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Un campo de vacas sin ganaderos y de huertas sin agricultores

La sangría demográfica en los pueblos de asturias lleva pareja la pérdida de empleos en el sector primario: de más de 77.000 trabajadores en 1980 se ha pasado a 12.900 al inicio de la presente década

Pueblo abandonado en Grado

La distopía de una Asturias sin campesinos en sus pueblos ni pescadores en sus puertos se dibuja en un horizonte quizá todavía algo lejano pero de lo más real. Una Asturias en la que nadie produzca carne, ni leche ni huevos, no críe pollos, ni cultive patatas ni maíz...

Una postal indeseable, pero en la que muchos han empezado a pensar en el contexto actual de la terrible situación que atraviesa el sector primario en España, sumido desde hace unos cuantos meses en una profunda crisis económica (encarecimiento de materias primas, bajo precio de los productos en origen, costes al alza de la energía), agravada de una semanas para acá por la guerra en Ucrania. La cuestión es que los que se dedican al campo piensan en dejarlo porque ya no sale rentable, y los que deberían dar el relevo buscan otras salidas laborales alejadas de las vacas o la tierra. Tal cual.

Los datos en frío son los que son. A tenor de la evolución del empleo en la agricultura y la pesca en los últimos 40 años, el resultado es que al ritmo que cae la actividad, a finales de este siglo habrá tantos trabajadores en el sector como habitantes tienen en total ahora los pequeños concejos de Caravia o Santa Eulalia de Oscos: alrededor de 450 de personas en toda Asturias se dedicarán en el año 2100 a labores del campo o la pesca.

Desde 1980 hasta la actualidad la media de descenso por década de la actividad en el sector primario ha sido de un 0,3%: en 1980 eran más de 77.000 los ocupados en el sector para situarse en 12.900 los de 2020. La mayor caída se produjo a principios de siglo: en los primeros diez años se perdieron, en términos absolutos, más de 22.000 puestos de trabajo en el campo y la pesca.

La postal es, efectivamente, terrible y desoladora. El análisis tiene más matices, en función de dónde se bucee para buscar las causas. Y la solución a esta sangría es más que complicada. “Hay muchas Asturias y muy diversas, lo que requiere análisis detallados y no recetas sin matices”, advierte el economista Jesús Arango (Los Cabos, Pravia, 1947), quien fue consejero de Agricultura en el Principado entre 1982 y 1987 y desempeñó cargos ministeriales relacionados con el sector.

En el campo asturiano no se puede hablar de evolución del empleo sin tener en cuenta la reducción de la población, una pérdida demográfica que parece no tener fin y para la que constantemente se buscan fórmulas que la frenen. Ahí está el reciente proyecto presentado días atrás por parte del Gobierno del Principado, “Aldea 0”, que pretende “llevar la economía del siglo XXI al medio rural para evitar la despoblación y garantizar el futuro de estos territorios”. Una declaración de intenciones tan ambiciosa como complicada: afrontar la lucha contra el abandono de las pequeñas poblaciones rurales para convertirlas en lugares atractivos para trabajar y residir, basado en la recuperación de la actividad local, la calidad de vida, el mantenimiento de conocimientos esenciales para la gestión del territorio, la integración de las tecnologías y el desarrollo de nuevas funciones.

Ahí es nada. Medidas pensadas en los despachos de la ciudad para aplicar en el campo, algo que en parte molesta a los que son de allí. Matiz este último que aporta el antropólogo asturiano Adolfo García (Fresnedo, Tineo, 1944), quien sitúa el inicio de la “profunda” crisis demográfica rural a mediados del siglo XX y habla de muchas y complejas causas. Pero advierte García de que más allá de reducir el problema a razones “exclusivamente económicas”, algo a lo que se tiende actualmente porque las explotaciones agroganaderas no son rentables, hay algo más: “Tenemos una realidad muy compleja donde, a mi juicio, están las verdaderas raíces de la crisis. Con frecuencia, el campesino fue y es utilizado como reserva: producir bienes de primera necesidad y de calidad, vivero de mano de obra para el desarrollismo y la emigración, conservar el paisaje... En compensación, se siente acosado, ignorado, intuye que su papel no es importante y hasta sospecha que se le quiere eliminar”.

