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Pedro de Silva Escritor y abogado, expresidente del Gobierno de Asturias

“Dejé la política porque no pude ampliar el Estatuto de Autonomía; el PSOE no quiso”

“Hoy el que habla asturiano se siente mejor y es mejor visto que el que no, salvo en los recintos de la élite de la región”

Pedro de Silva Juan Plaza

Pedro de Silva (Gijón, 1945), estricto protocolo covid, se quita la mascarilla solo para la sesión fotográfica y cuando se va Juan Plaza, crea una corriente en la amplia sala en la que ha instalado su hábitat de trabajo, en cuya chimenea tiene colchoneta “Tristán”, un perro blanco, pequeño, de 10 años que es todo mimos. En la pandemia se mudó a este chalé del bajo Somió con su mujer.

Presenta hoy su último libro, “Ella. Un ensayo”, en el Club Prensa Asturiana de Oviedo. Su carrera literaria ha sido constante. Fue poeta y ensayista a la vez que político en activo, fue novelista en el cargo y siguió escribiendo en todos esos géneros a los que añadió el teatro. Escribe un billete diario en LA NUEVA ESPAÑA.

En esta entrevista responde a un cuestionario de “jarrón chino” como corresponde al presidente del Principado que fue entre 1983 y 1991. Lo hace con contenida soltura.

–Refresquemos la memoria. ¿Por qué dejó la política?

–Diré por qué podría no haberla dejado. No quería profesionalizarme plenamente y me había dicho que 8 años era suficiente. Si el rey Ramiro estuvo 8 años y dejó el Prerrománico... Quería volver a la abogacía y dedicarme más a la literatura. Dije que lo dejaría al inicio de la segunda legislatura.

–¿Qué no ocurrió para que no abandonara la política?

–La ampliación del Estatuto de Autonomía: estaba comprometida por el propio Estatuto y en mi campaña electoral. El PSOE no quiso.

–¿Quién no quiso?

–El PSOE es un partido coherente. No quiso el de Asturias y, sobre todo, el de Madrid. Lo intenté y no funcionó. Para ponerme la cuerda alrededor del cuello llegué a un pacto al principio de la segunda legislatura que me dio el apoyo parlamentario. A partir de ahí empezaron mis dificultades de relación con Madrid.

–¿Qué sucedió?

–Dejó de ponérseme al teléfono Alfonso Guerra y hablaba con Fali, su jefe de gabinete. Luego dejó de ponérseme al teléfono Fali y acabé hablando con una encantadora y muy inteligente secretaria de Guerra, Olvido, que había estado en el grupo parlamentario conmigo. Pero no era plan. Tenía interlocutores ministros, pero no en la estructura del partido.

Pedro de Silva Juan Plaza

–¿Por qué dice “la soga al cuello”?

–Se enfadaron conmigo porque anuncié el primer día que no iba a seguir. La ley suprema en un partido político para que haya una mínima sumisión es que todo el mundo quiera seguir en política. Si no, eres una rueda loca en el sistema, incontrolable. Se enfadan conmigo porque llegué a ese pacto y no pude cumplirlo. ¿Por qué iba a seguir?

–¿Era para tanto ampliar el Estatuto?

–He creído siempre en la autonomía. En algún momento pensé que un modelo confederal podría ser bueno para España, pero creo que basta uno federal, parecido al autonómico que tenemos, pero ordenado. Tenemos un modelo federal demasiado asimétrico, hecho a empujones de unos y de otros. Vayamos a algo más deliberado y con más cohesión, que no tiene por qué ser totalmente simétrico.

–¿Por qué no simétrico?

–Las apetencias sociales no son las mismas en todas partes, aunque jueguen al mimetismo.

–Seguimos con apaños.

–Hay tanta incomprensión de Cataluña respecto al resto de España como del resto de España a Cataluña y el mismo interés en un lado y en otro en que esa antipatía se cebe y crezca. Ya planteé hace dos años en “La Vanguardia” eso que dicen que van a hacer y no van a hacer de cocapitalizar el país. Barcelona está ahí y merece cierta capitalidad, no digo en pie de igualdad con Madrid.

