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Arquitectura personal
Lioba Simon Schuhmacher Profesora de Universidad

"Al llegar a vivir a España, todo me gustaba y luego, nada me gustaba”

“Mi hermana y yo íbamos en paquete, ella con melenita, yo con pelo corto porque mis padres esperaban chico; al nacer mi hermano lo favorecieron”

La profesora de Universidad, Lioba Simon. Miki López

La trayectoria singular de una alemana diferente

Lioba Simon Schuhmacher (Colonia, 1959) es profesora titular de Filología Inglesa, fue directora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oviedo, trabajó durante siete años como consejera técnica en los programas “Erasmus” y “Sócrates” en Bruselas. Ha colaborado con el Ministerio de Educación y durante seis años ejerció de jefa de la unidad de Convergencia Europea de la Agencia de Calidad, Acreditación y Prospectiva de las Universidades de Madrid (ACAP). Ha dado clases y conferencias en diversas universidades y organismos europeos, asiáticos, latinoamericanos y estadounidenses.

Contra su acento y su acendrado sentido de la autonomía dice que no es una alemana normal y que por los intereses de su padre en su familia eran distintos también en Alemania.

Miembro del patronato de la Fundación Foro Jovellanos y de la asociación Ultreia para el fomento de los Caminos Jacobeos Medievales en Stuttgart, transcribió y tradujo el diario que su padre escribió durante el Camino de Santiago, que realizó partiendo de Oviedo y con ese trabajo acaba de ganar el III Premio “Alfonso II, los diarios del Camino”, convocado por la Fundación Valdés-Salas y la Universidad. Como Lio Schumer ha escrito la novela “Piedras Blancas”, que tiene una nueva versión, situada en Asturias a partir de su versión en inglés. Ahora escribe ensayo.

Tiene dos hijos, Katarina y Matías, que “están sobre sus propios pies desde hace tiempo”. Katarina le ha dado dos nietos con los que revive, como abuela joven, las alegrías y los rigores de la crianza.

–Nací en Colonia (Alemania) en 1959. La mayor es Marisol y me siguen Hartmut y Mónica, que nació en Colombia.

–¿Qué hacían sus padres?

–Mi padre, Herbert, era profesor de instituto, de Ciencias. Mi madre, Liliana, trabajó en una empresa de exportación en Santiago de Chile, donde nació. Luego se hizo ama de casa.

–¿Cómo se conocieron?

–A mi padre le gustaban mucho España y América Latina, donde pidió trabajar en los institutos alemanes. A mediados de los 50 llegó a Lima. En Chile conoció a mi madre y se instalaron en Alemania. En 1966 fuimos a Chile y Colombia. Hice parte de mi Primaria en Colombia. Tengo acento alemán porque mi aparato fonético ya estaba formado.

–Ese movimiento suele dejar recuerdos indelebles.

–Sí. En Alemania abríamos la puerta y salíamos a jugar; en Colombia, no. El colegio alemán era un ambiente artificial, pero mi padre tenía mucho interés en conocer el país y hacíamos muchas excursiones, a Tierra Caliente, a los páramos... a los barrios bajos de Bogotá, a pesar de que por entonces empezó la guerrilla. Una vez me llevó a una zona minera y pasamos miedo cuando encontramos un furgoneta atravesada.

En 1966 fuimos a Chile y Colombia. Hice parte de mi Primaria en Colombia. Tengo acento alemán porque mi aparato fonético ya estaba formado

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–¿Cómo era su padre?

–Exigía muchísimo, inculcaba la responsabilidad y siempre había que estar haciendo cosas, justificando la existencia.

–¿Y esa mentalidad?

–Una mezcla curiosa. Mi padre era católico y mi madre protestante, lo que fue un problema en la familia paterna. Los dos tenían la cultura del esfuerzo, pero mi padre, más. Era melómano, leído –idolatraba a Humboldt–, duro y alegre. Tocaba el piano. Todos sabíamos algún instrumento y cantábamos juntos. Lo transmito a mis nietos: “Canta, oma”.

