Es un día de frío y persianas bajadas en La Espina, de pesada lluvia a goterones que cae como cemento sin fraguar; un día triste y remoto como ya solo quedan en el Occidente interior de Asturias. Dentro de la peluquería que Mario Riesgo abrió hace 26 años en esta localidad salense –histórico nudo de comunicaciones de la comarca– se está a bastante a gusto. Mario, maquinilla en mano, contempla la obra maestra del día. Luego coloca un espejo para que el cliente admire el acabado: “¡Ay mi madre, menos mal que nun tengo muyer!”, exclama el rapado. Mario acaba de rasurar parte de la nuca de Fernando Álvarez Cañón para marcar la silueta de un crespón, uno de esos lazos que identifican las distintas solidaridades: contra la violencia de género, contra el cáncer de mama, contra el terrorismo... Suelen ir en la solapa. Aquí, en cambio, el lazo luce en el carnoso cogote de Cañón. Significa luto por el Suroccidente asturiano. Asegura que lo lucirá hasta que el Ministerio de Transportes rehaga el puente de La Barrosa, que con sólo diez años ha tenido que ser derribado por defectos constructivos. Justo por eso hoy pasa mucho más tráfico delante de la peluquería de Mario: sin puente en Salas no hay paso a la primera calzada de la autovía que facilitaba la subida a La Espina, así que han desviado a todos por la tortuosa y maltrecha carretera nacional, “la vieja”, que cruza el pueblo. Un salto al pasado que tiene en pie de guerra a la comarca suroccidental.
“¡Ay mi madre, qué pinta!”, se mira Cañón sin admirarse. Para que resalte el crespón, el tinte va vistiendo de negro el pelo blanco de este tinetense de Villatresmil que se ha convertido en el símbolo del profundo enfado que recorre el Suroccidente asturiano desde que, primero, el pasado abril, un argayu cortase la carretera nacional en Casazorrina (Salas); después, hubo que demoler el puente de la Barrosa y, finalmente, en la noche del sábado 27 de noviembre el Corredor del Narcea quedó cortado cuando un desprendimiento de rocas mató a María Luscinda Mon, una allandesa de 59 años que viajaba con su familia por la principal vía de acceso a Cangas, Ibias y Degaña. El marido, que iba de conductor en el vehículo, sigue ingresado a causa de las heridas. Sus dos hijas y la hermana de la fallecida, que viajaban en el asiento trasero, salvaron la vida de milagro.
Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia. Tres golpes, el último el más doloroso y definitivo en el Corredor del Narcea, que han convertido a toda la comarca en un atolladero viario. Los vecinos han tenido que buscar itinerarios alternativos de todo tipo para poder llegar hasta La Espina y de ahí por la vieja nacional hacia Salas y la conexión con la autovía en Cornellana. Este colapso casi ha duplicando los tiempos de viaje con el centro de Asturias y, sobre todo, han hecho aflorar un amargo sentimiento que ya hervía en toda la zona: el Suroccidente se ha desconectado definitivamente del resto de la región y vaga rumbo al despoblamiento total. Los 25.000 vecinos de la zona sienten que viven en una tierra que, a ojos de los políticos, ha quedado para bosques, matorral y osos. ¿Qué hacemos nosotros aún aquí? ¿Por qué no nos hemos ido a atechar también en Parque Principado?
Es lo que Cañón se pregunta: por qué nadie les hace verdadero caso desde hace años. Cañón –que fue hostelero, peluquero que aprendió a cortar en la mili y ganadero– está que echa chispas con este asunto. Los ojos, claros y saltones, se le encienden. Con esa presencia rotunda de bola de cañón, hace mejores performances que Marina Abramovich: ya se ha vestido de cura para oficiar un funeral por la comarca, de arriero que trata de llegar al centro de Asturias con sus burros cargados, de obrero que acude a echar una mano a los operarios del Ministerio por si hubiera que acelerar un poco, hombre… Y ahora ha decidido marcar su cabeza con el signo del olvido. Antes de que Mario le lave el pelo hasta revelar el resultado final del tinte, Cañón lanza su declaración de intenciones:
–Todo esto que hago hoy con mi cabeza, esta reivindicación que hago ahora, que no la quería hacer ni mucho menos porque para mí es una humillación, va por todos los vecinos del Suroccidente de Asturias. Por todos aquellos que tienen que pasar por la N-634 todos los días a trabajar o cualquier cosa. Y que no me fastidien, que hago lo que tenga que hacer. Mientras el puente de la Barrosa siga sin hacerse, Cañón llevará puesto en la cabeza el lazo negro como señal de luto.
