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Análisis

El suicidio, la epidemia tras la pandemia que se alimenta del silencio

Las conductas autolesivas han ido en aumento en el ultimo año con el covid, con Asturias a la cabeza de España, y los expertos abogan por derribar tabús, hablar abiertamente y aumentar los recursos para contenerlas

La actriz Verónica Forqué en una de sus vistas al teatro Palacio Valdés. | M. VILLAMUZA

La naturaleza humana no solo tiene una capacidad extraordinaria de sobreponerse a la adversidad sino que es capaz de voltearla y alzarse sobre ella. Beatriz Sanjurjo tiene 44 años, dos intentos de suicidio, uno en la adolescencia y otro ya adulta. Se quedó huérfana de padre a los dos años y su madre se suicidó cuando ella estrenaba la veintena. Sanjurjo tiene una mente inquieta, que ha aprendido a dominar y que sabe que debe mantener ocupada. Esa circunstancia ha acabado siendo uno de sus mayores estímulos vitales: aprender, avanzar profesionalmente –toda su vida profesional ha estado vinculada al sector médico en Asturias–. Sanjurjo alimenta su mente con nuevas inquietudes y su mente alimenta sus ganas de vivir. Eso y sus dos hijos. No es que su vida sea perfecta pero ella es capaz de leer las señales de alerta y cuando el ánimo decae sabe como reaccionar. “Ahora antepongo mi salud y mi felicidad a todo lo demás”, asegura.

Casi 4.000 españoles se quitaron la vida en 2020

El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. En nuestro país, hay más suicidios que muertes en las carreteras. Solo en 2020, 3.941 personas se quitaron la vida, según datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística. El fallecimiento, el pasado lunes, de la actriz Verónica Forqué a los 66 años tras quitarse la vida en su domicilio de Madrid ha puesto el foco mediático en el tabú de la salud mental.

Silencio y mentiras

Durante años, después del suicidio de su madre, Beatriz se inventó una versión más amable de lo sucedido para contar a sus conocidos. Primero que había sido una muerte súbita, luego que había fallecido junto a su padre en un accidente de tráfico. Ahora habla abiertamente de ello, pero durante mucho tiempo si decía la verdad notaba, reconoce, que “la gente se asustaba”.

Si en estos días se esta hablando y escribiendo sobre el suicidio es, además de por los preocupantes datos sobre la evolución de esas conductas, por el trágico fallecimiento de la actriz Verónica Forqué. Los especialistas prefieren desvincular la divulgación sobre el suicidio de los casos mediáticos, pero en el aluvión informativo cotidiano hay pocos espacios para dedicarle a un problema como éste, que queda escondido entre lo cotidiano y acallado por los prejuicios y el desconcierto que provoca. El cambio en el tratamiento del suicidio en los medios de comunicación es llamativo, en menos de un par de años se ha pasado de evitar la mínima mención explícita a llevarlo a los titulares. Esa progresión va de la mano de una creciente sensibilización sobre la importancia de la salud mental, azotada por la pandemia. ¿No volveremos a equivocarnos hablando abiertamente del tema? Los profesionales dicen que no, que hay que romper el tabú y hablar sobre el suicidio, con naturalidad. Eso ayuda a los enfermos, orienta y consuela a las familias y a los amigos y salva vidas. “Afortunadamente estamos empezando a llamar las cosas por su nombre, lo que hacíamos hasta ahora era meter la porquería debajo de la alfombra”, afirma Daniel López, psicólogo clínico y voluntario del Teléfono de la Esperanza en Asturias, donde las llamadas por conductas autolíticas o autolesivas, la forma más técnica de referirse al suicidio, han aumentado en este último año. Hay que hablar, pero hay que saber hacerlo, evitar referencias concretas a los métodos empleados o cuidando las imágenes con las que se acompañan las informaciones, mejor evitándolas si hay víctimas mortales de por medio.

La soledad

La segunda vez que Beatriz intentó suicidarse fue en la treintena. “Mis padres habían muerto, quería ser madre y no podía tener hijos, me veía vacía y sola, nada me llenaba. Empecé a encerrarme en mi misma, a dejar de hacer planes, a dejar de llamar a los amigos...”. Lo cuenta ahora, desde un futuro que ya es presente y que no podía ni imaginarse entonces. De él, contradiciendo aquellos viejos pronósticos, forman parte dos hijos, que son su alegría y que son un prueba de lo impredecible que es la vida.