–¿Cómo era su madre?

–Estaba desbordada por ir de Chile a la Alemania de la posguerra en reconstrucción. Aunque la comunidad era austera, en Chile habría tenido servicio; en Alemania, no. Tuvo que vivir un tiempo con la familia de mi padre y fue difícil para ella. Nos quería. Para su tranquilidad se encargó de que fuéramos muy autónomos y eso nos dio mucha libertad.

–La relación entre hermanos.

–Muy intensa entre Marisol y yo. Nos llevamos 15 meses y crecimos juntas. Íbamos en paquete. En nuestras fotos, ella lleva la melena muy peinadita y yo pelo corto porque mis padres esperaban un chico. Cuando nació mi hermano hubo discriminación clara en su favor. A los 14 años mi padre le regaló un equipo de química. Una tarde en que estábamos solos oí una explosión en el sótano. Me abrí paso entre la humareda y lo saqué. No veía, no oía, llegó mi madre y lo llevamos al hospital. No salió científico.

–¿Ambiente ideológico?

–Mi padre era de la CDU, centro derecha, pero vitalmente era lo que debería ser alguien de izquierdas: humilde, sencillo, coherente, sin pretensión y socialmente comprometido.

Mi padre no habló de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestra adolescencia. Fue muy duro. Los tres hermanos mayores fueron movilizados al tiempo. Hartmut falleció en Rusia. A mi padre le tocó Polonia, fue prisionero de los norteamericanos en el Elba

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–¿Cómo había vivido la Segunda Guerra Mundial?

–No habló de ello hasta nuestra adolescencia. Fue muy duro. Los tres hermanos mayores fueron movilizados al tiempo. Hartmut falleció en Rusia. Mi padre tuvo que dejar los estudios y trabajaba en gestión, luego le tocó Polonia, fue prisionero de los norteamericanos en el Elba y lo llevaron a los campos del Rhin, donde murieron como moscas. Eso nos trajo consecuencias. Nos entrenó a no pedir agua durante un día entero en la selva en Brasil porque cuando estuvo prisionero pasó tres días sin comer ni beber y cinco sin comer.

–¿Qué hacían en Brasil?

–Una de sus expediciones Humboldt. Pasamos dos meses. Alto Juruá, Cruzeiro do Sul, en una misión. Su respeto por la comida hizo que me chocara que en la España de los 80 dejar comida en los restaurantes fuera símbolo de estatus y no pudieras llevarte lo que sobraba.

–¿Cómo llevó la exigencia de su padre?

–No fue traumática. Me adapté bien, mejor que mis hermanos. Me preparó para aceptar a las cosas como son y a ceder, aunque no en lo muy esencial.

La exigencia de mi padre no fue traumática. Me adapté bien, mejor que mis hermanos. Me preparó para aceptar a las cosas como son y a ceder, aunque no en lo muy esencial

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–¿Qué tipo de niña era?

–Muy autónoma, alegre, curiosa, inquieta, tocaba todo y entendía que no podía romper cosas. Hacía bricolaje, ahí salió el niño. Mi hermana y yo pasamos unos meses en un internado de monjas en Chile. Fue fantástico porque sabíamos que era temporal. Aprendí manualidades de mujer y en Colombia pasamos dos meses en una misión y aprendí carpintería. Me gusta el bricolaje: mi padre me regaló un taladro Bosch en mi 14.º cumpleaños que sigo utilizando hoy. Hago reparaciones en casa, electricidad, carpintería, fontanería.

–Volvió de Colombia...

–... A los 10 años, empezaba el Bachillerato. Recobramos la autonomía. Íbamos solos al colegio a tres kilómetros. Era buena estudiante, pero no fui número uno hasta que llegué a España, lo que dice mucho del sistema español. Sí destaqué en Lengua. A los dos meses de llegar a Bogotá, con 8 años, saqué la mejor nota en una redacción en castellano, con una profesora española, que hizo unas loas muy pronunciadas delante de toda la clase y así inicié mi integración en el patio del Colegio Andino para jugar a la comba con las demás. Me gustaba estar sola porque siempre tenía a mi hermana encima. Leía a Astrid Lindgren. Me hice voraz a los 13 años en una hospitalización de dos semanas por una obstrucción intestinal. Mis amigos me traían libros y solo había dos horas de visita. La recuperación fue con mis abuelos.

