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Memorias Alicia Fuenteseca Álvarez Artista, profesora, viuda del escultor José Legazpi

“Recorrí Europa en autostop, qué iba a hacer, no tenía coche”

“La dictadura franquista estaba montada para que tuviéramos miedo” | “Me gusta mucho viajar, y en los 70 me fui a Estados Unidos, a nada especial, a dar una vuelta”

Alicia Fuenteseca, en su domicilio de Oviedo. IRMA COLLÍN

Tiene el hablar sereno de quien piensa que lo que cuenta no tiene demasiada importancia, más allá de la vida. Viajes “a dedo” por Europa, encuentro con Picasso en París, paseo por el Bronx neoyorquino con José María Carrascal y una vida al lado de un genio, José Legazpi. Alicia Fuenteseca es artista, fue dependienta de una tienda de zapatos, ceramista, profesora, pero por encima de todo ha sido una mujer que siempre ha hecho lo que ha querido, sin más, y sin menos. En 1975 se casó con el escultor José Legazpi y poco a poco fue aparcando su faceta de artista. Fuenteseca recuerda esos años al dictar estas memorias a LA NUEVA ESPAÑA.

Alicia Fuenteseca, en el centro, rodeada de artistas y amigos en octubre de 2019 en la inauguración de una exposición homenaje a Legazpi en Grado. SARA ARIAS

Sus primeros años

“Somos de Salas, de San Esteban de las Dórigas, pero nací en Oviedo el 15 de octubre de 1944. Siempre vivimos en Oviedo, en Buenavista, donde el antiguo campo de fútbol. Pasamos la infancia jugando a la guerra entre niños y niñas, eran todo prados y jugábamos en las trincheras que habían quedado. En la zona había una fábrica de leche. Mi padre, Alfredo Fuenteseca, trabajaba en el Instituto Nacional de Previsión. Mamá, Cándida Álvarez, era ama de casa, nos cuidaba a mi y a mi hermano Alfredo. Estudié en las Dominicas. En los años 50 era un colegio bastante grande y totalmente organizado. Las monjas no eran gente mala, aunque yo era bastante perica. No tengo resquemor por las monjas, pero tampoco nada interesante que recordar. Como estudiante era un desastre, nunca entendí porqué aprobaba o suspendía. Me gustaban cosas concretas, todo lo relacionado con la naturaleza, era lo único que me interesaba, y la historia y el arte, siempre tuve esas aficiones, pero nada más. Allí estudié Primaria y Bachiller, aunque algún año suspendí y tuve que ir a un instituto, no recuerdo cual. Cuando acabé bachiller seguí estudiando mis cosas y viajando, que para eso era joven”.

Fuenteseca y José Legazpi cortando la tarta el día de su boda.

La juventud

“Franco había ordenado impulsar las escuelas de artes y oficios. En la de Oviedo pusieron decoración y algo más. Yo estudié decoración, fueron cinco años feroces, era muy duro. A la vez hacía otros cursos, me apuntaba a lo que me daba la gana. De la Escuela de Artes y Oficios tengo el recuerdo de muy buenos profesores. Estaba Adolfo Folgueras, que era un gran artista; Don Rafael, que no me acuerdo del apellido, que me enseñó a pintar con acuarela. También estaban Enguix y “Piedrina” (José Manuel González y Fernández Valles), que era profesor en la Universidad de Oviedo y era interesantísimo. En la escuela había un gran nivel, tanto en profesores como en alumnos, que luego fuimos cada uno por un lado. A mi lo que más me gustaba era la acuarela, que es muy difícil. Casi siempre eran estudios nocturnos, estábamos en clase toda la tarde, hasta las diez de la noche. Mientras tanto había temporadas que trabajaba y otras no. Siempre le dio por trabajar, soy así de burra, trabajé siempre. Eran unos años con mucho ambiente político. Eso me cogió todo, no había escapatoria. Pero no solo estábamos metidos en política los de Artes y Oficios o los de Historia, en esa época todo estaba politizado. Yo lo viví de manera bastante activa, por decirlo de algún modo. Era muy complicado, organizábamos manifestaciones, encierros, hacíamos pasquines, todo lo que podíamos, pero lo más importante era avisarnos unos a otros, protegiéndonos para poder vivir más o menos tranquilos. Procurábamos que no nos cazaran ni nos pillaran con nada ilegal. Claudio Ramos, que era el jefe de la Brigada Político Social en el franquismo, no me quería dar un pasaporte para ir de viaje por Europa. Me puso problemas pero al final me lo tuvo que dar porque era mi derecho”.

