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Memorias
Jesús María Martín-Mateo Martínez | Sacerdote jesuita

“Preparé un proyecto apostólico con Pedro Armada en Nicaragua”

“Estaba muy bien instalado y muy cómodo dando clases en mi colegio de Valladolid cuando Dios me llamó para ir a Nicaragua, para ayudar a los campesinos”

Jesús María Martín-Mateo Martínez. | JAIME CASANOVA

El sacerdote jesuita Jesús María Martín-Mateo Martínez (Valladolid, 14-3-1932), que durante 8 años fue profesor de literatura en el Colegio San Ignacio de Oviedo, abandonó en tres ocasiones las comodidades como profesor o sacerdote en Europa para ayudar a los más desfavorecidos en Centroamérica.

Recuerdos de la infancia. “Soy hijo y nieto de boticarios. El tercero de ocho hermanos, cuatro varones y cuatro mujeres. Los varones íbamos todos al mismo colegio y las chicas a otro, que eran los colegios a los que habían ido mi padre y mi madre. Vivíamos en Valladolid, en una casa familiar con mis tíos y mis abuelos. Una vida familiar muy entrañable. El verano lo pasábamos en una finca de recreo en un pueblo que se llama Villabrágima. Mi tío tenía otros siete hijos y allí nos juntábamos todos los primos. Mi padre nos alquilaba un burro, porque entonces no teníamos bicicletas. Ese burro estaba acostumbrado al paso cansino de las ovejas. A nosotros nos parecía muy lento y le pinchábamos con una punta para hacerle galopar. Y cuando devolvía mi padre el burro, el pastor le decía ‘oiga, don Andrés, pero si este animal era un cesto y ahora es otra cosa’. Recuerdo mi infancia en ese sitio al campo libre, yendo a correr las perdices, yendo a ver a los trabajadores como araban, recogían, la vendimia. Era una vida deliciosa. Aún sigo yendo a pasar allí las vacaciones, cuando hay sitio, porque ha crecido mucho la familia”.

La vocación. “Estudié en el colegio San José, un colegio de jesuitas en el que ya había estudiado mi padre y mi abuelo. Entrábamos a las ocho de la mañana y salíamos a las nueve de la noche, parando para salir a comer. Era una educación muy competitiva, con toda clase de estímulos, con la distribución de premios a final del curso por notas que teníamos cada 15 días y que se exhibían en público. Al terminar el último curso, en los ejercicios espirituales una tarde habíamos escuchado la meditación del Rey Eternal. Era de noche y yo fui a la capilla y le prometí al Señor que me haría jesuita. Tenía 17 años y no he tenido nunca ni siquiera la tentación de dejar la Compañía. Ese verano me daba una vergüenza enorme decírselo a mi padre. Un día, dando una vuelta por el campo en Villabrágima, así le espeté, como si fuese una escopeta. Quedó sorprendido y me dijo que si Dios me llamaba, estaba bien”.

Formación en la Compañía. “En septiembre de 1949 entré en el noviciado en Orduña, en Vizcaya. Allí empecé con la larga formación que me dio la Compañía. Dos años de noviciado para cuestión espiritual, el juniorado con una formación humanística de tres años y otros tres años de filosofía clásica. Después nos mandaban a los colegios a hacer una praxis de vida. Yo fui maestrillo en Indauchu, en Bilbao. Fue una etapa muy bonita. Era la primera vez que entrabas en contacto con la vida ordinaria, porque antes estábamos enclaustrados siempre en comunidades religiosas. Después de aquellos dos años de magisterio, la formación terminaba con tres años de teología que estudié en Oña. Después de 13 años de formación, ya con 30 años, me ordenaron sacerdote. Una vez ordenado, todavía había un cuarto año más de teología y al terminar, como si fuese insuficiente todo eso, un mes entero de ejercicios espirituales en silencio que hice en Wepion-Namur, en Bélgica. Con 31 años, te consideraba la Compañía de Jesús que ya estabas formado y en condiciones de poder salir al mundo y trabajar por los hombres”.

Pedro Armada, a la izquierda, y Martín-Mateo, a la derecha junto a unos amigos en una casa que les cedió Cáritas en Estelí.

La docencia. “Mi primer destino fue Prefecto en el Colegio del Sagrado Corazón, en Logroño. Luego fui profesor en el Colegio San José, en Valladolid. Entonces nos achacaban a los Jesuitas que los profesores no teníamos títulos universitarios y yo estudié un año varias asignaturas en la Universidad de Salamanca, para convalidar el título de Filosofía y Letras en 1972. Ese reconocimiento del profesorado era entonces la batalla entre la enseñanza pública y la privada”.

