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Alejandro Macarrón Larumbe | Director de la Fundación Renacimiento Demográfico

“Es justo y necesario aliviar la carga fiscal a los padres, pero sin un gran cambio cultural y legal lograremos poco”

Alejandro Macarrón Larumbe Mara Villamuza

No será porque no haya avisado, o porque la advertencia haya sido tibia, moderada o poco vehemente. Hace ya cerca de diez años que Alejandro Macarrón Larumbe (Avilés, 1960) llamó a todo esto “suicidio demográfico”. Calificaba el drama de la natalidad española desde el título sin ambages ni paños calientes de un libro que dibujaba en la portada un mapa de España ceñido por una soga de ahorcado. Ha pasado una década y sigue apretando. Y él sigue lamentando en términos similares el desinterés de las autoridades y sus “retodemografistas” por el incesante declive de los nacimientos en un país del que su región natal es la triste avanzadilla. También habló de la “espiral de la muerte” por falta de relevo, de los riesgos de la gerontocracia, de la autodestructiva “desidia reproductora”, de un problema más social que individual... Macarrón sigue siendo un ingeniero de telecomunicaciones y consultor de estrategia empresarial que se hizo analista y activista demográfico porque le dio “pena”. “Me dejaba sin país”. Artífice y director general de la Fundación Renacimiento Demográfico, nació en la Asturias distinta de los casi 20.000 nacimientos al año, como hijo del “baby boom” de los primeros sesenta, e intenta con asombro entender la de 2021, que por primera vez en siglos ha rebajado los 5.000 alumbramientos en un año, y bajando. Tiene tres hijos, nacidos todos más allá de sus cuarenta años.

–Dicen los demógrafos que esto ya no es una crisis, una convulsión momentánea de duración más o menos abarcable, sino más propiamente un “declive” sostenido del que no se atisba el final. ¿Qué hemos hecho mal?

–Asturias lleva así 42 años. En 1978, con 2,04 hijos por mujer, empezó a estar por debajo de la tasa de reemplazo. El 2019, con 0,96, se situó un 55 por ciento por debajo de este umbral vital. En las últimas décadas, la sociedad asturiana y la española han hecho rematadamente mal dos cosas. Por un lado, perder las ganas de tener suficientes niños, cayendo en una destructiva desidia reproductora propiciada por cambios legales, de políticas públicas y valores sociales muy lesivos para la supervivencia a la larga de la sociedad. Por otro, tampoco ha reaccionado ante la hemorragia demográfica que conlleva semejante disminución de los nacimientos y esto es casi peor que el problema en sí. Muchas veces las personas fallamos, pero si no nos damos cuenta de los problemas, o lo que es peor, si no queremos admitir su existencia, es imposible que los podamos corregir.

“Los comisionados se están centrando en el menos importante pero más rentable en votos de los grandes retos demográficos: la despoblación rural”

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–El retroceso se ha mantenido invariablemente en las épocas de bonanza y en las crisis. No es solo la economía.

–Claramente. De otro modo, en épocas de bonanza habría aumentado la natalidad, y no ha sido el caso. Hay muchos más datos, como la baja natalidad de las naciones más ricas del mundo, que van en la misma línea.

–El tratamiento ya solo puede ser paliativo, requiere un periodo de administración largo y una enorme implicación colectiva. ¿Qué no estamos haciendo?

–No estamos haciendo prácticamente nada. Hasta hace poco, apenas se hablaba de esto en España. Ahora, un poquito más. Lo primero que necesitamos es tomar conciencia como sociedad del gravísimo problema de natalidad que tenemos. Lo segundo, estudiar a fondo sus causas y soluciones, que son complejas. Finalmente, hace falta un gran cambio de valores culturales, leyes y políticas públicas, y que en el empeño se involucren la sociedad civil y las empresas, para favorecer que se tengan niños.

–¿Por qué todos los indicadores son especialmente negativos en Asturias?

–Un poco más de la tercera parte de la diferencia entre la tasa de fecundidad nacional (1,24 hijos por mujer en 2019) y asturiana (0,96 ese mismo año) se puede explicar porque Asturias es la región con mayor propensión a abortar cuando una mujer se queda embarazada. El 28,7 por ciento de los embarazos en Asturias terminaron en aborto voluntario en 2019, por el 21,3 a nivel nacional. No sabría explicar el resto del diferencial de fecundidad, y tampoco por qué aquí se aborta más.

“No estamos haciendo apenas nada en relación con la baja natalidad ni afrontamos la ‘patata caliente’ de la inmigración”

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–Asturias está estrenando esta legislatura un comisionado para el Reto Demográfico, remedo del estatal. ¿Le sirve, ocupa este problema el lugar que le corresponde en la agenda pública?

