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Arquitectura personal
Ramón Madera Ingeniero de Minas

“Mi padre me quiso ingeniero agrónomo por su hijo muerto en la guerra”

“Juan Carlos de Borbón visitó el campamento del Frente de Juventudes y cuando marchó la jefatura lo ridiculizó, me sentó mal y protesté”

El ingeniero Ramón Madera, en Oviedo, donde vive desde hace 54 años. LUISMA MURIAS

Ramón Madera (Moreda, 1939) fue número uno de su promoción en la Escuela de Minas de Madrid y de unas cuantas cosas más, pero no presume porque dice que no le costaba serlo.

Afirma que le gusta trabajar en trabajos de hacer cosas y lo ratifica que se jubiló hace tres años en Ingemas, empresa de la que fue consejero, pero la carrera que le dio fama fueron sus 26 años en Hunosa, donde entró desde Nespral y Compañía y recorrió el escalafón desde la jefatura del pozo Sotón hasta la dirección de los grupos Siero y Nalón y la gerencia de la Hullera del Nalón. En 1982 fue consejero delegado, número dos del escalafón, cargo que desapareció con la presidencia de Gómez Jaén, y pasó a dirigir la térmica de La Pereda durante tres años. Dejó la empresa a los 56 años, varios después de tener derecho a jubilarse.

En su juventud fue atleta y futbolista, y a lo largo de su vida no ha dejado el deporte.

Está casado, tiene cuatro hijos (los dos varones, ingenieros de minas, aunque asegura que no intervino en esa elección) y siete nietos.

Ha vivido en Moreda y Sama, vive en Oviedo y veranea en Candás.

–Nací en 1939 en Moreda, barrio de Sotiello. Mi padre enviudó dos veces. Su primera mujer duró pocos meses. Después se casó con una hermana de mi madre, con la que tuvo dos hijos: José Ramón Madera Fernández, que se llamaba igual que yo, al que mataron en el frente de Teruel durante la guerra, y Maruja, diez años mayor que yo. Mi padre enviudó y se casó con su cuñada, mi madre, con la que tuvo cuatro varones. Yo soy el mayor. Luego vinieron Franchi, que murió hace dos años, Vicente y Camilo.

–Su padre era el sindicalista amarillo Vicente Madera Peña.

–Era picador en la antigua Hullera Española y cuando surgió el Sindicato Católico Minero lo acabaron eligiendo secretario general. El sindicato tenía mucha implantación en la cuenca del Aller y alguna fuera, menor. Después de la guerra peleó en vano por mantenerlo y tuvo con dos socios en una pequeña mina, Sierro Negro, en Piñeres, concesión de Duro-Felguera.

–¿Fue buen sustento?

–Estudiamos todos internos y vivimos sin agobios. En aquella época no sobraba de nada, pero en casa no faltaba. Siendo yo chaval, fue alcalde de Aller e hizo el primer campo de fútbol y gran parte de la renovación de la red eléctrica del concejo. Lo echó Marcos Peña Royo cuando llegó de gobernador civil.

–¿Cómo era su padre en casa?

–Muy familiar y cariñoso, pero de la época, sin demostrarlo. Me llevaba 44 años. Siempre estuvo muy preocupado de los estudios para que fuéramos hombres de provecho. De vida metódica, murió a los 83 años, en 1973.

–Era primo de Ramón González Peña, minero, socialista, líder revolucionario de 1934.

–Sí. Tenemos relación con alguno de la familia que no marchó a México. A Manolo lo salvó de la pena de muerte y logró sacarlo de un campo de trabajo en Galicia. Me acuerdo de cómo lloraba en casa el día en que vino a darle las gracias a mi padre.

Era el número uno de la clase, y, cuando sacaba el dos, mi padre me escribía: “Las notas de esta quincena, muy buenas, pero no se te olvide que hay un número uno”

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–¿Cómo era el ambiente ideológico en su casa?

–Católico cumplidor sin misticismo. Sufrimos muchos efectos de la guerra y él fue muy perseguido al principio. Mi madre y mi tía hablaban algo de la guerra, pero había que sacarlo a gancho.

–Hable de su madre.

–Rosa, de Boo, casi veinte años más joven que mi padre, quien, como se conservaba bien, se quitaba años que le ponía a ella. Era maestra y había ejercido en Maraña (León), hizo la oposición y sacó Madrid. La guerra la encontró de vacaciones en Asturias. Se casaron en 1938 y se dedicó a la casa. Era muy cariñosa y el alma de la familia. Perdió dos niños al poco de nacer.

–¿Los recuerda?

–No los conocí porque nosotros estábamos en León secando una mancha en el pulmón de cuando había tuberculosis. Asomábamos por la ventana del hotel Regente y veíamos carros con caballos por la capital.