El agricultor y ganadero asturiano está, efectivamente, enfadado. Resentido. Defraudado. El ejemplo más reciente de cómo se le “maltrata” está en lo ocurrido en la reciente pandemia de covid, tal y como apunta el sindicalista de UGT Francisco Álvarez: “Hace un par de años el trabajador del campo era esencial, casi se le aplaudía tanto como a los sanitarios, mantuvo el país a flote, dio de comer y ahora es el gran olvidado y la crisis se lo lleva por delante”. Esto, además, después de que durante siglos su forma de vida haya sido ignorada y marginada, opina Adolfo García: “Y ahora intelectuales y urbanitas tratan de poner en valor algunos de sus aspectos, pero totalmente descontextualizados”.

Quizá para dar con la fórmula que reactive el empleo y la actividad en el campo lo mejor sea conocerlo y profundizar en los motivos que han desembocado en esta situación. “Desde la segunda mitad del siglo pasado, el campesino, por los problemas de su profesión y por la labor desarrollada desde el exterior, fue madurando una idea: ¿vale la pena que yo inculque a mis hijos mi forma de vida? Cuando esto sucede, esa sociedad está enferma”, advierte el antropólogo.

Unos se fueron por convencimiento propio, otros dejaron el pueblo porque no les quedó otra. “Por un lado, la modernización del sector agrario y su mecanización y automatización han influido en la pérdida de empleos, pues hay por ejemplo muchas explotaciones que utilizan robots de ordeño. Esto lleva a una mayor productividad y menores necesidades de mano de obra”, describe Jesús Arango. “Sí, ha crecido por tanto la productividad, pero en muchos pueblos ha disminuido el número de vecinos”. Unos vecinos que envejecen y cierran las explotaciones agroganaderas porque no hay relevo. “La falta de renovación en la titularidad de las explotaciones al no tener personas que sustituyan a los que se jubilan está dando lugar a una desaparición significativa en aquellos concejos con una alta especialización agraria”.

Un éxodo rural que tiene otros motivos, más allá de la falta de rentabilidad de las explotaciones: la falta de comodidades (escuela para los hijos, por ejemplo) derivada de la pérdida poblacional. Es la pescadilla que se muerde la cola. Jesús Arango resume: “Todo este panorama da lugar a un círculo vicioso: menos población, pérdida de servicios públicos y privados, lo que impulsa flujos migratorios de la población más joven y un envejecimiento creciente que lleva al desierto demográfico”.

Panorama desolador donde los haya, aunque los hay que prefieren ver la botella medio llena. Es el caso del geógrafo y experto en desarrollo rural Juan Antonio Lázaro (Gijón, 1969), al frente del grupo del Bajo Nalón. “Aunque parezca un dato antitético, en muchas ocasiones cuando parece que hay una destrucción global de empleo, podemos sacar conclusiones relativamente positivas, ya que hay una mayor mecanización y sistematización de procesos que resta recursos humanos pero incrementa productividad y beneficio, muy necesario en la producción agrorregional”, dice Lázaro, quien invita a analizar los datos porcentuales de pérdida de empleo, más que los absolutos.

Al igual que Arango, habla de la modernización de los sistemas productivos como una de las causas que explican la destrucción de empleo. El geógrafo cree que la peor parada es la ganadería, con un “incremento del tamaño de las explotaciones, sobre todo con la concentración de las de bovino”. Hay menos ganaderías, pero mayores: “La media de las cabezas de las explotaciones ha subido notablemente, extrapolando datos podemos decir que se ha duplicado en los últimos 20 años pasando de 12,9 a 25,3, lo que es un dato demoledor”.

Pero ve Juan Antonio Lázaro un panorama más alentador en la agricultura gracias a la profesionalización, lo que a su juicio es una puerta a la reactivación del sector. Esta va dejando de ser una “actividad complementaria o de subsistencia para ser la principal, lo que genera la creación de muchos empleos directos y de más asociados o directamente dependientes”.

Y aquí entra en juego la niña bonita del sector primario asturiano: la agroalimentación, que supone ya un 20% del PIB asturiano y con posibilidades de crecer. “Es un aspecto importante. Si hablamos de producción primaria y agroindustria o comercialización como un solo sector, podremos encontrar un buen nicho para equilibrar la pérdida de empleo. La industria transformadora y comercializadora de la producción agroganadera, que genera mucho valor añadido, suele tener emplazamientos no rurales, periurbanos o en espacios industriales consolidados, que genera actividad y empleo de dependencia agro”, insiste Juan Antonio Lázaro.