–Estos comisionados se están centrando en el menos importante, pero más rentable electoralmente, de los tres grandes retos demográficos que tiene España: la despoblación rural. No están haciendo apenas nada, o nada de nada, en relación con la baja natalidad; una cuestión de ser o no ser, y que también es una de las principales causas de despoblación rural. Tampoco incluyen en el “reto” la inmigración, patata caliente donde las haya, pese a la importancia capital de que se gestione bien. Hace poco, el máximo responsable del reto demográfico en España dijo literalmente en una sesión pública que “la natalidad no es un elemento que en este momento estemos planteando desde Reto Demográfico”. Alucinante.

–¿No hemos caído en que la demografía está en el origen de muchos de los problemas de la economía occidental?

–Eso creo yo. Desde hace años, muchos economistas en Europa y Norteamérica se lamentan de que la productividad de la mano de obra crece poco, pero pocos hablan del envejecimiento de la mano de obra como causa. Al tiempo, los empresarios y los asalariados, que son los que producen toda la riqueza, deben soportar una mayor carga fiscal, o los estados deben endeudarse más, para pagar las pensiones, la sanidad y los gastos de dependencia de una masa creciente de jubilados, lo que necesariamente es una carga sobre la economía. Asimismo, en una sociedad envejecida se consume menos de casi todo. Son muchos y de gran calado los efectos sobre la economía del envejecimiento social.

“En ningún país se ha visto que el permiso de paternidad aporte más niños”

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–Hemos tenido experiencias no demasiado alentadoras con los “cheques bebé”. ¿Funcionan mejor las medidas de estímulo de la economía que los simples incentivos directos?

–El Estado debe aliviar apreciablemente la carga fiscal de los padres de manera lineal con el número de hijos, porque es justo y necesario. Pero eso no es suficiente. Sin un gran cambio cultural, y de las leyes que inciden negativamente en la natalidad, se logrará poco. No soy partidario de dar dinero desde el Estado por tener hijos, sino de reducir la carga fiscal, para que no ocurra algo terrible que ya ha pasado en otros países: que personas con escasos recursos económicos, por ejemplo, adolescentes de barrios pobres, tengan hijos para cobrar la paga pública correspondiente.

–¿Servirá de algo el incremento y la equiparación en la duración de los permisos de maternidad y paternidad?

–Para la crianza de los bebés en sus primeros meses de vida, los permisos más extensos son buenos, sin duda. Pero ojo, que son bastante caros para el Estado y para las empresas, más lesivos cuanto más pequeñas sean, y no parecen influir en que se tengan más bebés. De hecho, en los últimos años en España hemos visto cómo bajaba continuamente el número de nacimientos al tiempo que aumentaba año a año la duración del permiso de paternidad, cuya obligatoriedad en las primeras seis semanas para el padre, como creo que en 2021 se está introduciendo, me parece contraproducente, de elevado coste y muy dañina para las pequeñas empresas. En ningún país se ha visto que el permiso de paternidad aporte más niños.

–¿Por qué la inmigración no le sirve del todo como alternativa si además las madres inmigrantes tienen de media más hijos que las españolas?

–Para empezar, tampoco con las madres inmigrantes llegamos ni de lejos a la tasa de fecundidad de reposición. Además, y esto es muy importante, al individuo no le pueden suplir los inmigrantes los hijos que no tuvo. Una vida humana plena típica “de toda la vida” conllevaba para el noventa por ciento o más de la gente ser padre o madre de varios hijos, que te daban cariño, continuidad, te completaban la vida y te evitaban una vejez muy triste en soledad. La inmigración no sirve ante esa soledad, que se ha disparado en España, donde se ha multiplicado por seis el porcentaje de personas que viven solas desde 1970, y en todo Occidente.

“Asturias es la región con más propensión a abortar cuando una mujer se queda embarazada”

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–¿Económicamente tampoco?

–En el plano económico, con inmigrantes se pueden cubrir de forma relativamente fácil los empleos poco cualificados y eso es valioso, pero no los cualificados, que tienen una importancia creciente en la sociedad tecnificada que vivimos, porque hay muy poca oferta internacional de mano de obra cualificada y hay países mucho más atractivos para ella que España. Finalmente, con un Estado del bienestar tan pasado de generoso como el español, que atrae y retiene mucha más inmigración de la necesaria, como indican las altísimas tasas de paro de los inmigrantes no occidentales desde 2008, se genera un gran problema adicional: un ingente gasto público extra, con el consiguiente perjuicio para la economía y el contribuyente.

–¿Cree que habría que plantearla de otra manera?