A Mario le falta aplaudir. Cañón se desahoga:
–Yo nun soy nadie. Algo de humor tendré que echarle, ¿si no, cómo lo hago? Es indignante el silencio de todas las administraciones. Ser cercano no cuesta nada. Pero Adrián Barbón todavía no vino por aquí. La delegada del Gobierno, cada vez que habla sube el pan y de los alcaldes, el único que habló fue Sergio (Hidalgo, regidor salense). Los otros, los de Tineo, Cangas y Allande, nada. No tendrían que salir de casa, y que me perdonen. ¿Y Mallada? Yo no sé si ellos tienen un proyecto, pero yo sí sé mi proyecto para protestar por lo del puente de la Barrosa. Pero todo a su tiempo. Porque si haces las cosas fuera de tiempo, nada tiene valor. Yo tengo plan hasta que ellos quieran.
El gran salto atrás
Mario se pregunta cómo han podido llegar a esta situación, este ominoso retroceso de décadas, volver a la carretera nacional del siglo XX, a los tiempos del lejano oeste asturiano. Salvo en la última media hora de viaje a Oviedo, cuando ya se enlaza en Cornellana con la autovía de Grado, el viaje del occidente al centro vuelve a parecerse al que hizo en 1896 el primer coche que pisó Asturias, cuando Francisco Miranda García Cernuda emprendió la proeza de llegar desde Oviedo a Luarca al volante en aquel engendro mecánico.
¿Pero cuándo el Suroccidente lo perdió todo? ¿La situación actual es, simplemente, una suma de catastróficas desdichas, nada más que mala suerte?
El Perú, en realidad, ya se jodió en 2010. Ese año, el ministro de Fomento, el socialista José Blanco, anunció un monumental tijeretazo de las infraestructuras en España. La economía mundial se hundía, bancos y cajas se iban al carajo, había que rescatarlos con el dinero de todos y no estábamos como para seguir pagando los carísimos viaductos que despejaban el paso a un rincón lejano de la lejana Asturias. Dejen de soñar.
Asturias tenía que aplazar, o abandonar, su eterno sueño: acabar contra la cuesta y la curva, su eterna pesadilla. La austeridad aplacaba a la fuerza ese afán cementero regional por “allanar” mediante túneles, puentes y cómodos trazados viarios este arrugado porción de tierra que nos tocó en suerte. Hasta entonces, para vertebrar la región incomunicada el plan maestro, muy resumido, había sido más o menos éste:
Uno. Fundamental, abrir las puertas de la Cordillera Cantábrica. Primero por las laderas del Huerna, vía autopista, y luego por las entrañas de la montaña, por vía ferroviaria, con la Variante de Pajares, la otra gran obra que quedó congelada con la Gran Depresión.
Dos. De puertas adentro, ir cosiendo todas esas piezas enriscadas, esa confederación de valles que hace que el nombre de Asturias sea palabra en plural. Empezamos por la “Y” y con tres células unidas (Oviedo, Gijón y Avilés) hicimos el corazón urbano de la región. Después, gracias al brazo oriental de la Autovía del Cantábrico soldamos el oriente costero. De paso, conectamos Siero y la llanura central por autovía. También las Cuencas tuvieron su ración (extra) de hormigón. Aunque fuera para salir de allí, como muchos maliciaban. Luego se incorporó la costa occidental, a fuerza de mil viaductos que erradicaron el millón de curvas a que obligaba una orografía de sierras levantada en perpendicular al mar. En los años noventa del pasado siglo, con la carretera de Las Estazadas y la de Cabrales-Panes –y otras mejoras como la nueva carretera del ríu les Cabres– soldamos la estructura el Oriente interior. Pero un gigante verde y desolado, se resistía: el Occidente interior. El siglo XXI prometía la gran solución: una autovía Oviedo-La Espina, que llegó a Grado en 2007 con doble calzada y que después, pasada La Espina, se abriría en otra “Y”: un brazo bajaría hasta la costa valdesana para conectar en Canero y la “Transcantábrica”, y otro llegaría hasta Cangas del Narcea, luego León y Ponferrada y luego el infinito y más allá. Era perfecto.
