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El “síndrome de la impostora”, un problema real que lastra a las mujeres desde niñas: “¿Pero esto lo has hecho tú, nena?”

Este problema de baja autoestima y baja confianza limita a las mujeres que desempeñan cargos tradicionalmente ocupados por hombres

Hay veces que, para dar su opinión sobre algo relacionado con su ámbito laboral, a la ovetense Sara Grimaldos, de 23 años, se le atropellan las palabras. Lo dice “muy rápido y muy segura”. Sobre todo, eso, muy segura:

–Corro como si alguien me fuera a robar el tiempo.

Tiene miedo a equivocarse; decirlo mal y cometer un fallo. Quizás alguien le diga algo. Teme que le vayan a quitar su empleo en la consultora donde trabaja. Puede que el error sea algo nimio en relación a lo mucho que ha hecho bien. Da igual, porque no consigue alcanzar la perfección que quería. Y le da rabia. Sufre el “síndrome de la impostora”.

“El síndrome de la impostora se nombra en femenino y no es casualidad. Es un efecto del patriarcado, cuando las mujeres copan los espacios que típicamente eran masculinos. Se muestra como una serie de barreras autoimpuestas; lo que se denomina ‘techo de cemento’”, explica la psicóloga gijonesa y experta en género Noelia García Toyos. Esta especialista reconoce que hay que “nombrarlo para visibilizar una realidad”, pero no le gusta denominarlo ni “síndrome”, ni “de la impostora”: “Llamarlo síndrome remite a una serie de síntomas; es una perspectiva biologicista. Realmente, son una serie de conductas, emociones y sentimientos derivados de una estructura social que no está preparada ni educa a la mujer para estar en el ámbito público”.

Sara supo qué era todo eso al empezar la universidad, la carrera de Ingeniería de Software. Admite que se encontró con los recelos de sus compañeros de clase. Ninguno se lo decía abiertamente, pero percibía que estaban esperando a que fracasase. Años más tarde, algunos se han convertido en sus amigos y reconocen que lo primero que pensaron al verla fue: “¿Pero adónde va esta?”. El problema de Sara era que no encajaba con el manido estereotipo que se asocia a los informáticos: hombre generalmente, friki y poco sociable, amante de los videojuegos; con ese tipo de personalidad “oscura”... Pero llegó el primer examen y sacó buena nota. Y menos mal. Porque se sentía con la “obligación” de demostrar que “efectivamente no era tonta”.

Síndrome impostora.

Síndrome impostora.

El aspecto de Sara era el problema. No era hombre, no era friki, no era ni poco sociable ni amante de los videojuegos. Era todo lo contrario. En su foto de perfil de Whatsapp aparece sonriente, con su pelo largo y suelto. “Soy lo que se percibe como femenina”, reconoce. A eso se le suma su tono de voz alegre y musical, pero firme. “Iba preparada, pero no esperaba que fuera tan fuerte. Por suerte, todo esto va cambiando”.

Desde niñas

Según la psicóloga García Toyos, estos estereotipos sociales, este cuestionamiento de la valía y autoridad de las mujeres, se vienen conjugando desde la infancia. A los 6 años, en teoría, una persona aprende a diferenciarse del resto, y ahí ya existe una “minusvaloración” de las niñas: lo que hacen se aprecia menos. Esta “socialización en negativo” continúa cuando van creciendo. A los 15 años, comienza una búsqueda de aceptación por parte de los demás a través del físico. Es lo que la psicóloga denomina como “querer estar monas” o ajustarse a los cánones estéticos. La inteligencia no cuenta. “La empollona carece de atractivo social”, añade.

Carmen Gallardo, estudiante de Biotecnología, sabe bien cómo es ese proceso del que acaba de hablar la psicóloga García Toyos. “Lo que notaba en el instituto es que cuando una de nosotras sacaba buenas notas, era por nuestro esfuerzo o nuestra constancia, mientras que si lo hacía un compañero, tenía más que ver con su inteligencia”, explica. Había una frase que la irritaba especialmente. Era cuando le decían: “Si yo estudiara lo mismo que tú, seguro que también tendría esas notas”. Era un runrún muy molesto: “Parece que trabajando más las mujeres podemos llegar a conseguir los mismos resultados. Como si fuéramos menos listas. Pero ¡qué sabrían ellos cuánto estudiaba o a qué dedicaba mis tardes!”.

