La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arquitectura personal Lodario Ramón Entrenador de halterofilia y expolicía

“Quería ser fuerte como los de las películas de Sansón”

“Iba a ser delineante, pero no me gustaba estudiar; me metí en la mina para ganar dinero y luego entré en la policía nacional”

Lodario Ramón, en la Facultad de Ciencias de Oviedo. | | IRMA COLLÍN

Un entrenador con mucha mano entre levantadoras y paralímpicos

Lodario Ramón Ramón, (Fresnedelo, León, 1954) levanta cien kilos cinco veces seguidas. Llegó a levantar 140. Es entrenador de halterofilia y fundó y preside el Club San Mateo de este deporte en 1988, desde el que ha logrado 635 medallas nacionales (315 de oro) y 89 internacionales (27 de oro). Sus mejores resultados los ha conseguido con la halterofilia femenina y paralímpica. Fue entrenador y seleccionador de España en tres ediciones de los Juegos Paralímpicos de Verano.

Trabajó en la policía nacional hasta hace tres años -fue campeón nacional en todas las categorías para funcionarios del Estado- y estuvo destinado en San Martín del Rey Aurelio, en Langreo y en Oviedo, la ciudad donde decidió vivir y desarrolló la mejor parte de su carrera deportiva. También tuvo se vertiente sociodeportiva porque implicó a muchos chavales de Ventanielles, que en los años ochenta tenía mucha marginalidad, en su actividad.

Está casado y tiene dos hijos, uno de ellos también policía nacional.

Habla bajo, no alardea, está en forma y pasa un mínimo de cuatro horas diarias en el gimnasio.

–Nací en Fresnedelo, León, en 1954 y vivimos allí hasta los 5 años. Ahora es un pueblo con 12 vecinos pero entonces estaba la mina y había mucha gente. Mientras vivíamos en Fresnedelo, mi padre hacia una casa de planta y dos pisos en Fabero.

–¿A qué se dedicaban en casa?

–Mi padre y mis hermanos trabajaban en la mina. Somos 7 hermanos, 5 hombres y dos mujeres, yo el del medio. Mi padre marchaba a la mina y quedábamos en casa con mi madre, ayudándola en casa y a atender el ganado y las tierras. Mi padre, en tiempo de cosechas, salía de la mina e iba a trabajar la tierra. Los domingos nos reuníamos todos, por semana cada uno tenía su quehacer. Los mayores a la mina, los pequeños, estudiando.

–¿Cómo era su padre?

–Se llamaba Antolino Ramón y fue un picador muy destacado. Si de aquella un picador ganaban 6.000 pesetas, él ganaba 12.000. Lo llamaban “Zacanillas”, de azacanarse, por la forma en que se entregaba al trabajo. Tenía 7 hijos que sacar adelante. Se retiró pronto por la silicosis, pero trabajó en otras empresas .

–¿Cómo era con ustedes?

–Cariñoso, pero exigía a cada uno lo suyo.

–¿Y su madre?

–Sagrario Ramón era un ama de casa muy entregada. (Enmudece por la emoción). Es que mi madre... me revuelve recordarla. Fue todo en la casa, para mí y para mis hermanos. La casa la llamamos “casa de madre” sin que sea un desdoro para mi padre. En Fabero teníamos bar que llevaba ella y en el que estaba hasta la 1 de la mañana y a las 7 se levantaba. Murió con 78 años.

–¿Eran religiosos en su casa?

–Somos católicos todos, pero no beatos.

–¿Y de ideología?

–Eran de izquierdas. Fabero siempre fue de izquierda. Nunca me impusieron nada.

Lodario Ramón. Irma Collín

–¿Vivían bien?

–Sí, nunca faltó nada.

–¿Qué estudió?

–En Fabero hice hasta segundo de bachiller y luego, Formación Profesional en Ponferrada.

–¿Qué tipo de chaval era?

–Un guaje bastante inquieto. En la parte de atrás de casa teníamos un garaje en el que, a veces, guardaban el coche el médico y el practicante, que eran los que tenían automóvil. A los 11 años lo preparé para gimnasio donde levantar pesas. No había gimnasios alrededor.

–¿Cómo descubrió que le gustaba levantar?

–Cayó en mis manos una revista de culturistas, que no recuerdo cómo se llamaba pero que supe como el padrenuestro. Veía las fotos de aquellos hombres que eran parecidos a los que veíamos en el cine, en las películas de Sansón.