–Sin duda. Más o menos, necesitamos solo la inmigración que requiera el mercado laboral español. Por simplificar, solo cuando haya algo parecido al pleno empleo de los españoles y los extranjeros en edad laboral que viven aquí, debería venir nueva inmigración en números apreciables. Eso sería lo lógico. Y sin embargo, entre mediados de 2015 y finales de 2019, aumentó en 1,1 millones de personas la población residente nacida fuera de la UE.

–En las cifras de recuento de nacimientos de 2020 todavía no se percibe el efecto que puede haber tenido la pandemia sobre la natalidad. ¿Puede que sea todavía peor de lo que parece?

–Parece que así será, pero si el efecto de la pandemia en los nacimientos solo durase uno o dos años, sería irrelevante a la larga. Veremos.

“Hay países mucho más atractivos que España para captar inmigrantes cualificados”

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–Por detrás de todo esto asoma un grave problema de sostenibilidad. ¿Debemos prepararnos para organizar un futuro con una sociedad de jubilados y cada vez menos gente en edad activa?

–Sí. Pero si no recuperamos la fecundidad de reemplazo, a la larga, el declive será inevitable.

–¿Qué piensa cuando ve que proliferan las manifestaciones de jubilados pidiendo el blindaje de las pensiones?

–Es lógico porque, como decía uno medio en broma, “aquí todo el mundo va a la suya menos yo, que voy a la mía”. Hablando más en serio, se puede pedir que se blinde lo que sea, pero si no nacen más niños, cualquier blindaje que se imponga ahora en las pensiones por el enorme poder del voto jubilado, acabará saltando por los aires. Y como los políticos se pasen de frenada al mimar el voto jubilado, como ya pasó en la gran crisis de 2008, aplastarán la gallina de los huevos de oro, la economía productiva, y eso sería terrible para todos, jubilados incluidos.

–¿Ha encontrado ejemplos de éxito ahí fuera?

–Solo Israel, un país singular e irrepetible, tiene en occidente una fecundidad superior a la de reemplazo, en gran parte por su mucha población muy religiosa. Otros países han logrado éxitos parciales, pero en todos los casos han sido insuficientes o efímeros, porque sus gobiernos se han centrado en el apoyo económico a los padres pese a que las dificultades económicas no son, ni de lejos, la principal causa de que en las sociedades modernas haya pocos niños.

“Necesitamos solo la inmigración que requiera el mercado laboral español”

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–A lo mejor tampoco somos capaces de imaginar el mundo hacia el que nos conduce la prolongación de esta situación. ¿Nos ayuda con la distopía?

–Vamos a intentarlo. Imaginemos un asturianín que nació en 2020 y de mayor no tiene niños. Pasa una infancia con uno o ningún hermano. En la juventud y la mediana edad disfruta de abundantes diversiones, y cuando empieza a trabajar gasta lo que le sobra en lo que quiere con despreocupación, porque no tiene hijos que criar. Puede viajar mucho. Pero a partir de los cuarenta o cincuenta, se va dando cuenta de que su vida va quedando vacía en el plano humano. Empieza a envejecer, y ve que algunos amigos que han tenido niños dejan aquí continuidad humana. Tienen más compañía que él, que a lo sumo convive con su pareja, hasta que se separe de ella (porque la mitad de los matrimonios en España acaban en divorcio) o uno de los dos fallezca. En las calles ve cada vez menos niños y jóvenes, y más colegios que cierran. Va habiendo mucho menos bullicio de bares, chigres, discotecas y centros de ocio. Ve cada vez más carteles de casas en venta y menos luces encendidas a las diez de la noche.

–¿Y después?

–La economía española y asturiana lleva décadas en lento declive de fondo, cosa que, o bien le afecta mucho personalmente, o, cuando menos, le incomoda y asusta leer que sucede. Cuando por fin se jubila ve que su pensión es poca cosa, porque no hay muchos cotizantes, y nota que la atención sanitaria que recibe es cada vez de menor calidad. Le entran escalofríos. Según pasan los años, ve más decadencia social a su alrededor y una lacerante soledad le atenaza mientras envejece. Y cuando cumpla 80 años en 2100, en una Asturias ya con solo unos 300.000 habitantes –algo más de la mitad de ellos con 65 años o más–, y ni siquiera mil nacimientos al año, tal vez se acuerde de algo que le contó hace muchos años un tal Alejandro Macarrón, que nació en Avilés en 1960. Le dijo que en su Asturias natal, con casi un millón de habitantes, como en 2020, estaba todo lleno de guajes y jóvenes, porque nacían unos 20.000 niños al año: el cuádruple que en 2020, y veinte veces lo que en 2100...

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