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Arquitectura personal
Francisco J. Bastida Catedrático de Derecho Constitucional

“Santiago era una aldea, y Derecho, la carcunda”

“En mi colegio había mirilla en las puertas y si te veía el bedel hablando entraba en clase y te castigaba; el fiscal del menor hoy tendría mucho que decir”

Francisco Bastida, con su bicicleta. Irma Collín

Un gallego que llegó de Barcelona y se integró en la región y en la ciudad


Francisco José Bastida Freijedo (La Estrada, Pontevedra, 1951), catedrático de Derecho Constitucional, ha llegado a la edad de jubilación en la Universidad de Oviedo, “pero pediré el emeritaje para dar unas clases. La Universidad me jubila, pero yo no me jubilo de la Universidad. También asesoro a la DGT, he redactado enmiendas a la ley de Tráfico y al reglamento de circulación y no descarto escribir una novela”.

Llegó a Oviedo desde Barcelona en 1978 para dar clase de Derecho Constitucional cuando se estaba redactando la Constitución y en esta ciudad, que le espantó al llegar, nació su único hijo, Luis, ha vivido con su primera y su segunda esposa y se ha integrado en la región como participante en la elaboración del Estatuto de Autonomía, ha estado en la Comisión Mixta de Transferencias y en el Consejo Consultivo y colaboró con Oviedo en la redacción del “plan 30” para la circulación de bicicletas, un medio de transporte que usa.

Su mujer, Teresa, médica, se jubiló el año pasado, prolongó su actividad para atender la organización de protocolos del covid.

Tienen pendientes viajes imaginados durante el estado de alarma.

Tiene dos nietos, de 10 y 3 años.

Después de hablar un rato hay frases en las que le cae un suave deje gallego.

–Nací en La Estrada (Pontevedra, 1951), tercero de una familia de siete hermanos que era un matriarcado gallego. Los tres primeros varones nos criamos juntos. Luego hay dos mujeres y, después, dos varones.

–¿A qué se dedicaba su padre?

–Ángel tenía un comercio de ultramarinos al por mayor, Justino Bastida e Hijos, que montó el abuelo, castellano. Era el pequeño y el listo de los hermanos. No hizo la guerra, ayudó a su padre conduciendo camiones con 15 años y sabiendo la mecánica. Tenía un Renault Mariscal y le vi arreglar el embrague con un kilo de azúcar. Puso un taller con un mecánico. Fue el distribuidor del butano en La Estrada y Lalín y tuvo transporte de camiones.

–¿Cómo era el comercio?

–Tenía muchas botellas expuestas, hojas de bacalao en salazón, panderetas de arenques y sardinas y, en Navidades, una enorme serpiente de mazapán que vendía en trozos. Tuvo la fábrica de chocolate San Félix y tostaba cacahuetes. Vendía por las aldeas de las 51 parroquias. Los miércoles no cerraba a mediodía porque era la feria y llegaban los autobuses ocupados la mitad por personas y la otra mitad por vacas. Donde las maletas, abajo, iban los cerdos.

–¿Qué tal era como padre?

–Severo pero nada distante, cariñoso y generoso. Estuve muy apegado a él porque me gustaba el coche, se lo limpiaba y me enseñó a conducir en Playa América cuando bajaba la marea.

–¿Y su madre, Estrella?

–Es de Orense y tiene 92 años. Fue muy inteligente, una madraza que controlaba todo. Era la hija del notario, un galleguista y requeté que hacía testamentos en gallego. A un gaitero de Chantada se lo hizo en gallego y en verso. En casa se hablaba castellano y las dos criadas hablaban gallego. Vivimos bien, nunca tuve la sensación de padecer necesidades.

–¿Ideológicamente?

–Eran conservadores. Encontré un carné de somatén, que permitía llevar armas, seguramente para proteger los camiones. Mi padre fue teniente de alcalde cogido a lazo al final del franquismo, pero la Guardia Civil lo tenía conceptuado como indiferente al régimen en nuestros certificados de buena conducta. Votó al PP.

–¿De religión?

–Supercatólicos. Las mujeres eran de Acción Católica y puntales de la parroquia.

–¿Tuvo infancia de pueblo?

–Estábamos muy atados, pero hermanos y primos jugábamos en la parte de arriba de la casa y en los jardines y leíamos tebeos del Jabato y Pumby. Los veranos en la casa de Panxón, sin lujos pero al lado del mar, eran la felicidad, mi patria. Viví en La Estrada hasta los 8 años.

–¿Y después?