Alicia Fuenteseca en su juventud.

Cruzando fronteras escondida en un camión

“Hice toda Europa en autostop. No tenía coche, qué iba a hacer. Quería conocer sitios. Empecé a viajar fuera de España cuando cumplí los 21 años, antes no me dejaba Claudio Ramos. Nunca fui a Europa a trabajar, no entraba en ese sistema de ir a la vendimia y esas cosas, de dinero me apañaba bien. Lo hacía por temporadas, viajaba durante un tiempo y luego volvía a Oviedo a trabajar hasta que volvía a marchar. La verdad es que era una época mala. Recuerdo una ved que volvíamos mi amiga Nicole y yo de andar por Europa. Queríamos entrar en Italia desde Austria. Yo quería ir a la bienal de Venecia y acabamos en un aparcamiento de camiones en la frontera. No nos dejaban pasar porque yo llevaba el pasaporte de la época de Franco que ponía a qué países podías pasar o no y, claro, yo no podía estar allí. Yo estaba tan pancha en aquel aparcamiento pensando en bajar a Venecia. Quería “hacer dedo” pero nos dijeron que no podíamos salir de allí. Entonces empecé a hablar con los camioneros, todos chicos vestidos de negro de arriba a abajo. Yo no sabía idiomas, jamás fui capaz de aprender bien inglés. Sabía algo de francés, eso sí. El caso es que estábamos en aquel aparcamiento y Nicole empieza a hablar con un chico. Entonces empiezan a llegar los chóferes a preguntar qué pasaba y les explicamos que yo era española y que no podía salir de allí. Pensé que bueno, que nada, que ya me las apañaría para entrar en Italia de alguna manera. Me dijeron que tendría problemas si me pillaba la policía y me preguntaron cómo había llegado hasta allí, cómo había salido de Austria. Les dije que había salido porque no me había dado cuenta. Eran todos de Bulgaria y Rumanía. Caí en aquel grupín y todos empezaron a discutir del follón que tenía yo. Pensándolo bien, tampoco era tan terrible, lo que pasa es que todo (la dictadura franquista) estaba montado para que pasásemos miedo. Para eso lo hacían todo, para que tuvieras miedo y pánico. La cosa es que en esos momentos siempre aparece un macho y allí salió un chico bastante serio preguntando qué problema había. Cuando se lo explicaron me dijo que hasta dónde quería ir y le conté lo de la bienal de Venecia. El se ofreció y me dijo que me sacaba de allí, que él me cruzaba la frontera y que Nicole, que la atravesase aunque fuese andando, que era francesa y podía. Aquel chico me dijo que nos marchábamos ya, así que me subí al camión. Me metió en la cama esa que llevan detrás de la cabina, me dijo que me agachase todo lo que pudiese y arrancó. Era un camionón enorme. Yo tenía 21 o 22 años, no tenía miedo a nada. En realidad lo único que quería era un mapa para cruzar la frontera. El chico, muy educado y atento, me dejó al otro lado. Paró en una calle y me dijo que no podía hacer más por mi. Allí me dejó deseándome suerte. Me senté en una piedrina en el suelo para esperar a Nicole, que apareció al poco rato en otro camión. Llegamos a la bienal de Venecia, claro que llegamos. Luego estuvimos por la costa azul. Teníamos dinero de trabajar, yo siempre he trabajado y nunca le debí ni le pedí nada a nadie. Toda la vida tuve la mentalidad de trabajar y nunca tuve problemas para encontrar trabajo”.

Alicia Fuenteseca en su infancia.

