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Diez ideas para que Asturias, el paraíso natural, evite acabar convertida en un desierto verde sin gente

Diez propuestas de acción sobre el territorio rural asturiano para atajar la imparable recesión demográfica que ya se está traduciendo en un brutal deterioro paisajístico y una pérdida de riqueza económica y cultural

La huella de 61 años de despoblamiento | En la fotografía puede verse este impacto en los Invernales de Pandefresnu, en el parque natural de Redes (imágenes de Javier Sánchez Suárez de 1956 y de José Antonio González de 2017).

¿Cómo evitar que Asturias, el paraíso natural, acabe convertida en un desierto verde sin gente? ¿Cómo frenar la sangría demográfica más acusada de una región en Europa? Ésa es, desde hace décadas, la pregunta del millón en Asturias. El geógrafo José Antonio González, profesor de la Universidad de Oviedo, uno de los expertos que compareció recientemente en la Junta en la llamada “comisión del reto demográfico” aporta diez propuestas de acción, para pasar de la teoría a la praxis sobre el territorio.

El cierre gradual y la simplificación de los mosaicos paisajísticos a favor del avance imparable de un “paraíso matorral” que engulle construcciones, cultivos, prados y pastizales es una de las manifestaciones más evidentes de la despoblación en Asturias. En la fotografía repetida puede verse este impacto en los Invernales de Pandefresnu, en el parque natural de Redes (imágenes de Javier Sánchez Suárez de 1956 y de José Antonio González de 2017).

Hablar de reto demográfico en Asturias implica por definición abordar la problemática de la despoblación rural como una de sus manifestaciones principales, un desafío que trasciende aquí del hecho poblacional (envejecimiento, masculinización, ausencia de natalidad…) y se convierte en una crisis del modelo de región, que además concurre con otros grandes desafíos a los que está también estrechamente ligada, como la transición ecológica.

El proceso de despoblación en Asturias es un proceso histórico, del que los geógrafos llevamos hablando desde hace tiempo, mucho antes de que Sergio del Molino acuñara la mediática “España vacía”; por ello, conviene conocer sus orígenes y saber cuáles fueron las causas que lo desencadenaron. La sangría demográfica de los núcleos rurales arranca a finales del siglo XIX con la emigración a ultramar y hace sus mayores estragos con el éxodo rural desarrollista de mediados del siglo XX. La emigración como proceso selectivo se llevó a los jóvenes y a las mujeres, a los más capaces, dejando unas poblaciones debilitadas en cantidad y profundamente envejecidas, germen del actual proceso de despoblación del medio rural por agotamiento demográfico, es decir, porque mueren más que nacen.

Desencadenantes de la espantada

No está de más recordar cuales fueron en parte los desencadenantes de aquella espantada desde nuestras aldeas hacia los centros urbanos regionales, nacionales y europeos, y ver en qué medida hemos conseguido corregir las deficiencias que la motivaron, tales como: el minifundismo agrario, una indefinida propiedad comunal de la tierra, la baja rentabilidad de las actividades rurales o un modelo de poblamiento disperso con dificultades de accesibilidad, vertebración territorial y prestación de servicios básicos, entre otras. Limitaciones estructurales que, en diferente grado de intensidad, contexto y alcance, siguen persistiendo hoy en gran parte de la Asturias rural, y a las que se suma la ausencia de una ordenación territorial equilibrada de las diferentes piezas regionales. Esta última se acrecienta desde mediados del siglo XX, fruto de la imposición de un modelo de concentración de empleo, inversión, servicios y efectivos demográficos que generó profundos desequilibrios en la distribución de la población tanto a nivel nacional como regional. Así, 6 de los 78 municipios asturianos, que representan entorno al 7% de la superficie, concentran más del 70% de la población en el área central. Ilustrativos son los contrastes existentes en cuanto a densidades de población, con valores parroquiales tan dispares como los 3.500 habitantes/km2 de la Pola (Siero) o los 1 habitantes/km2 de Tarna (Caso).

