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Arquitectura personal
Ramiro Lomba | Economista, director de Sadei

“A los 17 años fui cabeza de familia en un piso de Oviedo”

“Tuña tenía mucha identidad, 13 bares tienda, con alimentación, materiales de construcción, barbería, ferretería, y los reos entraban por las presas de regar”

Ramiro Lomba, en su despacho de la calle Quintana de Oviedo.

Una vida dentro y fuera de los datos

Ramiro Lomba Monjardín ( Tuña, Tineo, 1962), economista por la Universidad de Oviedo, es director de Sadei, adonde llegó en 1985 cuando era un recién licenciado que hacía encuestas. En lo que pronto serán 40 años, este instituto estadístico creado en 1966 por la Diputación Provincial, ha cambiado de nombre, de asignación, de constitución, pero siempre ha hecho su tarea de convertir Asturias en datos, servirlos, analizarlos y estudiarlos.

Este jugador de golf y gastroconspirador del occidente asturiano tiene una mentalidad muy germánica para trabajar y maneja un conocimiento social lleno de datos personales relacionados, que traslada a las administraciones y a la vida.

En esta entrevista sale de la penumbrosa segunda fila en la que se suele situar y cuenta su vida y su peripecia en Sadei. Habla el amestao del asturiano que se quiere hacer entender bien con un tono cercano y sin formalismos.

Está casado con María Luisa Martínez, otra economista con carrera en la banca, y tienen dos hijos, Paula, de 28 años, y Luis, de 23.

–Nací en Tuña (Tineo), en 1962; en casa, porque me adelanté un mes. Soy el primer nieto varón y tengo una hermana, Inmaculada, cuatro años menor. Crecí en una casa de un tío carnal que tenía dos viviendas y luego en la escuela, encima de las aulas, donde mi madre era maestra.

–¿Cómo era Tuña?

–Tenía unos 350 habitantes y mucha identidad porque era cabecera de un territorio en la otra margen del Narcea que entra hacia Belmonte y Somiedo. Había 13 bares tienda, no solo de alimentación: uno tenía ferretería, otro material de construcción, otro barbería... Vi el primer teléfono a los 6 años en el lavadero de una mina. Hasta que hicieron la presa de la Barca, los reos entraban por las presas que llevaban el agua de regar por los prados.

–Laureano, su padre.

–Era un paisano de Merillés, guarda forestal de Tuña, que en los años cincuenta y pico fue a trabajar con la forestal a Ibias, paró en la fonda de los Cangas-Fonteriz y en la casa de al lado vivía mi madre, entonces adolescente.

–¿Qué tal era?

–Un buen paisano al que respetaban, que ayudaba... Sabía las cuatro reglas, tenía una caligrafía impecable, llevaba los seguros de la Unión y el Fénix, no le gustaba la crispación y sus amigos eran de todas las tendencias. Era neneru cuando fui pequeño y al crecer me dejó tomar decisiones.

–Argentina, su madre.

–Tiene 86 años y va todas las semanas a clase de francés. Es muy vital y muy sociable. Es de Cecos, al lado de San Antolín de Ibias. El Connio, que cuando nevaba se cerraba por meses, también marcó mi vida. Estudió maestra en Lugo, opositó en Oviedo, sacó el número dos y escogió Ibias por ayudar a la familia, que acababa de perder al padre. Fue maestra en Tuña 35 años. Los maestros recién licenciados, que duraban un curso en la zona, se reunían en mi casa y yo fui, un poco, el ahijado de muchos de ellos.

–¿Peso ideológico de casa?

–Centrista no militante. Mi padre solo iba a entierros y mi madre iba a misa los domingos, como todas. Yo quedaba jugando con otros guajes. Mi madre era más moderna que mi padre... el cambio de régimen y los valores de la democracia llegaron a través de ella y de aquellos licenciados que te enseñaban a tocar a Víctor Jara a la guitarra.

–¿Qué neno era usted?

–Inquieto, maduro, de relacionarme bien, mejor con mayores.

–¿Dónde estudió?

–En la escuela de niñas, con mi madre de profesora desde los 2 a los 5 años. Luego con don Alfredo, que había sido maestro de mi padre, y murió años después dando clase. Yo llevaba dos cursos de saberes sobre mi edad y me paró la Inspección. A los 10 años, como el instituto estaba en Cangas del Narcea o Salas, a 33 y a veintitantos kilómetros de mala carretera, marché interno al colegio del Loyola de Oviedo. Cuatro años después mi hermana fue interna a las Ursulinas.

