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Pablo Arias Cabal Ovetense, Premio Nacional de Arqueología y Paleontología por el proyecto del campamento paleolítico de La Garma (Cantabria)

“Impresiona ver las huellas de pies de niños en el barro 16.500 años después”

pablo arias, en el laboratorio universitario.

Pablo Arias Cabal (Oviedo, 1961), catedrático de Prehistoria en la Universidad de Cantabria, ganó el Premio Nacional de Arqueología y Paleontología Fundación Palarq como co-director del proyecto “La montaña del tiempo. Exploración de un campamento paleolítico en La Garma”.

–16.500 años después...

–En La Garma podemos observar, sin necesidad de excavar, sus cabañas, los lugares donde preparaban sus herramientas y adornos, la paleta en la que prepararon el colorante para pintar un bisontes, el colgante que se les cayó al subir a un lugar elevado de la cueva, el sitio donde pusieron una piel de león… Es como si te colaras en una casa de la que sus ocupantes acaban de salir. Pero lo más impresionante es cuando ves el propio rastro de aquellas personas: las huellas de los pies de un niño en el barro, los pedacitos de arcilla que se entretuvo en recoger con las marcas de sus deditos, las paredes tiznadas de rojo en los sitios estrechos en los que rozaban con sus trajes de pieles teñidas de color, la marca de manos en las paredes, en la que se ve hasta la uña del pulgar o una pulsera en la muñeca. –Personas, en definitiva.–Ahí te encuentras frente a una persona concreta, con su identidad, con sus sentimientos, con sus sueños. Decía el gran historiador francés Marc Bloch que el historiador es como el ogro del cuento, ahí donde olfatea carne humana, sabe que está su presa. Para el arqueólogo, el historiador del Paleolítico, La Garma es un auténtico festín. En pocos sitios como este sientes tan cerca al hombre de Altamira.

–¿A qué jugaban los niños en el Paleolítico?

–Tenemos poca información directa. Sin duda, muchos juegos serían imitaciones de las actividades de los adultos (cazar, tallar, preparar las comidas) o juegos activos, como luchar o subirse a los árboles. En algunas cuevas se han encontrado indicios más explícitos, como en Fontanet, en el Pirineo francés, en la que las huellas que dejaron en el suelo sugieren que unos niños estuvieron jugando a algo parecido al escondite. En La Garma hemos encontrado huellas de niños andando sobre los talones y sitios donde se entretuvieron cogiendo pellas de barro.

–¿Pintar en las paredes era una forma de crear redes sociales en aquella época?

–En cierta manera, sí. El arte rupestre es un código de comunicación. Además, es posible que algunas cuevas hayan servido como lugares de agregación, donde se reunían grupos muy dispersos y se intercambiaban información.

–Aquellas cuevas se habitaron durante miles de años, y hoy lo que ocurrió hace un siglo nos parece lejanísimo…

–En efecto, se hace difícil concebir tan enorme profundidad de tiempo. La experiencia humana no suele abarcar más que períodos cortos, que llegan como mucho al tiempo de nuestros abuelos, en torno a un siglo. La Historia nos ayuda a representarnos épocas más antiguas, de unos siglos de antigüedad, pero el pasado medido en decenas de miles de años, como el de la Prehistoria, supera nuestra capacidad.

–¿Qué secretos cree que guarda La Garma?

–Voy a responder una obviedad: Si lo supiera, ya no serían secretos. Lo que sí puedo decir es que sin duda alberga muchos. Sólo hemos explorado una pequeña parte de los suelos, y cada año tenemos nuevas sorpresas. Esta primavera, por ejemplo, descubrimos dos nuevas galerías con huellas humanas y grabados en el suelo. Además, el progreso tecnológico permite averiguar cosas que hace sólo diez o quince años nos hubieran parecido ciencia ficción. Un problema que teníamos en La Garma era que no sabíamos dónde tenían los fuegos. Ahora, gracias a una nueva técnica de estudio de la susceptibilidad magnética de los sedimentos, sabemos exactamente dónde estaban los hogares.

–¿Qué cuevas de Asturias le fascinan más? ¿Hay alguna por descubrir?

–La gran cueva del Paleolítico asturiano es, sin duda, Tito Bustillo. Tiene de todo, un conjunto de arte rupestre de primer orden, un gran yacimiento paleolítico, aún insuficientemente explorado, diversas evidencias de la actividad humana en el interior del karst, e incluso un enterramiento mesolítico, en el que tenido el honor de trabajar recientemente. Y no puedo dejar de mencionar una a la que le tengo particular cariño, la cueva de Los Canes, en Cabrales, en la que, entre 1985 y 1993, estuve excavando con Carlos Pérez uno de los mejores conjuntos sepulcrales del Mesolítico europeo.