La visión de Constantino
Ese era el plan. Con este esqueleto de hormigón, ya los flujos económicos y de personas empezarían a circular. Asturias, donde antes todo quedaba demasiado lejos, comenzaría a ser una región de cercanías manejables y asunto resuelto. Por fin se estaba haciendo realidad aquel sueño que un día tuvo el presidente Pedro de Silva quien, como en la visión de Constantino, vislumbró el mapa de Asturias como un pájaro con las alas desplegadas: las lejanías del Oriente y el Occidente, las alas de la región, ensambladas con el cuerpo del área central y finalmente batiendo, remontando el vuelo. Pero en esto se desató un efecto dominó letal: las hipotecas subprime empezaron a fallar en Estados Unidos, el sistema financiero internacional acusó un cáncer casi terminal por culta de los productos derivados y, como todo ya está conectado a todo, llegó el tijeretazo de la España de Zapatero y de Rajoy y a Asturias se le paralizó toda la musculatura viaria que pasaba más allá del Narcea. Esperen sentados por la autovía hasta La Espina y, si piensan en llevarla más allá, vayan recordándole a los nietos que algún día habrán de pedirla a sus líderes políticos.
Entonces un trozo montañoso y grande, un gigantesco argayu territorial, se desprendió de Asturias.
Entonces fue como llegamos a este día gris en La Espina, de goterones que caen como cemento sin fraguar, este día en que Cañón decide marcarse la nuca con el signo de los olvidados. Entonces fue como llegamos a la carta pública, desgarradora y lucidísima al mismo tiempo, que escribió esta semana Laura Álvarez Mon, una de las dos hijas de la allandesa fallecida en el desprendimiento del Corredor del Narcea, que viajaba en el coche siniestrado: “Os pido de corazón que no olvidéis esto. Que en unos días esto no quede en comentarios de Facebook. Que luchéis porque esto no vuelva a pasarle a nadie nunca. Porque esto sí se podría haber evitado. Porque nuestras montañas también tienen llanuras. Porque existen autopistas, túneles y viaductos. Como vemos en el resto de España. Se podría haber evitado si no tuviéramos que jugarnos la vida entre rocas y pegados al embalse con carreteras dignas de hace cien años, si no más. Y arreglando el asfalto, poniendo cuatro mallas y yendo a 50 km/h, así no se evita que esto vuelva a pasar. A mi familia y a mí nos rodeó una pantalla de tierra y piedras, sentí que nos quedábamos allí enterrados todos. Cuando íbamos pensando qué cenar, nos cambió la vida para siempre, cuando más felices éramos. ¿Nos merecemos jugarnos la vida para llegar a nuestra casa? (…) El corredor del Narcea está agotado. He intentado escribir esto dejando a un lado la rabia y la impotencia, porque es lo que ella me pediría. Pero ojalá mi madre no haya muerto para que todo siga igual”.
El hoyo demográfico
Asturias está tocada de una ala. Hay un desprendimiento territorial en el Suroccidente que no es precisamente menor. Examinemos sus dimensiones, peso, importancia. En un reciente e interesante trabajo sobre la evolución de la población asturiana, el exconsejero de Agricultura Jesús Arango, profesor jubilado de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo trazaba, como Dante hizo en su viaje, varios círculos en el infierno demográfico que corroe a la región. De más a menos, establecía cinco Asturias: la que había perdido el 75% de su población desde los años 50 del siglo XX, la que había perdido entre el 50% y el 75%, aquella donde las pérdidas oscilaban entre el 25% y el 50%, una cuarta Asturias donde la caída poblacional estaba entre el 0 y el 25% por ciento y, al fin, los (pocos) concejos que habían ganado población en las siete últimas décadas. A saber: Carreño, Laviana, Llanera, Siero, Noreña, Oviedo, Gijón, Castrillón, Avilés y Corvera de Asturias.