–¿Fue buen estudiante?

–Tuve ambiente de maestros, mi madre hacía formación continua y eso lo veías. Leí mucho libros de geografía e historia y se me dieron bien los números. No hice Geografía e Historia porque soy de la generación que llega a la democracia y se veía el futuro que tendría Económicas.

–¿Cómo fue llegar al Loyola?

–Subimos a ver la habitación, no muy grande, con 10 camas, 5 a cada lado; bajamos al patio a formar filas, cosa que nunca lo había hecho, y pasamos al comedor para cenar. Recuerdo la cara de sufrimiento de mi padre al dejarme allí. Era más emocional que mi madre, que entendía que lo mejor era que estudiara allí.

–¿Cómo lo vivió?

–Los primeros días un poco asustado: pasé de ser libre en un pueblo a estar dentro de una muralla, pero pronto entendí que los internos éramos la esencia del colegio. Así nos lo hacían ver los escolapios. En seguida tuve buenas relaciones con los chavales, la dirección y la gestión porque no iba a casa todos los fines de semana. Un cura había sido capellán del Atlético de Madrid y nos llevaban en autobús si el equipo jugaba en Asturias. En un lance de un partido de baloncesto un padre del equipo contrario le dijo algo a un interno y salió un salesiano a defenderlo como si fuera hijo suyo.

–¿Y la religión?

–Nada. En 1972 eran más progresistas que los estamentos oficiales. La vida estaba estructurada en el estudio, el deporte y las comidas y, para un alemanón como yo, era muy buena.

–¿Cómo era usted entonces?

–Yo era grande de pequeño. Llegué al Loyola midiendo 1,65. Al volver de cada verano era menos grande. Fui pívot, alero, escolta y dejé el baloncesto. Quedé normaluco.

–¿Pasó interno el Bachiller?

–No. En el Loyola quitaron el internado y fui a un piso que una tía mía de Villaviciosa tenía alquilado a 6 universitarias. Aprendí mucho con ellas porque empecé a salir por Oviedo y alguna vez me llevaron al Palladium o a cenar. Cuando tenía 17 años mis padres compraron un piso en la calle Ricardo Montes y fui a vivir allí con mi hermana, de 13 años, y un primo de Villaviciosa, de 12.

–¿Cómo se arreglaban?

–Comíamos de lo que mandaban mi madre, mi tía y lo que preparábamos. Yo era el cabeza de familia.

–¿Tenía pandilla en Oviedo?

–No, en fin de semana iba a Tineo. Cuando empecé la carrera mi padre me compró coche. Al salir de clase, a las ocho de la tarde, tomaba una cerveza. No era fiestero. Luego, si quedaba en Oviedo iba a “La Real” y al “Diario Roma” a jugar a los dardos.

–¿Sabía qué quería ser?

–Me prematriculé en Exactas en Valladolid y en Económicas de Oviedo. Quedé aquí por comodidad. Económicas estaba en González Besada, el almacenón, frente al “San Diego”, una cafetería de uno de Luarca. Como me relacionaba con mayores me orientaban conocidos del Loyola y de Tineo Llegué pensando que la carrera era de números y resultó que tenía muchas humanidades. Me gustó. Salí sabiendo macroeconomía. No sabía para ser qué, pero en 1981 en la política se hablaba mucho de Economía.

–Acabó la carrera y ¿qué?

–Marché a las fiestas de San Pedro en Tineo con Nacho del Río, un amigo, y luego fui a su casa en Salinas para ir a las verbenas de la zona. Estando allí, le llamó por teléfono un profesor de quinto de carrera y le dijo que en Sadei estaban buscando encuestadores para hacer las tablas input-output, que si quería ir a una entrevista y si tenía forma de avisarme a mí, que en Tuña no tenía teléfono. Nos cogieron a cinco economistas y cuatro ingenieros.

–Verano libre.

–Lo pasé bien, pero no estaba acostumbrado a no tener qué hacer y me costó un poco.

–Y se hizo entrevistador.