–¿Cuántos vivían en su casa?

–Además de mis padres y de los cinco hijos, una hermana de mi madre, Queta, y su marido, Eladio. No tuvieron hijos y fueron unos segundos padres.

–¿Dónde estudió usted?

–Empecé en “Los baberos”, en Caborana. Mi madre me había enseñado las primeras letras. Mi ilusión era jugar con una pelota grande, blanca, con el escudo del Oviedo, que trajeron los Reyes. Jugaba en la carretera porque no había más coche que el de Manuel Trapiello, facultativo de minas, socio de mi padre.

Ramón Madera. Luisma Murias

–A los 9 años marchó interno.

–A la Inmaculada, los jesuitas de Gijón, hasta Preuniversitario. Compartí durante siete años la misma mesa con Manolo Galé y otros dos. Fui capitán del equipo de fútbol del colegio y el de los participantes en los Juegos Escolares. Fui a competir a Madrid en sexto y Preu. Corría en 80 y 150 y fui campeón de Asturias hasta que Melanio Asensio destrozó los registros.

–¿Qué tal de interno?

–Lo pasé bomba. Era duro, pero fui buen estudiante. Era el número uno de la clase, y, cuando sacaba el dos, mi padre me escribía: “Las notas de esta quincena, muy buenas, pero no se te olvide que hay un número uno”. Había una visita trimestral de padres. En el último curso logré salir solo a entrenar algún domingo a Viesques, que era el campo de maniobras de los soldados de Gijón.

–¿Qué adolescente fue?

–En vacaciones iba a Moreda, donde los de mi edad éramos del Frente de Juventudes para jugar al billar, al futbolín y al pimpón. En verano íbamos a bañarnos al pozu de La Madreñera. Con 17 años no hacíamos vida de bar ni andábamos con moces. Los de mi pandilla se casaron de milagro, pasados de edad. En verano íbamos de campamento.

–¿Ideológicamente, le decía algo el Frente de Juventudes?

–No, pero confieso mi pecado. El jefe del Frente de Juventudes, amigo de la familia y factor del Vasco, me dijo que tenía que ser jefe de falange, saqué el curso, fuimos de campamento y me dijo que al año siguiente tenía que ser jefe de centuria. Y fui jefe de la expedición de Asturias, dormimos en el andén de Venta de Baños y nos llevaron a Covaleda. Ese año invitaron a Juan Carlos de Borbón a ir al campamento. Éramos 500. Comió con chavales y yo estuve en su mesa. Le preguntamos adónde iba luego y dijo que a Burgos, que le iban a enseñar la catedral, “con la gana que tengo de ir a Estoril, a la playa”.

–¿Qué le pareció?

–Como nosotros. Marchó por la tarde y la jefatura organizó un poco de comedia ridiculizándolo. Me sentó mal y protesté que para qué lo habían traído. Al final del campamento había una clasificación que daba derecho a una condecoración. Yo iba a ser el uno y fui el dos. La condecoración me daba igual: iba por estar 20 días al aire libre, pero soy muy germanófilo y lo que hago lo hago bien.

–Acabó Preu en 1956 y...

–Mi hermano José Ramón, muerto en la guerra, acababa de empezar a estudiar en 1935 ingeniero agrónomo en Madrid y mi padre me dijo: “Tienes que ser ingeniero agrónomo”. Fui a Madrid y busqué el colegio mayor de los jesuitas, Nuestra Señora del Buen Consejo. Estaban José Ramón Álvarez Rendueles, que fue director del Banco de España, y Antonio Bernardo Sirgo, consejero delegado de Duro-Felguera. Preparé el ingreso en una academia.

–Un duro examen de acceso.

–De dos grupos de matemáticas. El primer año no aprobé ninguno. El segundo, aprobé el primero, pero, al suspender el segundo, no valía nada. La gente entraba después de tres, cuatro, cinco años.

–¿Se enteró de Madrid?

–No. Un día del fin de semana iba al cine –me invitaban a las comedias porque reía mucho– y a jugar al fútbol con el equipo del colegio mayor. El campeonato universitario era muy serio.

En la academia me di cuenta de que el 95% de los alumnos eran andaluces y extremeños y distinguían el trigo de la cebada, mientras que yo no diferenciaba un eucalipto de un pino"

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–¿Le frustraba suspender?

–Era lo normal. Ingresar era un éxito. En la academia me di cuenta de que el 95% de los alumnos eran andaluces y extremeños y distinguían el trigo de la cebada, mientras que yo no diferenciaba un eucalipto de un pino. Al acabar el segundo año entró un nuevo plan de estudios de Ingeniería.

–¿Qué cambiaba?

