La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Así recuerdan el atentado del 11-S los asturianos que estaban en Nueva York: "Todo cambió ese día"

"Se acabó un mundo que nos parecía limpio e inocente"

Las Torres Gemelas, hechas escombros tras los ataques.

La pintora ovetense Mónica Dixon, hija de asturiana y de estadounidense, se encontraba muy cerca de Nueva York, en Jersey City, cuando ocurrió el atentado contra las Torres Gemelas, donde había estado tan sólo un día antes de la masacre. Lo vio. Éste es su relato en primera persona:

Mónica Dixon

“Estaba en Jersey City para la boda de mi hermana y me quedé en casa de mi prima. Esos días estuvimos haciendo un poco de turismo y el día antes del ataque fuimos a tomar algo al bar de la última planta de una de las dos torres. Al día siguiente íbamos a volver por esa zona, pero como ya conocíamos la ciudad no madrugamos y cuando nos despertamos, sobre las nueve de la mañana, mi prima recibió una llamada desde España preguntando qué estaba pasando en Nueva York y nos quedamos un poco sorprendidas porque no sabíamos nada, así que nos asomamos a la ventana y vimos que las torres estaban en llamas. Nos preparamos y rápidamente salimos a la calle, fuimos hasta casa de unos amigos y desde allí al río Hudson para verlo todo mejor.

Mónica Dixon.

De la que estábamos caminando hacia allí se veían las dos torres y de repente volvimos a mirar y una de ellas había caído. Cuando llegamos al Hudson vimos muchas lanchas trayendo a gente, llena de polvo, desde el otro lado del río; les estaban evacuando de la zona. El marido de mi prima trabajaba en Manhattan y no pudimos ponernos en contacto con él hasta pasado un tiempo, y luego tardó horas en regresar a casa porque no le dejaban salir de la ciudad.

Cuando volvimos a casa vimos las noticias y nos enteramos de lo que estaba pasando. En ese momento sentí mucha angustia y desasosiego, tenía ganas de salir corriendo y volver a Asturias. Aun así me quedé una semana más y la boda de mi hermana se celebró igualmente.

Desde ese momento cambió todo, se notó el auge de la seguridad, sobre todo en los aeropuertos, algo que a día de hoy sigue pasando y desde la sociedad lo que más ha cambiado es la sensación de vulnerabilidad de los países, sobre todo de Estados Unidos, el imperio que se creía irrevocable. Hay algo, todo, que cambió ese día”.

Joe Pando

El arquitecto Joe Pando (Villaviciosa, 1956), exconcejal y actual asesor del alcalde Alfredo Canteli, se encontraba tomando algo en la barra del bar “El Tizón”, en Oviedo mientras esperaba para comer. Eran las 14:46. El camarero señaló a la tele: “¡Mira qué película están echando!”. Él se extrañó. Las imágenes estaban rotuladas con el logo de la CNN y debajo aparecía la palabra “live”. “Eso no es una película”, le dijo Pando al camarero. Diecisiete minutos después el segundo avión impactó contra la torre sur del World Trade Center.

El maliayo, afincado en Tampa (Florida) desde los 11 años, había pisado hacía tres días el territorio astur. La hija de su primo había pasado el verano aprendiendo inglés en Estados Unidos con él y organizaron la vuelta para llegar a tiempo a las fiestas de Villaviciosa.

Volaron de Tampa a Nueva York el día 8 de septiembre. Ella no había estado antes en la Gran Manzana, así que alquilaron un coche para hacer un tour “express” y aprovecharon para ver la ciudad desde la cima de las Torres Gemelas. Tres días después, el emblemático edificio se convirtió en ruinas.

“Yo estaba aquí preocupado porque no sabía qué hacer. Empecé a llamar a mi familia y a mis amigos de Nueva York a ver si me cogían el teléfono”, recuerda. La preocupación se apoderó de él, pues para entonces ya se sospechaba que más aviones habían sido secuestrados (como acabó resultando) y no se sabía cuáles eran los objetivos. Después, se sintió vacío: “si estás allí te arropas con la familia”.

