventajas en procedimientos de divorcio con denuncias falsas.

Cuando me metí en el turno de oficio me entraban asuntos de tráfico de marihuana, tuve cierto éxito, me llegaron bandas de traficantes de Gijón y Langreo y empecé a ganar dinero y me dieron cierto prestigio en el ámbito penal

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–Dicen que son pocas.

–No es general, pero hay más de las deseables. Hay jueces que llamaron la atención sobre ello y, por decirlo, fueron sancionados. 

–Prosiga sus relatos viajeros.

–En octubre de 1974 mi compañero Jesús Martínez Barrial y yo nos fuimos un mes entero a Argentina y a Chile.

–Destinos difíciles cuando se viajaba poco.

–En Buenos Aires tenía a Guillermo Cook, descendiente de colonos de la Pampa, casado con Asunción Solórzano, hermana de mi tío Joaquín. Llegamos al aeropuerto de Eceiza vestidos de tunos y decían: “¡Mira!, los de ‘El Zorro’”. Después de una semana con mis parientes en la estancia Atalaya de Coronel Suárez cruzamos los Andes en un Seat 124 y fuimos a ver una tía mía que era monja ursulina en Ancud, en la isla de Chiloé. 

–En Chile.

–Sí. Pinochet llevaba un año en el poder y había un toque de queda a las 7 de la tarde que si salías a la calle te disparaban. Nos hospedaron en el convento y dimos un recital en el teatro con un público de niñas del colegio de las Ursulinas. Nunca firmé tantos autógrafos. A la vuelta a Argentina, cruzando el puerto del Puyehue, cayó tal nevada que abandonamos el coche y dimos la vuelta en un Ford Galaxia con 6 personas más. Convivimos tres días con otros que estaban como nosotros, cantando con la guitarras. Cuando paró, con picos, palas y cuerdas desenterramos el 124 de la nevada y tuvimos una llegada triunfal a Argentina.

–¿Por qué triunfal?

–Nos pararon unos policías, nos vieron las guitarras, nos pidieron que les acompañáramos a comisaría, sacaron una damajuana de 5 litros de vino y a cantar.

–¿Hizo mili?

–Como las escopetas no me gustaban organicé una tuna y un grupo de música sudamericana en El Ferral. En vez de hacer instrucción, ensayábamos y dimos un recital. En El Milán fui secretario del coronel. Perdí dos años y no aprendí nada.

–¿Cuándo se casó? 

–La primera vez en 1979, en Luanco, con María José Moreno Suárez-Inclán. Era como de la familia: su madre era medio hermana de mi tío Alfredo, el químico por el que fuimos a Marruecos. Nos conocíamos de críos y cuando yo ya ejercía la relación cambió.

En general la vida me trató bien, pero la perdida de un hijo que se quita la vida voluntariamente es algo que es lo peor que le puede pasar a alguien

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–¿Cuándo empezó en la profesión?

–En 1976, en la gestoría con mi padre, con los siniestros de automóvil que llevaba Luis Vega Escandón, amigo de mi padre por Luanco y mi padrino como abogado. Al poco me organicé con Andrés Corsino Álvarez Cortina, Jesús Martínez Barrial y con Florina y Carmen Raquel García, las portorriqueñas, y abrimos despacho. En seguida me metí en el turno de oficio, me entraban asuntos de tráfico de marihuana, tuve cierto éxito, me llegaron bandas de traficantes de Gijón y Langreo y empecé a ganar dinero. Luego pasaron a la heroína y se metieron en el infierno más espantoso, pero me dieron cierto prestigio en el ámbito penal.

–¿Siguiente paso?

–En 1978 me incorporé con Paulino Alsedo a otro despacho en el Pasaje. Allí entró el Mercantil y fui 20 años abogado de Bankinter. Llegamos a llevar 6 bancos. Cuando los bancos eran pequeños. Paulino se fue en 1985 y empecé lo que es el despacho mutidisciplinar de ahora y me metí en quiebras y suspensiones de pagos hasta 2008. Hoy nuestro principal trabajo es la compañía Santa Lucía y el derecho de sucesiones y de familia. 

–¿Cuántos hijos tiene?

–Tuve dos. El mayor, Ramón está casado y tiene una hija, Olaya, mi nieta mora porque su madre, Ouafae, es marroquí . El otro, Antonio, se quitó la vida en febrero de 2015. Llevaba conmigo en el despacho 5 años y fue secretario del consejo de administración del Real Oviedo 

–¿Fue un padre presente?

–Sí, porque estuve todos los días con ellos a partir de las 8 de la tarde y pasábamos juntos los fines de semana en Luanco. Siempre viajamos juntos y seguí sus estudios...

–Se casó una segunda vez.

–Me divorcié en 1996. Marta de Nicolás, abogada, que lleva el despacho de Gijón, vino a vivir conmigo en 2000, después de algún viaje previo. El primero fue a Vancouver, a la bienal de la Organización Internacional de Abogados, y visitamos Chicago y San Francisco. En noviembre fuimos a La Habana porque yo había formado una compañía de mediación que se llamada Resolución Alternativa de Litigios y tenía allí un caso. Nos gustó tanto La Habana que volvimos un montón de veces más y acabamos casándonos allí en 2004 en la sala principal de la embajada española.

–¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

–En general bien, pero la perdida de un hijo que se quita la vida voluntariamente es algo que es lo peor que le puede pasar a alguien.

–¿Cómo lo llevó usted?

–Mi salvación fue mi mujer actual, luego los amigos y la música. Guillermo Martínez compuso la fantasía “Claro ángel. In memoriam Antonio F. Mijares” que interpretó al piano Luis Vázquez del Fresno y cantó Lola Casariego y estrenó al año siguiente el cuarteto “La Castalia” en el auditorio, cantado por Begoña Tamargo. Entre los amigos fueron fundamentales Javier González y Monserrat Igelmo, que estuvieron tres días seguidos en nuestra casa. Marta y yo habíamos sido los únicos asistentes a su boda en el consulado de España en Roma en 1999 y, desde entonces, viajamos juntos mucho.

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