El círculo más profundo, el hoyo del despoblamiento astur, son 17 municipios que suman un total de 2.287 kilómetros cuadrados, el 22% de la superficie regional. Allí viven 13.309 personas, el 1% de toda la población asturiana. De este grupo de concejos “en vías de extinción”, 13 están en el occidente interior: Pesoz, Allande, los tres Oscos, Ilano, Belmonte, Ibias, Somiedo, Grandas de Salime, Boal, Taramundi y Villayón. Todos ellos han perdido 3 de cada 4 habitantes que tenían en 1950. La densidad media por kilómetro cuadrado es de 6 habitantes y en veinte años han perdido la mitad de los empleos. En 1990 había en este territorio 8.718 trabajadores. El año pasado, sumaban sólo 4.436 puestos de trabajo. En todos esos concejos trabajaban algo más de la mitad de las personas que empleadas por la cadena de supermercados Alimerka.
Un cuarto de Asturias
Por centrarnos en el actual atolladero, lo que el Principado considera comarca Suroccidental (Ibias, Degaña, Tineo, Cangas del Narcea y Allande) la situación es la siguiente. Allande, con 1.615 habitantes, perdió el 81,7 por ciento de su población desde 1950. Ibias, que ahora tiene 1.207 vecinos, el 79,4 por ciento. Tineo, Cangas del Narcea y Degaña han corrido, relativamente, mejor suerte. Tineo hoy tiene 9.199 habitantes. “Solo” ha perdido el 57,6 por ciento. Cangas del Narcea, la cabecera de la comarca, con 12.124 vecinos, perdió en estas siete últimas décadas el 44,2 por ciento. Degaña, con 1.691 habitantes, perdió el 47,9 por ciento. Se da la circunstancia de que, además son concejos muy extensos (Cangas del Narcea es el mayor de Asturias). Todos ellos suponen nada menos que el 20% de toda la superficie de Asturias.
Haciendo cuentas
Pero la cuenta no hay que hacerla en kilómetros cuadrados. Como repiten los vecinos en el Suroccidente: “Ahora convierte todo eso en votos, y así vamos”, dice Agustín Rodriguez, gerente de la empresa de embutidos Embuastur. Están en Porciles, Salas, delante de la carretera entre Tineo y La Espina, que ahora se ha convertido en la única vía de salida hacia el centro para los vecinos de Tineo, Cangas del Narcea, Ibias y Degaña, aunque este último municipio tiene (previo peaje) buena conexión por la autopista del Huerna. Mientras van y vienen coches y camiones, este empresario se pregunta qué va a pasar en invierno, cuando las condiciones empeoren y haya que seguir subiendo a la meseta tinetense por la vieja nacional que desemboca en La Espina. Muchos advierten que se producirán accidentes, si no hay otro colapso viario total. “Y de todas formas, casi lo peor no es que tardemos más o menos en llegar a Oviedo. Lo peor es el olvido, que se hayan olvidado de nosotros. La gente ya está cansada de esperar”, añade. Es un razonamiento que se repite allá donde preguntes de Salas a Degaña.
La distancia es el olvido
Adentrarse en el Suroccidente es volver a encontrarse, una y otra vez, con testimonios de desaliento.
