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Teatro Marcello, la memoria afectiva de un emperador

Gracias a una fantástica reconstrucción se muestra hoy como un hermoso y original edificio

El teatro Marcelo

La escritora asturiana María Teresa Álvarez retoma su serie sobre los otoños romanos, una visión muy personal –apasionada y apasionante– de la ciudad eterna

Cuando has conocido Roma, y piensas en ella desde la distancia, son muchas las imágenes que se agolpan en la mente, proporcionándonos el recuerdo inolvidable de los momentos vividos junto a ellas.

Curiosamente, durante mucho tiempo, el lugar en el que hoy me detengo, el teatro Marcello, sí formó parte de mi memoria visual de Roma, por ser una de las últimas imágenes de la ciudad, que contemplo cuando la abandono camino del aeropuerto, pero al no conocer nada de su historia, al no haber paseado bajo sus arcos, al no dejarme impregnar de sus efluvios milenarios, la única sensación que despertaba en mí era la de una cierta nostalgia ya que su visión significaba el adiós a Roma.

Pero desde hace dos años mis sentimientos han cambiado. El teatro Marcello y las tres columnas dóricas, resto del templo dedicado a Apolo Sosiano, que orgullosas se yerguen a su lado, junto con el Pórtico de Octavia, han cobrado vida y protagonismo en mis sentimientos.

Esta zona arqueológica de la Roma imperial, situada entre la colina del Capitolio y el Ghetto judío, fue la elegida por Julio César, meses antes de su asesinato, para levantar en Roma un gran teatro permanente, el segundo después del de Pompeyo, que había sido creado en la República. Al desaparecer César, las obras del teatro fueron asumidas por el emperador Augusto, que decidió ampliar las dimensiones iniciales del proyecto.

Con una altura de unos 33 metros, una cávea de 130 metros de diámetro y más de 40 arcadas superpuestas (hoy solo se pueden ver 12), el edificio podía acoger a casi 20.000 espectadores. Unos espectadores que a buen seguro asistieron ilusionados a celebrar los Ludi Saecularis (Juegos Seculares), cantados por Horacio y celebrados unas fechas antes de la inauguración del teatro, a cargo del emperador Augusto en el año 13 a. de C. Y fue el día de su inauguración oficial cuando Augusto quiso que aquel teatro llevase el nombre de la persona que había designado como heredera, el nombre de su querido sobrino Marcello, fallecido en plena juventud.

Templo de apolo sosiano.

Templo de apolo sosiano.

El emperador Augusto que, pese a haberse casado tres veces, no consiguió un hijo varón, con la muerte de su sobrino, veía desaparecer la única posibilidad de que uno de su estirpe, Marcello, el hijo de su hermana Octavia, al que había casado con su hija Lidia, le sucediese.

El destino no lo quiso y toda esta zona fue testigo del dolor del emperador y de su hermana Octavia por la muerte del muchacho.

Octavia, única hermana del emperador fue persona leal a los intereses del imperio y gran defensora e impulsora de la ciudad. A pesar de que su segundo marido, Marco Antonio la abandonó por Cleopatra, ella no se mostró vengativa más bien todo lo contrario. Regresó a Roma desde Atenas donde vivía con Marco Antonio y se ocupó de sus hijos y también (a la muerte de su esposo y Cleopatra) de los hijos que estos habían tenido. Octavia fue la primera mujer cuyos retratos se mostraron en público en Roma y fue el suyo el primer rostro femenino esculpido en una moneda. Octavia era conocida por sus contemporáneos como la señora de Roma.

Porta de Octavia

Aquí, en el Pórtico de Octavia, que su hermano le dedicó, del que solo se conserva la fachada, quiso ella incluir dos bibliotecas, una destinada a libros en griego y otra a libros en latín, en memoria de su hijo Marcello. En el recinto existían dos templos dedicados a Júpiter Estator y Juno Regina, así como numerosas esculturas helenísticas.

Octavia nunca se repuso del fallecimiento de su hijo. Los dos años que le sobrevivió tuvo por compañera la melancolía y nunca abandonó el negro en sus vestidos.

“Dadme lirios a manos llenas, que he de cubrirlo de flores”. Cuenta la tradición que Virgilio leyó al emperador Augusto y a su hermana Octavia algunos versos de “La Eneida” dedicados al joven Marcello.

Testigo mudo de lo que aquí sucedía fue sin duda el templo de Apolo Sosiano, cuyas tres columnas proclaman la belleza de este lugar, que hoy nos imaginamos a través de los vestigios de su pasado y que han podido ser rescatados.

El Pórtico de Octavia sucumbió bajo las llamas y a lo largo de la historia lo que de él quedaba fue utilizado como mercado de pescado hasta el siglo IX. El nombre de la iglesia construida a las espaldas, de lo que queda del Pórtico de Octavia, “Sant’ Angelo in Pescheria”, nos revela de forma muy clara cual, fue la actividad desarrollada en este lugar. Hoy solo podemos recrearnos ante el peristilo que ha sido recuperado e imaginar cómo era contemplando las explicaciones y gráficos que se ofrecen en diversos paneles.

Teatro de apolo sosiano.

Teatro de apolo sosiano.

No sucede lo mismo con el teatro Marcello, que gracias a la fantástica reconstrucción a la que ha sido sometido se nos muestra hoy como un hermoso y original edificio. Su trayectoria a lo largo de los siglos hasta llegar al estado actual ha sido muy interesante.

En el año 64, cuando Roma sufrió la locura de Nerón en forma de llamas, aunque algunos investigadores dicen que fue ajeno a lo sucedido, el teatro Marcello resultó muy afectado, pero siguió funcionando hasta el siglo IV en que fue abandonado y utilizado como cantera. Está documentado que el puente Cestio fue reparado con bloques de aquí extraídos. Más tarde sería utilizado como fortaleza. Lo cual detuvo el expolio al que se veía sometido.

Pero lo que lo convertiría en un edificio único en el mundo por su originalidad fue que una familia de la nobleza romana, los Savelli, se fijaran en él para convertirlo en su futura residencia. Corría el siglo XVI y el famoso arquitecto del momento, Baldassarre Peruzzi, fue el encargado de habilitar la tercera planta. Peruzzi creó un hermoso palacio renacentista, consiguiendo una unidad con el resto que aparece como un todo pudiendo pasar desapercibida, si no te fijas en las doce ventanas en la fachada de la cavea del tercer piso. Más tarde serían los Orsini los propietarios de este palacio que, en la actualidad, se ha convertido en una especie de hotel con apartamentos de alto standing.

Merece la pena deambular entre estas piedras milenarias, sumergirse en el tiempo y recuperar la memoria de aquellos cuyos nombres ha quedado impresos en ellas para siempre.

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