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Ucranianas en Asturias: miedo, dolor y rabia por su país natal

Cinco mujeres nacidas en Ucrania y asentadas desde hace años en Asturias analizan, entre el dolor y la rabia, el conflicto que está arrasando su país

Salieron de Ucrania en busca de oportunidades y hallaron en Asturias un excelente lugar para echar raíces. A más de 3.000 kilómetros de sus orígenes, estudian, trabajan y ven crecer sus familias sin dejar en ningún momento de seguir la evolución de su país y preocuparse por el estado de todo lo que dejaron atrás para prosperar. Desde el pasado 24 de febrero son incapaces de despegarse del teléfono, la televisión y los periódicos. Bajo los bombardeos rusos sufren sus padres, madres, hermanos y muchos amigos. Cinco mujeres ucranianas de distintas generaciones, todas residentes en el Principado, explican a LA NUEVA ESPAÑA su visión de una guerra que mantiene en vilo al mundo. Todas ellas coinciden en el amor a su patria, en condenar sin rodeos la invasión y en un profundo agradecimiento al apoyo recibido por la sociedad asturiana desde que los tanques de Vladimir Putin comenzaron a tomar y destruir sus respectivas poblaciones natales.

Maria Pechena, en Avilés. | Ricardo Solís

Maria Pechena

“Soy nacida en Rusia, pero es imperdonable que el país no salga a la calle contra Putin”

A pesar de ser rusa de nacimiento, Maria Pechena, al menos a día de hoy, no quiere saber nada con el país de los zares. “Soy nacida allí, pero es imperdonable que el país no salga a la calle para manifestarse contra Putin”, cuenta visiblemente enfadada y dejando escapar de vez en cuando su odio hacia la Rusia actual. “A veces pienso que debería de plantarme allí y luchar junto a mis compatriotas ucranianos”, admite con la voz entrecortada esta mujer que habla ruso con sus padres y ucraniano con la familia política.

Maria, de 54 años, llegó con sus padres moscovitas a Kiev con tan solo dos meses. Allí creció, se casó y tuvo a sus dos hijos, pero en 1997 la familia decidió seguir el camino de su marido, el profesor de viola y violín Yulian Pechenyi, instalándose en Avilés hasta hoy. “Aquí hemos hecho una vida cómoda, los dos hijos estudiaron, nosotros viajábamos mucho y Asturias nos gusta”, relata esta amante de la pintura.

El matrimonio solía pasar largas estancias tanto en la capital ucraniana como en unas propiedades que tienen en un pueblo cercano. Allí reside su suegra, Galina, quien a sus 95 años vive en un piso sin ascensor, así como sus padres, una pareja de octogenarios a los que la invasión rusa les pilló por sorpresa. “Me siento mal porque me hija me decía que Putin iba a invadir, pero no le hicimos caso, pensábamos que nunca pasaría”, relata Maria, quien desde el pasado 24 de febrero apenas duerme, sabedora de las dificultades enfrentadas por sus padres tanto para resguardarse de los bombardeos como para buscar una vía de escape del país.

Pechena encaja con rabia la terrorífica vuelta al pasado de Ucrania. “Mi suegra, que era de pueblo, sufrió como nadie la hambruna de los años 30 y durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que esconderse en agujeros para protegerse de los bombardeos”, relata, solamente consolada por el hecho de que su avanzada edad le impide tener plena constancia de la invasión. “Por suerte, no se está enterando muy bien de lo que ocurre”, añade.

Elena Zinchenko, en Pola de Laviana. | Ángel González

Elena Zinchenko

“Los políticos dividieron a dos pueblos que frenaron como hermanos a Hitler”

Elena Zinchenko tenía 30 años y un hijo de 2 cuando en 2002 se lio la manta en la cabeza y dejó Ucrania con destino a Asturias en busca de un futuro más próspero. Originaria de Jersón, hoy en el frente bélico, una localidad de población similar a Oviedo situada cerca de la frontera con Crimea, esta ucraniana se asentó en Campo de Caso, donde desde entonces suma casi dos décadas trabajando en el sector turístico. “Es un lugar ideal, me recuerda a mi tierra por la naturaleza y las montañas”, explica.