–Hacías un curso en una Universidad y un selectivo, y si aprobabas los dos, podías empezar primer curso en la escuela. Aproveché y le dije a mi padre que yo de lo que sabía era de la bocamina donde jugaba de crío y que quería cambiar a Minas. Y aceptó.

–¿Quería ser ingeniero?

–Me gustaba algo que fuera de hacer y la minería porque la viví.

–Socialmente, el ingeniero era un príncipe.

–Moreda era peculiar. Algunos ingenieros no vivían allí y algunos directivos estaban en gueto, pero con los ingenieros de a pie no había diferencia. Fue el pueblo de donde salieron más ingenieros antes de que hubiera escuela en Oviedo, por la obsesión de los mineros de educar a los hijos. La academia Aller, famosa por muchas cosas, forjó universitarios.

Ramón Madera. Luisma Murias

–Tropezó dos años con el duro ingreso en la ingeniería en Madrid.

–Hice selectivo de Ciencias en Oviedo hospedado en la residencia Claret, en la iglesia del Corazón de María. El fin de semana iba a Moreda. Me valieron mucho los dos años de matemáticas de Madrid, aprobé el selectivo y volví a la Escuela de Minas de Madrid a un curso de iniciación durísimo que aprobé en junio. El grupo de asturianos tomábamos un vino en Ríos Rosas al salir de clase y a estudiar. Después empecé primero. En el colegio mayor había ambiente cultural, teatro, cine-club, cuyo impulsor era mi hermano Franchi, conferencias... Al final de mi estancia del colegio mayor yo era el jefe para los estudiantes. Ese año los jesuitas vendieron el colegio.

–A los 21 años ¿tenía novia?

–Antes del verano se organizó una fiesta un sábado en el colegio mayor. Uno de los llamados “los gijonudos”, Antonio Bernardo Sirgo, me preguntó con qué moza iba a ir, dije que no tenía y su amigo Antonio prometió encargarse de eso. Ese sábado quedamos en Correos, en Cibeles y apareció con Juani, que es mi mujer. 

–¿De dónde es?

–De Tetuán, hija de un funcionario del antiguo protectorado. Cuando estaba en el campamento de la milicia universitaria nos escribimos alguna carta. Nos hicimos novios formales en el segundo año de carrera. Ella tenía 18 años y en su casa eran tan puntillosos con lo de llegar a las 10 que perdimos el final de algunas películas del cine. Trabajó de secretaria en una empresa de motores.

Moreda fue el pueblo de donde salieron más ingenieros antes de que hubiera escuela en Oviedo, por la obsesión de los mineros de educar a los hijos. La academia Aller, famosa por muchas cosas, forjó universitarios"

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–¿Dónde hizo la milicia?

–En Monte la Reina. Me adapté muy bien. Me cabreaba con la gente porque soy prusiano y me tiraba desfilar bien. Acabé de alférez y me dieron la espada.

–¿Le gustó la carrera?

–Sí. En cuarto elegí la especialidad de laboreo de minas. Éramos 20. Daba voluntario la lección. En vacaciones hice prácticas en el pozo San Antonio. No se pagaban, pero aprendí y los ingenieros de la Hullera Española me invitaron a alguna “compuesta” en “La Bombilla” [pista de baile]. En quinto fui el número 1 de mi promoción.

–¿Y empezó a trabajar?

–Había venido de vacaciones de Semana Santa y el miércoles llamaron a casa porque había unos cuantos ingenieros comiendo en Mieres y uno de ellos estaba interesado en contratarme. Cogí el Vasco de las 6 y cuando llegué a la sobremesa Martín Gabilondo me propuso trabajar en una empresa de organización de minas, Ingeco Gonbert. Aprendería mucho, me pagaría 18.000 pesetas, más del doble de lo que cobraría en Duro Felguera y Fábrica de Mieres, más gastos si tenía que desplazarme. Pregunté cuándo empezábamos y me dijo “mañana”. Al día siguiente era Jueves Santo. Sacó las llaves de su Seat 600 y me dijo que fuera a Moreda a hacer las maletas. Tenía carné, pero apenas había conducido y fui de Mieres a casa con el freno de mano echado. 

–Ja, ja, ja, ja.

–Cuando volví, mi futuro jefe estaba muy animado. Casi había oscurecido cuando me dijo “conduces tú”. Se durmió enseguida y al poco de empezar la subida de Pajares encontré un camión que no había manera de adelantar, se me caló el coche y no fui capaz de arrancarlo. Tuve que despertar a Martín. Se puso a conducir. A los 5 minutos de pasar el Rabizo nos paró la guardia civil pero entonces no multaban por beber. Dormimos en León. Como había prisa por llegar a Madrid quedamos a las 6 de la mañana. A las 5 yo estaba en pie. Dieron las 8 y él no bajaba. Pensé “éste murió y nadie sabe que me habían contratado”. Llamé y me dijo “ahora bajo”. A las 11 arrancamos. Llegamos a Madrid a la una y media y me citó el lunes.