Sin duda, hay cuevas por descubrir en Asturias. En lo que se refiere al arte paleolítico, la zona para explorar es el macizo de La Llera, junto a Posada de Llanes, que alberga una de las mayores concentraciones de asentamientos paleolíticos de Europa, con sitios de gran importancia, como Cueto de la Mina, La Riera o Balmori. Aunque hay varias cuevas con arte rupestre, falta un gran conjunto de un nivel comparable a Tito Bustillo, El Castillo o Altamira. Es probable que, en algún lugar de difícil acceso, como La Garma cuando se descubrió en 1995, esté oculto el gran sitio de arte rupestre de Asturias.

–¿Las certezas existen en la Historia de aquellos años o siempre hay que esperar sorpresas?

–Hay muchas cosas que sabemos con certeza, como el aspecto de aquellas personas, su dieta, su tecnología…, pero es mucho aún lo que ignoramos. Afortunadamente para los arqueólogos, hay mucho campo para seguir investigando y muchos y muy buenos yacimientos por explorar.

–¿Cuál era un menú diario de aquellos pobladores?¿Cómo se divertían?

–El plato del día era la carne de ciervo. También cazaban cabras monteses y, en menor proporción, otros animales, como el caballo, el bisonte o el uro (el buey salvaje). Consumían también frutas y plantas silvestres, salmones y, en los yacimientos cercanos a la costa, mariscos, como lapas y bígaros.

–¿Tenían medicinas naturales?

–Sin duda, usaban remedios naturales. Otra cosa es que fueran eficaces.

–¿Se puede saber si había relaciones homosexuales?

–No tenemos información directa, pero es bastante probable, pues se dan, en mayor o menor medida, en todas las sociedades humanas y en primates muy cercanos a nosotros, como los bonobos.

–¿La relación de pareja tenía algo en común con la que conocemos hoy?

–Algunos elementos en común tendría sin duda, aunque las normas sociales que regulaban las relaciones entre las personas tuvieron que ser muy distintas.

–¿Practicaban la higiene dental o de otro tipo?

–Sí. Hay indicios del uso de palillos dentales desde épocas muy remotas, por ejemplo en Atapuerca.

–¿Se puede saber si practicaban deportes u otras actividades por diversión?

–Llevaban una vida muy activa, pero dudo que practicaran deportes por diversión. En realidad, el deporte, tal como lo entendemos hoy en día, es un subproducto muy reciente de la sociedad industrial.

–¿Existía la poligamia? ¿Se respetaba a la pareja del prójimo?

–No es probable que fueran polígamos; esto es algo que aparece en sociedades más tardías. Probablemente hubiera normas que obligaran a respetar a la pareja del prójimo; otra cosa es que hubiera, como en todas las épocas, transgresores.

–Amor, fe religiosa… ¿Demasiado pronto para ellos?

–El amor existía sin duda alguna; eran personas como nosotros. En cuanto a la religión, también estoy seguro de que existía, pero sería muy distinta de las que conocemos. No es probable que creyeran en dioses moralizantes, como los de las religiones evolucionadas de nuestro tiempo. Sus creencias probablemente estuvieran más cerca de lo que los antropólogos llaman totemismo.

–¿Las discusiones se decidían a flechazos?

–Desgraciadamente, la violencia está presente en la sociedad humana desde el Paleolítico. Parece que se agravó desde la llegada de la agricultura, con el desarrollo de desigualdades sociales y una mayor territorialidad, pero ya entre los cazadores-recolectores tenemos casos de muertes violentas y lesiones producidas por otras personas.

–¿Resulta difícil compaginar la investigación y la vida?

–Para mí no ha sido difícil, aunque es cierto que la investigación es una actividad muy absorbente. Además, en el caso de la Arqueología, se complica por la concentración del trabajo de campo en verano, que lo hace difícil de compaginar con las vacaciones. Es conveniente tener un entorno familiar comprensivo, y en eso he sido muy afortunado; siempre he sentido un gran apoyo de mi mujer y mis hijos.

–¿Cuándo supo que deseaba ser arqueólogo?

La Arqueología me atrajo desde muy joven. Me crie en una familia en la que se respiraba un gran amor por las artes y el patrimonio cultural. Mi padre, Sabino Arias Megido, y mi abuelo, Belarmino Cabal, consiguieron que ingresara en el Museo Arqueológico de Asturias el depósito de El Gumial, un importante conjunto de la Edad del Bronce aparecido en mi pueblo, Felechosa. De hecho, cuando tenía siete años participé en la excursión al lugar del descubrimiento que ellos le organizaron a la directora del Museo, Matilde Escortell, junto con el antropólogo norteamericano James W. Fernández. Más tarde, tuve la fortuna de tener de profesora de Historia en el Bachillerato a una arqueóloga, Mary Carmen Márquez Uría, a través de quien conocí a un gran maestro de la Arqueología asturiana, Juan Fernández-Tresguerres, con quien tuve el privilegio de excavar en la cueva de los Azules, en Cangas de Onís, y más tarde en Jordania.