A Estados Unidos “a dar una vuelta”

“Me gusta mucho viajar y ver cosas, así que a principios de los 70 me fui a Estados Unidos, a nada en concreto, a dar una vuelta. Cogí un billete de avión y marché. Estuve en Nueva York, en Washington, y hacia arriba llegué hasta Canadá, visité las cataratas y Ontario. Tenía que haberme quedado por allí dos o tres meses y empaparme bien pero no lo hice. Cuando me iba a ir se lo comenté a un amigo, Juan Llorente, que era fotógrafo del diario “Pueblo”, era muy conocido y gran amigo mío. Me dijo que iba a haber una gran tormenta de nieve y que cómo iba vestida. Pues iba con la ropa que tenía, claro. Me dijo que tenía allí un amigo y que le iba a llamar. Así que llamó a José María Carrascal y le dijo que una muy buena amiga suya iba para Nueva York y que si no le importaba recibirla. Carrascal me llevó a ver un montón de cosas. De aquella había escrito un libro y se había hecho muy conocido. Me llevó al Bronx, en los años 70, pero bueno, no era para tanto. En realidad es que no es fácil impresionarme. Aunque sí que me impresionó un matrimonio negro. Yo quería ir a la Dama (la Estatua de la Libertad) y no sabía cómo llegar. Aquel matrimonio, al que yo no entendía nada, me acompañaron y me enseñaron todo. Llegué a la Estatua tan pancha. De aquella no había tanto turismo como ahora, había algo, de americanos, pero no tanto. Llegué con aquel matrimonio y luego me explicaron como volver. Ellos sí que me sorprendieron, me di cuenta de que hay gente normal en todo el mundo. Hay personas que te pueden dar la impresión de que hay algo raro y luego son gente tan normal como todo. En realidad las calles de Nueva York eran igual que las calles de Oviedo. La gente piensa que todo es diferente, pero no es así. Yo cuando volvía de mis viajes, por Estados Unidos, por Europa o por donde fuese, no notaba mucha diferencia entre Oviedo y los lugares en los que había estado”.

Legazpi y el jazz en Madrid

“No se lo va a creer, pero conocí a Legazpi en la despedida de soltero de Fernando Alba. De aquella, Pepe (Legazpi) vivía mucho tiempo en Canarias y siempre estaba fuera. Yo de aquella también estaba mucho tiempo fuera, pero, claro, los de Oviedo nos conocíamos todos. En la despedida de Alba nos pusimos cara por primera vez. Fue en La Quintana, en la calle La Luna. Aquello era una especie de célula comunista. Ahí había mucha gente. Estaba el Pinfi (Gonzalo Sancho), que le contaba a Pepe mis andanzas, por Madrid. Era un cabronazo (risas). A mí me gusta muchísimo el jazz y me cogió una época muy buena en la que había tres clubes muy buenos en Madrid. En uno de ellos tocaba todas las noches Pedro Iturralde y yo iba siempre. Allí estábamos una pandilla de músicos y artistas hasta las tres de la mañana. El Pinfi, que también andaba de juerga por Madrid, venía a Oviedo y se lo contaba a Legazpi. Lo pasábamos muy bien”.

Vendedora de zapatos y decoradora de cerámica

“En lo profesional estuve en muchas cosas. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo y en la Escuela de Cerámica de Madrid. Trabajé mucho tiempo vendiendo zapatos en la zapatería La Real (en la calle Milicias Nacionales de Oviedo). Era una tienda de lujo. Estando trabajando allí, apareció un amigo y me pidió que fuese a trabajar a Cerámica Alva. Así es como me pasan a mí todas las cosas. Me dijo que estaban buscando a alguien y que yo daba el perfil. Yo no quería ir a la fábrica. Me dijo que fuese solo a ver si les interesaba y le contesté que es que no sabía si me interesaba a mí. De todos modos fui. El dueño de la zapatería y todos los empleados, que éramos como un clan, me dijeron que fuese. Era una fábrica nueva, aunque yo los conocía. Me presenté y nada más llegar me dijeron que me quedase. Total, que tengo que dejar los zapatos. Mucha gente me decía que qué hacía yo vendiendo zapatos. Yo vivía muy bien en la zapatería, lo pasaba muy bien y me gustaba mucho. Pues nada, me fui a Cristal Cerámica Alva, que era de los Álvarez, los joyeros de la calle Uría. Me hice cargo de los diseños artísticos. Un día me harté y lo mandé a la porra, me marché y volví a Idra, donde había estado antes, una fábrica que había en Buenavista y se dedicaba a las reproducciones artísticas. Eran muy buenas, lo que pasa es que en Asturias... Bueno, nada, no cuento nada que me pongo de mal humor. Pero es que desapareció la fábrica de loza de San Claudio, desapareció Guisasola, donde estaba pintando Adolfo Folgueras, era gente maravillosa. Empecé con idas y venidas.

