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Darío Adanti Humorista

“Los conflictos de opinión duelen menos que una bala en la cabeza”

Darío Adanti, en la calle Fruela de Oviedo.| | LUISMA MURIAS

Darío Adanti (Buenos Aires, 1971) es historietista, humorista y uno de los fundadores de la revista “Mongolia” y sus espectáculos teatrales junto al ovetense Edu Galán. Parte de la reflexión sobre su oficio está en su ensayo gráfico “Disparen al humorista”. Esta semana participó en Oviedo en el seminario que organizó la Universidad sobre “la cultura de la cancelación”, es decir, la retirada de apoyos, morales, financieros o sociales a personas u organizaciones que se salen de los márgenes de lo políticamente correcto. En su charla contestó a...

–¿De verdad existe una cultura de la cancelación?

–Borges decía que lo kafkiano existía antes de Kafka. La cultura de la cancelación ha existido toda la vida. Ahora, con las redes sociales se vuelve noticiable, le damos nombre y la reconocemos.

–Antes era boicot.

–Exactamente. En “Sobre la violencia”, una crítica de 1969 sobre la fascinación por los Black Panthers entre universitarios americanos blancos, Hannah Arendt avanza lo que será la corrección política. Habla de la huelga universitaria para que en las clases de música clásica metieran compositores negros. No había. No pedían que hubiera clases de jazz ni blues. Arendt dice que es normal la fascinación juvenil con fenómenos radicales, pero que el profesorado está para discutírselo y que lo peor es que no lo hagan por miedo.

–¿Y la cultura de la cancelación es eso...?

–Sí, en la sociedad de consumo se han vuelto indistinguibles los derechos del ciudadano y los del consumidor y prima más el derecho a no ser ofendido que el de expresión de otra persona. Si las universidades son de pago, los alumnos son clientes y si no quieren un contenido porque ofende tienes que hacerle caso porque el cliente siempre tiene la razón. Académicamente, debería ser al revés. Los alumnos están ahí para probar sus ideas.

–Mary Beard dijo que lo raro sería que la nueva generación no quisiera cancelar a la anterior.

–El problema no es tanto esa compulsión a prohibir lo que no les gusta sino que, los que tienen la capacidad de prohibir o no, prohiban: el miedo de las editoriales publicar algo escandaloso, de los teatros a estrenarlo...

–Alcaldes y alcaldesas talludas prohíben las crueles corridas.

–Los toros probablemente estarían muertos de no ser por los animalistas. Estoy en contra de las prohibiciones en general: me parecen poco democráticas y poco inteligentes, porque la curiosidad por aquello a lo que no puede acceder ha llevado al homo sapiens al espacio y a descubrir la penicilina. Si conviertes una tontería en un tabú lo haces más atractivo de lo que es.

–En el caso del humor...

–Crear una noticia o hacer un escrache por un chiste es contraproducente: convierte una tontería en un acto de rebeldía y más gente lo contará porque está prohibido. También creo que llevamos muchos años de democracia y en la comodidad el humano se vuelve gilipollas.

–Usted creció en dictadura.

–Mis padres escondían “El extranjero” de Camus o “Sexus” de Henry Miller, no libros de cómo hacer una bomba y las opiniones se daban en bajito. En la democracia esa generación valoró mucho la libertad de expresión. Ahora no se aprecia como un derecho de todos sino individual por el que me expreso para que se me haga caso. La libertad de expresión no es para que te hagan caso; es para que te discutan.

–“Todas las opiniones son respetables” se repite como cierto.

–No lo son, pero puedes darlas. Los progresistas han criado a sus hijos en la tolerancia y en entender todo y eso malcría el pensamiento e infantiliza la sociedad. Ahora las religiones usan leyes de odio contra los laicos para impedir el pensamiento crítico.

–¿Qué le parecen esas leyes?

–Una chorrada. ¿Por qué el odio tiene que ser delito? Odiar a los nazis no me parece mal y el dislate es que grupos neonazis pueden hacerte juicios de odio por criticar a los nazis. Creo en la libertad de expresión de la primera enmienda de la constitución americana y como lo planteaba Stuart Mill: las buenas ideas se mejoran mediante el debate y la discusión contra las malas ideas. Si prohibimos lo ofensivo por no hacer daño evitamos problemas pero también que surjan buenas ideas.

–¿Por ejemplo?

–En los años 30 era una idea ofensiva que dos personas del mismo sexo pudieran tener una relación o la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Esas buenas ideas se expresaron con oposición violenta. A cambio, para distinguir, te tienes que comer que imbéciles digan cosas ofensivas que no van a ninguna parte.