Unos kilómetros más hacia Tineo, en la gasolinera frente al polígono de La Curiscada, Adrián Gayo, de 30 años, empleado de la estación de servicio no pone paños calientes: “El Occidente se está muriendo. Ya tuvieron muchas oportunidades para hacer la autovía”. Una vez pasado Tineo, en dirección a Allande, en el pueblo de El Peligro, el allandés José Luis Rodríguez Lombardía sentencia: “La autovía a mí ya me sobra, tengo 52 años, y no creo que la vea. El problema no es que no avancen las cosas, es que vamos hacia atrás. Ahora tenemos que ir por la carretera vieja. Esto se queda muerto, la gente se muere. ¿Ves algún crío por aquí? Eso sí, calidad de vida como esta no la hay en ningún sitio… pero no hay gente. Esto lo quieren dejar para otros usos: naturaleza, bosque, ositos…”
Rodríguez Lombardía conoce bien las carreteras de la comarca. Desde hace años, hace la ruta en autobús entre Cangas del Narcea y Oviedo por el Corredor del Narcea. “Cada poco ves conos en la carretera avisando de un problema, ¿y cuánto tardan en arreglarlo? Pues dos o tres meses, como todo en la administración. ¿Que cómo vamos a salir de aquí? Pues en helicóptero”.
El irónico recurso al helicóptero también lo repite Delfín García Junquera, taxista de 65 años, a punto de jubilarse, que está esperando en Pola de Allande a hacer un servicio de transporte escolar. “Estamos como los ratones. Tenemos un furaco para escapar y mal. Por el corredor del Narcea no se puede ir, por la autovía de La Espina no se puede ir… En helicóptero sí podemos ir. Como se corte la carretera de La Espina ya sólo podremos salir a Luarca por Canero a coger allí la autovía…”. Y todo así. Una y otra vez.
Teníamos un plan
El anterior Gobierno del Principado, encabezado por Javier Fernández, presentó en 2016 el Plan Especial para los Concejos del Suroccidente Asturiano, 33 medidas específicas, 183 acciones, más de trescientas páginas de análisis a fondo y una inversión total prometida hasta 2025 de 253 millones. En abril de este año, el presidente Barbón consideraba “cumplidos” gran parte de los objetivos del documento que heredó de Fernández. La única evaluación independiente, elaborada por la Universidad de Oviedo –la que está colgada en el portal autonómico de transparencia– llega hasta el año 2017 y detectaba un incumplimiento del 40%.
Pese a que Barbón asegura que el Principado ha cumplido, el sentimiento popular es que, en realidad, la situación no ha mejorado en absoluto. Quizá los problemas (luchar contra la huida generalizada del campo a la ciudad) requiera más de un plan quinquenal. Lo cierto es que el colapso simultáneo de la red viaria comarcal está acentuando el malestar contra los responsables políticos. Además, el presidente Barbón se ha puesto en él mismo en la diana: “¿Usted cree, como dijo Barbón, que el argayo en el corredor del Narcea es culpa del cambio climático? ¿Usted cree que estamos conectados?”. Habla y pregunta Melquiades Lozano, propietario del hotel restaurante Lozano de Allande. El marido de la allandesa fallecida en el desprendimiento es encargado y socio de este negocio de hostelería. Melquiades tiene motivos dobles para estar indignado. Como vecino y como allegado de la víctima. “Mire, no sólo es el abandono de las comunicaciones. Es que, por ejemplo, tampoco hubo nunca un plan turístico para la zona suroccidental. La gente está exaltada. Toda la comarca suroccidental está abandonada”, insiste. Su hijo, del mismo nombre y apellido, añade más enfado con un eslogan muy contundente: “Esto ya no es el corredor del Narcea, es el corredor de la muerte”.
En Allande, el colapso demográfico, viario, estratégico y vital del Occidente, se ha pegado a la piel de los vecinos tras la pérdida de una vecina muy querida.
–Mire, nosotros somos asturianos de cuarta. Primero, va el Centro. Segundo, va el Oriente. Luego va el Noroccidente, la costa, y por último, nosotros, el Suroccidente.¿Qué más quieren que les diga? Y no pregunten por ahí, que la gente está muy enfadada.
Lo dice una allandesa, que habla, pero que prefiere no seguir hablando.
