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San Adriano del Monte, el pueblo abandonado a 55 kilómetros de Oviedo, tiene quien lo recuerde

Canor González evoca la vida del pueblo de Grado, que fue uno de los últimos vecinos en abandonar y hoy, por su conservación y tamaño, es destino de excursionistas

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San Adriano del Monte, el pueblo abandonado a 55 kilómetros de Oviedo

San Adriano del Monte, en el concejo de Grado, estuvo poblado desde la Baja Edad Media hasta 1980. Hoy, este pueblo que tenía 24 casas, escuela, chigre e iglesia, sigue mitad en pie y mitad en el suelo, con tejados al sol y construcciones entre la maraña. No se sabe si parece el parque temático del pueblo abandonado con piedra y sin cartón o un museo etnográfico destartalado y sin equipar.

Está en la ruta de los pueblos deshabitados de Grado que recorren a pie, suben en mountain bike o remontan en quads turistas verdes, rutistas de fin de semana y senderistas escabrosos. Algunos dejan en las paredes de las casas su firma, una costumbre narcisista estimulada porque en San Adriano se encuentran el senderismo y la serendipia, ese descubrimiento que se halla sin haber ido a buscarlo. El descubrimiento que hace aquí el urbanita es una aproximación a la vida en la montaña, a 700 metros de altura, hasta hace 40 años.

Dani González se cruza con un jinete en el estrecho camino hacia el pueblo. Miki López

El paisaje del valle de San Adriano tiene a la vista toda la parroquia de 8,88 kilómetros cuadrados en dos laderas de belleza abandonada por una dureza que se percibe en el camino y se olvida al llegar en un día soleado.

–Tengo buenos recuerdos pero se me hace rara aquella vida de empezar a trabajar en cuanto valias para algo y de divertirse de aquella manera, con muy poco, con una rutina en la que éramos siempre los mismos haciendo lo mismo en los mismos sitios.

Así lo recuerda Nicanor González García, Canor, que nació en San Adriano en 1952 y fue de los últimos que dejó el pueblo, hace 44 años. Es fuerte, sornón, memorioso y presidente de la asociación San Adriano del Monte porque este pueblo desavecindado tiene, desde hace 12 años, una asociación de antiguos vecinos que relaciona a 160 personas entre descendientes y allegados. Hasta la pandemia retejaban la iglesia y la pintaban, estaferiaban y, cada año, sin falta, celebran la fiesta del 8 de septiembre en el fin de semana más cercano. Sidra, vino, corderos, costillas y criollos a demanda, que se pagan a escote.

Canor es el cicerone del pueblo que fue y su hijo Dani, el conductor que nos lleva. Dani tiene 40 años, trabaja en el mantenimiento de DuPont y comparte el sentido del humor sostenido de su padre.

Para llegar al pueblo detenido hay que ir bajando la velocidad. Desde Oviedo, los 27 kilómetros hasta Grado se recorren en 22 minutos. Los 13 kilómetros hasta Las Murias llevan 35 minutos. Los 15 kilómetros hasta San Adriano del Monte ocupan una hora.

Este último tramo es el que compartimos en un Niva, el 4 por 4 de Lada, duro, sufrido, con una amortiguación soviética que bambolea la cabina siguiendo la percusión de los baches, piedras y charcos. El paisaje de puerto, braña y monte, panorámico por la sierra, tunelado por la vegetación en el monte, entretiene el recorrido lento. El camino se siente en tres texturas sucesivas: asfaltada, campera y pedregosa.

Canor y Dani González a la puerta de casa Norio, con la de Pepa al fondo. Miki López

Por cualquier parte pasta ganado disperso y roxo, vacas y yeguas.

–La zona es ganadera de carne. Hay lobos y algún oso. Soltaron una osa en la Peña Blanca y ahora va la gente a grabarla por la campera hasta que haya una desgracia. Hay jabalíes y venados.

Hoy no se ve ninguno.

A lo largo de todo el viaje, Canor traza el mapa político de las lindes de Yernes y Tameza, Proaza y Grado sobre el mapa físico de brañas, laderas, vaguadas y altos. Donde vemos monte, él recuerda prados.

Este año todo el país va a conocer la subida al collau Fancuaya que será final de etapa en alto en la Vuelta Ciclista a España, más de cuatro kilómetros con pendientes que rondan el 17%. Hay que subir hasta los 900 metros de Braña Senra. Hay cabañas nuevas y algunas rehabilitadas que esconden espacios de capricho dentro de su arquitectura básica.