Joe Pando.

Además de arquitecto en su lugar de residencia, era el presidente del hermanamiento entre Tampa y Oviedo, creado en 1991 y que este año celebra su trigésimo aniversario. Cada año impar, el hermanamiento venía a Oviedo a pasar la fiesta de América en España, a disfrutar de sus amigos y de su familia.

Ese año tenían que venir alrededor de 128 personas. Entre ellos estaban 28 miembros de La Cofradía de Caballeros de Santiago, que para las fiestas se visten con el traje característico y tiran collares desde la carroza.

También las tres reinas del Día de América en Asturias, que ya se encontraban en el aire rumbo a Washington cuando los atentados obligaron a su avión a realizar un aterrizaje de emergencia en Carolina del Norte. Allí estuvieron cinco días esperando hasta que volvieron a casa alquilando una furgoneta en vista de que el espacio aéreo no se volvía a abrir.

Al día siguiente al fatídico martes negro, el ayuntamiento ovetense hizo unas banderas de Estados Unidos con una cinta negra y se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas. “Me caían las lágrimas”, admite emocionado aún.

El día más duro fue el del desfile del Día de América en Asturias. “La carroza en la que tenían que estar todas las personas tirando collares y celebrando, iba decorada con una cinta negra y vacía, no había nadie. Paró donde estábamos el alcalde y yo mientras tocaba el himno de Estados Unidos”, cuenta Pando mientras echa la vista atrás a ese día.

El asturiano conocía bien el World Trade Center. Durante dos años residió en Nueva York mientras hacía el máster de urbanismo en Columbia. Todos los jueves subían a las torres para estudiar el urbanismo de Manhattan, como sus profesores les habían pedido. “Teníamos que estar allí cinco o seis horas. En ese sentido las conocía muy bien”, explica. Arriba, en la parte turística conocía a la gente: “Me sé nombres ni apellidos, pero yo sé que a los que conocía allí en las torres no vivieron”.

Como arquitecto “ver unos edificios en el suelo es impactante”. “Las torres gemelas estaban hechas de tal forma que en caso de incendio aguantaban cuatro o cinco horas, pero ese impacto con la cantidad de combustible que llevaban los aviones era imposible”, relata. A raíz de ese atentado, las normas de Estados Unidos cambiaron mucho en cuanto a la construcción de edificios altos.

La vuelta a casa estuvo marcada por un gran retraso, debido al cierre del espacio aéreo, e intensos controles, nunca antes vistos. “Si antes hubo alguna medida era la de mirarte y mandarte abrir el bolso”, asegura el maliayo.

Cuando se construyó el memorial y se grabaron los nombres de las personas en las piscinas, volvió una vez más a Nueva York. “Leí los nombres porque yo sí conocía gente allí. Pasé un par de horas sentado recordándolo”. Aprovechó también para subir "con respeto" a la “Freedom Tower”.

El 11-S le “impactó”. Ahora le tiene más respeto al avión, pero no cambió su estilo de vida: “Me gusta conocer y yo voy a seguir subiendo en el avión el resto de mi vida”, admite. 

Keneth Reeds

El 11 de septiembre de 2001 era un día más para Keneth Reeds, un estadounidense que había cruzado el charco para acabar su carrera de Filología en Oviedo.

Tenía puestas las noticas, como de costumbre. A las 14:46, hora española, todos los informativos pararon de retransmitir para irse en directo a Nueva York, ante la mirada atenta e incrédula del mundo.

En ese instante, mientras se barajaba la teoría del accidente, Reeds recibió una llamada de la que ahora es su suegra diciéndole que “algo raro pasaba”, y no se equivocó. Hablaban por teléfono cuando colisionó el segundo avión, esta vez contra la torre sur. “Ahí nos dimos cuenta de que no era casualidad y lo primero que pensé es que mi país se iba a ir a la guerra”, cuenta.