Y advierte: “Hay que relativizar esa pérdida de empleo. Es un problema, pero no es el fin del campo. El problema es gestionar ese proceso y tan solo desde una perspectiva sectorial global, que aúne productores, transformadores, comercializadores y actividades complementarias de prestación de servicios, podremos tener un análisis certero a escala regional”.

Porque no hay que olvidar que el sector primario es fundamental, sin él un país se muere de hambre. Severino Menéndez, responsable de Empleo de CC OO de Asturias, advierte de que “en un momento como el actual, con carestía de productos básicos, ya sean alimentarios o energéticos, es esencial”.

Adolfo García dirige su reflexión a cómo retener vecinos en el pueblo: “En síntesis se trata de conocimiento y diálogo entre las administraciones y el campesino, proteger sus productos, compensarlos por lo que conservan y dignificar su figura”. Y proteger sus productos pasa, sobre todo, por pagarlos a su precio real. Y ahí entra la ley de cadena alimentaria, recuerda el sindicalista Francisco Álvarez. Una norma aprobada en diciembre, pero que no se aplica, denuncian ganaderos y agricultores, lo que les tiene con el agua al cuello porque no les salen las cuentas. “No puede ser que se pierda dinero por producir. Si se aplica esta ley eso será un incentivo para apostar por el campo y quedarse a trabajar en él”, resalta Álvarez, nacido en 1979 en Anzás (Tineo) y cuya familia es ejemplo de la tendencia general de cómo se ha evolucionado en los pueblos de Asturias.

“En casa hubo siempre ganadería, yo me fui del pueblo a trabajar a la industria láctea y es mi hermano quien se ha quedado al frente. Conozco muy bien sus problemas, los veo y siento cada vez que voy”, apunta el responsable sectorial de Bebidas, Alimentación y Tabaco de SOMA-UGT. Celebra Álvarez la buena salud de la industria agroalimentaria en Asturias, pero advierte: “No genera mucho empleo, todo lo contrario. Son pequeñas unidades familiares y ahí se quedan. Vemos futuro en la agroalimentación, pero los puestos de trabajo que se generan no son suficientes”.

El reto hoy por hoy es buscar el equilibrio y el acoplamiento entre vivir en el campo de forma digna, con servicios adecuados y con una actividad que resulte rentable y viable. Esa imagen positiva, en parte bucólica e idílica que se ofrece en los últimos tiempos de la actividad agroalimentaria (hacer queso rodeado de cabritillos que comen en verdes pastos con las montañas de fondo), ha atraído a muchos al pueblo de unos años para acá. Una cifra que la pandemia ha contribuido a abultar al despertar el ansia entre los urbanitas de vivir en un entorno de naturaleza.

“Me parece muy bien que vuelva gente de la ciudad a los pueblos, por muchas razones. Una, se incrementa la población y esto es positivo, se conservan servicios básicos hoy en peligro, tales como educación, sanidad, comunicaciones... Dos, la gente que llega de fuera acrecienta el valor del medio rural a todos los niveles, exige mejores servicios... Tres, se establecen nuevas relaciones entre cultura urbana y cultura rural, un hecho positivo para ambas”, señala Adolfo García.

Pero todo tiene su cara B, e irse a vivir al campo no es solo disponer de una casa bonita junto a un río y buena conexión a internet para teletrabajar en la oficina en la ciudad. “Esa vuelta al campo, sea quien sea el neorrural que regrese, será un hecho sostenible si hay nativos, alguna actividad primaria y servicios básicos”, zanja el antropólogo.

La flota pesquera asturiana, amarrada.

“Carrete” para solo 10 años

Los profesionales en activo son pesimistas sobre el futuro del oficio pesquero: “No hay estímulos para la incorporación de jóvenes”

Francisco L. Jiménez

El presidente de la Federación de Cofradías de Pescadores de Asturias, Adolfo García Méndez, aseguró en una entrevista concedida a este periódico al cumplirse en abril del año pasado su primer tercio de mandato que le haría sentir “muy orgulloso” que su hijo –hace poco cumplió 3 años– siga sus pasos como pescador. Así hablaba entonces de esa posibilidad: “Me gustaría que fuese pescador, pero de enfilar por ahí que sea pescador ‘estudiao’, que saque el título de patrón. Sería la cuarta generación. ¡Ojalá!” La criatura ya ha subido al barco de papá y cacharreado con los instrumentos del puente de mando; lo hizo, de hecho, hace pocos días y por iniciativa propia: “Casi se me saltan las lágrimas, me emocioné como pocas veces en la vida”, confiesa el padre, hijo y nieto de pescadores de Puerto de Vega.