Dejar la comodidad. “Estando de profesor en Valladolid, me llegó una carta desde Centroamérica, de unos compañeros que había tenido en Oña, españoles, que habían ido a apoyar a las misiones. Me animaban a ir a ayudarles. Fue una sorpresa. Me dije, voy a pensarlo tres días si es la voluntad de Dios. Yo estaba tan bien instalado en el colegio, encargado de los del último año, Preuniversitario, y estaba en mi ciudad, en mi antiguo colegio, con mis amigos y mi familia. Estaba muy bien instalado y muy cómodo y yo pensé que Dios me llamaba para allá”.

El terremoto de Managua. “Me fui a Nicaragua. Llegué a Managua en agosto de 1972. La víspera de Navidad cayó un terremoto que asoló completamente toda la ciudad. Quedó aquello planchado; sólo quedaron en pie tres edificios grandes, un hotel, el Bank of America y la Iglesia de los Jesuitas. Ese fue mi estreno con América. Nadie dormía en las casas por miedo, porque seguía rugiendo la tierra. Sacábamos los colchones al jardín, con plena oscuridad porque no había luz eléctrica. Echados en la colchoneta mirando aquel cielo inmenso cuajado de estrellas, en un silencio total uno dijo ‘¿y si nos diéramos la absolución?’ Y todos nos levantamos y unos a otros nos la dimos. Así estrené yo mi destino en Nicaragua, llevando agua a la gente de los barrios tras el terremoto”.

Campesinos. “A mí me habían llamado para hacerme cargo de una escuela profesional agraria para hijos de campesinos y no tenía ni idea de qué era un campesino ni qué era lo que había que enseñar a aquella pobre gente, que no sabía ni leer ni escribir. Así que me fui al obispo y le expliqué que quería ir a un pueblo para saber cómo son los campesinos y conocer sus problemas. Me dijo que fuera a San Rafael del Sur. Pensé que qué iba a hacer yo sólo en un pueblo. Había unos chicos de un grupo cristiano a quienes atendía el jesuita nicaragüense Fernando Cardenal. Cuatro de ellos se ofrecieron a acompañarme en mi proyecto apostólico. Luego entendía por qué había resultado tan fácil que se prestaran a ello”.

En San Rafael del Sur. “La casa estaba vacía. Sólo había una bombilla colgada de una puerta, pero habíamos dicho que íbamos a hacernos nosotros la comida y vivir austeramente. Empezamos a limpiar las cosas y paramos a descansar, descamisados, a la hora de comer y en silencio todos, uno saca un cigarro: ‘¿ahora qué?’ En esto tocan a la puerta y dos niñas traían unas bandejas llenas de comida que nos enviaba su madre. Les dije yo ‘¿veis lo que es la Providencia divina? Mañana no hacemos comida tampoco y nos confiamos en la Providencia’. Pasó lo mismo. Era nuestra vecina que tenía una tienda con toda clase de artículos. Siempre nos ayudó y así empezamos”.

Analizar los pueblos. “En la Universidad me habían prestado un jeep, que tenía un altavoz y llegábamos a los pueblos anunciando ‘el equipo pastoral de San Rafael del Sur viene a visitarlos’. Cogíamos tres pueblos cada día, yo en uno y ellos en los otros dos. El objetivo era analizar cómo era el pueblo, qué problemas había, qué gente había, en qué situación estaban y quiénes eran sus líderes humanos. No llevábamos comida, lo que nos dieran. Y ellos me decían ‘es que tú, como eres cura, comes todos los días, pero nosotros no’. De vuelta a casa, hacíamos una ficha con una radiografía sociológica del pueblo, cenábamos y teníamos una reunión religiosa, leyendo una parte del Evangelio, sobre la que ellos opinaban. A las reuniones venían compañeros suyos que se habían ido al pueblo después de que el terremoto destruyera Managua. Luego sacaban las guitarras y venía la fiesta, unas timbas fantásticas, con los cantos y las bromas”.

Con los sandinistas. “Al final yo comprendí por qué los muchachos habían venido conmigo. Todos estos chavales estaban comprometidos políticamente con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, cuya base social y política era el campesinado, porque era la gente más abandonada. Si ellos se presentaban en las aldeas corrían el peligro de que los metiesen en la cárcel por agitadores, pero como iban parapetados con un cura, les daba libertad de acción, porque el general Somoza, contra el que luchaban, no se quería meter con la Iglesia Católica”.

