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Asturcilla, el dulce éxito de la cooperativa que ha dignificado la avellana de Infiesto

Así nació la marca

De pie, por la izquierda, Sergio de la Hoz, Verónica Sánchez, Guillaume Duval y María Arce; sentado, Íñigo González, en Cabranes, todos miembros de la cooperativa Kikiricoop. MARÍA ARCE

Desde hace unos cuatro años la famosa y popular Nocilla tiene una seria competidora en Asturias: la Asturcilla. La marca fundada en Cabranes se ha abierto hueco poco a poco en los hogares del Principado y sus impulsores –la cooperativa Kikiricoop– siguen hoy en día trabajando al pie del cañón, innovando y tratando de mantenerse. Todo pese a que el último “ha sido un año muy duro por la pandemia”, constata Verónica Sánchez, una de las cinco cooperativistas. Su incursión en el sector agroalimentario se oficializó hace cuatro años, pero la idea se comenzó a gestar en 2014 al descubrir la falta de salida para la famosa avellana de Piloña.

Así nació la Asturcilla, con el fruto seco asturiano, sin conservantes ni aceite de palma, que se vende como una crema de cacao para untar “ecológica y neopaisana”. El producto está además estos días de enhorabuena: han logrado ampliar la conservación a seis meses, lo que abre mayores expectativas de comercialización.

La idea inicial era aprovechar, efectivamente, ese excedente de avellana regional sin uso, que se pierde en ocasiones por los montes sin que nadie lo recoja o que, como mucho, su recorrido comercial acaba cuando sus productores en Piloña –que más bien siguen con el cultivo por motivos emocionales y familiares– venden en la feria anual de octubre en Infiesto. Pero a los fabricantes de la Asturcilla no les queda más remedio que comprar parte de los 22.000 kilos de fruto que usan al año en Cataluña.

¿Por qué? “En Asturias no hay máquina para descascarillar. Qué más quisiéramos que comprarla toda aquí, pero hoy en día es imposible encontrar avellana en grano. No es por no pagarla, es que no hay en Asturias maquinaria adecuada para ello”. De hecho, dice Sánchez, “usar la de aquí es más bien ya implicación y determinación personal, de apoyar al territorio, porque por costes saldría más barato traerla de fuera”. El caso de la cooperativas cabranesa ejemplifica uno de los desajustes del sector agroalimentario: la falta de servicios que cubran las necesidades de las empresas. En Kikiricoop todos tienen clara su apuesta por el campo, por vivir en el pueblo y trabajar también allí. La cooperativa sigue hoy en día donde fue fundada: en unas naves del polígono de Cabranes. Su proyecto se ha visto ampliado con reparto de comida a domicilio, una idea surgida durante el confinamiento.

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