“El suicidio es una solución definitiva a un problema temporal”, sostiene Daniel López, pero quien recurre a él, evidentemente, no es capaz de entenderlo así, por eso, dice, siempre hay que pedir ayuda. La soledad y el aislamiento son factores de riesgo y quizás sea lo que explica el aumento de las conductas suicidas con la pandemia. Luis Jiménez, vicepresidente de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, médico en el centro de salud de La Ería, en Oviedo, y profesor asociado de la Universidad de Oviedo, reconoce que la evolución de las conductas suicidas fue una de las grandes preocupaciones para él y sus colegas médicos durante la pandemia. “Hubo profetas de la catástrofe. Hemos comprobado que en España aumentó el número de suicidios, en Asturias se redujo levemente y a nivel mundial no ha habido modificación ni reducción”, refiere. No ha sido tan penoso como podía caber esperar. Eso sí, lo más alarmante entre todos esos datos es aumento de los suicidios entre menores de edad.

Sin razones

No es fácil determinar las causas de un suicidio. “Entran en juego muchos factores”, reconoce Beatriz. En el caso de su madre ella cree que fue “un duelo mal elaborado por la muerte de mi padre”. “Mi madre tuvo una vida dura, decía que se quería morir, que un día se iba a matar, pero yo con 20 años no la tome en serio, hasta que lo hizo”, cuenta. Durante un tiempo Beatriz se negó lo ocurrido, hizo como si su madre estuviera de viaje y cuando no tuvo más remedio que aceptarlo se metió durante “tres meses en la cama: pasé por fases de odio y la culpabilizaba”. Hace años, al tomar consciencia de la complejidad de la vida, se reconcilió con su recuerdo y ahora piensa en ella con cariño.

“El suicidio es un problema multicausal, el principal factor de riesgo es la enfermedad mental, en torno al 90 por ciento de los suicidios tienen que ver con ella, pero concurren otros factores de tipo social, cultural, personal. No siempre es por enajenación mental, a veces se llega a ello través de un proceso reflexivo”, explica Luis Jiménez. De hecho, añade, hay civilizaciones en las que disponer de la propia vida es una cuestión de honor, como los kamikaces japoneses. “En nuestro medio lo más normal es que haya detrás un problema de salud mental o una crisis vital”, indica, algo como lo que puede desencadenar una ruina económica, un divorcio, la muerte de un hijo o una enfermedad terminal. Sea como sea, Luis Jiménez subraya que no hay que perder de vista nunca que “el suicidio se puede prevenir y se puede intervenir para evitarlo, y el primer paso es identificar a la persona que está en riesgo”.

El sufrimiento

“Yo llegué a entender a mi madre. Eso se hace por dejar de sufrir, es una decisión momentánea”, cuenta Beatriz, convencida de que su progenitora, en el último instante se arrepintió porque cuando encontraron su cadáver tenía la mano tendida hacia el teléfono. No cree que el suicidio sea una acción egoísta, más bien al contrario: quien lo comete está pensando a menudo que en su estado es una carga para los demás y que también a ellos les ahorraran sufrimiento. Beatriz tuvo un intento de suicidio en la adolescencia y no descarta que, como opinan muchos profesionales, entre en juego cierta inclinación genética, pero en su caso más bien piensa que fue “una llamada de atención”. Con los años y ayuda profesional ha aprendido a manejar sus debilidades, puede detecta los síntomas de un bajón anímico y sabe pedir ayuda.

Se pasa por tres fases antes de llegar a la ejecución de un suicidio, explica el psicólogo Daniel López. La primera es “la ideación”. “El suicida no quiere morirse, quiere dejar de sufrir. Cuando la persona piensa que no puede gestionar ese sufrimiento es cuando la idea se le pasa por la cabeza”, explica. El error es dar por cierto ese pensamiento, porque Daniel López asegura que siempre hay maneras de elaborar y apaciguar el sufrimiento.

Hay una segunda fase, que es la de verbalización o comunicación. El psicólogo desmiente uno de los mitos más populares acerca del suicidio: quien amenazada con hacerlo no lo hace. “De cada diez personas que se suicidan nueve lo han hablado antes”, afirma, y con ello queda todo dicho sobre aquella creencia.

“Cuando aparece la idea de suicidio en nuestra cabeza no tenemos porque estar de acuerdo con ella, incluso hay personas a las que les asusta lo suficiente como para pedir ayuda”, señala Luis Jiménez. Para otros, sin embargo, el tabú es tan paralizador que no se atreven a compartir con nadie esos pensamientos, que acaban por apoderarse de ellos. Lo mejor en intervenir cuánto antes, en cuanto la idea se nos pase por la cabeza, contándoselo a alguien de confianza y recurriendo siempre a algún profesional, aconseja Luis Jiménez. Los amigos y la familia son un primer recurso pero quien puede ayudarnos es un profesional.

La tercera y última fase hacia ese destino evitable es la de elaboración, la conducta suicida propiamente dicha. Es cuando se empieza a planear cuando y cómo hacerlo y no es raro que la persona que ha entrado en esa fase, según Daniel López, se tome un tiempo para resolver sus asuntos financieros, repartir sus objetos personales y despedirse o intentar reparar deudas pendientes. “Cuando han tomado la decisión de morirse mejora su estado de ánimo, están más tranquilos porque tienen todo el trabajo mental más organizado”, indica el psicólogo. También hay quien cae en cierto estado de euforia, como si quisiera despedirse de aquellos placeres que pronto dejará de disfrutar.