La llamada de Somoza. “Estando con los chicos, recibí una llamada en Pascua de Resurrección. Me dijeron que el general Somoza quería que fuera a decir la misa al pueblo donde estaba pasando el fin de semana, cerca. Los chicos se alarmaron y me dijeron ‘acuérdate que al general Sandino lo mataron en una emboscada parecida a esta’. Me puse todos los arreos clericales”.

Jesús María Martín-Mateo, a la izquierda, oficiando junto a Pedro Armada en el salón de actos de la escuela de Estelí (Nicaragua), con un retrato del general Sandino en primer término.

A solas con el dictador. “Me vinieron a buscar en un Mercedes blanco. Llegamos a su mansión junto al mar y allí estaba el General Somoza con dos matrimonios extranjeros que habían venido a hacer negocios con él, porque él era el Estado. Cuando yo llegué con mi maletín y todo encurado, los visitantes, que estaban en traje de baño, pidieron permiso para cambiarse de ropa. Me quedé solo con él, sin saber de qué hablar. Él había estudiado con los Hermanos de la Doctrina Cristiana y le pregunté ‘¿qué cree que es lo más importante del cristianismo?’ y me respondió ‘aquello que dice el Evangelio, ayúdate, que yo te ayudaré’, como quien dice, lo importante es lo que uno haga; me desconcertó. Luego le pregunté si se había agobiado por el terremoto y contestó que no con total despreocupación. Cuando terminamos el Evangelio les pregunté qué les había parecido. Uno de los guardaespaldas pidió permiso al general para hablar y dijo que la misa le estaba gustando, porque en la última a la que había ido ni se había enterado . Y le contesté yo, ‘es que nosotros le hemos acostumbrado mal, porque en la misa no habla más que el cura y los demás no tienen voz, es como la radio, donde hablan pero no escuchan’. Los guardaespaldas empezaron a mirar de reojo al general para ver qué cara ponía. Resulta que en Nicaragua estaban controladas las radios por la policía y si una emisora se pasaba la cortaban”.

Coco para comulgar. “Con las primas me había olvidado las formas y le pregunté al general si no tenía algo de pan, para comulgar. Me ofreció unos trozos de coco que tenían para acompañar el ron y me dice que ya está, porque era blanco. Le dije que eso no servía, porque tenía que ser de trigo, con lo que me trajo un pastelito con el que hicimos la eucaristía y comulgó uno de los matrimonios. Me pidieron que me quedara con ellos, pero yo sabía que los chicos estaban preocupados, entonces me volví. Esa fue mi entrevista con el sumo general Somoza, que era el mandamás de todo aquello y que tenía Nicaragua como si fuese su finca”.

Adiós a los muchachos. “Cuando pasaron tres meses y empezaron a abrirse las universidades, tres de los chicos volvieron a seguir con sus estudios. El cuarto se unió directamente a la guerrilla y al poco tiempo lo mataron. Me quedé solo y un compañero jesuita, que pasaba por allí, me regaló su perra, ‘Mortadela’ porque el Superior le ponía problemas para tener animales. Un amor de animal era aquello. En cuanto me veía poner las botas subía corriendo al jeep y me acompañaba”.

Año sabático. "Llegó un momento en el que yo tenía que empezar a trabajar ya desde la Escuela de Formación del Campesinado y me volví a Managua. Pero ya el germen del sandinismo se había agitado mucho y empezaba a haber conflictos. Entonces pedí un año sabático y me fui a Estados Unidos a aprender inglés. Me indicaron una comunidad pegada a la frontera con México, pero todo el mundo hablaba español y así no iba a aprender inglés. Yo conocía al Principal de los colegios jesuitas en Estados Unidos, porque había estado conmigo un mes en el pueblo de Nicaragua. Él estaba en el estado de Washington, cerca de Canadá, y le escribí. Me fui para allá".

El padre Llorente. "Uno de los maestrillos que iban hacia allí se ofreció a llevarme. En el camino había un pueblo, Yakima, donde estaba de cura un sacerdote español, el padre Llorente. Era una persona mítica, de un pueblo de ­León, que se fue a Alaska y llegó a tener tanto prestigio que le eligieron para la Cámara de Representantes cuando Alaska se incorporó a Estados Unidos. Yo de pequeño leía los reportajes que el padre Llorente mandaba a la revista ‘El Siglo de las Misiones’. Siempre aparecía vestido de esquimal y vivía en un iglú. Verlo en persona fue una impresión enorme. Murió allí. Lo habían echado de Alaska porque defendía los derechos de los esquimales".

Primer regreso. "En 1978 volví a Valladolid. Me destinaron a una escuela profesional de formación agraria, pero yo no me sentía bien preparado para ese nivel y pedí hacer un máster de agricultura y desarrollo".

