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Morir en Candamo: así se luchaba hasta el final en el frente asturiano de la Guerra Civil

El grupo “Frente del Nalón” recrea al milímetro las trincheras de la contienda para mostrar “el horror” que marcó a generaciones de españoles

Xaime Fernández emula en Grullos la famosa imagen del miliciano tomada por Robert Capa en Cerro Muriano, uno de los iconos de la Guerra Civil española. | Irma Collín

Esa inquietante percusión suena en algunas películas bélicas. De repente cesa la calma rural de un día algo pesado y bochornoso –el viernes pasado– y se escucha sobre el hormigón de una caleya de Grullos (Candamo) el crujir de las botas con clavos que calza David González Palomares, veinteañero, historiador, de Cangas de Onís. Un, dos; un, dos, marchen. Con ese paso militar, multiplicado por mil, se anuncian ofensivas y bárbaras invasiones. Es el ritmo que precede al estallido de la batalla. Hoy, y durante una hora y pico, David nos lleva a la guerra.

El soldado González Palomares viste el uniforme del ejército de Franco, forma parte del grupo recreacionista “Frente del Nalón” que ayer sábado, después del parón de 2020, volvió a revivir en la capital candamina –con más de un centenar de participantes perfectamente uniformados y mucho público– los tiempos del conflicto que partió España entre 1936 y 1939, y después, aún hasta hoy, nos metió en el cuerpo el virus del guerracivilismo. Este año, como novedad, recrearon en un prau de Grullos un campo de batalla con sus respectivas trincheras, ofensiva y defensiva: las dos orillas del abismo que sigue cruzando el rostro de este país, como una cicatriz, que los extremos políticos ahora quieren volver a hacer herida. Para hacer realidad aquellas zanjas embarradas donde tantos dejaron su vida, los de “Frente del Nalón” siguieron al pie de la letra el manual del Ejército Español de los tiempos previos a la contienda civil. Allí está todo: dimensiones de la trinchera, trazado en zigzag para limitar los daños, troneras para los fusileros con sus refugios correspondientes, túneles de comunicación con el puesto de vigilancia y distancias precisas de colocación de las alambradas, adornadas con sus correspondientes latas. Así, cuando alguien intentaba adentrarse, sonaban como “lloqueros”. Y entonces escupía muerte el correspondiente nido de ametralladora camuflado en un flanco: así, con pocas balas, se cosía a muchos de lado a lado. Trincheras como ésta, pero de verdad, hubo de sobra en las cercanías de Grullos. Por aquí estaba el frente.

Imagen dentro de la trinchera.

Detrás de David va Xaime Fernández, que también hizo Historia y prepara doctorado. Va uniformado y lleva un mosquetón máuser que comenzó a fabricarse en La Vega, en Oviedo, en 1916. Le protege el casco “Trubia” del Ejército Español, que comenzó a producirse en 1926. “Hombre, de un tiro frontal este casco no te libraba, pero sí de esquirlas que saltasen a consecuencias de las explosiones, por ejemplo”. Si su bisabuelo, Luis Fernández Corzo, trabajador de la fábrica de explosivos de La Manjoya hubiera llevado uno de esos casos, quizá hubiera sobrevivido al bombardeo de esas instalaciones durante la guerra civil. Tanto Xaime como David tienen antepasados muertos en la contienda, la mayoría en el bando republicano.

Y nosotros, míranos, acojonaos cuando tenemos que hacer un examen de inglés...

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Ambos cavaron esta trinchera con otros del grupo recreacionista. Juntos se aproximaron así a lo que pudo ser aquello. “Por eso lo hacemos, por su dimensión didáctica”, dice David, que mamó el interés por la Guerra Civil: es hijo del profesor langreano Luis Aurelio González Prieto, miembro del RIDEA (Real Instituto de Estudios Asturianos) y autor de varios libros sobre los escenarios de la contienda en Asturias.