Los efectos del colapso viario del suroccidente en cuatro casos concretos
“Me tendré que quedar en Pola”, prevé una maestra ovetense en Allande
Sara Arias
La ovetense, Alicia Fernández, profesora del colegio de Allande, ya piensa en preparar las maletas para pasar los peores días del invierno en Pola debido a la incomunicación a la que está sometido el Suroccidente. “Con la situación que hay me tendré que quedar en Pola porque además de las horas conduciendo, hay mucho tráfico, es imposible adelantar y hay que ir a 30 kilómetros por hora detrás de un camión”, explica. Más o menos tarda una media hora más en ir de la capital a Pola de Allande, un tiempo al volante que resta tiempo y suma cansancio. Por eso cree que lo mejor será pasar algunos días en el concejo, cuando el invierno arrecie con las nieves. Además, todo ello también le supone más costes económicos al dar rodeos en su desplazamiento. “Es una de las consecuencias que tiene para todos los afectados y se nota bastante”, aprecia.
“Intento trabajar en casa”, dice una bodeguera de Cangas del Narcea
Sara Arias
El mal estado de las comunicaciones del Suroccidente ha llevado a Beatriz Pérez, directora de una bodega de Cangas del Narcea de Denominación de Origen Protegida (DOP) Vino de Cangas, a quedarse en su vivienda, en Oviedo, todo lo posible. “Intento trabajar en casa para no tener que ir tanto porque antes en una hora y cuarto estaba en casa pero ahora son dos horas ir y dos venir, teniendo suerte de que no haya ninguna incidencia porque lo de esta semana fue terrible con el corte también de Pilotuerto”. Pérez, natural de Allande, conoce bien el estado de las carreteras de la comarca; “en abandono”, dice. Es de las que opinan que la N-634 de La Espina “no está en condiciones para que vaya por ahí todo el tráfico porque somos muchos los que nos movemos y esa carretera es como las de antes”. La bodeguera cree que es necesario abrir los tramos cortados cuanto antes porque la situación “está muy mal”.
“Si nieva yo no puedo ir por ahí”, teme una trabajadora de Salas en Belmonte
Sara Arias
Johanna Soria teme la llegada del duro invierno. Esta vecina de Oves, en Salas, va todos los días a trabajar a la mina de oro de Boinás, en Belmonte de Miranda, desde La Espina y con los cortes de tráfico se está quedando sin itinerarios alternativos. “Al estar cerrado Soto de la Barca voy por Santa Marta hasta Tuña para subir a Boinás pero esa carretera está muy mal y si nieva yo no puedo pasar por ahí”, dice. Le quedará entonces bajar de La Espina a Cornellana para ir a Boinás por el tramo abierto del Corredor del Narcea hasta el desvío de Belmonte y Somiedo. “No lo quiero ni pensar”, reconoce. Ese trayecto supondría un rodeo de una hora. Además, Soria teme que se sigan produciendo desprendimientos en la AS-15 a lo largo del invierno. “Aunque lo arreglen da un poco de incertidumbre, no te queda otra que pasar porque hay que ir a trabajar pero cuando paso lo pienso y me da miedo”.
“La N-634 no va a aguantar el temporal”, vaticina un lechero de Tineo
Sara Arias
Juan Carlos Berdasco, de Tineo, conduce todos los días por la N-634 para llevar su cuba de leche a Granda, en Siero, y por lo que ha observado estos días, hace una advertencia: “La carretera está muy mal y no está preparada para soportar ese tráfico con camiones de gran tonelaje y megatráilers, no va a aguantar. Ya no digo el invierno, es que no va a aguantar el temporal que viene estos días”, señala. Berdasco detalla que desde la cabina de su vehículo ve grietas “enormes” en la calzada, con escalones en el firme, a lo que se suma gran cantidad de hojas y las cunetas colmatadas la dejan como una pista de patinaje al llover. “Yo ya procuro ir bien arrimado al centro porque la carretera está agrietando y con tanto peso va a caer”. El conductor tarda algo más de lo habitual en llegar a las instalaciones de la lechera pero no tanto como con el corte de Casazorrina, en Salas, la pasada primavera.