–¿Para implicarla con algo que no solo sea Cataluña?

–Las cosas que son ambivalentes funcionan siempre mejor. Es un proyecto antiguo.

–El Estatuto de Autonomía va a cumplir 40 años. ¿Qué hacemos?

–No creo percibir una seria demanda política ni social de ahondar en competencias. Es razonablemente denso en cometidos. La cosa es gestionarlos bien.

–¿No hay interés o tamos fartuquinos?

–Esto no es una comida interminable. En general, las comunidades tienen un contingente de poder y capacidad financiera muy razonable. No veo en qué grandes cuestiones puede aumentarse el autogobierno.

–Que haya decretos leyes.

–No estoy cerrado. Sería razonable que se pudiera disolver el Parlamento para convocar elecciones cuando no haya condiciones para mantener una situación.

–La cooficialidad.

–Asturias se ha ganado ya el derecho a la cooficialidad. Es un camino que se empezó de manera tímida a mediados de los ochenta con aquella enseñanza en las escuelas con doble voluntariedad y número limitado. El modelo se ha ido extendiendo bien y ha llegado la hora de la cooficialidad en términos que no sé si es amables o sensatos o razonables, pero que generen los menos problemas posibles. Me adhiero al planteamiento del Gobierno regional.

–Que no da pistas de cómo será por escrito la cooficialidad amable.

–Los argumentos en contra a mediados de los ochenta eran los mismos que ahora, generación tras generación de enemigos del bable. Y son pobretones. La presencia oficial de una colengua genera cuestiones ya resueltas en todas las comunidades con lengua oficial. En ocasiones, exacerbadas en el afán de aumentar la distancia lingüística; en otras, complicado por la raíz no romance. No parece que en Galicia haya conflicto ni que esa sea la cuestión política. ¿Por qué aquí tenemos que hacer de eso un problema recurrente, cansino, latoso? Me resulta tedioso.

–Los argumentos de la cooficialidad tampoco han variado.

–Es que el bable está ahí.

Pedro de Silva Juan Plaza

–Se puede cuestionar que no está suficientemente ahí.

–El bable es una lengua que se ha empobrecido a lo largo de los siglos por distintos factores hasta quedar, durante mucho tiempo, en las zonas de los sectores más pobres de la economía. Pero es una lengua y debe seguir existiendo y para eso debe tener cierto grado de normatividad –si no ninguna aguanta– una presencia en la educación y un plus de respetabilidad que da la oficialidad.

–¿Por qué no lo hizo usted?

–No había condiciones. En mi tiempo, la gente que hablaba como hoy habla la gente, con el amestao, era mal vista. Hoy el que habla así se siente mejor y es mejor visto que el que no, salvo en los recintos de la élite de la región.

–No sé si hay verdaderas ganas de que salga adelante.

–Supongo que sí las hay.

–¿Qué falaben los sos güelos?

–Castellano. Siempre he sido castellanohablante y escribiente. No soy bablefalante y debería serlo.

–¿Qué va a costar la cooficialidad?

–No sé, pero no creo que sea mucho. En Radio 3, emisora que escucho bastante, la poetisa argentina Ida Vitale, último premio “Cervantes”, fingía sorprenderse de que en España no se hablaran todas las lenguas en todas las regiones. Sería bueno que en la enseñanza reglada se pudiera estudiar otra lengua del Estado, que en Asturias se pudiera aprender catalán.

–¿Qué le parece el presidente del Principado, Adrián Barbón?

–Le tocó el tiempo de la pandemia y en la región con la población más envejecida y, por tanto, con uno de los más altos factores de riesgo, ha hecho un trabajo del que se puede discutir si ha sido bueno o extraordinario. Lo llevó muy personalmente, como correspondía.

–¿Y ahora?

