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El fantástico viaje sobre raíles de una asturiana en la agonía del imperio soviético

Sara Gutiérrez rememora en “El último verano de la URSS” la semana en la que fue del Báltico al mar Negro

Sara Gutiérrez.

Este año se celebran los 30 años de la disolución de la Unión Soviética: el 25 de diciembre de 1991, Mijail Gorbachov, muñidor de la perestroika, firmó el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas forzado por los presidentes de muchas de esas mismas repúblicas. La asturiana Sara Gutiérrez viajó por ellas antes de aquel episodio que cambio el mundo y ahora lo rememora en “El último verano de la URSS” (Reino de Cordelia), una crónica personal con magníficas ilustraciones de Pedro Arjona de una experiencia que había empezado dos años antes. La cita de Lewis Carroll que abre el texto no es casual: “Cuando lo pensó más tarde, decidió que, ciertamente, le debía de haber llamado mucho la atención, mas en aquel momento todo le pareció de lo más natural”.

Treinta años después...

–Estaba haciendo la especialidad de Oftalmología en Járkov (Ucrania) desde hacía año y medio, y supe que ese verano tendría un par de meses de vacaciones, así que decidí dedicar una semana a viajar un poco por la Unión Soviética antes de venirme a casa, a Oviedo. Y, como por ser extranjera becada no me permitían alojarme en ningún hotel, discurrí desplazarme en trenes nocturnos que cubrieran trayectos entre capitales de República. Con esas premisas y un mapa, planifiqué un periplo que, sobre la marcha, tuve que modificar un poco pero que en lo esencial pude cubrir: cruzar la URSS del Báltico al mar Negro.

Sara Gutiérrez en una manifestación por la independencia de Ucrania en Kiev en la que desde aquellas revueltas se llama la Plaza de la Independencia (5 de julio de 1991)

Recuerdos que dejan huella

–A lo largo del viaje hubo muchos momentos especiales, provocados en su mayoría por los encuentros casuales en los trenes. Esas noches sobre raíles dieron para muchas conversaciones y muchos brindis, con vodka, claro. Pero los días con aquella colega uzbeca del hospital que acepté a regañadientes como compañera de viaje también me regalaron momentos inolvidables. El más tenso, ya la primera noche, cuando se me ocurrió sacar una braga de papel y eso desencadenó la furia del militar con el que compartíamos compartimento, afortunadamente más deseoso de reprender a su compatriota que de delatarme a mí.

¿Y el más emotivo?

–A la mañana siguiente, cuando en Tallin mi amiga vio por primera vez el mar. El más divertido, en el autobús turístico de Riga, cuando se hizo pasar por sevillana. El más dramático, de Lvov a Kiev, con una pareja que iba a visitar a su familia, desestructurada y enferma tras la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil. El más político, en Kiev, cuando nos vimos envueltas en una manifestación por la independencia de Ucrania. El más folclórico, de Kiev a Odesa, en un vagón corrido, deseosos todos de fiesta.

Alegría entre ruinas

–El viaje estuvo trufado de anécdotas y situaciones extraordinarias. El imperio soviético se estaba desmoronando mientras nosotras lo recorríamos alegremente. Con la perspectiva que dan los años, creo que empecé a ser consciente de la transcendencia de todo lo vivido cuando en agosto, ya en Oviedo, oí que habían secuestrado a Gorbachov. Aunque no me imaginaba ni muchísimo menos que la consecuencia sería, pocos meses más tarde, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Sara Gutiérrez sentada en la Escalera Potiomkin, en Odesa (6 de julio de 1991).

Personajes inolvidables

–El personaje indiscutible es Yulduz. Esa colega del hospital, siempre de falda y tacones, que me puso los pelos de punta cuando me dijo que quería ir conmigo. Yulduz nunca había hecho un viaje turístico sola y apenas había visto más mundo que el de su casa y su trabajo. Esa mujer a la que, según me confesó, nuestro viaje le dio alas para repensarse y soñar a lo grande. Esa amiga que me hizo comprender que, las más de las veces, los prejuicios, lejos de protegernos, nos hacen perder cosas buenas. Formaron una curiosa pareja con la que viajamos de Leningrado a Tallin: el militar ferviente defensor del régimen soviético dolido con la perestoika de Gorbachov y la profesora ansiosa por disfrutar de las comodidades que, presumía, teníamos en Occidente y a ella le estaban vetadas.

–La guía turística de Riga que me contó todas sus penurias y anhelos, posiblemente esperando que yo le echara algún tipo de cable, mientras a mí lo único que me interesaba era que me recomendara un restaurante de los pocos que había.

–El chico que se buscaba la vida trapicheando en la estación de Vilna y nos consiguió dos billetes para Lvov a pesar de que nosotras desconfiábamos de él como si fuera un delincuente.

–La revisora de Lvov a Kiev, que con todo el descaro nos endilgó sabanas empapadas por la lluvia y se retiró a descansar.

–Aquellas monjas encorvadas que durante siglos habían atendido sin solución de continuidad, incluso durante el régimen soviético, el Monasterio Florivsky, en Kiev.

–Los espontáneos que noche tras noche se sumaban a nuestras celebraciones en el tren compartiendo lo que llevaran, pepinillos o cebolletas, y brindar como si las palabras, los vasos en alto y los tragos de vodka pudieran realmente mejorar el mundo.

La portada del libro.

La portada del libro.

Un apunte biográfico

Sara Gutiérrez nació en Oviedo en 1962. Es médico, traductora del ruso, escritora y periodista. Premio Extraordinario de Medicina de la Universidad de Oviedo, se especializó en Oftalmología en Járkov, Ucrania (1989-1992) y Moscú, Rusia (1992-1995), estudios homologados en España en 1996. En 2006 cofundó la agencia Ingenio de Comunicación, Contenidos y Divertinajes. Es autora de obras como “Retinosis pigmentaria. Clasificación y tratamiento”, y coautora, con Eva Orúe, de “Rusia en la encrucijada”, “Historias de miopes”, “Locas por el fútbol”, “Mujeres contra la guerra” y “Padres e hijos”, y, con Manuel Gutiérrez Torre, de “Cocina para embarazadas”.

Una cita conveniente

“Seguramente, para esas fechas, algunos analistas políticos (pocos, los más sinceros y avisados) ya se habrían dado cuenta de que el Nuevo Tratado de la Unión no era otra cosa que el paso previo a la disgregación absoluta de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); sin embargo, los hijos de la Revolución seguían sin imaginarse la que se les venía encima, y ni los procesos electorales seudodemocráticos anunciados en los noticieros ni las pintadas que comenzaban a ilustrar los paredones de la ciudad les decían nada”.

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