Desde el pasado 24 de febrero no quita ojo a las noticias. Su ciudad fue de las primeras tomadas por los rusos. “Mi madre me contó que en siete horas los tanques ya habían tomado la ciudad y colocado las banderas rusas”, rememora sobre los comienzos de una invasión, a su entender, inexplicable. “Nadie esperaba esto en los años que vivimos”, admite para seguidamente ponerse nostálgica de los tiempos en que ambos pueblos –el ruso y el ucraniano– luchaban codo a codo. “Antes no mirábamos nacionalidades, los políticos son los culpables de la división de dos pueblos que lucharon contra Hitler como hermanos”, sostiene.

Mientras que su madre sigue saliendo a la calle en grupo y siguiendo al pie de la letra las instrucciones del alcalde de no mirar ni dirigirse a los soldados rusos que patrullan las calles de Jersón, el hermano de Elena trata de huir de Kiev, la ciudad en la que hasta ahora trabajaba como albañil. “La última noticia que tengo de él es que va a coger el coche y tratar de escapar junto a la mujer y la familia de ella”, señala esta casina de adopción.

Elena no pierde la esperanza de que las partes retomen la vía diplomática porque “urge parar la guerra”. Aun así, su incredulidad sobre lo ocurrido la hace ser optimista. “¿Quién me iba a decir a mí, que hasta hablo ruso, que en el año 2022 me iba a encontrar con esta guerra con hermanos odiándose y matándose por el capricho de unos pocos locos?”, se pregunta con tono de indignación.

Halyna Zhukovska, en Gijón. | Ángel González

Halyna Zhukovska

“Duele que algunos se traguen la mentira de que somos nazis y asesinos”

“Ucrania está más unida que nunca a raíz de esta catástrofe”. Halyna Zhukovska solo saca una cosa positiva de la invasión sufrida por su país. Desde que comenzó la ofensiva de Vladimir Putin, sus amigos y familiares presentes en el país organizan patrullas, establecen sistemas de abastecimiento de alimentos y se animan mutuamente para resistir frente a un invasor al que califica como maestro de la propaganda. “Duele que los hijos de amigas ucranianas residentes en Rusia se traguen la excusa de los medios de Putin de que no le quedó otra que invadirnos por ser nazis y asesinos”, explica enfurecida.

Halyna y su marido, Bogdan, eran maestros en Ternopil, una localidad occidental próxima a los Cárpatos, pero con la caída de la URSS y la independencia de Ucrania se quedaron prácticamente desamparados. “Estuvimos un año sin cobrar nada”, relata sobre los motivos por los que hace 19 años el matrimonio decidió trasladarse a España, primero a Madrid y luego al barrio gijonés de Pumarín. “Vinimos a Asturias desde la capital porque nos recordaba a nuestra tierra”, rememora sobre su traslado a una región en la que su hijo, de 33 años, trabaja ahora a distancia para una gran multinacional.

Sus antepasados padecieron el Holomodor, la terrible hambruna de principios de los años 30 que asoló Ucrania bajo el yugo de Stalin. Así se lo contó su tía, la misma que antes de morir hace tres años le advertía de sus sospechas sobre los planes de Putin. “Este hombre va a hacer mucho daño”, le dijo entonces la mujer a una Halyna que ahora dice entender todo. “Te das cuenta que él (Putin) llevaba años preparándolo todo, desde la invasión a Crimea hasta cuando alquiló la flota ucraniana por 25 años para tener todo controlado”, cuenta esta ucraniana especialmente dolida por el impacto de la propaganda rusa. “Nuestra versión es la buena, nos la cuenta la gente que está allí sufriendo”, sentencia.