–Las películas de gladiadores.

–Me encantaban. Iba todos los sábados y mis preferidas eran las películas de acción.

–¿Usted era fuerte?

–Era delgado y me preguntaba cómo aquellos hombres podían ser así. Convencí a mi padre y a mis hermanos para que trajeran de la mina ruedas de vagonetas y con una barra y un soporte empecé a hacer dominadas. Pasaba hora y pico todas las tardes. Quería ser fuerte.

–Como autodidacta.

–Sí, yo solo y copiando de las revistas. No hacía determinados ejercicios que servían para coger más forma porque no lo sabía.

–¿Cuándo cambió eso?

–A los 13 años mi hermano y yo marchamos a estudiar al “Taller Escuela Sindical de Formación Profesional”, la “Escuela Sindical” de Ponferrada.

Quería estudiar delineación; mi hermano Javier, ebanistería. Íbamos todos los días en el autocar, 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, de Fabero a Ponferrada, cuando las carreteras no eran como ahora

decoration

–¿Qué quería estudiar?

–Yo delineación; mi hermano Javier, ebanistería. Fue un ebanista destacado. Íbamos todos los días en el autocar, 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, de Fabero a Ponferrada, cuando las carreteras no eran como ahora.

–¿Era de pegarse con otros chavales?

–Al contrario, fui y soy enemigo de eso. Si mi hermano Javier estaba en problemas me llamaba para que pegara pero yo les preguntaba qué había pasado y ya.

–¿Qué tal estudiante era?

–Malo. Hice delineación y seguí para hacer maestría, pero al mes de ir a clase, con 18 años, me metí en la mina para ganar dinero. No me gustaba estudiar, prefería estar en acción. Era inquieto y tenía muchos amigos.

–¿Sabía lo que quería ser?

–No quería estudiar para ser profesor porque no le veía sentido. En la mina fui feliz durante cuatro años.

–¿Dónde trabajó?

–En Antracitas de Gaiztarro, de maderista y entibador.

–¿Qué vida hacía?

–Tuve muchas amigas, como todos, y mi mujer era mi novia, pero informal. No era de arrasar, era normal. Era de bailar agarrado en la pista y nada más. Los amigos me respetaban porque practicaba la halterofilia.

–¿Cuándo empezó a practicarla de verdad?

–En clase conocí a un compañero, Campillo, que era como los de las revistas, muy fuerte. Llamaba la atención a todo el mundo. Parecía un toro. En invierno iba por Ponferrada en camiseta de manga corta. Hablé con él, me dijo que hacía pesas en el gimnasio El Bosque, al lado de la Sindical y me propuso que le acompañara a ver mis capacidades. Yo hacía lo que se daba en clase: potro, plinto, cuerda, daba saltos mortales adelante y atrás.

–¿Qué había en el gimnasio?

–Tres o cuatro chavales con las piernas fuertes, brillantes por algo de aceite, que sabían levantar la barra con facilidad. Me acojoné. Ese club quedó campeón de España aquel año. Estaba Sáez, que fue presidente de la Federación y levantador. El entrenador, se llamaba Tito y me invitó a ver qué podía hacer. Cogí la barra, que pesa 20 kilos y fui metiendo pesas de 20, de 30, de 40. Acabé levantando 65 kilos, excelente para empezar.

–¿Qué hizo Tito?

–Me fichó y me prometió una barra y 140 kilos para que entrenara. Los llevaron al hueco bajo las gradas de campo de fútbol de Fabero y allí empezamos a entrenar. Llegamos a ser 10. En cuatro meses levanté 100 kilos.

Lodario Ramón. Irma Collín

–Con entrenamientos.

–Sí, con los entrenamientos que me iban mejor. Tito me explicó que en las piernas estaba toda la fuerza. Subía las pesas hasta encima de las piernas y me metía debajo. En seguida llegué a levantar 120 a pelo. Cuando aprendí la técnica levanté 140. Los ciclos de trabajo son trimestrales y acaban en competición.

–¿Para qué le sirvió la halterofilia?

–Era popular en el pueblo, salía algo en la prensa y era la referencia. Hacíamos dos o tres competiciones cuando las fiestas del pueblo. El joyero nos daba los trofeos. El deporte me formó, me hizo disciplinado en todo y más respetuoso. Manuel Pérez Álvarez, juez de paz del pueblo, que movía muchos chavales para que hicieran campamentos me hizo monitor de los pequeños. Era de fiar. Vacilábamos poco.