Keneth Reeds conocía bien el World Trade Center. Vivía en Hartford, capital del estado de Connecticut, una ciudad dormitorio de Nueva York, pero creció yendo a la Gran Manzana. Por eso, se apresuró a colgar el teléfono para llamar a Nueva York, donde vivían y trabajaban familiares y amigos. “En ese momento solo sentía miedo por mi familia y dolor”, recuerda.

Precisamente, un buen amigo de su mujer trabajaba en el piso 78 de la torre sur. Asustado con el impacto del primer avión, salió del edificio como muchos de los trabajadores del World Trade Center, pero les mandaron volver a subir por su seguridad, sin esperarse lo que iba a pasar minutos después. Estaba alrededor del piso 50 cuando ocurrió el impacto entre los pisos 77 y 85. Su empresa perdió el 98% del personal. Él fue del 2% que se salvó.

"Tardamos años en recuperarnos, era un tema de conversación constante”, asegura Reeds mientras recuerda lo vivido

decoration

No era la primera vez que se intentaba atacar el complejo de edificios. En 1993 un camión con 680 kg de explosivos explotó en el aparcamiento de la torre norte, sin causar el daño buscado. Esta vez era diferente.

“Estados Unidos se creía intocable y seguro porque tenía el poder militar y la influencia mundial. En ese momento nos sentimos vulnerables. Tardamos años en recuperarnos, era un tema de conversación constante”, asegura Reeds mientras recuerda lo vivido.

Entre sus planes estaba el ir el día 15 de septiembre a Nueva York con la que ahora es su mujer. Los vuelos se habían cancelado y los aeropuertos estaban cerrados, así que optaron por unas vacaciones en Formentera. Fanático de leer las noticias a todas horas, su mujer le pidió que no lo hiciese para despejar unos días: “Cuando volvimos ya habían invadido Afganistán”.

El estadounidense admite que la consecuencia más inmediata fue “la mirada racista y xenófoba en la población, así como el acoso policial en barrios árabes”. También los controles en los aeropuertos se endurecieron.

Tras el 11-S, y anteriormente a que su mujer obtuviese la nacionalidad americana, tenían que entrar separados en el país. Él como americano y ella como turista: “Yo pasaba rápido, pero a ella le hacían muchas preguntas muy concretas, como dónde había nacido mi madre, que es algo que bien podía no saberse”.

A partir de ese momento la seguridad se convirtió en la gran preocupación. Keneth dirigía desde Oviedo programas de estadounidenses que venían a la capital a estudiar, al igual que hizo él. La pregunta que siempre se repetía por parte de las familias era que si consideraba seguro el viaje.

Recordar lo que se vivió ese día es una experiencia muy personal porque a todo el mundo le tocó de alguna manera. “Los primeros años, en el aniversario del 11-S poníamos una vela donde vivíamos”, explica. Ese es la pequeña dedicatoria que Keneth y su familia hacían cada 11 de septiembre.

Han pasado 20 años del martes negro, pero el miedo sigue estando. “A nivel mundial fue un antes y después. Se acabó el mundo que parecía limpio e inocente y empezó otro que le declaró la guerra al terrorismo”, afirma el estadounidense. 

Edén Jiménez y Elena García

La casualidad quiso que Edén Jiménez y Elena García, que de aquella tenían 15 y 17 años, respectivamente, viviesen el atentado a 1.294 kilómetros de la “Zona Cero”. Estaban en Carolina del Sur de intercambio con el Colegio de las Dominicas de Oviedo, pero esa semana la deberían de haber pasado en Nueva York, visitando los lugares más emblemáticos. Por motivos de organización el viaje se adelantó.

