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Los efectos de la invasión rusa de ucrania

El apocalipsis nuclear asoma de nuevo

La amenaza atómica perpetrada por Putin ha disparado un temor que parecía superado tras la Guerra Fría | El renovado interés por los refugios antinucleares y las pastillas de yodo nos devuelve a los tiempos en los que la amenaza nuclear formaba parte de lo cotidiano

Un fotograma de “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, la sátira de Kubrick sobre la escalada nuclear.

Pensábamos que términos como refugio nuclear, kilotón, plutonio o bomba H formaban parte del pasado y solo los encontraríamos en los libros de historia del siglo XX o en las ficciones cinematográficas inspiradas en el apocalipsis atómico. En los últimos años, las únicas noticias radiactivas que nos han asaltado tienen que ver con los proyectos de Irán de enriquecer uranio para hacerse respetar en su región o con el éxito de Chernóbil, la serie basada en el accidente ocurrido en la central ucraniana en 1986. Hasta hace dos semanas nadie en su sano juicio habría dado pábulo a la idea de una eventual hecatombe nuclear.

Sin embargo, esos planes ilusos los ha volatilizado la guerra de Ucrania, que en escasos días nos ha mostrado el asalto de las tropas rusas a la central de Chernóbil y el bombardeo de la de Zaporiyia, la mayor de Europa, y nos ha permitido ver a Putin ordenando poner su arsenal nuclear en “modo de combate”, un nivel de alerta que no se activaba desde la crisis de los Euromisiles de 1983.

En medio del espanto causado por las imágenes que llegan de la guerra, ha empezado a extenderse entre la población un nuevo y extraño miedo, que en este caso tiene algo de déjà vu, pues evoca escenas y amenazas de un tiempo que creíamos superado.

De repente, el temor a que se desencadene un conflicto nuclear ha pasado de las películas y los ensayos de geopolítica a las conversaciones familiares y en los centros de trabajo, y muestra ya expresiones medibles, como el repentino interés que se ha desatado por las pastillas de yodo y los refugios nucleares.

Del primero da cuenta Promofarma, una de las parafarmacias online más grandes de Europa, con sede en Barcelona, que reconoce haber visto dispararse hasta un 89.000% la búsqueda de la palabra yodo en su web en las dos últimas semanas. El 28 de febrero, el Sindicato de Farmacéuticos de Bélgica anunció que las existencias que conservaba de este fármaco, indicado para proteger la tiroides de los efectos de la radiactividad, se habían agotado en 24 horas debido al aumento de demanda.

Con parecida perplejidad se relaciona estos días Francisco Márquez Romero con su teléfono. Constructor onubense con 15 años de experiencia, hace cuatro se le ocurrió especializarse en el diseño e instalación de búnkeres de hierro. Hasta ahora, la demanda de este tipo de edificaciones había sido escasa, pero en las últimas dos semanas no ha parado de recibir llamadas interesándose por sus servicios.

“Preguntan por el precio, las instalaciones y la solución técnica, pero sobre todo por el tiempo qué tardaríamos en acabarlo. La gente está asustada y quiere saber si puede protegerse rápidamente si esto se complica”, explica el gerente de Underground Building. En menos de dos meses y por unos 200.000 euros, se compromete a entregar las llaves de un búnker antinuclear capaz de dar cobijo a una familia de seis miembros durante un año.

La perspectiva de un acontecimiento nuclear, sea como consecuencia del uso de armas atómicas o de una agresión convencional a una central, ha resucitado sensaciones, estampas y patrones mentales que parecían patrimonio de la Guerra Fría, una etapa en la que el miedo no lo provocaba la idea de sufrir una agresión militar, sino asistir a una escalada bélica que, por la naturaleza especial de este tipo de explosivo, acabara arrasando la Tierra.

En aquel contexto apocalíptico, las generaciones que se sucedieron entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Telón de Acero, ocurrida en 1989, aprendieron a convivir con un fantasma letal cuya única referencia visual eran los lanzamientos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki y los experimentos llevados a cabo en lugares remotos y despoblados como el atolón de Mururoa.

El miedo a un ataque nuclear caló tan hondo en los países más directamente concernidos en la Guerra Fría que acabó haciéndose rutinario. En 1962, al calor de la crisis de los misiles que hizo contener la respiración al planeta durante una semana ante un eventual enfrentamiento atómico entre Estados Unidos y la Unión Soviética en las costas de Cuba, la obra Fallout Shelter Handbook (“Manual de protección contra la lluvia radiactiva”) se convirtió en el libro de cabecera de millones de hogares norteamericanos. Se calcula que en esos años llegaron a construirse en este país hasta 200.000 refugios antinucleares, la mayoría anejos a los propios domicilios familiares.

