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Forma y función

La democratización de la tecnología de las vacunas

Veo en los jardines públicos más tulipanes que nunca. Y de más colores. Quizá celebren la proteína de la espícula. En química se representan los compuestos mediante fórmulas: letras que designan los elementos, números por la valencia, rayas por los enlaces. Una representación lineal o como máximo bidimensional, como ocurre con aquellas que tienen anillos. Pero en la realidad, el mundo molecular es tridimensional. Las proteínas son las que más dependen de su forma. En el estado natural, la de la espícula del coronanavirus, tiene forma de tulipán. Como es la principal en la producción de la respuesta inmunológica, pronto se pensó en usarla para crear vacunas. Se intentó en la epidemia de MERS en 2015. Pero se vio que nada más inyectarla adoptaba forma de jabalina. Su composición química era idéntica; sin embargo, ya no producía inmunidad.

Recuerden que un gen se define porque produce una proteína. Y una proteína es un conjunto de aminoácidos. Hay, con excepciones, 20 aminoácidos en total que compartimos los seres vivos. Porque reflejan la estructura del ADN: 3 nucleótidos codifican un aminoácido. Los nucleótidos son las famosas letras A, T, C, G. El ARN se aparea con el ADN y reconoce dónde empieza una proteína y donde acaba: hace una plantilla. Ya fuera del núcleo donde está el ADN, se introduce en el ribosoma. Es la fábrica de ladrillos, así se llama gráficamente a las proteínas porque estamos hechos de ellas. También ayudan en las reacciones químicas y forman parte de algunas hormonas y neurotransmisores. Las proteínas son, junto con los hidratos de carbono y las grasas, los carburantes. Aunque estas apenas se usan. Son muy caras, metabolizarlas es costoso, producen menos energía que los otros y para acabar, mientras grasas y azúcares solo contienen carbono, oxígeno y agua, fácil de evacuar por los pulmones y orina, las proteínas contienen nitrógeno, un reto metabólico que resuelve el hígado creando urea.

Volviendo a la de la espícula, tiene 1.273 aminoácidos, nada menos. El grupo de McLellan lleva trabajando en esta proteína desde hace años, con más fracasos que éxitos. Hasta que dieron con la clave para su objetivo: colocar, sustituyendo otros, dos aminoácidos prolina. Así consiguen que fuera indeformable. Fue la llave para las vacunas más innovadoras. Sin las investigaciones de McLellan nunca se hubieran producido en tan poco tiempo las vacunas ARN, las que más éxito tienen.

Ahora el grupo ha diseñado una proteína de la espícula con 6 prolinas, más estable, más inmunogénica. Y la Universidad de Texas, donde ahora trabaja, no exige royalties a los países en desarrollo: quieren que allí se produzca vacuna.

Pero hacerla con el método de Moderna o Pfizer exige una tecnología, un laboratorio muy sofisticado. Nunca se podría exportar. Al rescate el huevo.

Todos los años se producen cientos de millones de vacunas contra la gripe, muchos en países en vías de desarrollo. No se precisa un laboratorio complejo. Se inyecta el virus en el huevo y allí se reproduce exponencialmente. El siguiente paso es conseguir que no infecte pero que despierte la inmunidad. Puede ser un virus muerto, como el de Salk o atenuado, como el de Sabin. Son las dos vacunas de la polio, casi llegaron a la vez. En España preferimos la de Sabin porque es oral y esos virus atenuados que se excretan con las heces producen inmunidad a través de las aguas de bebida. O la producían en aquella España de la década de 1960 cuando apenas se trataban las aguas residuales. El virus de la polio es feco-oral, como el de la hepatitis A. Ambos apenas producen enfermedad si se contrae en la lactancia. Pero en la niñez y adolescencia son más agresivos. Por eso, a medida que mejoraba la higiene, más niños salían de la lactancia sin inmunizar y se producían parálisis infantil y hepatitis.

Pues siguiendo la técnica, se está creando vacuna en huevos y abriendo la posibilidad de que pronto cualquier país se autoabastezca. La tecnología se sofistica. En la investigación de la vacuna contra el Ébola se empleó un virus, el de la enfermedad de Newcastle que no afecta a los humanos. En ese virus se inserta el gen que codifica la proteína de la espícula, pero modificada tal como diseña McLellan. Y como es un virus aviar, en sus huevos se reproduce infinitamente. Cada uno de ellos será un excelente portador de inmunidad.

Esta epidemia ha acelerado la tecnología de las vacunas. Y la ha democratizado. Todo ocurre en muy poco tiempo, paradójicamente, en momentos turbulentos. Así ocurrió con la penicilina. Aislada en 1928 por Alexander Flemming, no se produjo comercialmente hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se aceleró su necesidad para curar las heridas.

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