En la carrera de Carmen, que está muy relacionada con el ámbito sanitario –“son cuidados desde el laboratorio”, bromea–, hay predominancia femenina. Pero esa hegemonía de las mujeres en el aula no se corresponde con quienes hacen la mayor parte de los comentarios y preguntas en clase. Los que levantan la mano o intervienen casi siempre son ellas. “Yo creo que tenemos una mayor inseguridad de base y sentimos que tenemos que esforzarnos mucho más para ser dignas de merecer un buen trabajo. Dudamos más de nuestras capacidades”, explica

Sobreesfuerzo

El cuestionamiento que reciben del entorno se traduce en un afán de superación. “El sobreesfuerzo, dedicarle a tu trabajo prácticamente todo el tiempo de tu vida, también responde a ese ‘síndrome’ Hay una necesidad de demostrar que somos válidas para el puesto en cuestión”, explica la psicóloga García Toyos. Lo mismo ocurre en la vida académica, donde ellas obtienen mejores notas pero eso no se proyecta en los datos de empleo, donde se muestra que las mujeres obtienen trabajos menos estables y peor remunerados.

Ya dentro de la vida laboral, la “impostora” percibe, en sus primeros años de trabajo, que su puesto tiene mucho que ver con la “suerte”: que ha estado en el lugar adecuado y en el momento adecuado; o que alguien ha confiado en ella… Duda de sus capacidades y se muestra insegura. “Llegas a sentir que cuando consigues algo bueno es porque lo has trabajado el doble y no porque eres lista. Esto te causa frustración y tener menor confianza en ti misma”, confiesa Sara Grimaldos. Sin embargo, en el trabajo ya no le pasa lo mismo que cuando empezó a estudiar: “Es gente más mayor y con otra seriedad, no te menosprecian. Por lo menos yo no lo percibo así. Pero sí que hay cierto paternalismo con nosotras. Como que nos tratan con más delicadeza”.

Inseguridad

Hay veces que a Inés Riestra le ocurre lo mismo. A ella le gusta ser perfeccionista, aunque a veces preferiría no serlo. Natural de Colloto e ingeniera aeroespacial, hace unos meses que se cambió de empresa. “Yo me noto más insegura que mis compañeros. Por ejemplo, el otro día me estaban explicando una cosa y me di cuenta de que no era así. Lo dije y me dieron la razón. Me di cuenta de que mi compañero aparentaba más seguridad de la que realmente tenía sobre el tema; una ‘falsa seguridad’”. Son dos caras de la misma moneda: “Yo creo que soy más sincera: si no lo tengo claro, no lo digo. Pero también puede parecer que tengo menos idea y eso me perjudica”, reconoce Inés.

Las manifestaciones del “síndrome de la impostora” pueden consistir en un perfeccionismo extremo, en miedo a cometer errores o en inseguridad o ansiedad al hablar en público. “Es la pescadilla que se muerde la cola; una cosa lleva a la otra”, aclara García Toyos.

Techo de cemento

Porque todas esas manifestaciones del “síndrome”, al final, remiten a una baja autoestima y a la invisibilización de la mujer en el ámbito público: emite pocas opiniones, habla menos ante los demás y solo lo hace cuando está totalmente segura de sí misma. Pero ¿qué ocurre si esa seguridad nunca llega? “Es el techo de cemento: una barrera autoimpuesta, una limitación. El miedo puede llegar a paralizarte. Hay que ser consciente de que es una causa social y estructural, que no hay culpa. Y mirarse de una forma objetiva, poniéndote en valor, para reforzar la autoestima. Al ser una cuestión interna, siempre se puede trabajar en ello”, asegura la misma especialista.

Falta de referentes

Marta Riestra tiene los ojos del mismo color que su hermana Inés: verdes. Es la pequeña, pero le sigue los pasos bien cerca. Si Inés estudió Ingeniería Aeroespacial, Marta se decantó por la Ingeniería Mecánica: “Solo somos dos chicas en clase. Al principio me chocaba, pero ahora me he acostumbrado. Yo creo que se ve como una profesión de hombres. Se piensa que vas a estar en un taller todo el día. No me importaría, pero no es así”, explica. A ella le gustaban las matemáticas y se le daban bien. Además, tenía la referencia de su hermana: “Para elegir Ingeniería Mecánica influyeron muchos factores, pero ese también. Veo que el problema nace a la hora de elegir la rama de Bachillerato. Recuerdo que en el instituto una amiga me dijo que le impactaba que no hubiera mujeres en esa carrera y por esa razón prefería otra cosa”.

La falta de referentes, según García Toyos, también es una de las causas del “síndrome de la impostora”. Aquellas mujeres que llegan a un puesto de responsabilidad, en ocasiones, adoptan actitudes que típicamente se han asociado a los hombres y se construyen una coraza para trabajar: “Como no existen modelos de liderazgo femenino, te ‘conviertes’ en un ‘hombre’. Sienten una necesidad de demostrar su valía, que se merecen ese lugar. Además, ellas reciben más críticas por hacer lo mismo. Y en este punto existe el riesgo del llamado ‘precipicio de cristal’. Es decir, una vez roto el techo, está el miedo a la caída”.