–El chiste de David Suárez sobre el sexo oral de una chica con síndrome de Down.

–La opinión de ideas es newtoniana y el humor es mecánica cuántica. El humor no propone ideas sino fórmulas matemáticas que funcionan de alguna manera aunque no sean reales. David Suárez hace humor de la provocación, no cree que hay que hacer lo que cuenta ni lo ha hecho. Gran parte de los ofendidos con ese chiste defiende –y me parece bien– que no existe la discapacidad sino las personas con capacidades diferentes.

–¿Y?

–Si esas capacidades diferentes no intervienen en su capacidad sexual ¿por qué personas mayores de edad no pueden practicar el sexo libremente? El chiste no plantea nada, sólo provoca, pero toca el tabú y prohibirlo lo perpetúa. Lo ideal sería que los que se ofenden, que tienen todo el derecho, crearan un debate sobre qué pasa con el derecho a la sexualidad de personas con capacidades diferentes. No es el chiste de David Suárez.

–¿Qué es?

–La función democrática de la comedia, el humor y el arte desde Aristófanes. Los tabúes mutan. Sabemos qué es factible discutir públicamente porque tenemos límites en la libertad de expresión en términos sociales, para que no nos matemos. Se da el permiso de no tener límites a lo simbólico –el arte, el humor– para que topografíen los tabúes. Son perros que buscan minas y si explotan pierde la pierna el cómico. Prefiero que los escándalos los sigan teniendo los artistas para saber qué puedo hablar y qué no en una cena de Navidad.

–¿Qué decía de Aristófanes?

–En su tiempo, la comedia era el culto catártico a Dionisos, dios del vino, y podía embarrar de Afrodita al esclavo. Se respetaba porque era religión. Tenemos que reivindicar eso y decir, si nos reímos de la Virgen, que esa es nuestra misa. Yo no acuso al cristianismo de canibalismo por decir “esta es mi carne” y comérsela.

–Sacralizar para desacralizar.

–Desacralizar es una función del humor cuando todo se sacraliza: el respeto, las creencias, lo identitario, el género, la sexualidad, la raza. Desacralizando todo demuestras que no existe nada de eso sino estúpidos seres humanos, igualados por nuestra estupidez.

–Límites del humor, ¿Cuáles son los límites de la ofensa?

–No tiene, es el gran agujero negro de la cultura. No es malo ofender ni sentirse ofendido. Parte de la dialéctica del debate público tiene que ver con que alguien pueda decir ideas que ofendan sin miedo a la represalia y alguien decir que se siente ofendido sin represalia ni pretender que el otro sea borrado del mapa. La libertad de expresión no es un fundamento de la democracia es EL fundamento de la democracia porque si nos gobernamos todos tendremos que opinar. La democracia es conflicto. Hay que aprender a gestionar la ofensa y a vivir con el conflicto. Los de opinión son menos dolorosos que una bala en la cabeza. Te vas ofendido a casa pero no estás sangrando en el baño diciendo “aaag, me ha dolido un montón el chiste de argentinos”. Sólo en las sociedades bien comidas les puede ofender la palabra.

–¿Está seguro?

–A los niños y las niñas de un barrio de Brasil, violados desde los 5 años, abusados por la policía, toman pasta base y cocaína a los 7 años, que se prostituyen y agarran armas para asaltar un chalé les puedes llamar “negro de mierda” que no se ofenden porque te van a disparar de todos modos. Porque sus problemas son materiales. Preocuparnos en el primer mundo por la palabra que usamos es una manera cristiana de lavar la conciencia, simbólica, sin hacer nada. Hace 20 años de la corrección política y 10 de la cancelación y no han mejorado nada sus condiciones de vida pero han servido para que ni hablemos de ellas.

–¿El humorista debe ser valiente?

–Sí. No estoy de acuerdo en que la cosa está peor que cuando había censura o cuando a la revista “El Papus” le pusieron una bomba. En la República los redactores tenían que llevar pistola. Pero judicializar el humor es no haber entendido todavía la libertad de creación y de expresión. Nunca hubo más transgresión que ahora por el humor amateur de las redes sociales que pone el listón muy alto a los profesionales. Pensamos una portada de “Mongolia”, entramos en Internet y la tenemos que quitar porque a alguien se le ocurrió antes y lo resolvió mejor, gratis y sin firmarla, por los putos likes. Lo bueno es que la competencia empuja a ir más allá. En la ficción la cagas pero no muere nadie. También en las redes tienes más gente ofendiéndose.

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