–En el tema industrial consiguió implicar al Gobierno de la nación en un paso adelante en Arcelor, la última gran industria que nos queda. A ver cómo gestiona ahora los programas de ayudas posteriores al covid, pero con la gestión de la pandemia se ha ganado la reelección.

–El lobo, de una sola vez.

–El lobo debe seguir estando ahí, tener cierto grado de protección que no tienen que pagar los ganaderos –que tienen que recibir indemnizaciones rápidas y un poco más que suficientes– y mantener mecanismos de control para que la población no crezca más allá de lo razonable. Están operando mensajes que vienen de muy atrás en la historia del lobo.

–Su último libro se titula “Ella”. No sé si es concreto o abstracto.

–Según. No existe ni ha existido una ella singular a la que se refiera.

–Se subtitula “Un ensayo”, pero es una novela.

–No es una novela de ideas ni un ensayo novelado: es una verdadera hibridación de novela y ensayo. La envoltura es de novela y hay contenidos ensayísticos en un registro narrativo. No he visto otra manera de contar lo que quería.

–¿Cómo llegó al híbrido?

–Llevo 15 años teniendo como música de fondo una novela en la que tratas de verter todo y se convierte en inacabable e inmanejable. Dentro había un núcleo más ensayístico que extraje. Antes de la pandemia tuve la idea; durante, escribí eso y mucho más. Salvo en teatro, tengo escrito más que publicado: almacén puro.

–“Ella” tiene voz femenina ¿Cómo lo consiguió?

–Todos tenemos alma femenina, y yo, bastante. Quizá de mi madre, como la afición a la poesía y a la literatura y a la fantasía de las cosas. En “La moral del comedor de pipas” registro lo que creo que es mi contrafigura y me salió.

–¿Cómo es su contrafigura?

–Zafio, brutal e ignorante hasta límites inconcebibles. Tienes que meterte en el personaje.

–¿Qué le pasa a ella?

–Poco. Cuenta lo que ve cuando va a ver a su abuelo político y se encuentra a un grupo de viejecitos –pongamos de mi edad– más o menos intelectuales –también como yo– que se reúnen para debatir interminablemente sobre cosas extravagantes con sesiones discursivas muy organizadas para ir detrás del espíritu de los años sesenta.

Pedro de Silva

–Que es el de la juventud como la entendemos ahora y de la suya.

–Soy un hijo peculiar de los sesenta y la novela tiene algo de ajuste de cuentas con mi juventud, como suele hacer un escritor.

–¿Cómo buscan ese espíritu?

–Por dos caminos. El primero, a través de la literatura y de sus hechos, llegan hasta la generación “beat” y, luego, a las profundidades más secretas de esa generación.

–¿Y el segundo camino?

–Es más biográfico, tratan de identificar la recepción de ese espíritu y cómo se manifestó en unos jóvenes de una ciudad de provincias de una región provinciana en una nación que era el culo del mundo y donde si aparecieran los “Beatles”, si no fueran los “Beatles”, los detendría la Policía Armada.

–¿Llegan a alguna conclusión?

–No, pero en su indagación se dan cuenta de que aparece Ella, el espíritu triunfante de lo femenino, un compendio paródico y en clave metafórica de las fantasías del machismo que luego se vuelven contra el macho. La Ella que aparece no es, necesariamente, la verdadera ella que se ha enseñoreado de la sociedad.

–¿Ha usado una voz femenina para reflexionar sobre la masculinidad que le tocó?

–No s0lo, pero se escribe desde tu ciénaga interior, que tiene materiales nutrientes y apestosos. El escritor que no quiere recurrir a esos fondos no transmitirá nada que merezca el rótulo de verdad que es lo que vas buscando.

–Su generación se adueñó de la “juventud”.

–Posiblemente. Evito entrar en el automito de los sesenta. Las tres cosas más importantes que me pasaron en el 68 fueron que hice mis prácticas como alférez de complemento de caballería en Salamanca, donde acredité espíritu militar aunque diera a leer a Ramón Tamames y otros autores al capitán de mi escuadrón. Me casé y me matriculé como abogado.