Estas escenas –hijos sucediendo a padres en las tareas pesqueras– que formaron parte de la cotidianidad de las villas marineras asturianas durante la mayor parte del siglo XX son hoy auténticas rarezas. Y las sagas de pescadores surgidas de esos procesos, una reliquia del pasado. Ni los padres desean para sus hijos el oficio heredado de sus ancestros ni los jóvenes quieren saber nada de una actividad que aparte de dura, sacrificada y en ocasiones hasta peligrosa ha dejado de tener los rendimientos económicos del pasado. Y sin aliciente monetario, no hay salvación. Eso es, al menos, lo que diría cualquier pescador de la región, una “especie” en vías de extinción.

“Diez años, puede que menos”. Ese es el exiguo plazo de tiempo que da Adolfo García Méndez para que la pesca asturiana remonte el vuelo o vaya a pique definitivamente. Cuando un barco tiene una vía de agua, o se tapa la misma para mantenerse a flote o el naufragio está servido, y el sector pesquero regional ya no da abasto para achicar tanta agua.

Es noticia estos días el exorbitado encarecimiento del combustible de los barcos, el sector se puso de uñas hace dos meses al conocer la intención de instalar parque eólicos marinos en aguas de Galicia y Asturias –supuestamente dañinos para la pesca– y no hay año que acabe sin agobios por la insuficiencia de los cupos asignados a una u otra especie. Las quejas de los pescadores por el endurecimiento de las numerosas normativas que afectan a su trabajo también son una constante. Y pese a ser graves estas problemáticas, solo son la punta del iceberg.

La crisis estructural de la pesca asturiana, el gran problema de fondo que amenaza el futuro del sector, tiene un componente económico y otro social. La rentabilidad de los barcos pesqueros está actualmente comprometida por la paulatina disminución de los márgenes de beneficios: los costes asociados a la explotación –salarios, seguros, víveres, carnada, combustible, mantenimiento del barco...– han crecido a mayor ritmo que los ingresos, determinados por la venta a la baja de las capturas en subasta pública. En segundo término, se vive una profunda crisis de vocaciones y existen serias dificultades para hallar personal formado en las tareas propias de la pesca. De ahí la proliferación en las tripulaciones de marineros originarios de países sudamericanos y africanos, con Perú y Senegal como principales canteras de mano de obra. Lo exótico, hoy en día, es una tripulación formada en exclusiva por asturianos.

La factura de esa lucha contra los elementos ha generado un goteo de pérdida de unidades pesqueras. En Asturias hay actualmente 248 embarcaciones censadas, 148 menos que hace quince años; es decir, Asturias ha perdido en los últimos tres lustros casi diez barcos por año. La edad media de la flota asturiana que resiste se sitúa en 24 años, bastante por debajo de la media de la flota activa española, que en el año 2020 era de 32 años.

Con idea de aprovechar ese plazo de diez años que da Adolfo García Méndez para revertir la deriva destructiva que amenaza a la flota pesquera asturiana, el Gobierno del Principado presentó el pasado mes de diciembre un plan estratégico (2021-2030) que aspira a dar las ansiadas soluciones.

El documento consagra el carácter artesanal y respetuoso con el medio marino de la actividad pesquera en Asturias como elemento diferenciador de la misma, lo cual se alinea con la prioridad que quiere dar en los próximos años la Unión Europea a ese segmento de flota frente a la de tipo “industrial”, más agresiva con los recursos, más contaminante y menos comprometida con el tejido socioeconómico de los pueblos marineros.

Su condición de “artesanales” es un punto a favor para los pescadores asturianos, pero la proverbial desconfianza hacia los cantos de sirena aconseja cautela. “A quien está muriendo de hambre no le puedes prometer un banquete dentro de un mes, tienes que darle un bocadillo hoy mismo”, zanja un veterano armador.

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