Lioba Simón. Miki López

–¿Abuelos importantes?

–Sí. Algún fin de semana iba a su casa un nieto. Eso te individualizaba. La abuela me hacía mi plato favorito y el abuelo, que era filatélico y músico, tocaba el piano y me llevaba a museos, lo que hice yo con mis hijos.

–¿El ir y venir le desarraigó?

–Siempre supimos que éramos distintos. Era el lema de la familia. Había cosas que no podías compartir porque tus compañeros no podían entender, aunque no los envidiaba.

–¿Le gustaba?

–No me gustaba no ir al cine a ver “Love Story” con las amigas porque el domingo era día familiar. Tenía unos tíos padrinos. Él era juez y tenían un nivel de vida muy alto. Me invitaron a un viaje pero mi padre dijo que no para que no tuviera un privilegio sobre mis hermanos. Me dio rabia porque quería que me llevaran y me enseñaran a jugar al tenis. No podían tener hijos y mi padre me había querido dar en adopción a ellos cuando nací. Cuando supe esto en la adolescencia pensé que mi padre no me quería. Hoy entiendo su generosidad.

Tenía unos tíos padrinos. Él era juez y tenían un nivel de vida muy alto. Me invitaron a un viaje pero mi padre dijo que no para que no tuviera un privilegio sobre mis hermanos

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–¿Sabía qué quería ser?

–Sí, profesora. Mis abuelos paternos fueron maestros. El abuelo tenía vena pedagógica y me hacía razonar. Quise serlo muy pronto. Una anécdota lo recoge.

–Cuente.

–A los 12 años, limpiando la jaula del hámster con un periódico atrasado vi un anuncio de un concurso de cocina que coincidía con la Feria Nacional de Alimentación de Colonia. Me apunté y gané la “Cuchara de oro” y 500 marcos, una cifra exorbitante. Con parte de ese dinero me pagué un viaje a casa de una amiga por correspondencia que vivía en Middlesex, en las afueras de Londres, y compré unos patines de hielo para mí y otros para Marisol. Al ganar me entrevistaron en el periódico y me preguntaron si de mayor iba a ser cocinera. Respondí que iba a ser profesora.

–¿Qué adolescencia tuvo?

–De mucha rebeldía, como todos entonces. Dejé de ir a la iglesia y fue un shock para mi padre. Respeto todas las religiones.

No fui número uno en los estudios hasta que llegué a España, lo que dice mucho del sistema español

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–¿Los chicos?

–Me gustaron pronto los de varios cursos por encima; los de mi edad me resultaban aburridillos.

–¿Se ganaba su dinero?

–Empecé a dar clases particulares a los 14 años e hice de canguro de los vecinos, que me dejaban una bandeja de exquisiteces y refrescos que en casa no había. A los 16 repartía el periódico de lunes a sábado, levantándome a las 4 de la mañana. Trabajé en un alquiler de coches y en cuanto saqué el carné llevaba los autos a los clientes. Fui pinche de cocina, sola en una cervecería muy pequeña que servía mejillones, salchichas, milanesas. Seis horas, tres veces a la semana, mientras hacía Bachiller.

–¿Se rebeló contra sus padres?

–Hacíamos vidas paralelas. Iban a su bola y se les fuimos de las manos. Se estilaba que tuviéramos mucha libertad y nos relacionábamos con gente de la parroquia, tocábamos a Moustaki y a los “Beatles”, hacíamos excursiones, bebíamos algo.

–¿Dejaron pronto la casa?

–Marisol a los 18 años. Yo esperé a los 19 porque sabía que venía a España. Ni se aspiraba al mismo estándar que los padres; se empezaba mucho más abajo para subir por cuenta propia.