Empecé en Ponferrada, de jefe, y me defendía por lo que había visto, sin que nadie me enseñara. A los dos meses fui a Minas de Tarsis, en Huelva, una explotación a cielo abierto. Como había tantos traslados mi novia y yo decidimos casarnos"

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–¿El trabajo respondió a sus expectativas? 

–El departamento éramos el jefe y yo. Empecé en Ponferrada, de jefe, y me defendía por lo que había visto, sin que nadie me enseñara. A los dos meses fui a Minas de Tarsis, en Huelva, una explotación a cielo abierto. Como había tantos traslados mi novia y yo decidimos casarnos. Lo planteé en casa a través de mi hermana, por el verano, y nos casamos en Madrid en octubre de 1955. Mi mujer dejó de trabajar y nos fuimos a vivir a El Alosno, en la sierra de Huelva, famoso por Pedro Carrasco y por los fandangos. En Huelva había dos cafeterías y un restaurante.

–Pronto volvió a Asturias.

–Tenía trabajo en Nespral y compañía, en El Entrego. Me desbravaron en Coto Musel y quedé de ingeniero auxiliar hasta que nos integramos en Hunosa a finales de 1968. Viví en Sama de noviembre de 1966 a 1980.

–Estuvo en Hunosa 26 años. 

–Mi primer trabajo fue jefe del pozo Sotón, el que más disfruté. Era un pozo precioso, muy grande, con mucha producción, probablemente el mejor de los que se integró en Hunosa. Pensé que estaría allí muchos años. No fue así.

–Cambió de cuenca.

–Me llevó de jefe de producción a Mieres Alfonso García Argüelles, el jefe que más quise, también de Moreda. Allí dejé de fumar aunque allí no había más que putadas y disgustos. Era 1974 y había cada día encierros y huelgas. Me tocó la readmisión de los despedidos y cuando recibí a Gerardo Iglesias me dijo: “ya verá que no tengo rabo ni cuernos”. Una vez, por orden de Mamel Felgueroso el presidente de Hunosa, (José Manuel Fernández-Felgueroso) bajé con Gerardo a sacar unos que llevaban tres días encerrados del pozo San Nicolás. De camino al taller donde estaban, Gerardo me dijo: “Ramón, si no sacamos a estos van a echate a ti y a mí”. Salieron.

Mi primer trabajo fue jefe del pozo Sotón, el que más disfruté. Era un pozo precioso, muy grande, con mucha producción, probablemente el mejor de los que se integró en Hunosa. Pensé que estaría allí muchos años"

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–Le “echaron” muchos años después.

–A los 56 años. Yo advertía a todos los presidentes que no quería jubilarme. Era director general de producción, después de haber llevado diversificación, y directivo del INI desde hacía 20 años, pero vi que el presidente quería que me jubilara y acepté hacerlo el 31 de diciembre para formar a mi sustituto, un ingeniero naval, que no apareció en el mes y medio que quedé.

–Pero siguió trabajando.

–En 1995 entré en Ingemas, una ingeniería de la que era socio mayoritario Babcock & Wilcox, que era del INI, y en la que conocía gente de cuando la construcción de la Pereda. Entré de consejero, pero dije que quería trabajar y allí estaba de 9 de la mañana a 7 de la tarde. Luego me hice con una pequeña participación en Ingemas y nos compró TSK, a la que me incorporé como consejero de Ingemas. Trabajé hasta los 78 años, 2018. Llevo bien la jubilación.

–Usted tiene cuatro hijos.

–Bastante seguidos: Mónica, que ya nació en Oviedo, José Ramón, luego perdimos un crío que murió al nacer y después vinieron Irene y Nacho.

Creo que la vida me trató muy bien. Me dio dos cosas impagables: la familia y el trabajo. No un empleo concreto sino trabajo; siempre me gustó trabajar"

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–Fue un padre presente?

–En la época de Hunosa, no; era muy absorbente. Mis hijos decían a mi mujer “hoy papá tiene cara de Hunosa”. Mi mujer llevó siempre la riendas, pero fui presente. No quise intervenir en la carrera de ellos. La mayor hizo Magisterio y se especializó en música. José Ramón y Nacho son ingenieros de Minas e Irene es economista. Tengo 7 nietos. Tres casados y e Irene, separada, sin hijos.

–¿Qué tal cree que le trató la vida?

–Muy bien. Me dio dos cosas impagables: la familia y el trabajo. No un empleo concreto sino trabajo; siempre me gustó trabajar. 

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