–Fui a Santiago con mis hermanos Nacho y Salvador, cuando empezaron primero de Bachiller en el colegio Minerva, de Manuel Peleteiro, ahora colegio Peleteiro. Mis padres habían comprado un piso en las afueras de Santiago, en un descampado con berzas, que hoy es puro centro. No acababan de entregarnos la casa y entramos sin célula de habitabilidad, con el ascensor sin instalar y la escalera con los peldaños con ladrillo. Nos crio mi abuela materna. Me incorporé en febrero de 1959.

–¿A medio curso?

–Sí, fue un shock. El colegio era de disciplina espartana y la letra con sangre entra. Daban las notas cada 15 días y saqué el puesto 51.º de 57 alumnos. El jefe de estudios y el director felicitaban a los primeros, le daba cartillas a los del medio y a los 12 últimos nos hacían subir a una silla y prometer que las notas mejorarían en los 15 días siguientes. Una humillación. Acabé en el puesto 15.º, lo que para mí fue un gran logro.

–¿Cuánto tiempo se lleva con sus hermanos?

–Nos llevamos trece meses cada uno y teníamos una relación muy buena. Me beneficiaba de lo que habían hecho ellos antes. Eran el número uno y dos de la clase. Iba con ellos a todas partes. Nacho siempre fue de hacer experimentos, y el segundo, superlector. Yo me dedicaba a jugar, y como ellos estudiaban, yo también.

En la Universidad quería comprometerme y hacer unas pintadas, pero había tantas citas de seguridad que me perdí. Un gran líder era Vicente Álvarez Areces. Nunca milité, pero percibía que había que ser antifranquista para ser medianamente honesto

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–¿Cómo era la abuela?

–Una viuda que tuvo entonces los mejores años de su vida, de dueña y señora. Era cariñosa. Mis padres iban los fines de semana. La carretera de Pontevedra no estaba asfaltada. Mi padre sufría por el coche y se iba cagando en Franco. Mi madre y mi abuela, para aplacarlo, rezaban el rosario y mi padre seguía con la jaculatoria, pero no en arameo.

–¿Qué tal en clase?

–Pasé a estar entre los 10 primeros. En Peleteiro se estudiaba más de la cuenta: en quinto de Bachiller se daba la Química de primero de carrera. A las reválidas ibas sobrado. Había clase el sábado por la tarde. Las puertas tenían mirilla y si el bedel te veía hablando entraba en clase a castigarte. Si te veían por un pasillo primero te daban el bofetón y luego te preguntaban. Hoy el fiscal del menor tendría mucho que decir de aquella pedagogía.

–¿Qué pasó cuando sus hermanos fueron a la Universidad?

–Fue un poco de trauma. Salvador se fue a Valladolid para estudiar Filosofía. Nacho quería ser piloto desde pequeño, pero mis padres, por miedo a que se matase, le comieron el coco para que fuera ingeniero aeronáutico. Podía preparar el primer curso en Santiago, pero, poco antes del inicio, me dijo: “No, yo quiero ser piloto”. Cogió el autobús, se fue a La Estrada, se lo planteó a mis padres, aceptaron y lo llevaron a Madrid. Llegó a general.

–¿Quedó solo en Santiago?

–No, con mi abuela y mis dos hermanas, que se habían incorporado. Cuando empecé la carrera mi abuela era mayor y regresó junto a mis hermanas a La Estrada, donde habían abierto instituto. Pasé a comer todos los días fuera, en un café de estudiantes y a vivir en el piso con los hijos de unos conocidos de mi madre.

–¿Quería hacer Derecho?

–Elegí Letras por rechazo a las Ciencias. A Salvador, catedrático de Literatura jubilado, le tiraban las Letras, pero mis padres le convencieron de que hiciese Ciencias para que Nacho no se disipara. Cuando acabé Bachiller, en 1967-68, dudé entre Medicina y Derecho, pero fui a ver una operación de apendicitis y me mareé. No me gustaba Filosofía y Letras, mi abuelo había sido notario...

Elegí Letras por rechazo a las Ciencias. Cuando acabé Bachiller, en 1967-68, dudé entre Medicina y Derecho, pero fui a ver una operación de apendicitis y me mareé. No me gustaba Filosofía y Letras, mi abuelo había sido notario...

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–Santiago 1968.

–Políticamente fue efervescente. Santiago era una aldea, de “Los gozos y las sombras” con marías y curas. Derecho estaba en la zona antigua, junto a la plaza de abastos y desde la ventana los jueves veías gallinas, manzanas y grelos. En Geografía e Historia –la planta de arriba– estudiaba la novia de Ignacio de Otto, a la que un cerdo mordió en una pierna al salir de la Facultad.