–¿Hizo la mili de los mineros, en el pozo?

–Hice los dos meses del campamento en El Ferral. Luego le pedí a mi primo José Luis Ramón, inspector jefe de la policía nacional, que me enviara la instancia para entrar en la policía. Aprobé. Hacía falta la cartilla militar y cuando vine a recogerla a Gijón el capitán me dijo que tenía que meterme en la cárcel por desertor.

“En 1976 la academia de policía no nos preparó para lo que vino después”

decoration

–Por dejar la mina.

–Sí, pero yo no sabía nada

–¿Cómo lo arregló?

–Fui a la academia de la policía temiendo que no me admitieran, pero en dos días lo arreglaron.

–¿Por qué quiso ser policía?

–Fue algo que despertó en mí. En la mina trabajaba con mis hermanos y me iba muy bien. Los compañeros me llamaban “Zacanillas”.

–El sobrenombre de su padre.

–Sí, pero yo no lo sabía y me mosqueó, hasta que me lo explicaron y fui consciente del honor. En la mina ganaba 80.000 pesetas de 1976, a veces 86.000, según los cuadros que pusiera. En la policía, la mitad.

–¿Le gustaba el orden o le daba posibilidades en el deporte?

–Había una relevancia en el desempeño, lo contrario de trabajar en la mina. Yo no quería ser más que nadie, pero quería ser eso. 

En el Palacio de los Deportes los que hacían boxeo me consiguieron de un día para otro veinte chavales y chavalas que quería levantar peso y así empecé mi tarea

decoration

–Le sacó de casa.

–Dos meses en Extremadura y un año en Madrid, de gris, en la Comisaría Central, calle de la Luna. Al mes de marchar, ETA puso una bomba. Mi madre llamaba a la comisaría para preguntar por mí cada vez que había un atentado, aunque fuera en Bilbao. No le gustaba que fuera policías, pero quería para mí lo que me gustara.

–¿Aprovechó Madrid para el deporte?

–Sí. En Halterofilia me mandaron a la residencia Joaquín Blume para que entrenara. Tenía un amigo estudiando Educación Física y me presentó a media docena de chavales. Muchas veces comía allí. Se estaba a gusto. Mi vida se convirtió en comisaría y la Blume.

–¿Le gustó ser policía?

–Sí.

–En 1977 le habrán tocado muchas manifestaciones.

–Un día de patrulla normal íbamos dos chavales con un veterano, vio que había follón y nos dijo: “vamos a apartarnos”.Fuimos a un bar a tomar una cerveza, en una esquina. De pronto empezó a entrar gente en tropel y detrás de ellos, la policía. Una de las mujeres que estaban a nuestro lado tomando un café se agarró a mí diciendo “yo no hice nada”. “Y nosotros, tampoco”, le contesté yo. En ese momento no era policía ni era nada. 

–Se estrenaba la democracia y hubo muchos cambios.

–Excepcionales. Pasé de vivir en Fabero, donde no había problemas ni policía, a estar en Madrid, una ciudad llena de algaradas. Ibas a lo que marca el reglamento. Lo que más trabajábamos era deteniendo prostitutas por la calle Montera y me molestaba mucho, pobres. Todo era nuevo para mí.

–¿En la academia les habían preparado para los cambios?

–No nos prepararon para el mundo que vino después.

–Se casó en 1973.

–Sí, un trimestre antes de dejar Madrid. Lali es de Tombrio y la conocía desde chavala. Hablábamos, salíamos juntos, le dije que quería ser policía, le pareció bien y, al poco, nos casamos. Tenemos dos hijos. Óscar, de 38 años, de Langreo que es policía, e Isaac, de 31, ovetense, soldador. 

–Primer destino, Asturias.

–San Martín del Rey Aurelio. Estábamos en El Entrego. Éramos chavales de 23 años y teníamos que hacer todo. Nos encontramos con la droga -entonces “chocolate”- y a veces había que intervenir. A mí me distinguía la gente porque empecé con la halterofilia.

“En la policía ganaba la mitad que en la mina pero daba una relevancia y yo no quería ser más que nadie pero quería ser eso”

decoration

–¿Cómo fue?

–Fui a la Federación de Halterofilia en Oviedo y me ofrecí a hacer un club en Blimea, donde yo vivía. El presidente me mandó barras y de todo, monté un gimnasio, empecé a trabajar con chavales y hasta el cura habló de ello en misa. Llegué a tener 15 jovencinos, como me gusta que sean para construirlos como deportistas, aunque a los mayores los acepto también. 