–A la semana, los ingenieros quedaron empleados en alguna de las empresas que habían ido a visitar, lo que nos sobrecargó a los economistas. Una chica se la pegó en el coche. Yo puse mucho impulso, me gustaba, tenía coche, era maduro, hice muchas encuestas, iba a comisión y encaje muy bien con el personal de Sadei. Otros dos economistas tenían claro que iban a opositar al Principado, que en 1986 estaba desplegando su Administración y necesitaba economistas. Los 14 de la orla estábamos trabajando a los seis meses. Nacho y yo habíamos pensado poner una asesoría porque se generalizaba el IRPF, pero yo tenía la mili sin hacer. En octubre fue el sorteo y salí excedente de cupo. De pronto, dejé de estar ganando unas perrucas muy curiosas para estar en el mercado laboral. Sadei necesitaba una persona que hiciera el tratamiento de los datos y Arturo Martín, el director, me llamó para ofrecerme un contrato de seis meses.

–¿Cómo le fue en Sadei de novato en 1987?

–Encajé. Alfonso Argüelles y Fernando Nuño tiraron mucho por mí y yo les solucioné muchas cosas. Al tiempo, saqué plaza de cajero terminalista en el Banco Popular y me ofrecieron Cangas de Onís con 17 pagas y 3 cuartos de 70.000 pesetas, pero dependiendo del director territorial, en La Coruña, que podía mandarte de viernes a lunes para Cangas de Morrazo.

–¿Aceptó?

–Me dieron 24 horas para contestar. Fui a comentárselo a Arturo Martín y me dijo: “No, home, no, no puedes marchar”. Se asesoró, me dijeron que habló con Bernardo Fernández, entonces presidente de Sadei, y en vez de hacerme fijo a los tres años –me faltaba año y pico– se iban a olvidar de renovar el contrato temporal, lo que me hacía fijo automáticamente.

–Pronto tuvo responsabilidad.

–A los 25 años tenía mucho empuje y cogí lo que no querían los demás. Arturo descubrió que yo escribía muy seguro. Él escribía muy bien, pero corregía muchísimo. Entonces había secretarias para pasar a máquina.

–¿No tenían procesadores de texto en los 90 ?

–No, porque había secretarias. Sadei había desarrollado una herramienta de procesamiento de datos tan potente como las hojas de cálculo de ahora, pero en Oviedo. Cuando se montó Hispalink me lo comentó, pero eran universidades y Sadei, no. Involucramos a la Universidad para formar parte. A Arturo le costaba relacionarse con la gente pero quería que estuviéramos en todos los sitios y allí iba yo.

–Martín murió en 1991.

–Pasamos un año sin director, en el que cogí muchas atribuciones y soy director desde los 30 años.

–¿Cómo fue?

–En 1991, Juan Luis Rodríguez-Vigil, uno de los tipos más listos que conozco, nos adscribió a Hacienda, de la que era consejero Avelino Viejo, a quien conocía de cuando era concejal de Oviedo. Fue quien me ofreció la dirección. Le puse la condición de que no renunciaba a ser técnico de la casa.

–Entonces fue el primer intento de convertir Sadei en un instituto estadístico.

–Viejo pretendía aprovechar Sadei de germen para montar un instituto de Estadística, como en Cataluña, Madrid y País Vasco, y se hizo el proyecto de la Sociedad Asturiana de Estudios de Economía e Investigación (Sadei) como ente público. Se llevó a la Junta en octubre de 1994 y se admitió con 83 enmiendas parciales. Pero era el tiempo Mariano Rubio, Luis Roldán, los estertores del “Petromocho” y la posible victoria de la derecha en Asturias y la manera de sacarla adelante era a la brava, con apoyo de IU y en contra del PP, lo que desaconsejé. Decayó.

–Etapa de Sergio Marqués.

–Llegaron con prepotencia y diluyeron consejerías en la macroconsejería de Juan Alsina, a quien ni conocí. Cuando rompió con el PP llevó la transformación de Sadei en la ley de acompañamiento de los presupuestos y se lo tumbaron los letrados de la Junta.

–Sadei podía ser calificado de chiringuito socialista.