–¿Ambiente en Derecho?

–La carcunda. El rector era un franquista de bigotito vinculado al Opus y cuando entraba había que levantarse. Daba Derecho Natural Francisco Puy, cuñado de Fraga, y cuando llegaba a clase había que santiguarse y rezar un avemaría. El de Historia del Derecho, muy valleinclanesco, preguntaba a la tía más buena de clase, sobrina de Cunqueiro, qué era la dote. Y ella dijo: “Lo que aporta la mujer al matrimonio”, y él replicaba: “¡Calle, calle!, dote es creer lo que no vimos”. En contraste, José Antonio González Casanova, catedrático de 33 años, enseñaba regímenes políticos, abría al exterior, me entusiasmó con 18 años.

–¿Se metió en política?

–Quería comprometerme y hacer unas pintadas, pero había tantas citas de seguridad que me perdí. Un gran líder era Vicente Álvarez Areces. Mi hermano Salvador estaba en el Partido Comunista. Nunca milité, pero percibía que había que ser antifranquista para ser medianamente honesto.

–En tercero de Derecho marchó a Barcelona.

–Detrás del catedrático González Casanova y por salir de la aldea de Santiago. Tenía matrículas de honor y mis padres me apoyaron.

–Era la Barcelona 1969-70.

–Culturalmente era extraordinaria. Viví en una pensión al lado de García Márquez, que tenía un 1430 blanco. Estudié en circunstancias complicadas porque la facultad se cerró en febrero por algaradas estudiantiles y estuvo así hasta junio.

–¿Participó en política?

–Fui a manifestaciones, siempre cuidadoso de que no pasara nada, y a reuniones interminables en torno al PSUC.

”Me he integrado mucho en Asturias colaborando en su estatuto y leyes”

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–¿Qué tal las notas?

–Saqué todo matrículas, de las que me informaba una amiga enviando telegramas a Panxón. Hice la carrera en 4 años porque no me dieron el permiso para las milicias -porque mi hermano Salvador había estado en la cárcel por política- y no quería perder el año. En 1973, con la carrera acabada, hice la mili en Ferroviarios y conduje el metro en Barcelona durante un año. También inicié la tesis doctoral.

–¿Y chicas?

–Tenía una novia de Medicina con la que compartí piso. Ese 1973 fue a una manifestación el día del atentado de Carrero Blanco. Ella no sabía que había ocurrido y los organizadores desconvocaron, pero no avisaron. La policía estaba despendolada y un tiro le atravesó el calcáneo. Cuando me avisaron fui a casa a quemar propaganda, reventé la tapa del water y me presenté en el hospital vestido de militar. Me identifiqué ante el social con un DNI hecho pedazos porque lo había metido en la lavadora y aquel hijoputa completo me contó que mi novia había tenido suerte de que le dieran en el pie “porque yo tiro a la cabeza, tiro a la cabeza”. Mi novia y yo nos casamos en 1977.

–¿Se llama?

–Teresa. Tuvimos un hijo, Luis, y en 1982 nos separamos. Nos llevamos bien. Rehizo su vida. Mi actual mujer también se llama Teresa, algo fundamental para no equivocarte.

–¿Cuánto vivió con Luis?

–Hasta los dos años porque luego su madre marchó a Tortosa. En los viajes para verlo aprendí italiano en un curso por casete. Años después, Teresa sacó plaza de anatomopatóloga en León y cuando Luis acabó el bachillerato quiso hacer Medicina vino a casa y estuvimos siempre juntos. Es jefe de psiquiatría de Arriondas.

“Oviedo fue un choque: venía de una Barcelona luminosa, con mucha actividad y refinada, en la que no había que cuidar el aspecto trajeado”

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–Volvamos a Barcelona y a su tesis.

–Quise hacerla con González Casanova, que se había ido a Económicas. Me propuso un tema en el que habían fracasado tres: La ideología política del Tribunal Supremo durante el franquismo.

–¿Conclusión?

–Que el principio que unía todo el pensamiento del Tribunal Supremo era el de unidad, el de uniformidad -para el periodismo o para la moral sexual, que debía ser la católica- y que condenaba todo pluralismo.

–¿En qué año la leyó?

–En 1977. Casi no consigo el “cum laude” porque en el tribunal estaba Rafael Entrena Cuesta, teniente de alcalde de Barcelona con el franquista José María de Porcioles, y defendía que los tribunales no tienen ideología.