–No estuvo en las barricadas de París.

–Rojo ya era. Colaboraba con “El Comercio” con una página contracultural –“El jardín de los clavos”– y estaba razonablemente concienciado, pese a este repertorio de convencionalismos que acabo de acreditar. Tenía 23 años. Los tiempos no son comparables. Usted dice que nos adueñamos de la juventud... es que éramos jóvenes.

–Pero no han soltado la juventud. La generación anterior a la suya decía “cuando yo era joven” para expresar “cuando yo era mayor pero de poca edad”. Ustedes tienen una prescriptiva de la juventud para los jóvenes de hoy.

–Soy un practicante bastante convencido de esto que dice.

–Por el premio “Planeta” sabemos que los hombres deben firmar como hombres las novelas ¿Hay riesgo en que un hombre titule “Ella” su novela?

–Siempre he afrontado la literatura como un riesgo; si no, no vas a ningún lado y aunque la afrontes así, la mayoría de las veces, tampoco. Mi primera novela fue editada con seudónimo porque era presidente del Principado y era un riesgo. Al salir del cargo dije que era yo, pero ya no importaba a nadie.

–“Proyecto venus letal”, firmada por Carlos del Busto, editada en 1989, con el sida de fondo e implicando a Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos y a Juan Pablo II, Papa.

–Al que recibí tres meses después como presidente.

–Si se llega a saber, habría tenido que dimitir, pero el lío le habría asegurado el trampolín de la carrera literaria.

–Probablemente. Con “Kurt” tomé también riesgos. Firmé Kurt K., pero para desvelarlo.

–Ganó el premio “La Sonrisa Vertical” de literatura erótica.

–Corrí riesgos sociales, los institucionales que me pudieran quedar y casi profesionales. Pero sin exagerar. Cuando escribí “Una semana muy negra” el grupo gestor de la “Semana negra” discutió qué hacer conmigo y una de las propuestas era tirarme al estanque del parque. Si consideras un valor en sí mismo la respetabilidad no te dediques a la literatura.

–Pero la conserva.

–Algo haré que compense.

–¿Tuvo miedo al covid-19?

–Miedo, miedo solo me lo dan las películas de miedo. Tengo todos los días presente la eventualidad de mi propia existencia, un ejercicio como otro cualquiera, pero no recomendable.

–¿Desde siempre?

–Sí. No sé por qué. Unamuno, nuestro existencialista español, lo llamaba sentimiento trágico de la vida. Fue mi primera lectura seria. He tenido sentimiento existencial todos los días de mi vida y se vive bien una vez evitas que se exacerbe en otras pulsiones porque relativizas lo demás. Dejas de tener miedo a otras cosas.

–¿Incluso a la pandemia? Fue muy insistente en sus artículos en la ortodoxia...

–No había suficiente percepción en la gente de la gravedad de lo que estaban pasando, de los miles de muertos un día tras otro, de la afectación de esa mortandad a un segmento muy localizado de la población y la relativa indiferencia del resto y la incapacidad para asumir comportamientos sencillos como llevar mascarilla, mantener la distancia, evitar aglomeraciones. Cuando se levantaron las restricciones me producía desazón oír “ahora ya podemos vivir”. ¿Qué le ha impedido vivir antes? No identifico la vida con tomar copas. No creo haber sido extremista, sino que he estado en mi sitio y lo sigo estando.

–¿Cómo lo vivió usted?

–Pasé el principio de la pandemia solo en un piso de 50 metros cuadrados en Pumarín alto. Ahora estoy mejor. Era más lógico que viniera a vivir aquí que ella viniera a mi apartamento.

–Tiene 76 años, está en forma, se cuida como un pichón, escribe, sigue trabajando, tiene planes vitales... Es muy vital.