Edén Jiménez

Edén Jiménez

El 11 de septiembre, al llegar al Hilton Head Preparatory, el director convocó a todos los alumnos en el gimnasio, donde les explicó lo que había pasado e instalaron una pantalla gigante para seguir las noticias. “Nunca vi una tragedia colectiva tan grande. La mayoría conocía gente en Nueva York”, relata Edén Jiménez, que durante esos días trató de apoyar a la familia que le acogió y que tan bien se portó con él. “Había carteles de ‘Dios bendiga América’ por todos lados”, añade Elena García.

Aunque el instituto avisó de que todos sus alumnos estaban bien, las noticias se hacían esperar para las familias de los asturianos, que pasaron mucho miedo hasta que consiguieron localizarlos.

“Por mucho que sea en otro sitio siempre te pones en lo peor y piensas que pudieron haber ido de visita allí. Es esperar horas y horas pegado al teléfono para recibir una llamada. Hasta que no escuchas la voz de tu hijo no estás tranquilo del todo”, explica Edén Jiménez, que tardó alrededor de cinco horas en hablar con sus padres.

En un primer momento intentaron que regresaran a España lo antes posible, pero habían cancelado todos los vuelos y los aeropuertos estaban cerrados. “Incluso se plantearon que volviésemos en barco”, cuenta Elena. No quedó otra que retrasar el vuelo, algo que “egoístamente vivimos con felicidad”.

Elena García

A partir de ese momento el mundo cambió y la seguridad se convirtió en una prioridad. En los aeropuertos los controles se magnificaron: “Abrían todo y lo desempaquetaban”, explica Elena García, que no se acuerda de haber pasado ningún control en el trayecto de ida a EEUU. “Nunca se me olvidará cómo cogieron el peluche del delfín que le llevaba a mi hermana y lo rajaron en busca de algo sospechoso”, recuerda Edén Jiménez.

Ninguno de los dos subió al avión con miedo porque no eran del todo conscientes de lo sucedido: “los profesores hicieron una increíble labor suavizando lo acontecido para que no supusiese un trauma para nosotros”, agradecen Elena y Edén.

Eso sí, Edén Jiménez explica que lo sucedido le abrió los ojos: “Te prepara para lo que se viene. Te enseña a no parar, como ellos hicieron, y a seguir con la vida, porque quien quiere levantarse, se levanta”.

Carlos Rey-Martín

Carlos Rey-Martín es un gijonés que en los años 90 decidió finalizar sus estudios en Estados Unidos. Podría decirse que ya lleva más de media vida allí. Se ha casado con una mujer americana y tiene dos hijos.

En 2001 se encontraba trabajando en la sala de tesorería del banco BBVA en Nueva York. Aquel fatal día se encontraba en el piso 45 de la torre Alliancebernstein, un rascacielos ubicado en la Sexta Avenida. Desde su ventana podía ver las dos torres.

La mañana estaba soleada, tras el primer impacto podía ver desde la ventana el humo, “al principio pensábamos que era un accidente, pero vimos como el segundo avión impactaba de pleno”, recuerda Carlos Rey.

Sus funciones dentro del banco tenían que ver con la liquidez diaria. Se encargaba de cuadrar las posiciones y “al no saber que iba a ocurrir, sobre las 11 ya lo dejamos todo listo; el sistema financiero estuvo cerrado hasta el lunes siguiente”, añade Carlos.

Por la Sexta Avenida una avalancha de personas corría hacía el puente de Queensboro. El metro y los trenes de cercanías no estaban operativos.

A los trabajadores de la sede de BBVA de Nueva York les dieron la orden de permanecer dentro del edificio hasta que idearon un plan de contingencia. “Yo tenía a mi cargo a cuatro personas de mayor edad y me encargue de ayudarles a salir de Manhattan”, relata Rey-Martín, “por suerte pudimos coger un metro en Penn Station, los tornos estaban abiertos y simplemente llenaban los trenes para salir, daba mucha impresión ver la humareda que venía hacia Long Island”, recuerda.