Espíritu divino en Francia. "Conseguí una beca para formarme durante dos años en Montpellier, en Francia. Y con ese posgrado me presenté al doctorado en la Universidad francesa, que lo defendí en francés. Entonces tuve otra visita del espíritu divino. Estando en Montpellier yo decía la misa a los españoles que iban a la vendimia y había un cura, hijo de emigrantes españoles, que consiguió que me ofrecieran incorporarme a la diócesis como capellán para los españoles, con sueldo, coche y gastos de gasolina para visitar los campos. Claro, la voz de Dios me dijo: ‘El que quiera ganar su vida la perderá, y el que la pierde por mí la gana para toda la vida eterna’. Aquella era una opción para mi propio provecho, un sueldo, un coche, poco trabajo y dedicarme a cosas que me gustan. Yo no entré en la Compañía para esto. Allí decidí volver a Nicaragua. Era 1982".

Diez años después. "Habían pasado diez años desde mi primera estancia en Nicaragua. Al llegar me encontré un país enfervorizado y exultante con el triunfo conseguido por la presión popular. Al llegar a Managua, en la comunidad de Bosques de Altamira donde vivían Fernando Cardenal y los sociólogos jesuitas que se habían incorporado, me destinaron a Estelí, a la Escuela de Agricultura y Ganadería que había sido fundada por un sacerdote asesinado por la guardia de Somoza cuando trasladaba a unos refugiados".

Consignas en Estelí. "Estábamos aislados en pleno campo, con la población más cercana a seis kilómetros. Venían los comandantes y también el cantautor Carlos Mejía Godoy y aquello era una fiesta, íbamos todos con el pañuelo rojiblanco al cuello. Entre canto y canto se gritaban consignas, como ‘entre Cristianismo y Revolución no hay contradicción’. A los sandinistas les achacaban que eran ateos, pero no era verdad".

La Contra. "El sandinismo fue un movimiento popular muy bonito, pero Estados Unidos no podía permitir el triunfo de algo así. La CIA montó una contrarrevolución. La Contra atacaba por las noches. El Ejército nos dijo que no podía defendernos y nos invitó a militarizar la escuela, dándonos armas y asesoramiento. Así se hizo. En el silencio de la noche, los turnos se hacían eternos. No nos atacaron nunca; de hacerlo, nos habrían hecho papilla".

El asesinato en El Salvador. "Dirigía la escuela de Estelí con el padre Pedro Armada, hijo del general Armada, el del 23F. Decidimos dejarla porque nos ilusionamos con un proyecto apostólico en las montañas cercanas, para trabajar con las cooperativas de producción campesina. Nuestros superiores lo aprobaron. Pero en ese momento matan a los jesuitas de El Salvador, en noviembre de 1989, dejando decapitada su Universidad y el Provincial de Centroamérica nombró a su secretario como rector y pidió a Pedro Armada que fuese su secretario. A mí me dijo que no me quedase solo en Estelí y que me integrase en la Universidad de Managua".

Honduras. "Los sandinistas perdieron las elecciones de 1990. En nuestra Universidad no había más que huelgas y alboroto. Me quedé muy desilusionado y le pedí al Provincial que me enviara a un sitio donde trabajar con la gente. Me mandó a Honduras, donde entre 1994 y 1998 estuve de director de una escuela de capacitación de oficios industriales, en El Progreso. Tenía muy pocos recursos. Busqué apoyo, con tan buena suerte que fue el momento en el que se decidió en España que había que destinar un porcentaje de los Presupuestos a ayuda al desarrollo. Tuve una financiación generosísima".

Profesor en Oviedo. "Tenía cataratas y vine a España a operarme en 1998. Con el desastre que me hicieron no pude seguir en Honduras, así que me destinaron a Oviedo como profesor de Literatura en el colegio San Ignacio y, después, también me hacen superior de la Comunidad de Oviedo. Estuve entre 1998 y 2006, cuando me trasladaron a Madrid como vicario parroquial en la residencia de Maldonado. Pero yo ya tenía 70 años, edad a la que se jubila el clero en Madrid, con lo que para evitar ese conflicto me mandaron a Santander en 2007".

Vuelta a Honduras. "Yo veía que aquello de Santander no tenía mucha enjundia. Pedí volver a Honduras en 2011, donde hasta 2015 fui ecónomo y ayudé a los ejercicios espirituales de San Ignacio, en El Progreso".

Regreso a Oviedo. "Volví a España en 2016, como operario en Santander, y desde el 6 de octubre de 2018 estoy en Oviedo, también como operario, ayudando en la iglesia de las Salesas y en los ejercicios espirituales de San Ignacio. En marzo cumplí 90 años".

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