–Tengo un problema con la rodilla y hay averías todos los días, pero el cuerpo va bien y la cabeza chisporrotea. ¿Cuánto va a durar? Estadísticamente no demasiado, qué se le va a hacer.

–No parece que quiera jubilarse de nada.

–Mi sobrina María lleva ya el mayor peso de la mayor parte de los asuntos, voy menos por el despacho porque trabajo desde casa, intento ocuparme de las cosas que llevo y aportar. En la escritura, mientras tenga lectores en LA NUEVA ESPAÑA estaré hasta que me digan “hasta luego” y en la literatura mi problema es que tengo más ideas, buenas o malas, de las que puedo gestionar. La jubilación es una situación administrativa necesaria para la sociedad, pero el privilegio de los que nunca hemos tenido casi cobertura es jubilarnos cuando nos apetece.

–Y nada, del verbo nadar.

–Nado, en fuerte competencia con Belén que aguanta más y nada más deprisa. Esas cosas que pasan. Procuro cuidarme y no hago exceso en nada. Prescindir de cosas que no es necesario abandonar acerca al envejecimiento.

Pedro de Silva Juan Plaza

“Lo que dicen deleznable de Sánchez es un prodigio de habilidad política”

–¿Qué tal Pedro Sánchez, al que no recibió con entusiasmo?

–Me está pareciendo bien.

–¿Por qué?

–Las dos líneas más polémicas de Pedro Sánchez en el universo mediático dominante son su tendencia al pacto en Cataluña y su praxis de pacto con una izquierda que se supone que es extrema. Y se censura, que, gracias a ese doble pacto, esté en Moncloa. Se considera esos pactos espurios porque corresponden a una voluntad de alcanzar y conservar el poder.

–Buen resumen, ¿y?

–Las tres cosas que parecen deleznables en Pedro Sánchez me parecen bien, es casi un prodigio de habilidad política que haya conseguido atarlas en un nudo y le vienen bien a España.

–¿Por qué?

–Lo peor que le puede pasar a España es: uno, que se enquiste sin solución un enfrentamiento entre Cataluña y el resto de España que solo podría acabar mal o en un desastre absoluto.

–Dos.

–Que se prosiga ahondando la grieta en la salida de las crisis con la derecha creando una fractura que podría acabar con la estabilidad social de España.

–¿Y tres?

–Que hubiera ingobernabilidad.

–¿Y qué grado de cumplimiento ve de las tres?

–Estamos ante un político clásico con una capacidad política muy notable. De Herrero II, formidable extremo del Sporting, me queda una jugada en la que consiguió meterse hasta el palo, hizo un quiebro y metió gol y de Pocholo, grandísimo interior del Sporting, recuerdo jugadas en las que más allá del deporte hay arte.

–¿Y eso tiene que ver con Sánchez?

–Su llegada al poder es un momento de arte y te apetece decir “¡torero, torero!”, aunque deplores lo que ha hecho. Mide los tiempos, está agazapado, da un salto... Rompió la cohesión independentista y el espinazo a Podemos. Ahora lo tiene complicado con Yolanda Díaz y va a ser un bonito espectáculo.

–Ja, ja, ja ¿Por qué?

–Porque Yolanda no viene de Podemos, sino del Partido Comunista, de la izquierda real. Está hecha en la lucha tranquila pero siempre dura del PC, no de las asambleas de facultad. Si no fuera porque mi religión me lo impide, la votaría.

–Porque usted sigue siendo del PSOE.

–Poco practicante, pero votaré al PSOE.

–Siga con el cumplimiento de Sánchez.

–En el campo de la izquierda social hay cosas patentes: el salario mínimo, posiblemente la modificación de la anterior reforma laboral. Son pasitos, pero la socialdemocracia son pasitos.

–Los que le conocen dicen que no es fiable. ¿Cuánto tiempo puede durar?

–Respondo con una tautología: El tiempo en que mande. Hizo faenas gloriosas.

–Por ejemplo.