Carlos Rey.

Al igual que todos, Carlos tenía conocidos que perdieron la vida en el atentado. “ Yo tenía una amiga policía que cayó con las torres tratando de sacar a gente.También, como me dedico a temas bancarios, solía tratar con muchos brokers que fallecieron”, relata el gijonés.

Durante los siguientes meses en la zona de Downtown solo había operaciones de rescate y reconstrucción. Ahora el coronavirus parece haber rematado la zona. “Muchos comercios han tenido que cerrar, la gente se ha dado cuenta de que funciona el teletrabajo. Hay muchos menos turistas, EEUU tiene las fronteras con Europa cerradas”, explica Carlos Martín.

Suele haber muchos homenajes cada año, y éste que será el 20 aniversario de los sucesos no será para menos. En el instituto al que iban sus hijos el equipo de fútbol americano hace un pequeño homenaje durante el primer partido de la temporada. Su hijo mayor John Rey Martín se encuentra estudiando Biología en la Universidad de Nueva York; nació en el 2003 y pertenece por tanto a la generación que ya conoce el terrorismo. “Cada año por el aniversario teníamos una lectura sobre el 11-S en la escuela, todos los profesores nos contaban qué estaban haciendo en aquel momento”, relata John , además “Todo lo que sucedió después de haber matado a Osama Bin Laden se podría haber evitado, no era necesario. También es cierto que el Gobierno de Afganistán es un tanto inútil. No hay quien pare lo que está sucediendo desde que Estados Unidos abandonó el país”, añade.

Su padre Carlos Rey también está de acuerdo con su hijo, “Afganistán está en boca de todos. El plan inicial con el que se fue no funcionó y la salida ha sido muy caótica. La gente está enfadada”.

Cándido Gudde

Cándido Gudde se mudó a Estados Unidos en el 1971, cuando su padre se llevó allí a toda la familia desde Avilés para darles una buena educación. 30 años después, el 11 de septiembre de 2001 el sol se alzaba en el cielo neoyorquino. Cándido se encontraba trabajando en Nueva Jersey. Su mujer, Delia, de Venezuela,estaba pasando el día con los niños en casa. A él le avisó un compañero de la empresa del primer choque, a ella su vecina. Ambos corrieron a ver las noticias y vieron en directo el impacto del segundo avión.

A Gudde todavía se le pone la piel de gallina al pensar en la magnitud que podría haber alcanzado el atentado de haberse producido poco tiempo después: “A esa hora muchas personas se encontraban en el transporte público, si no habrían sido unos 10.000 o 20.000 muertos”.

De izquierda a derecha, Cándido Gudde, Delia, Cándido hijo y Mari Carmen, mujer de Cándido hijo.

Aquel día se cerraron todas las entradas y salidas al corazón de Nueva York: carreteras, puentes, aeropuertos… y se quedó atrapado en Nueva Jersey. “La empresa nos pagó un hotel, pero yo fui a casa de mi hermano a pasar la noche”, cuenta el avilesino. “Por suerte no tenía a ningún conocido en el accidente”, relata aliviado.

No obstante, la inseguridad seguía ahí. Delia recuerda como estuvo más de un año sin coger el ferry que lleva a Manhattan “por miedo a que volviera a ocurrir otro atentado. “Es una situación difícil y ver el hueco que dejaron las torres da sensación de soledad”, añade la venezolana.

El 11-S comenzó la “incertidumbre hacia la gente desconocida. No solo hacia los que fuesen árabes, sino hacia quienes lo pareciesen”, explica Cándido Gudde. Un recelo que todavía continúa.