Radiactividad

Lo nuclear se hizo tan común en esos años que impregnó la cultura popular y se coló en infinidad de películas, canciones, libros y cómics que especularon con desigual acierto con la forma que tendría ese hipotético fin del mundo radiactivo.

España se incorporó tarde al pánico atómico, pero llegó a tiempo para sentirlo y expresarlo en creaciones artísticas. “Estábamos convencidos de que la hecatombe nuclear ocurriría en cualquier momento. Pero no nos importaba: teníamos 20 años, éramos punkis y creíamos que el apocalipsis daría paso a una especie superior de seres mutantes”, cuenta Servando Carballar, líder de la banda madrileña “Aviador Dro”, que en 1982 publicó el single “Nuclear sí”.

El disco incluía los cortes “Sintonía del refugio atómico”, “El retorno de Gotzila”, “Varsovia en llamas” y el tema que daba título al disco, que proclamaba con ironía: “Yo quiero bañarme en mares de radio, / con nubes de estroncio, cobalto y plutonio. / Nuclear sí, por supuesto / Nuclear sí, cómo no”. “Diseñamos un plan de supervivencia para el día del ataque y llegamos a localizar las armerías más cercanas para asaltarlas si era necesario”, recuerda el músico.

Coetáneo de “Aviador Dro” fue el grupo “Polansky y el Ardor”, autor de un hit de los primeros 80 que estos días suena premonitorio: “Ataque preventivo de la URSS”. La historia de la canción ilustra hasta qué punto el temor a un conflicto bélico de envergadura flotaba en el ambiente de la época. “En una fiesta, una chica retó a nuestro cantante a hacer un tema con la actualidad. Acababan de meternos en la OTAN, en la tele solo hablaban de los euromisiles y nosotros quisimos dejar claro, con una actitud muy punk, que no nos molaba ni el pacto de Varsovia ni el tratado de la OTAN”, recuerda Pejo, batería de la banda.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el temor a una hecatombe nuclear ha seguido los vaivenes de la geopolítica mundial: aumentó en los momentos de mayor hostilidad y disminuyó cuando la diplomacia permitió cerrar acuerdos de distensión. Pero la historia del arsenal atómico ha sido otra. El planeta se fue llenando de cabezas nucleares hasta 1986, cuando llegaron a acumularse hasta 70.000 ojivas. Desde entonces, el número de explosivos radiactivos ha disminuido hasta los 14.000 que hay hoy, pero esta cifra esconde dos datos que tumban cualquier perspectiva optimista: los misiles actuales son mucho más mortíferos que los de hace 30 años y, además, están en más manos que nunca.

El club atómico lo forman en este momento nueve países, aunque el 93% del arsenal lo siguen acaparando los rusos y los norteamericanos. Hasta ahora, la función de las armas nucleares ha sido disuasoria: los estados las tienen para advertir que las tienen y ganar así peso en la escena internacional, no para usarlas. Pero ese planteamiento está mutando peligrosamente.

“En los últimos años, algunos ejércitos han empezado a ensayar fórmulas que les permitan lanzar bombas atómicas y protegerse de respuestas similares”, advierte Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria. Según este experto en política militar, los planes que hoy imperan entre los países con armamento nuclear están orientados hacia la modernización de sus arsenales, no hacia su desmantelamiento. “Vivimos sobre un polvorín que podría destruir la Tierra varias veces, pero hoy no hay perspectivas realistas de liberarnos de esta amenaza”, reconoce.

Advertencia con efecto

De momento, la advertencia lanzada por Putin de que atesora el mayor alijo nuclear del mundo ha tenido el efecto que buscaba. “Quería asustarnos y lo ha logrado. Lo que ocurra a partir de ahora no lo sabemos”, resume Núñez Villaverde. Si la alerta nuclear persiste o sube de nivel, no quedará más remedio que aprender a convivir con ella y con sus efectos en el estado anímico de la población.