Lioba Simón. Miki López

–¿Cómo empezó su relación con España?

–Mi padre la visitó en los cincuenta, cuando no venían alemanes. Pasamos parte del verano en Celorio en 1961 y en los años setenta retomamos las vacaciones allí, no todos los años. De adolescentes veníamos solos. Trabajaba para pasar las vacaciones con un chico 10 años mayor que yo que me fascinó.

–El profesor Germán Ojeda, con el que se casó.

–A los 19 años. A esa edad en Alemania era normal vivir con tu relación estable, pero en España había que casarse. Yo aquí era un bicho raro. Pese a la diferencia de edad, por madurez me relacionaba mejor con sus amigos que con los de mi edad. Fuimos muy felices un tiempo largo. 

–Hizo Filología Inglesa aquí.

–Me gustaba más el francés que el inglés. La reconciliación alemana con Francia funcionó muy bien: los intercambios, las canciones... En Alemania hubiera estudiado Filosofía y Derecho, pero al venir aquí tenía que ser práctica, lo hablé con mi madre y mi novio y el inglés era más viable. Saqué la carrera en cuatro años y me faltan cuarto asignaturas de Hispánicas. Y trabajaba el 98% de lo de casa.

–¿Qué le pareció España cuando se instaló a vivir?

–Al principio todo me gustaba y luego nada me gustaba. Entonces llamar por teléfono costaba una fortuna. Me escribía con mis padres pero no mucho. Iba a Alemania dos veces al año. 

Quería y me gustaba tener hijos, pero estaba desbordada. Katarina nació cuando tenía 24 años y Matías, un año después. Quería educarlos con mi ejemplo y que fueran aprendiendo a hacer cosas. En España no se educa en la autonomía como en Alemania

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–¿Cómo llevó la maternidad?

–Quería y me gustaba tener hijos, pero estaba desbordada. Katarina nació cuando tenía 24 años y Matías, un año después. Quería educarlos con mi ejemplo y que fueran aprendiendo a hacer cosas. En España no se educa en la autonomía como en Alemania. Vivíamos en una casa de campo cerca de Las Caldas y fue muy gratificante: tenía una ayuda, había más niños en el pueblo, no se institucionalizaron hasta los 3 o 4 años. Si se acostaban a las 9 de la noche trabajaba hasta las tres de mañana. No dormía para hacer la tesis. 

–¿Hacía la tesis y criaba?

–Tuve una beca FPI, por expediente, de los mejores de la universidad. Cuando nacieron los hijos me cambió la vida totalmente. 

–¿En qué sentido?

–Endilgar tu parte de trabajo a otro no es compañerismo. La culpa no fue de que nacieran los niños, sino que para él no iba a cambiar nada porque estaba metido en su carrera política con la que iba a cambiar el mundo, pero no la casa y el hogar. Lo de ser de izquierdas lo he visto en mis carnes, me considero más de izquierdas por los principios sociales y cómo aplicarlos en tu casa con tu ejemplo y trabajo. Vi muy temprano que la relación no iba a funcionar a largo plazo. Tenía todas las desventajas de una madre casada y ninguna ventaja de una madre soltera. El escritor Bernhard Schlink dice del matrimonio que fracasa que es como un avión en vuelo, que no se cae de repente sino que falla un motor, luego otro y luego planea. Esperé a que los niños crecieran y me separé por necesidad porque ganaba el tiempo de esos fines de semana, la tarde semanal y las medias vacaciones. Saqué mucho tiempo de eso para mí. Tenía mi beca y daba clases y hacía malabarismos. 

–Es profesora titular.

–España es muy difícil en el mundo académico teniendo un origen extranjero por la endogamia, que es cierta. 

Lo de ser de izquierdas lo he visto en mis carnes, me considero más de izquierdas por los principios sociales y cómo aplicarlos en tu casa con tu ejemplo y trabajo. Vi muy temprano que la relación no iba a funcionar a largo plazo

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–En 1988 fue directora de relaciones internacionales de la Universidad

–En la primera reunión me ofrecieron ir a Bruselas. En 1990 fui con dos niños de 7 y 6 años. 