En busca de ayuda

“La primera vez que fui al psiquiatra salí llorando, no me dejaba hablar. Los psiquiatras tienden a medicar y si tienes ganas de hablar te derivan a un psicólogo. A mí el psicólogo me decía que los recursos que me podría dar eran los que yo ya estaba poniendo en práctica”, recuerda Beatriz. Encontrar a un profesional con el que sentirse cómodo no es fácil.

La primera puerta a la que llaman muchas personas con ideaciones suicidas es a la de su médico de Atención Primaria, y eso es lo correcto. El Principado dispone de un Protocolo de Detección y Manejo de personas en riesgo de suicidio, que se aprobó en 2018 y debería haber sido revisado en 2020. No ha sido así y los profesionales urgen a hacer una evaluación de los datos recogidos, para verificar si el problema se esta atajando de la manera más efectiva. “El protocolo es una herramienta pero si no se evalúa no se sabe si funciona o no”, explica Pilar Sainz, catedrática de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo. Se está atendiendo con más intensidad y más frecuencia a las personas en riesgo, explica Sainz, pero en algunos casos quizás haya otras formas de proceder. De cualquier modo, sin una evaluación de los datos recogidos estos años es inútil hacer especulaciones. El protocolo se activa a requerimiento de cualquier profesional sanitario, médicos y también personal de enfermería, pero el paciente solo lo abandona si un psiquiatra o un psicólogo clínico da su conformidad.

El gran problema es la falta de recursos. Sainz explica que el protocolo se puso en marcha sin dotación económica ni de personal, así que lo que realmente ha sucedido es que los profesionales que ya había han asumido esa carga de trabajo y en un momento crítico, con una demanda “brutal” de atención médica en Salud Mental, que llega derivada desde Atención Primaria y que se ha incrementado con el covid y con el deterioro de la situación económica y laboral.

A nivel estatal, Saiz repara en que existe la promesa de aprobar una estrategia nacional de intervención, que no acaba de concretarse.

De la insuficiencia de recursos de personal dan idea las cifras de psiquiatras por habitante en España y en Asturias. Los datos que maneja la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, de Euroestat y correspondientes al periodo 2017-2018, son estos: en España ha 10,93 psiquiatras por cada 100.000 habitantes está a la cola de Europa, con la mitad que Suecia, Alemania, Francia y Grecia; Asturias, también en esto, está por debajo de la media, con 10,8 psiquiatras por cada 100.000. En cuanto a los psicólogos, la ratio nacional es de 6 por 100.000 habitantes, en Asturias no pasan de 4, mientras que en Europa la media es de 18 por 100.000 habitantes.

Los profesionales privados también están saturados, confirma la psicóloga clínica Angélica Rodríguez, que asesora al gobierno del Principado en la estrategia contra el covid. En algunos casos hay listas de espera, obviamente no para casos críticos, de hasta un año de espera, y eso que no todas las economías pueden permitírselos.

También se echan en falta recursos como un teléfono de asistencia para las personas en riesgo de suicidio y para sus allegados. Existe en otros países. En Francia acaba de aprobarse su creación, pero en España no existen más teléfonos y contactos a los que recurrir que los de asociaciones como el Teléfono de la Esperanza.

La vida por delante

Beatriz Sanjurjo, que lleva toda la vida trabajando en el sector de la Medicina, percibe a su alrededor “cada vez más casos de depresión, más intentos de suicidio” y también más naturalidad al hablar de ello. “Al fin y al cabo casi todos tenemos en nuestro entorno algún caso, y no pasa nada por exteriorizarlo”, dice. Eso es algo que ha aprendido con el tiempo y que se aplica a sí misma. Tiene tres personas de confianza, a las que recurre y con las que habla cuando se siente mal: unos tíos y su amiga Alba López, con la que fundó la asociación “Abrazos Verdes”, que ofrece apoyo a las otras víctimas del suicidio: los parientes y los amigos que tienen que hacer frente a su ausencia y tienen que elaborar ese duelo, tan complicado. Ahora, en un giro vital importante, Beatriz ha dejado la asociación, para poder bajar el ritmo y prestarse mas atención. Tiene claras sus prioridades, ser todo lo feliz que pueda y compartir esa felicidad, y aprender, y ver crecer a sus hijos, y vivir. “Me gusta ponerme metas, retarme y conseguirlas, ir superándome. Estoy enganchada a la vida”, asegura.

Teléfono de la esperanza: 717 003 717/ 985 22 55 40

Asociación abrazos verdes, de apoyo a supervivientes de duelo por suicidio: Apsabrazosverdes@gamail.com/ 657 44 08 77 (por whatsapp)

Fundación Anar, de ayuda a niños y adolescentes en riesgo: 900 20 20 10 (tfno. gratuito)

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