Después de un tramo por la campera, siguiendo unas rodadas que a ratos desaparecen como cubiertas por olas de hierba, se entra en el camino de carro y empieza el baile. En el maletero del Niva han cargado una motosierra por si el camino no está despejado. Dani busca con el volante lo que menos dañe los neumáticos. Dice:

–Es muy raro encontrar otro coche de frente pero alguna vez se da y hay que ir marcha atrás hasta el primer hueco para dos.

Canor ante la casa donde vivió con su familia desde los años 50 a los 70. Miki López

No encuentro ninguno en este tunel vegetal de fresnos, espineras, ablanos, carbayos, castaños, fayas y sabugos.

Queda el coche aparcado en el prau de la fiesta, que va de leve pendiente a llano donde levantaron un tendejón para la barra.

En unos metros aparece el pueblo. La primera casa, y la más nueva, es la de José Benito, que se levantó en los años cincuenta. Plantea una encrucijada. Si se sube, se llega a la casa de Rafael de la Peña y a la panera, que era de Rafael y de Ramón. Después está Casa Canor, que conserva un cubil para los gochos en la cuadra y, al lado, la casa quemada, que también era de ellos. Allí vivieron los abuelos, Canor y Justa; los padres, José Ismael y Salomé y los tres hijos: Canor, Mari Carmen y Raquel. Un tiempo, cuando quedó viuda, subió Benigna, la tía.

Esta es la parte alta del pueblo y desde ella se ve, abajo, la última casa, la del Teniente, llamada así porque...

–... Fue de un teniente en la guerra de Cuba que volvió con cuartos. La que está justo encima es la del hijo del teniente.

Entre la Casa de Canor y la del Teniente, que inicia el camino a Baselgas, hay un apretado panorama de tejado, muros y pegollos que esconden árboles, matos altos, escayos y felechos.

–En 1960 el pueblo tenía 10 hórreos y paneras. Siguen en pie dos paneras y un hórreo.

San Adriano del Monte, el pasado a 55 kilómetros de Oviedo

Al bajar se llega al centro del pueblo, donde está la fuente...

–No llegó el presupuesto para acabar el lavadero.

... se abre la placina. En la casa donde vivía Pepa está rotulado el nombre del pueblo.

Enfrente están la casa de Norio y la de José Pacho, levantada en 1881. En la de Norio, elevada y con escaleras, dejan huella tallada, pintada o escrita los que llegan. El equipo de Mountain bike de Lugones, por ejemplo.

–El hijo de Norio trabajaba muy bien la madera, pero para él.

Canor rememora el modo de vida de los vecinos.

–Éramos campesinos. Las tierras de labranza bajaban casi hasta el río Blanco (el Cubia, en Grado). Se plantaban escanda, maíz y patatas. Un paisano bajaba la leche a Grado, que eran dos horas. Se recogían ablanes y castañes. No había frutales. Se mataban uno o dos gochos al año. Todos teníamos vacas, el que más, 10; los demás 7 u 8. Había 6 o 7 canteros porque aquí, cuando se quitaba la fame se levantaba un muru…. Que yo sepa, fame no hubo. Las tareas se hacían con caballería o a la espalda si había que subir la hierba. No hubo ningún tractor; sí vi alguna segadora cuando tenía 12 años.

Dani cuenta una historia familiar. La hermana pequeña de su padre, Raquel, nació en Oviedo y cuando la abuela llegó con ella, Canor fue a buscarlas. La abuela subió en caballo y Canor con el bebé en brazos.

La siguiente casa, pintada y curiosa, es de Gabriel de Donata. Si se continúa recto se llega a la de Sandalio Lacuandia.

–Fue el chigre. Llevábalo él solo, vendía tabaco, tenía desnatadora… No tenía teléfono, pero se aprobó la línea el año que marchó. Teníamos electricidad. La televisión llegó cuando yo tenía 17 años y lo primero que vi eran unas mujeres medio desnudas que mirábamos desde debajo del televisor por si se veía más. Hubo agua corriente hasta que se vació el pueblo a finales de los setenta…

Canor González San Adriano, su pueblo natal. Al fondo, casa de Sandalio Lacuandia, que fue chigre. Miki López

–¿Y saneamiento?

–No, funcionábamos como el ganado, donde dieran las ganas. Hombre, teniendo cuidao. Bañábamonos en el balde de la ropa, con calderos de agua caliente y fría.

Las casas de Sandalio y la de Norio están pintadas. No están vividas, pero las ocupan alguna vez. Entre las dos, se abre un camino que perdió un hórreo y que baja a la escuela.

–Era mixta. Allí estábamos 14 o 15 chavales. Yo estuve hasta los 14 años. Como un burru quedé.

La vida en San Adriano cuando Canor era adolescente está a años de la de un coetáneo suyo de Oviedo, a 55 kilómetros.