–¿Cuánto vivió en Blimea?

–Seis años, luego decidimos comprar un piso en Oviedo. No quisimos volver a Ponferrada.

–¿Qué le pareció Oviedo?

–Era una ciudad señorial y buena para que estuvieran los hijos. Valoramos Gijón antes, que nos gustaba, pero preferimos Oviedo.

–Vivía en Ventanielles, al lado del palacio de los deportes. 

–Sí, fui con mi hijo Óscar pequeño. Había halterofilia. El que la llevaba, entrenaba a chavales mayores y no lograba buenos resultados deportivos. Al poco, me dijo que pensaba dejarlo y que si quería cogerlo yo. Le dije que sí. Quería gente joven y los del boxeo me trajeron casi veinte chavales y chavalas de Ventanielles de un día para otro. De ahí salió Javier Solís, que fue campeón de España.

–Fue policía en la cuenca del Nalón hasta 1999. 

–Es donde hice mi carrera. Fue la época de la heroína y de la cocaína que, al final, acabó matando personas como moscas. Muchos adictos eran mineros y abandonaron la mina porque ya no valían.

–¿Hizo muchas intervenciones?

–Sí. Los seguíamos de noche, al monte, por Sama y Ciaño, donde tenían pequeños zulos para guardar las drogas. Alguna vez cogimos dos kilos de una tacada. 

–Su carrera deportiva importante es en Oviedo.

–Sí, aquí gane mis trofeos personales y empecé con los entrenamientos. Como entrenador he sacado 635 medallas nacionales (315 de ellas, de oro) y 89 internacionales.

–También le tocó la época mala de Ventanielles.

–Sí, pero raro fue el chaval del barrio que no pasó por el gimnasio conmigo. Los mayores éxitos deportivos los conseguí con las mujeres. 

–Cuando usted empezó no habría una mujer.

–Cero. Hasta los años noventa. 

–¿Ideó algún método específico para entrenar mujeres?

–No. Tienes que ajustar el deporte a las peculiaridades de cada deportista, pero da igual que sea hombre o mujer.

Empecé a entrenar paralímpicos hace 30 años cuando era un mundo por descubrir. Hay que ajustar su dificultad, pero los entreno como a cualquiera. Lo que consiguen les sirve mucho más para la vida corriente que a los demás

decoration

–¿Le chocó tener chicas?

–No. La primera que vino se llamaba Mari Carmen y disfrutaba levantando peso pero su hermana, que llegó después, tuvo mucho más interés. Blanca sacó resultados por todos los lados. Y trajo a su amiga Emilia Fernández, luego Olga Fernández...

–¿Para la halterofilia hay que ser fuerte o que te hace fuerte?

–Te hace fuerte. Al año ves los resultados. Y no da problemas físicos con el tiempo ni aunque la dejes.

–¿Cuándo empezó con los paralímpicos?

–Hace 30 años. Después de Barcelona 92. Era un mundo por descubrir. Fui tres veces seleccionador nacional y saqué a Loida Zabala. Hay que ajustar su dificultad, pero los entreno como a cualquiera. Puede faltarle una pierna, pero la base de la halterofilia es el tronco y los brazos. Tengo hoy seis en Oviedo. No los tienen en Madrid. Lo que consiguen les sirve mucho más para la vida corriente que a los demás.

–¿Tuvo apoyo?

–Siempre tuve paralímpicos en el gimnasio, hablé con la federación y me mandaron una banca de Barcelona 92. Luego conseguí dos más y así pude entrenar a más. Es un privilegio que consigan resultados deportivos que se miden.  

–¿Fue un padre presente?

–Sí, pero mi mujer tuvo un papel preeminente en su educación. Siempre estuvo ahí. Yo les enseñé el mundo del deporte y son deportistas. Uno fue subcampeón de España y no fue más porque no tenía tanta vocación. 

–¿Qué tal siente que le trató la vida?

–Bien. Podría haber sido mejor porque yo di mucho, pero... Gracias a Gabino de Lorenzo pude tener en el Palacio de los deportes todo lo que necesité. Me motivó para todo y me ayudó mucho con subvenciones para material nuevo. En la policía también me dieron todas las facilidades para ir a las competiciones que hicieran falta.

Compartir el artículo

stats