En la vida laboral de Sara Grimaldos, por ejemplo, ha observado que hay muy pocas directivas. “Eso te hace pensar que es un puesto inaccesible. Es cierto que está cambiando, pero al no tener un espejo donde mirarse, una chica lo ve y piensa que ella no va a ser capaz”. Lo mismo piensa Inés Riestra: “Depende mucho del entorno, pero parece que una mujer que manda es porque ha sido un ‘favor’ que le han hecho”. Recuerda cuando empezó a trabajar, en Avilés. A esta ingeniera le tocaba bajar a menudo al taller para enseñar los planos: “Notaba veinte miradas que te comían puestas sobre mí. No eran nada agradables”.

Sin vida personal

A todo esto se suma la renuncia a la vida personal. García Toyos pone el ejemplo del Gobierno de Zapatero, en el año 2004, el primer Gobierno paritario de la historia de España. Se veía una clara diferencia entre el número de hijos que tenían los ministros y el de las ministras. Ellas tenían uno o ninguno. Ellos no, ellos tenían más: “No llegamos en igualdad de condiciones. Puede generar un sentimiento de insatisfacción por la renuncia a una parte de tu vida, de incompletitud. No es que toda mujer tenga que ser madre, pero no debería ser o una cosa o la otra”, argumenta esta psicóloga especializada en cuestiones de género.

Carmen Gallardo, cuando mira hacia su futuro personal, ve el desolador efecto de todos estos obstáculos. Ve que sus profesoras están mucho más “quemadas” que sus profesores con la conciliación laboral: “Quizá sí que me gustaría ser investigadora. Pero ves lo que cuesta llegar, y más siendo mujer... No quiero que los vínculos y las relaciones pierdan valor. Quiero que también sean una parte rica de mi vida. Y al ver que es un camino tan duro, siempre está el conflicto sobre si merece la pena meterse”. No le gustaría quedarse encapsulada en un laboratorio, pero tampoco tener que renunciar a él.

La educación

Tanto el problema como la solución tienen una misma raíz: la educación. “Yo tengo suerte de que mi familia siempre me ha dado mucho apoyo, porque yo también llegué a dudar qué hacía en esa clase”, explica sobre sus años en la Universidad Sara Grimaldos, que ve reflejada en su hermana Carmen la misma autoexigencia que ella se ha impuesto. “No necesito una palmadita en la espalda por cada cosa que hago bien, pero me siento reforzada cuando valoran mi trabajo, porque así me lo creo”, matiza Inés Riestra, con convencimiento.

Sara estudió en Asturias y ahora trabaja en el Principado, mientras que Inés lo hizo en León y ahora trabaja en Málaga. No se conocen de nada. Pero ambas han escuchado alguna vez ese comentario con retintín:

–¿Pero esto lo has hecho tú?

LAS CLAVES

¿Qué es el “síndrome de la impostora”?

Es un problema de baja autoestima y baja confianza asociado a las mujeres que desarrollan trabajos típicamente de hombres. Es un techo de cemento. Según la psicóloga Noelia García Toyos, tiene que ver con una estructura social patriarcal, donde la mujer tiene que demostrar su valía porque no se presupone. La persona que desempeña ese puesto de responsabilidad siente que no merece estar en ese lugar, y tiene miedo a que alguien levante la liebre y se demuestre que es “una impostora”.

¿Cómo se manifiesta?

Un perfeccionismo extremo, miedo a cometer errores, inseguridad, miedo paralizante, ansiedad al hablar en público o una autoexigencia muy alta. Es una sensación o una percepción que se manifiesta a través de conductas, emociones y sentimientos, pero también puede llevar a síntomas físicos, como la ansiedad, el estrés, la angustia o el insomnio por el miedo a no cumplir con el trabajo.

¿Dónde nace este “síndrome”?

Es una cuestión educacional y social. A los 6 años ya existe la “minusvaloración” de la niña. A los 15 nace el deseo de aceptación de los demás, el “querer estar monas” y competir con el resto de mujeres por esa aceptación. Existe también una falta de referentes en este sentido y una conciliación laboral mejorable, entre otras cuestiones.

¿Qué es el techo de cemento?

Son una serie de barreras autoimpuestas, limitaciones propias de cada persona, que puede remitir en el deseo o necesidad de frenar la carrera profesional. Este techo de cemento dificulta que la mujer se mantenga en puestos de responsabilidad.

¿Qué se puede hacer contra este “síndrome”?

Lo primero es ser consciente de que tiene una causa social y estructural. Después, hay que trabajar la autoestima: hay que verse desde una mirada objetiva, poniendo en valor tus capacidades y habilidades. No se debe pensar que los logros son casualidades, y no hay que tener miedo a equivocarse: el aprendizaje a través de errores es el mejor proceso para llegar a conseguir algo.

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