La joven Noema Sheprykevych, sentada a la derecha, en la plaza del Ayuntamiento de Gijón, con su madre, Liliia, y sus hermanos Ruvim y los gemelos Daniel y Manuel. | Juan Plaza

Noema Sheprykevych

“Podemos parecer serios, pero no somos agresivos, somos buena gente”

Noema Sheprykevych, de 14 años, lleva casi cinco viviendo en Gijón y el mismo tiempo sin pisar su tierra natal. “Me da pena pensar saber que si destrozan mi ciudad ya nunca la voy a ver como yo la recuerdo”, se lamenta. Original de Novovolinsk, muy cerca de la frontera con Polonia, todavía tiene familia allí. “Ahora varios viven en los sótanos. Un pariente lejano, militar, estaba protegiendo la frontera con Bielorrusia y lo mataron en la tercera o cuarta noche de la guerra. Tenía 23 años”, le cuenta su madre, Liliia Sheprykevych.

Ambas debaten en su lengua natal antes de intentar explicar en castellano cómo han sido los vínculos con Rusia en las últimas décadas. Ellas nunca habían visto al vecino como una amenaza, hasta ahora. Señalan, por ejemplo, que una tatarabuela de la niña, por la rama paterna, era miembro de la nobleza del zarismo ruso: “Siempre nos gustó eso porque se allí se dice que todos los descendientes tenemos sangre azul”. También cuentan que un bisabuelo de la joven, de la misma rama paterna, luchó con el ejército soviético en la II Guerra Mundial, pero que luego acabó asesinado por sus propios compañeros por no compartir el asalto en viviendas de territorios ocupados. “A veces daba la sensación de que el enemigo estaba tanto dentro como fuera”, reconoce la madre.

La joven dice sentirse “muy ucraniana”, y recuerda que empezó a comprender qué significaba aquello por el conflicto en Donetsk y Lugansk. “Empezó en serio en 2014 y en el colegio empezamos a cantar en ucraniano y a vestirnos con nuestra ropa tradicional. Yo era muy pequeña, pero lo recuerdo, y no quiero perder mi cultura aunque me encante España”, asegura. Defiende que su pueblo no es violento: “Podemos parecer algo serios, porque allí no llamamos ‘cielo’ a desconocidos en las tiendas, como aquí, que es muy bonito, pero si nos conoces bien somos buena gente. Es una pena que no se entienda. No somos agresivos”.

Olena Kosenko con sus dos hijos, Lesyk y Valyk | Irma Collín

Olena Kosenko

“La propaganda ha hecho que muchos piensen que somos propiedad de Rusia”

Rusia y Ucrania no son lo mismo. Es más, son enemigos íntimos desde hace siglos. Así de rotunda se muestra Olena Kosenko, presidenta y fundadora del colectivo de ucranianos en Asturias, que hace ocho años alzó la voz tras ver como el ejército de Vladimir Putin tomaba Lugansk, la ciudad de origen de su padre, y la anexionaba a territorio ruso, bajo el disfraz de un fraudulento referéndum de independencia.

Olena se crio junto a su progenitor, que ahora tiene 81 años, al otro lado del país ucranio, cerca de la frontera con Rumanía, donde este sigue residiendo. “Siempre quiso llevarme al este del país a conocer la tumba de sus padres, pero me da que ya va a ser imposible”, relata esta titulada en Filología y Psicología que desde hace 20 años se gana la vida como limpiadora y cuidadora en Oviedo, ciudad en la que vive con su marido y sus hijos gemelos de 24 años, Lesyk y Valyk.

Kosenko desmiente a todos los compatriotas que hablan de ambos pueblos como hermanos. “Siempre fuimos enemigos desde que Rusia se llamaba Moscovia, pero desde que en 1654 firmamos un acuerdo de colaboración militar entre ambos países ellos se han encargado de presentarnos mediante la propaganda como un hermano menor. Por eso ahora muchos piensan que somos propiedad de Rusia”, denuncia.

La presidenta de los ucranianos asturianos arremete contra el carácter violento del pueblo ruso al mismo tiempo que reivindica el amor por la cultura de su pueblo. “La primera Universidad de Europa estuvo en Ucrania, en Rusia tardaron 90 años en tener la suya, porque siempre estuvieron involucrados en invasiones a otros países”, defiende, reprochando a sus vecinos episodios como la hambruna causada por Stalin, y cuestionando la creencia de que ayudaron a este en la Segunda Guerra Mundial.

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