En su catálogo de fobias, la psicología tiene diagnosticada la atomosofobia como un terror incontrolado a morir víctima de una explosión nuclear. ¿Cómo afrontar una amenaza de la que solo tenemos referencias cinematográficas o fotos históricas inquietantes? En situaciones de este tipo, la mejor herramienta es la información y la peor tentación es abusar de ella. “Someternos a un bombardeo de noticias aterradoras sobre la amenaza nuclear solo conseguirá que nos volvamos anticipatorios y acabemos pensando que eso que vemos en la pantalla acabará ocurriéndonos en la vida real”, explica Elisa Micciola, vocal del Colegio de Psicología de Cataluña, quien advierte: “Es normal sentir miedo ante una situación así. Ahora se trata de evitar que ese sentimiento se convierta en pánico. Porque el miedo salva vidas, pero el pánico solo consigue paralizarnos”.

EL RELOJ DEL FIN DEL MUNDO

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, un grupo de físicos e ingenieros del proyecto “Manhattan” que creó la primera bomba nuclear pusieron en marcha el “Boletín de Científicos Atómicos” para advertir del peligro que entrañaba este armamento y empezaron a emitir un informe anual del riesgo de hecatombe que vivía la Humanidad. De manera gráfica, ese peligro lo han ido mostrando a través de un reloj que se acercaba o se alejaba del apocalipsis nuclear en función de la tensión que se vivía en cada momento.

1953. A 2 MINUTOS

La Guerra Fría empezó caliente: en 1949, cuatro años después de que se acallaran las armas de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética ensayaba con éxito su primera bomba nuclear y cuatro años más tarde Estados Unidos desarrolla la bomba de hidrógeno tras lanzar su primer dispositivo termonuclear sobre Eniwetok, una isla del Pacífico que quedó borrada del mapa. Daba comienzo la carrera armamentística atómica, y con ella el pánico nuclear.

1962. A 7 MINUTOS

Nunca se rozó tan de cerca una confrontación nuclear como en otoño de 1962. El 15 de octubre, Estados Unidos descubría con sorpresa que la URSS había instalado misiles balísticos en Cuba capaces de tocar suelo norteamericano en cuestión de minutos. Tras 13 días de desafíos cruzados y negociaciones, los soviéticos accedieron a retirarlos. La crisis se solventó tan rápido que, llegada la Navidad, el reloj fin del mundo marcaba la misma hora que a principios de año.

1972. A 12 MINUTOS

A finales de la década de 1960 se producía la primera noticia positiva en la historia de la amenaza atómica: En 1969, casi todos los países del planeta firmaban el Tratado de No Proliferación Nuclear. Tres años más tarde, Estados Unidos y la Unión Soviética firmaban el primer Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (SALT I) y el Tratado de Misiles Antibalísticos. Estos acuerdos permitieron poner freno a la desbocada carrera armamentística.

1984. A 3 MINUTOS

La primera mitad de los años 80 estuvo marcada por un recrudecimiento de las tensiones nucleares entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El momento más álgido se vivió entre 1983 y 1984, cuando la URSS respondió a la instalación de nuevos misiles Pershing II sobre suelo de la República Federal Alemana disparando su presupuesto armamentístico y colocando más misiles soviéticos sobre suelo checo y de la RDA apuntando a Europa occidental.

1991. A 17 MINUTOS

El momento de mayor distensión de la amenaza nuclear se vivió a principios de la década de 1990. La caída del Muro y el hundimiento del bloque comunista trajeron consigo años de acuerdos y pactos entre Estados Unidos y Unión Soviética para ir desmantelando su arsenal atómico. El 27 de septiembre, George Bush anunciaba la retirada de miles de armas tácticas. Una semana más tarde, Gorbachov contestaba confirmando que suspendía todas sus pruebas nucleares.

2007. A 7 MINUTOS

Este año, Corea del Norte se convirtió en el noveno país del club nuclear, tras probar con éxito su primer armamento radiactivo. El temor a un ataque terrorista con armas atómicas movió a Estados Unidos a incrementar por primera vez en muchos años el presupuesto de sus programas nucleares. A partir de este momento, los analistas del “Boletín de Científicos Atómicos” añadirán el cambio climático a las amenazas que podrían acercar la hora del fin del mundo.

2021. A 100 SEGUNDOS

Antes de que Putin invadiera Ucrania, la perspectiva de un mundo libre de amenazas atómicas ya venía alejándose. En los últimos años, Estados Unidos y Rusia han incrementado sus presupuestos militares nucleares, y aunque el Tratado Salt III ha sido prorrogado hasta 2026, los vientos de la historia no parecen soplar a favor del desmantelamiento del arsenal atómico que hoy sigue instalado sobre el planeta, formado por 14.000 cabezas nucleares.

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