Encuentro con Picasso en París

“Nada más cumplir 21 años me fui a París. Antes no pude porque Claudio Ramos (jefe de la brigada político social) no me dejaba salir de España. Fui en Alsa, lo dominaba a la perfección. Fui sola. Viajé mucho sola, pero siempre tuve amigos y amigas en todas partes. Si quiero ir a algún sitio, voy y seguro que tengo a alguien. –Su hijo Diego le pide que cuente el día que vio a Picasso en París, ella no le da ninguna importancia–. Bueno, eran las tres de la tarde y yo estaba viendo una exposición de Monet, el de los nenúfares. Yo siempre iba a esas horas porque había menos gente. En la exposición había otras dos personas, eran Picasso y otra persona que nunca supe quién era. A París fui a hacer lo que hice toda la vida: ver cosas, dibujar, leer, fisgar y poco más. También compré algún disco de jazz y vi a Ella Fitzgerald. En Nueva York me había perdido un concierto del ciego, de Ray Charles, por culpa de mi amiga Nicole. El mayo francés, el del 68, también me pilló en París. No participé en el fregao. Bueno... un poquitín, nada, no tanto. Me sacó de aquel barullo un chico que me cogió por el camino. Se empezó a montar un conato y siempre aparece gente más lista que tú y que sabe cómo están las cosas. En este caso fue aquel chaval, que me dijo que o me iba a casa o me llevaba él, que aquello se estaba poniendo peligroso”.

Profesora interina en Asturias

 “Después de pasar por muchos trabajos llegué a la Enseñanza Media. Estuve en muchos sitios porque era interina. Empecé en Tapia de Casariego. Me gustaba, siempre tuve dotes de mando y siempre supe explicar. En contra tenía que había que estar en el mismo sitio y no podías coger y marcharte a una exposición a donde te diera la gana y desaparecer. Tienes que estar allí, por el curso y por los alumnos. Cuando nació Diego fue el padre quien le cuidó, y lo hizo muy bien, le cuidó y le atendió, fue para lo único que fue decente (risas), para todo lo demás era la monda, era muy desastre, pero con el chiquillo se portó muy bien, estaba loco con el crío. Yo estaba de profesora en distintos sitios y nunca estaba en casa; ellos estaban juntos en San Esteban, en la casa del pueblo. Yo andaba de un lado para otro por toda Asturias, una Asturias un poco más rural que ahora, pero tampoco tanto; seguimos siendo unos palurdinos, no creas que la cosa ha cambiado mucho”.

Vivir con un monstruo del arte

“A Legazpi lo conocí en la despedida de Alba y fuimos conociéndonos más; aunque bueno, él tenía su prao y yo el mío, teníamos nuestras historias. Nos hicimos muy amigos. Empezó una amistad de verdad y así fuimos y un día nos dio la llocada y nos casamos, no hay ningún misterio. Era una persona a la que yo admiraba mucho. Era de lo mejor Asturias de aquella época, un gran artista y una persona superhonrada, lo tenía todo. Cuando nos casamos, él ya había triunfado, yo no tuve nada que ver en eso. Él seguía su vida artística y yo la mía, eran paralelas y teníamos un crío al que cuidábamos. Mi vida artística tuvo sus momentos y hubo años que trabajé bastante: hacía acuarelas, pequeñas esculturas, encargos, pinté mucho óleo. Pero hubo un momento en que lo fui dejando. Si hubiese seguido hubiese tenido un porvenir; tenía arte, sabía hacer cosas, pero tendría que haberme dedicado a ello, pero... Era muy difícil vivir con un monstruo, entre comillas. Pepe era demasiado. Cuando tienes al lado una persona tan excepcional es muy difícil seguir haciendo tus cosas. A él le gustaba mucho lo que yo hacía, pero a mí me gustaba más lo suyo. Tener eso al lado es muy difícil, aunque esa persona nunca te hiciese una crítica mala, pero es muy complicado. Además, yo daba clase, llevaba una casa, una familia, y vivía con un artista, ¡Y qué artista!”.

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