Desiertos demográficos

El proceso de despoblación es por tanto un proceso de largo recorrido, que en 1986 ya dejaba alrededor de 500 entidades de población deshabitadas y que a fecha actual nos lega un poblamiento que participa de los desequilibrios señalados, al cual nos podemos aproximar a partir del concepto de “entidad singular de población” (siendo conscientes de sus mayores limitaciones que virtudes para el análisis). Asturias cuenta, según datos del Sadei para el año 2020, con un total de 6.342 entidades singulares, de las cuales 755 están deshabitadas (un 12%), encabezando el ranking nacional de despoblados, tan solo por detrás de Galicia. Pero el problema no acaba aquí, pues un 5% de las mismas tienen solo un habitante y un 49% tienen menos de diez residentes (siendo este valor uno de los umbrales de resistencia al poblamiento); a su vez, un 30% de nuestras parroquias son desiertos demográficos (menos de 10 habitantes/km2), lo que en conjunto da idea de la magnitud del fenómeno que estamos analizando. Cabe señalar la prudencia con que se deben tomar los datos oficiales (censos y padrones), que a esta escala se ven contaminados por fenómenos de falso empadronamiento, como hemos comprobado cruzando cartillas médicas y empadronados, con diferencias de hasta un 50%, de tal manera que muchos núcleos en riesgo de vaciamiento posiblemente ya sean despoblados reales.

Dos claves

Los datos nos muestran dos cuestiones claves a la hora de afrontar la despoblación del medio rural: que su distribución no es homogénea en el territorio y que es necesario un estadiaje del riesgo de vaciamiento de las entidades de población. La primera de ellas evidencia la necesidad de una reflexión profunda sobre el modelo de región que queremos, que invita a potenciar las cabeceras comarcales y villas como centros de actividad y acercamiento de servicios, que hagan las veces de franjas de amortiguación de los procesos de erosión demográfica del medio rural, frente a las actuales tendencias a la hipertrofia urbana central. La segunda cuestión nos obliga a trabajar por debajo de la escala del municipio para conocer realmente el alcance del proceso, sus grados de evolución y posibles soluciones. Trabajar desde esta óptica nos hará entender que la actual estructura de poblamiento no se puede sostener con el cuadro demográfico que tenemos, y que quizás debamos centrar nuestros esfuerzos en tejer una malla equilibrada de núcleos de población en el territorio, con aquellos que a día de hoy presentan cierto grado de viabilidad, siendo conscientes de que los despoblados van a existir y que es mejor que lo sean de forma ordenada.

Soluciones imaginativas

Este panorama nos invita a ser imaginativos y ensayar nuevas fórmulas de poblamiento rural acordes a las necesidades actuales. Para las aldeas con mayores dificultades, desligar lugar de residencia de lugar de trabajo mediante movimientos pendulares diarios desde las villas, como sucede en las grandes urbes y sus periferias urbanas, podría ser una solución. En la misma línea, sería de gran ayuda apostar por una descentralización rural de la Administración pública en todas aquellas actividades y servicios que tengan que ver con el medio rural, al igual que promover una deslocalización rural de la actividad empresarial que se abastezca de materia prima con origen en el campo. Ambas iniciativas ayudarían a generar actividad y asentar población más allá del área central, a la par que reducir considerablemente la huella ecológica de nuestro sistema territorial, contribuyendo a su reequilibrio y sostenibilidad.

Consecuencias negativas

Hablar de despoblación rural implica también dar cuenta de sus consecuencias negativas, que van más allá del simple deterioro del espacio edificado, con afecciones en el plano medioambiental, económico y sociocultural. De todas ellas, posiblemente sea la transformación del paisaje rural la que, por su carácter transversal, las englobe todas. A consecuencia del despoblamiento y de la pérdida de actividad agraria, los ricos y variados mosaicos paisajísticos, seña de identidad del mal llamado “paraíso natural”, y que son fruto de la inserción armónica de los diferentes componentes de la aldea (hábitat, espacios de cultivo, prados de siega, sotos de castaños, pastizales y áreas de bosque), van dando paso a un proceso de cierre gradual del paisaje en el que matorral y arbolado se convierten en elementos dominantes, sin ningún tipo de orden ni concierto, con las implicaciones que ello supone.

En primer lugar, tenemos que hablar de la vulnerabilidad y del descenso en la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas (resiliencia) del conjunto del territorio, y más en un contexto de cambio climático, facilitador de los grandes incendios forestales y de la progresión de plagas, que encuentran en estas vastas superficies forestales sin gestión el caldo de cultivo perfecto para su expansión. No menos importante es la pérdida de la capacidad productiva del territorio en lo tocante a la provisión de alimentos sanos y de calidad, la llamada seguridad alimentaria; amenaza latente que se agrava también con el cambio climático, en un contexto de pandemia y con la pérdida de la rica agrobiodiversidad local que conformaba históricamente nuestros variados paisajes agrarios. En relación con ello, y como consecuencia de los procesos de envejecimiento y ausencia de relevo generacional que preceden a la despoblación, está otro aspecto de interés para la gestión óptima del territorio, la pérdida del conocimiento ecológico local, que, transmitido de generación en generación (durante siglos), desaparece cuando fallecen sus últimos guardianes rurales. Sin embargo, son cada vez más las voces que desde la ciencia confirman que es uno de los mejores mecanismos de adaptación al cambio global, y que debería ir de la mano de los avances tecnológicos para una gestión integral y eficiente de los recursos naturales.