Marcos Intriago

Marcos Intriago, nacido en Amieva y propietario de un negocio en Nueva York, recuerda perfectamente ese día: “Es muy complicado olvidarlo”. El amievense estaba trabajando en su negocio de productos españoles en Queens. Alrededor de las nueve menos cuarto “uno de los vehículos que estaba entregando productos me llamó para decirme que el puente que conecta Queens con Manhattan estaba cerrado”, recuerda. De repente, ve como otro avión se estrella, se asoma la ventana y observa el humo salir de las Torres Gemelas: “Nadie se lo podía creer. Era muy impresionante”. Se cerraron puentes y aeropuertos y su compañía, que depende mucho de eso, tuvo que parar de distribuir.

En la Zona Cero trabajaba mucha gente, pero aún no había llegado. La zona turística tampoco había abierto a esas horas. “Si llega a ser más tarde hubiera sido mucho peor”, relata el asturiano.

Intriago recuerda que, tras el atentado, había una crisis generalizada de terror. “Todo el mundo estaba impactado y afectado. Muchos tenían depresión, estaban asustados y había incomodidad”, asegura.

Se perdió la confianza en los edificios altos y el plan original de hacer el One World Trade Center más alto que las Torres Gemelas se desvaneció. “Al comienzo de la construcción.empezaron a entrevistar a gente y muchos tenían recelo de alquilar los espacios por miedo”, explica Intriago. El equipo trató de hacer el edificio más seguro jamás construido para devolver la seguridad y redefinió la manera en que construyen las torres en Nueva York.

Ese día la sociedad estadounidense cambió. Muchos conocían a alguna de las víctimas, incluido él mismo. Cuando salieron los nombres se dio cuenta de que algunos eran parientes de conocidos. El amievense conocía a la madre de una de las tres víctimas españolas de los atentados, Silvia San Pío, que murió junto a su marido, John Resta, en la Torre Norte, con sólo 26 años.

Veinte años después la herida sigue sin estar cerrada del todo: “Poco a poco se va curando, pero siempre queda algo”, concluye.

María Fernández

María Fernández ha nacido en Nueva York, ciudad a la que su padre Juan José Fernández emigró en 1963. El día del atentado contra el World Trade Center se encontraba trabajando a 45 minutos de Manhattan, cuando una de las asistentes le interrumpió una llamada de teléfono para contarle lo que estaba sucediendo. En ese momento encendieron el ordenador para enterarse.

“Lo peor era que conocía a gente, y me asustaba no poder contactar con ellos. Otras personas me llamaban preocupandose por mi. Encontré finalmente a mis amigos pero me costó. Fue un tiempo muy difícil”, recuerda tristemente María Fernández.

Todos los habitantes de la ciudad que nunca duerme tenían conocidos trabajando en las torres, uno de los amigos de la infancia de María se encontraba pasando por el puente, y con suerte pudo evitar derrumbarse con él. “Mi vecino era policía y se encotraba trabajando en las tareas de rescate posteriores, hacía poco tiempo que había dejado de fumar, pero la angustia le hizo recaer”, señala.

María Fernández, con su padre.

Aquel fatal día su padre se encontraba trabajando en Puerto Rico y no pudo evitar preocuparse por su familia, pues la hermana de María también trabajaba en Manhattan.

El tema de Afganistán está hoy en día en boca de todos, “a mí me asusta”, dice Fernández. “Siento que nos odian, y que podrían volver a atacarnos de cualquier otra forma”, explica. “Es difícil llegar a aceptar que una persona pueda hacer tanto daño, después de los atentados las calles estaban repletas de carteles con fotos de los desaparecidos y fallecidos, se empezaba a conocer la historia detrás de cada ser humano que perdió la vida”, añade.

“Cuando entramos en Afganistán lo hicimos con razones falsas y han pasado veinte años. Cuántos jóvenes han muerto para nada, salimos y ya se convirtió en un gobierno talibán. No tenía sentido, podríamos haber hecho otras cosas con países unidos a ver si podíamos ayudar de una manera u otra. Difícil con tanto dinero o la muertes, difícil entender por qué lo hicieron".

Compartir el artículo

stats