–Le echan de un comité federal y dice que nunca se ha sentido más orgulloso de su partido. ¿Qué quiso decir? Mucha gente dijo “este es un verdadero hombre de partido”. También cuando se negó a tener un cargo de consolación.

–¿Le conoce?

–Hemos hablado media docena de palabras.

–Ni color con José Luis Rodríguez Zapatero...

–Desde fuera, lo ven como el hombre que hizo cosas como retirarse de una guerra ganándose la enemiga del imperio o aprobar el matrimonio homosexual que rompió un tabú. Al final, un gran presidente es el que hace esas cosas y se la juega y finalmente son reconocidas como un avance en una dirección no mala. Se equivocó en la crisis económica que creyó que iba a ser más corta, le tiraron de las orejas e hizo lo que debía tardíamente.

–¿Un gran presidente que haga cosas excluye a Rajoy?

–Mariano Rajoy fue un gran presidente que nos salvó del rescate económico, la crisis más importante de la historia reciente de España. Restablecer la confianza de los mercados es muy difícil. Era un socialdemócrata moderado. Tuvo la mácula de la corrupción de su partido, por la que pagó con el poder.

–Usted es un practicante de la sutileza. ¿Está desapareciendo de la política?

–Es una especie en peligro de extinción. El modelo de discurso se ha acortado mucho para la política y el conjunto de la sociedad. Se empobrecen los discursos, el idioma y la vocalización.

–¿Qué le produce la polarización política?

–El consenso era bastante cansino. A la política hay que darle el estatuto que le corresponde y relativizar la importancia del consenso o la polarización. ¿Qué produce la excesiva polarización? Un episodio muy grave antes de la pandemia: el intento de secesión de Cataluña. Es uno de esos episodios que pueden cortar la historia de una sociedad, no solo de un país y de una nación, con consecuencias incalculablemente negativas.

–¿Ve en ese conflicto la fuente de la polarización?

–Sí. Personalmente –con esa militancia beata que me lleva a decir que nunca voy a votar a otro partido, cosa escandalosamente necia– tiendo a ver la política bajo una ley principal: la estabilidad. No hablo de conservadurismo, sino de que no se produzcan graves rupturas en los equilibrios. Cuando se mira esto así puedes llegar a considerar que una fuerte polarización de derecha en este asunto de Cataluña no es necesariamente mala.

–¿Por qué?

–Ayuda a compensar. Esquerra Republicana de Catalunya sabe que, si rompe y tira a Pedro Sánchez, lo que viene detrás es mucho peor y tendrían que volver a los cuarteles de invierno definitivamente o a jugar tan fuerte como ninguno de ellos está dispuesto a jugar. ¿La derechización de la derecha es mala?

–¿Lo es?

–A lo mejor es mala para la derecha o a lo mejor contribuye a favorecer el conjunto de equilibrios… Cuando dejas de ver las cosas desde la perspectiva de una parte y las sientes en el conjunto, esos fenómenos los puedes interpretar de otra manera y considerar que no es negativo lo que a priori te lo parece. Me parecería peor que, ante un proceso de tanto riesgo como el catalán, no se hubiera producido una fuerte reacción del españolismo más castizo y rudo. España es un país de una portentosa estabilidad que es clave para que siga yendo razonablemente bien. Y la da el pueblo español, que es muy estable. Si para eso es necesario que haya una polarización, yo diré que es un desastre que no haya consenso, pero, en el fondo, pensaré lo que acabo de decir.

–Hace 85 años hubo una guerra civil...

–No se dan las condiciones. No es la misma España, el mismo analfabetismo y miseria, ni el clasismo rampante. El clasismo me ofende casi físicamente, sobre todo cuando no hay el menor esfuerzo de revestirlo con estilo. Mi padre era de derechas, pero profundamente anticlasista. Y mi madre, que venía de la pequeña nobleza de provincias y, por tanto, del clasismo, cuando hablaba de la niñez y de la adolescencia me decía “es que aquello era terrible, tenía que pasar algo, aquello no podía durar”.

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