–¿Cómo hizo la defensa?

–Nervioso porque Entrena nos había hecho esperar 4 horas. Casi me juego la unanimidad.

–¿Cómo llegó a Oviedo?

–Tenía un contrato de ayudante con dedicación parcial en Económicas, no se convocaban oposiciones... Ignacio de Otto tampoco tenía posibilidades de cátedra. Ramón Punset estaba de interino titular. Los tres nos pusimos a preparar la oposición de letrado de las Cortes, pero a los meses se convocó la oposición de agregado de cátedra. Otto la sacó y le tocó Canarias, pero le hablaron de que empezaba la facultad en Palma de Mallorca.

–¿Fueron a la isla?

–En mayo de 1978. Nos recuerdo en la proa del barco de Transmediterránea hablando de proyectos. Al llegar, todo se vino abajo porque no había nada en la facultad, ni espacio propio ni biblioteca.

–¿Y Oviedo?

–Punset llamó a Julio González Campos porque sabía que en Oviedo la asignatura había estado siempre en manos de gente de paso. En Derecho político, adscrito a Derecho Internacional. estaba Bernardo Fernández, empezando; José María Fernández... Vinimos tres más Joaquín Varela, recién licenciado.

–¿Qué tal la llegada?

–Alguien azuzó en contra porque “Región” nos llamó los discípulos de “Copito de nieve”, el mote de Jiménez de Parga.” Estos catalanes”, decía, aunque éramos tres gallegos y un asturiano. Para mi fue un choque venir a una ciudad como Oviedo.

–¿Por qué?

–Barcelona era luminosa y con una actividad tremenda y Oviedo me pareció oscura y de provincias. Barcelona era refinada y nuestra entrada fue brutal porque la primera noche nos paró un tío y nos preguntó “¿sabéis por aquí ónde vive una viudina joven, pa machacala?”. A la vez, nos advirtieron de que cuidáramos el aspecto y yo compré un traje en “El corte inglés” de Barcelona. Un traje clarito. Al llegar a la reunión llovía que se mataba y llegué con goterones que parecía un dálmata. González Campos llevaba pantalón de pana, jersey de Marcelino Camacho y boina y recuerdo las carcajadas de Gerardo Turiel por nuestra pinta. Nos acogieron muy bien.

–Al final, quedó en Oviedo.

–Busqué una casa de campo, una ilusión que tenía, pero no había y acabé en una en San Claudio que tenía una moqueta azul eléctrico y entre dos sillas de bar unos chorizos soltando grasa. Acepté quedarme a cambio de que cambiara la moqueta. Dos años después compré un prado e hice una casa en San Esteban de las Cruces con mil problemas. Allí viví dos años, me separé y me fui a un piso modesto en El Paraguas. Cuando se hace una casa los motivos de separación a veces son la casa. La vista era preciosa.

–¿Cuándo conoció a su actual mujer?

–Año y medio después de separarme, en una fiesta en la casa de San Esteban, cuando vino de Galicia a hacer el MIR con Jaime Martínez. No tenemos hijos. Ahora vivo en el edificio Adoratrices en la calle Sacramento, junto al Seminario y doy clase en el Cristo. Y eso que soy muy laico.

“Las bicis tienen motor para las cuestas, ya no nieva todos los años ni llueve como antes, aunque se mantiene el “pero” social de ‘¡hombre!, un catedrático en bicicleta’”

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–¿Fue un padre presente?

–En lo que pude. Mi actitud fue estar siempre que pude con él, y todos sus veranos fueron en Paxón, pero hubo intermitencia. Se casó con una tailandesa que trabaja en “El Ganso”. Tengo dos nietos de 10 y 3 años.

–¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–Me siento un privilegiado, por todo. La infancia fue muy feliz en medio de una España horrible, mis padres me permitieron hacer lo que quise a cambio de mi responsabilidad y me he dedicado a lo que me ha gustado y me han pagado. Me he integrado en Asturias, donde he participado en la elaboración del Estatuto de autonomía, he estado en la comisión mixta de transferencias, en el consejo consultivo, he colaborado con la ciudad porque redacté el plan 30 y tuve la suerte de dar con la concejala Conchita García que tuvo la visión.

–¿Cuándo descubrió la bici?

–Me gustaban desde niño. Un amigo me habló de las eléctricas, que van muy bien en una ciudad con cuestas como Oviedo. El tiempo ha cambiado y ya no nieva y llueve menos. Todo va a favor de la bici y el pero más grande es social: ¡hombre, un catedrático en bicicleta!

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