En síntesis, cabría decir que la despoblación no es una cuestión ligada exclusivamente al medio rural, sino que lleva aparejada la pérdida de la capacidad de provisión de servicios ecosistémicos al conjunto del territorio, en el marco de una sociedad mayoritariamente urbana que con frecuencia no es consciente del origen de los mismos y, lo que es peor, piensa que los tiene garantizados de por vida. Baste recordar que la mayor parte de las emisiones que se generan en nuestra área central, una de las conurbaciones urbanas con mayores índices de contaminación atmosférica del país, se reciclan en las áreas rurales, proceso en el que los mosaicos paisajísticos son uno de los sumideros más eficientes y seguros de CO2.

Un decálogo para actuar

Revertir la situación descrita, en la que la crisis demográfica se superpone a la propia de la sociedad rural, implica desarrollar acciones encaminadas a poner freno a los procesos de despoblación, centrando nuestros esfuerzos en retener a sus actuales habitantes, y en especial a las mujeres y los jóvenes, tanto o más que en asentar nuevos pobladores. Dentro de estas acciones de urgente aplicación, que se deben articular en una estrategia integral, cabe destacar:

  1. La integración urbano-rural que equilibre la estructura territorial, donde la construcción del área metropolitana central debe ir inexorablemente acompañada de una integración de la Asturias rural, pues si el proyecto se limita a reforzar la tendencia dominante a la concentración, sus efectos pueden suponer la puntilla definitiva del medio rural.
  2. La conectividad territorial (tierra, mar y aire) que permita una utilización eficiente de los recursos y garantice la igual de oportunidades en la prestación de servicios básicos, con especial atención a la supresión de la brecha digital.
  3. La conservación y fomento de nuestros sistemas agrarios de alto valor natural como elementos multifuncionales clave, tanto para la producción de alimentos de alta calidad como para la provisión de servicios ecosistémicos.
  4. La reordenación productiva de los usos del suelo, y en especial de ese 70% de Asturias que es monte y ese 50% que son comunales en sus diferentes variantes, y que se han convertido en “tierra de nadie”. Paralelamente, se han de recuperar, proteger y poner en explotación agraria los escasos terrenos de alta productividad agrícola (suelos de vega).
  5. La diversificación productiva inteligente de nuestras aldeas, en función de su vocación ecológica y de la tradición productiva local, bajo criterios de retroinnovación que permitan traer a colación lo mejor del pasado a través de los avances tecnológicos presentes y futuros.
  6. El desarrollo de una agroindustria rural que permita la transformación óptima de nuestras materias primas y la implementación de canales cortos de comercialización, que fijen el valor añadido de las producciones en origen y aumenten la rentabilidad de nuestras explotaciones.
  7. El desarrollo local participativo y el empoderamiento de las comunidades locales en la ordenación, gestión y custodia del espacio propio.
  8. Una desburocratización en favor del emprendimiento, amparada en una revisión, simplificación y adaptación de la legislación a la casuística rural, que nos permita pasar de “un paraíso de mírame y no me toques” a una región construida y conservada socialmente bajo criterios de sostenibilidad ambiental, económica y cultural.
  9. El fomento del emprendimiento y la formación en capacidades que permitan poner en valor nuestros recursos locales, siendo la transferencia del conocimiento una cuestión clave.
  10. La urgencia de un cambio de mentalidad, en especial en las generaciones jóvenes, que se ha de cultivar en todas las etapas educativas, y orientar a la recuperación del orgullo rural y a la presentación del campo asturiano como un espacio de oportunidades, tal cual lo han hecho otras regiones europeas que han ganado la batalla al despoblamiento.

En definitiva, solucionar el problema de la despoblación rural en Asturias, implica abordar una serie de asignaturas pendientes que no podemos dejar correr otra convocatoria, cuya superación lleva implícito el paso incuestionable de la teoría a la praxis territorial.

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