–Nueva vida. 

–En la oficina central de Erasmus, cuando éramos 12 personas. Ahora hay cientos. El trabajo era pura gestión, pero me gustaba mucho. Fui contra viento y marea, con un comienzo muy difícil, mudanza, era la única con hijos... Tuvo que ser duro para ellos.

–¿Cómo era su día a día?

–Complicado. Los metí en la Escuela Europea porque era lo que tocaba. De seis de la mañana a seis de la tarde: trabajar, niños al colegio, atenderlos física y emocionalmente. Los fines de semana, a las 7 en pie, porque mi hijo jugaba al fútbol a las nueve contra el Anderlecht infantil, fiestas de cumpleaños... Pero las vacaciones eran para mí y podía salir más con los compañeros. No me quejo, pero es un hecho. Para mí eran la prioridad. Estuve dos años. Luego volví y los tuvo su padre una temporada.

–Siguió vinculada con Bruselas. 

–Y sigo. En 1995 volví cuando la oficina Erasmus era Sócrates y todo estaba muy ampliado y dominado por los franceses.

–Luego fue a Madrid.

–Fui jefa de unidad de convergencia Europea en la Agencia de calidad de las Universidades de Madrid y luego de asesora durante 7 años.

–¿Qué tal cree que la trató la vida hasta ahora? 

–Depende de las expectativas. La vida son las elecciones, qué pude hacer... No tuve tiempo y hay muchas cosas que hubiera podido hacer. No somos libres. Tomé mis decisiones. No me creo la monda, pero tenía potencial. Nunca he tenido la seguridad de esa gente con tanto desparpajo y tan poco bagaje. Siempre he ido con pasos pequeños y dudas. He sabido más lo que no quería que lo que quería. Sin la humildad cristiana inculcada habría llegado más lejos. No me quejo de lo que tengo ni de lo que no. Hay gente que me toma por tonta, por conformista, aunque no lo he sido en las cosas esenciales. Tuve que tomar una decisión de fuerza mayor porque no podía ser la ama de casa con la pata quebrada. He tenido problemas con los hijos por la alineación parental, no tanto de él sino de su bagaje detrás. Mis hijos fueron machacados, ellos lo saben. Jugaron con la ventaja de que yo era la rara, la alemana y otros epítetos. Han sido muy mediatizados. Mi hijo está tocado psicológicamente por eso. Mi hija tiene su carrera pero ha sufrido también lo suyo y eso es lo que más lamento. 

La vida son las elecciones, qué pude hacer... No tuve tiempo y hay muchas cosas que hubiera podido hacer. Tomé mis decisiones. No me creo la monda, pero tenía potencial. Nunca he tenido la seguridad de esos con tanto desparpajo y tan poco bagaje

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–¿A qué se dedican?

–Mi hija trabaja en Luxemburgo en un organismo de gestión territorial entre la Unión Europea y el gobierno luxemburgués. Tiene dos hijos. Martin, de 3 años y Daniel, de 2 años. Ahora están conmigo en casa. Matías es taxista y le gusta mucho su trabajo: es concienzudo, puntual y lo hace muy bien.

–Usted tiene otra pareja.

–Desde hace 16 años. Lo conocí en Madrid. Se llama Ramón Giménez, es gestor cultural, funcionario de la Xunta de Galicia en Madrid. Tenemos un equilibrio total, me respeta y apoya de una forma que no conocía. Tenemos casi la misma edad y los mismos intereses.

–¿Cuáles son?

–Le gusta la lectura, el origami del que tiene página web. Es sensible, culto y nada pretencioso. Estoy contenta de esta coincidencia porque no soy de las que necesitan un hombre en su vida, aunque me gusten.

–Vive de nuevo en Oviedo desde hace 10 años 

–Y tengo nueva casa en propiedad. Más adelante puede que Ramón venga a Oviedo. La alemana que trae a un abulense a Asturias.

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