“Esto no es apología de la guerra. En la trinchera es donde realmente ves la crudeza, el horror de la guerra. Impresiona cuando puedes imaginarte qué podían sentir aquellos chavales de 18 años a los que metían aquí sin saber muy bien porqué. Y cómo, aquí en este barro, el margen entre la vida y la muerte era muy pequeño, a lo mejor el porcentaje de muertos era del 70 por ciento. Y luego, que te manden avanzar bajo el fuego, dando barrigazos, para ir contra esos putos alambres de espinos... No me extraña que no hubiera desertores”, reflexiona Xaime Fernández.

–Pues si acojona estar aquí, ya verás en la trinchera de abajo.

David González, en la trinchera que el grupo recreacionista “Frente del Nalón” hizo en Grullos para el “museo” efímero que montó el sábado sobre la Guerra Civil en la capital candamina. | Irma Collín

Salimos de la trinchera defensiva, en la parte más elevada del prau y tras cruzar la tierra de nadie –que aquí se reduce a unos doscientos metros y tiene un mortero testimonial de lo que sería un campo de cráteres–, aparece la trinchera ofensiva, mucho menos profunda. Apenas brinda el abrigo suficiente para permanecer tumbado y disparando. David posa haciendo que gasta un peine de balas con el máuser. “Ahora sabréis lo que vale un peine”, bromea. Luego se levanta y otea prau arriba: “Ahora imagínate que tienes que subir corriendo bajo fuego enemigo y que luego tienes que cortar las alambradas con una cizalla, y que luego te encuentras con el fuego del nido de ametralladora escondido y tienes que pasar y luego, si llegas a la trinchera contraria, allí tienes que ir con la bayoneta calada y matar a los que estén en la trinchera.... Hay que ponerse en la piel de aquellos soldados. La guerra es esto, lo más horrible”.

Hace una pausa. David suda, hace calor en este frente de juguete de Candamo, donde sólo es posible aproximarse a lo que realmente ocurrió hace ya más de ochenta años, a tiro de piedra de aquí. “Cómo sería el estrés al que estaba sometida aquella gente... Allí, en monte Cimero –y señala–, donde murieron unos 600 republicanos, un superviviente nos contó que, del shock que sufrió, se echó a correr y no paró hasta que llegó a su casa en Avilés”. A 32 kilómetros.

Imagen de la trinchera.

De nuevo corre el silencio. Ya hemos recorrido el frente. Volvemos a 2021. David enfila el camino de vuelta al campo de la iglesia de Grullos, donde ultiman los preparativos de la recreación. Pero antes de le escapa:

–Y nosotros, míranos, acojonaos cuando tenemos que hacer un examen de inglés...

Cuando David y Xuan salen del prau de la guerra, acompañados por Felipe Sánchez Meijide, un joven candamín que estudia para soldador, las botas de clavos del primero vuelven a marcar el ritmo marcial sobre el hormigonado. Los tres se cruzan con otro miembro del grupo recreacionista. Vestido de civil con camiseta azul, sigue con los preparativos. Al pasar, dice:

–¿Qué? ¿Ganasteis o perdisteis?

Buena pregunta.

Una de las piezas estrella de la recreación de ayer en Candamo fue este camión Ford “tuneado”. Se trata del único de los cinco vehículos que Franco utilizaba durante la Guerra Civil para desplazarse a los frentes de la contienda. Este vehículo –arriba en la imagen– está dedicado a comedor y se completaba con otros cuatro para telecomunicación, sala de juntas, dormitorio y hospital y comedor. Es propiedad del empresario de Colloto Jorge Sandoval.

El comedor rodante de Franco

Una de las piezas estrella de la recreación de ayer en Candamo fue este camión Ford “tuneado”. Se trata del único de los cinco vehículos que Franco utilizaba durante la Guerra Civil para desplazarse a los frentes de la contienda.

El comedor rodante de Franco

Este vehículo –arriba en la imagen– está dedicado a comedor y se completaba con otros cuatro para telecomunicación, sala de juntas, dormitorio y hospital. Es propiedad del empresario de Colloto Jorge Sandoval.

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