–¿Recuerda la primera cueva que visitó?

–No estoy muy seguro de si fue la de Candamo, a la que fui siendo muy niño, o la de Nerja, en Málaga, pues viví en esa ciudad desde los 4 a los 7 años y recuerdo haberla visitado. También me ha quedado una gran impresión de los dólmenes de Antequera, y en particular del conocido como “cueva de Menga”, uno de los monumentos megalíticos más impresionantes de Europa.

–¿Qué le preguntaría a un habitante del Paleolítico, jugando un poco a la Historia-ficción?

–El interrogatorio sería larguísimo, pero, si sólo le pudiera hacer una pregunta, le pediría que me contara, o quizá que me cantara, la narración que está detrás de las pinturas rupestres de alguna cueva.

–¿Las paredes le hablan?

–Por supuesto. El arte rupestre es un lenguaje, una especie de escritura plasmada sobre la roca miles de años antes de que esta se inventara tal como la entendemos hoy en día. Ante una cueva con arte, siento que “escucho con mis ojos a los muertos”, como decía Quevedo de los libros.

–¿Qué cueva del mundo le gustaría explorar?

–Tengo la inmensa fortuna de dirigir las investigaciones en La Garma, uno de los sitios más fascinantes del Paleolítico mundial, y de haber visitado los grandes sitios del arte rupestre, como Lascaux, Altamira, Chauvet, La Pasiega o Le Tuc-d’Audoubert, así que no puedo pedir más.

–¿Indiana Jones ha hecho daño a la imagen del arqueólogo?

–Sí y no. Ciertamente ha despertado el interés del público por nuestra profesión, lo cual es bueno, pero la imagen que ha transmitido es falsa, muy alejada de la realidad. La vida del arqueólogo es apasionante, pero no tiene mucho de aventurera; pasamos más tiempo en el despacho o en el laboratorio que en el campo. Además, nuestro objetivo no es la búsqueda de tesoros, sino la reconstrucción del pasado de la humanidad a través de sus restos materiales.

–Dentro de quince mil años, ¿un descendiente de Pablo Arias Cabal que encontrará cuando excave en nuestras ruinas?

–Mucho plástico. Los arqueólogos estudiamos los restos del pasado que han resistido la degradación natural, y, por desgracia, nuestra sociedad genera montañas de objetos con una gran capacidad de supervivencia. Los basureros son un festín para los arqueólogos, así que imagínese las excavaciones que se pueden hacer dentro de 15000 años en cualquier vertedero. Cogersa es el Tito Bustillo del futuro.

–¿Había pandemias como la que sufrimos?

–Había enfermedades, pero no es probable que hubiera pandemias tan graves, pues la densidad de población era muy baja, con lo que el riesgo de contagio era menor. Las grandes pandemias son hijas de la masificación y la falta de higiene, y esto es algo que genera a partir del Neolítico, con la llegada de la agricultura y la sedentarización.

–¿Cómo nacía o hacía un líder? ¿Existía algo parecido a la política?

–Las sociedades de cazadores y recolectores eran bastante igualitarias, y hay indicios que sugieren que existían mecanismos sociales que dificultaban la aparición de liderazgos duraderos. Ahora bien, como en cualquier tipo de relación humana, sin duda existiría algo similar a la política.

–¿Podemos aprender mucho de ellos de cara al cambio climático?

–Sin duda. Antes del Neolítico el impacto del hombre en la naturaleza es imperceptible.

–¿Había leones? ¿Cómo pudieron llegar?

–Sí, en La Garma hemos encontrado restos de una piel de león de las cavernas y un esqueleto completo de ese animal, una especie que vivió en Europa durante la última glaciación y cuya imagen se ha representado en el arte rupestre de varias cuevas, como Chauvet o Les Combarelles en Francia o Armintxe en España. Era una fiera enorme, mayor que el león africano, que se extinguió hace unos 12.500 años.

–¿Qué nos aporta el “Hombre de Loizu”, en Navarra?

–Es el esqueleto mejor conservado del final de la última glaciación, hace unos 11.700 años. Nos proporciona una información valiosísima sobre los modos de vida y el comportamiento funerario de aquellas poblaciones.

–¿Qué se encontró en Patagonia?

–En Patagonia hemos estudiado los restos de los primeros pobladores del continente americano, a finales de la última glaciación. Hemos encontrado también arte rupestre y objetos muy interesantes, como mandíbulas de guanaco pintadas.

–Si viviéramos en el Paleolítico, ¿cómo nos despediríamos?

–Ahí sí que me has pillado; ¡ni idea!

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