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Donde el Camino se va de Asturias

El último tramo asturiano de la ruta jacobea primitiva y su entrada en la provincia de Lugo es un encuentro con la majestuosidad que reposa en la parte más occidental del interior de la región

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Donde el Camino se va de Asturias Miki López

Dos peregrinos se hacen fotos en el mirador que Vaquero Turcios diseñó a mediados del siglo pasado justo en frente del enorme muro de hormigón de la presa de Grandas de Salime. El día es gris y desapacible. Observando la escena, nadie diría que los viajeros, abrigados con ropa de invierno y chubasquero, atraviesan el Camino de Santiago en pleno mes de agosto. Tras las instantáneas, cruzan el embalse con el trazado de la carretera regional AS-14, en una ruta que desciende suavemente desde Berducedo y La Mesa, pueblos que marcan el inicio de esta etapa del Camino Primitivo que termina en el albergue de Grandas. Aguas arriba quedó sumergido en 1955 el puente que salvaba la estrecha garganta que cruzaba el Navia a más de 40 metros del lecho del río a la altura de Salime. La inauguración del embalse sumergió el pueblo y todos sus recuerdos, aunque lo que queda de aquel esplendor emerge en épocas de escasez de agua e incluso es posible pasearse entre las ruinas de grandes casonas de piedra que todavía mantienen en pie algunas de sus estructuras, incluidos hornos y viejos lavaderos que alguna vez rebosaron de vida y actividad.

El Camino entra en Grandas, siguiendo la carretera regional, por la calle Pedro de Pedre, personaje legendario que, dicen, levantó el mítico puente de Salime y del que nadie sabe nada más allá de lo que cuentan las leyendas que incluso le atribuyen la construcción de la catedral de Lugo.

En mitad de esta calle, un grupo de peregrinos esperan pacientemente a la puerta de la Fonda A Reigada. En su interior, remozado en los últimos años, un murmullo multilingüe invade un comedor lleno de chanclas y pantalones cortos que enfundan viajeros recién aseados tras la larga caminata. Se oye castellano de mil acentos, nacionales y extranjeros, además de verdaderos intentos de comunicación en algo tan mixto que no se sabe si es italiano, portugués o inglés y que también podría ser todo al mismo tiempo.

Es curioso cómo el Camino reúne a gente tan variopinta, desde fervientes católicos, apostólicos y romanos hasta agnósticos y ateos que tratan de encontrarse a sí mismos siguiendo la espiritualidad de los demás.

Tras el almuerzo llega el descanso previo a afrontar la etapa que enlaza Asturias y Galicia a través del puerto del Acebo, ya en la provincia de Lugo. La ruta deja a un lado la colegiata de Grandas, cuyos soportales ven pasar a diario decenas de caminantes que inician los últimos kilómetros del tramo asturiano que, según la historia, recorrió el primer peregrino, Alfonso II el Casto partiendo de Oviedo en un lejano siglo IX. A pocos kilómetros de la villa, la senda bordea la carbayeira de A Farrapa, que luce todo su esplendor estival. El ascenso, suave y rectilíneo atraviesa los pueblos de Cereixeira, Malneira y Castro, dejando a la derecha el famoso Chao de Samartín, castro prerromano que pasó de centro neurálgico comarcal en época romana destruido por un terremoto en el siglo II a cementerio medieval y joya arqueológica en la actualidad. Un poco más arriba los viajeros bordean las llanuras próximas a Xestoselo, donde aún se aprecian los restos de una enorme necrópolis tumular del Neolítico que se extiende a los pies de las laderas del puerto del Acebo.

En Peñafonte un grupo de peregrinos aprovecha la estructura de una marquesina de autobús para reajustarse ropaje y calzado antes de iniciar la ascensión por la ladera del monte do Zarro, que comienza a cubrirse de una niebla espesa y cargada de lluvia fina.

Diego Mena y Daniel García son amigos. Uno de Madrid y el otro de Barcelona. Hablan de todo: fútbol, comida, política... Y siguiendo el espíritu del Camino, parece que también están de acuerdo en casi todo. La lluvia va resbalando por sus chubasqueros, ceñidos a cordón por debajo de la mochila en la que cada uno lleva las pertenencias que les acompañan a Santiago de Compostela. A la altura de Bustelo del Camín abren la cancela que evita la salida del ganado del vecindario. El sendero se hace duro en su ascenso al Monte da Curiscada. Todo sigue encerrado en niebla y agradable silencio. Un silencio que se va rompiendo con la respiración casi jadeante de los dos amigos que van venciendo la pendiente y por el zumbido monótono y cada vez más evidente de los aerogeneradores ocultos en la densidad de la bruma.

En el bar del alto del Acebo, un peregrino inglés pregunta si el chorizo que se sirve pica y la filosofía gallega se impone: "Depende. Estos son como los pimientos de Padrón, unos picos y otros non"

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La senda llega a un cruce ancho y bien señalizado por los mojones en los que brilla, en dorado sobre azul, la concha de vieira, el símbolo jacobeo universal que, junto a la flecha amarilla, aseguran la dirección correcta de un camino que llanea por la parte más alta de La Curiscada para descender vertiginosamente por una pista ancha y limpia que da servicio al parque eólico.

Un hito marca la entrada del Camino en Galicia y Diego y Daniel se sienten más cerca de su destino celebrándolo con una foto. Pocos metros más allá, los restos de la antigua posada del Acebo se mantienen a duras penas entre musgos y castaños centenarios. Cruzando la carretera comarcal en el Alto del Acebo, una casa modesta esconde un pequeño bar de techo bajo y barra alta, adornando sus paredes de forma caótica con fotos y cartelería anacrónica. Sobre una mesa, la cerveza y el café de pota protagonizan el descanso a mitad de jornada. El dueño de esta peculiar tasca habla con un par de clientes en un gallego animado y veloz. Un peregrino pregunta con claro acento inglés por unos bollos con chorizo que asoman tras la barra.

–¿Son picantes?

Y la filosofía gallega emerge con una contestación previsible:

–Depende. Estos son como los pimientos de Padrón: Unos pican y otros non.

Un tanto desconcertado, el inglés esboza media sonrisa sin entender la broma que los clientes nativos disfrutan con cierto punto de picardía y maldad de la buena.

En el exterior, sentado en un banco de piedra, Asier Cantarela observa el valle que acaba de dejar atrás. La Asturias más occidental se abre majestuosa a los ojos del joven vasco que afronta sus primeros kilómetros lucenses en dirección a Fonsagrada. Inició su camino en solitario en Oviedo, al pie de la Catedral del Salvador, y solo se arrepiente de haber esquivado la emblemática etapa de Hospitales, la que une Borres con Berducedo, cubriendo el trazado más primitivo y exigente de la ruta jacobea que asciende al puerto de la Marta bordeando los restos de los antiguos albergues que dieron nombre a este duro tramo de más de 20 kilómetros. Ya en la cima, el sendero crestea hasta el puerto del Palo, donde se une con el paso alternativo que siguió Asier desde Pola de Allande y que, según él mismo dice, disfrutó como pocos viajes en su vida.

Hasta aquí le ha traído su aventura personal. Hasta esta atalaya del Acebo que deja a la espalda el último valle asturiano del Camino Primitivo, despidiendo a los peregrinos que enfilan los primeros kilómetros lucenses de la etapa asturgalaica. A 14 kilómetros esperan Fonsagrada y el albergue de Padrón, siguiente parada de la más antigua de las rutas jacobeas.

La más antigua y seguramente la más hermosa de todas.

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