–Éramos cinco de mi edad, pero que si estudiaban o salían, solo coincidíamos el fin de semana. Los que estábamos siempre en San Adriano éramos Paulino, Pepe y yo. Fuimos a Grao, al "Maijeco", en alguna ocasión, pero la mayoría de las veces íbamos a Yernes, al Salón de Pencho, que tenía gramola y paraba toda la zona. Íbamos a caballo.

Sí oían a Nino Bravo, "que cantaba muy bien", a Camilo Sesto y a Micky...

–..."que no lu podía ver cuando ponían aquello de “enséñame a cantar”". Me gustaban la tonada asturiana, el pasodoble y la copla porque era lo que oía por la radio. Me gustaban mucho los cacharros de ginebra con Coca-Cola. Tenía mucha sed entonces.

Las chicas no se quedaban en el pueblo "ni cogiéndolas con lazo", pero en el Salón de Pencho, Canor conoció a Anabel Fernandez, de Mieres.

–Tres años de novios y 42 casaos.

Interior de Casa Norio en San Adriano que han sido saqueadas desde que se abandonó el pueblo. Miki López

A la escuela le sigue la iglesia y, al lado, el cementerio donde reposan los restos de los que dieron nombres a las casas. Está pintada, tiene el interior arreglado pero sin acabar y amenazado por la humedad en uno de sus paños. Le robaron la campana y la pila bautismal. En la sacristía hay una imagen rota.

–... por un valiente y un educado. Debe de ser San Adriano… No espera, que tien un gochu a los pies... ye San Antonio.

Fuera de la iglesa está la piedra en la que por mayo se hacía la misa sacramental y al dar la vuelta a la iglesia, donde todo es monte y bardial, estaban las tierras que se trabajaban y llegaban casi hasta el río.

–Pescábamos las truchas a mano. Alguien de fuera trajo la lejía para pescar más, y acabamos con las truchas.

Un perro ladra en alguna parte y otro le responde en un enfrente simétrico y vertical , que completan en otra ladera el lugar de La Condesa y el núcleo del Ortigal.

En San Adriano están las casas de José Benito, Rafael, Ignacio, Sandalio, Frutos, Gabriel, Hilario; Inocencio, de Casa el Teniente; Adolfo El Teniente, Sunción, Norio, Fero, Jacinto La Fuente, José Oliva, Julián, Estrella La Fuente, José Gaspara, Rosa Mingu, Canor, Lisardo, Pachu, Teresa y Lupe y Celesto.

En El Ortigal, las casas de Herminio y Bernaldo y en La Condesa las de Jacinto La Condesa, José Jacinto, Samuel, Rafael, Aurelio, Andrés y Antón el pintor.

Canor recuenta para que no falte ninguna.

El mundo que le ha dejado buenos recuerdos se le empezó a hacer raro cuando cumplió 21 años, fue al servicio militar y subió por primera vez a un tren. Hizo el campamento en El Ferral y luego lo destinaron a artillería en Villanubla (Valladolid). En un permiso tuvo un accidente tráfico y rompió el fémur, un brazo… pasó un año en hospitales, en el Princesa Sofía le implantaron una placa, lo ingresaron en una clínica de militares en Valladolid y lo trajeron al Hospital Militar de Oviedo.

La primera vez que volvió al pueblo tomó el caballo y enfiló hacia Yernes. La montura lo tiró al suelo y lo arrastró unos cuantos metros hasta que pudo dominarla. Le dolía mucho la pierna pero siguió hasta el Salón de Pencho y le dieron las dos de la mañana. Con un dolor insoportable acabó en la consulta del traumatólogo Sergio Montes que alucinó: había roto la placa. Lo operaron otra vez.

Canor entró en la construcción y dejó el pueblo. En seguida no quedó nadie.

–En el abandono hubo saqueo de muebles, de piedras, de cocinas y hace unos años vandalismo: quemaron la imagen de la patrona y los santos. Durante años, venir me revolvía.

Después de trabajar veintitantos años en el mantenimiento del hospital psiquiátrico de la Cadellada, donde hoy está en HUCA, Canor se prejubiló a los 61. A los 62 un cáncer de vejiga se complicó en la operación con una septicemia a la que sobrevivió por su fortaleza, pero en cuyo tratamiento agresivo perdió el oído.

Hay mucho paisano manejando ese cayao, subiendo cuestas y caminando firme por la caleya. El abandono le parece una injusticia que no tiene tribunal al que recurrir y que se repara un día al año en un prado lleno de coches en la fiesta de un ciento largo viejos, jóvenes y niños comiendo y bailando como cuando San Adriano del Monte estaba vivo.

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