–Siempre transmitimos que no servíamos a políticas y que teníamos 20 años más que la administración autonómica. Pusieron de presidente de Sadei a José Antonio Díaz Lago, tercer cargo de la consejería, que había sido jefe de presupuestos con Avelino Viejo. Al principio me trataba con distancia porque me había nombrado el PSOE, pero sin animadversión. El problema en aquellos tiempos convulsos de crisis, empleo y paro fue la Coyuntura Regional que hacíamos llegar a la vida política y a la prensa. Hipólito Álvarez, el viceconsejero, me llamó para quejarse de que hiciéramos análisis de la estadística. Cuando pude lo quité.

–Tampoco les favoreció el gobierno del socialista Vicente Álvarez Areces a partir de 1994.

–Tenía buena relación previa. El teniente de alcalde de Tini, Manuel Muruais, era vicepresidente de la Caja y, por ello, consejero de Sadei; el hermano de Tini, Miguel Ángel, lo era por Hunosa. La sorpresa fue que Tini me dijo que el que más le contaba de Sadei era su cuñado Braulio Suárez, director de servicios jurídicos de Arcelor, con el que yo tenía mucha relación. Sadei pasó a depender de administraciones públicas, de Luis Iturrioz, al que conocía. Iturrioz explicó en la Junta que iban a transformar Sadei en el Instituto de Estadística.

–Pero no fue así.

–Pasó el lío de la Caja de Ahorros, Tini echó a Manuel Menéndez y puso a Sampedro, el grupo socialista votó con el PP una ley de Cajas contra Areces... La urgencia de Sadei decayó. Y a Tini le empezaron a calentar la oreja con las encuestas: quería un CIS pequeñín y que fuéramos nosotros.

–¿Qué hicieron ustedes?

–Echar balones fuera. Les hablé del gabinete de encuestas de Euskadi, que depende de presidencia y programa las que van a ser y son públicas; de Galicia, que las contrata a las universidades...

–¿Y?

–A Tini no le gustaba que le dijeran que no. Yo soy amigo de Juan Vázquez, al que él estaba enfrentado y había media docena de cosas más que le hacían recelar de nosotros. Cayó Iturrioz, entraron Graciano Torre y Angélica, consejera de empleo y de cuota femenina y nos pasaron a Economía, con Jaime Rabanal, un paracaidista recién aterrizado de León. Y Tini le encargó montar la ley sin Sadei. Tuvimos muchos aliados: FADE, sindicatos, periódicos, universidad... Y se dio esa figura del Instituto que subcontrata a Sadei.

–Y llegó Álvarez-Cascos.

–Alguno de su partido nos advirtió que venía con la motosierra y yo pensaba: “Ya veremos, ya aguantamos a Tini”.

–¿Cómo le fue?

–Tuvimos suerte. Orbitamos sobre el consejero de Economía, José Manuel Rivero, educado, que quería hacer cosas y puso de director de Economía a Manolo Sarachaga, un profesional. Esos dos años sobrevivimos sin problema.

–Cuando llega Javier Fernández es la gran crisis económica internacional.

–Había que suprimir empresas y organismos y uno de ellos fue el Instituto Asturiano de Estadística , cuatro funcionarios que siguen en otro sitio. Hasta hoy.

–¿Cuándo conoció a su mujer, María Luisa Martínez?

–En la facultad. Trabajó en el Saype, sacó oposiciones a la Caja y montó en Luarca el departamento de riesgos. Nos casamos en 1989. Cuando nació Paula, en 1993, vino a la red central. Cuando montaron Liberta hizo la prueba piloto tratando con clientes de rentas altas, funcionó y crearon la red. Cuando la bolsa se complicó le ofrecieron ir de directora de oficina de la calle Uría y de ahí pasó a una excedencia pactada.

–Tienen otro hijo, Luis.

–De 23, estudia cuarto de informática. Paula hizo Económicas y MBA, a los 21 años empezó a trabajar en Seresco gracias al francés, útil para tratar con empresas como Arcelor Europa, Citroën... Hace un año se fue a abrir mercados de exportación a una empresa del Parque Tecnológico.

–¿Fue un padre presente?

–Sí. Empecé a vivir solo pronto y soy organizado. Nunca tienes tiempo para alguien si no quieres tener tiempo. Cocino, compro... Los críos tenían Gesta mañana y tarde, conservatorio de música, Alianza Francesa y yo recogía y llevaba a entrenamientos de fútbol y a partidos.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–Bien. Muy afortunado, para qué nos vamos a engañar. En relaciones y participación fui muy activo y estuve donde quise.

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