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María Julia del Rosal Alonso | Memorias | Fiscal jubilada, ejerció quince años en el Tribunal Supremo

"Al jubilarme regresé a Oviedo, donde llevo una vida muy gratificante: es mi Ítaca"

"El caso del rey emérito era una patata caliente, pero el fiscal Campos lo llevó con mucho sentido común, dejó bien sentado que se trataba de hechos delictivos"

Julia del Rosal | LUISMA MURIAS

La ovetense María Julia del Rosal Alonso fue una de las primeras fiscales que ejercieron en España tras ganar su plaza por oposición, en 1973. Durante su trayectoria profesional, Del Rosal ejerció en diversos juzgados de Asturias y Madrid, antes de llegar al Tribunal Supremo, donde trabajó durante quince años. En esta primera entrega de sus "Memorias", Julia del Rosal habla de su formación y de su primera etapa profesional, en juzgados asturianos.

Madrid. "Nací en Oviedo. A principios de los años 50 nos trasladamos a Madrid. Mi padre era médico y le nombraron director de unos laboratorios farmacéuticos, Pzifer. Allí pasamos como unos cinco años. Me queda el recuerdo de aquellos años de Madrid que retratan las películas en las que actuaban José Luis López Vázquez y Conchita Velasco, de los policías subidos en un pódium dirigiendo el tráfico, de los biscúter que no tenían marcha atrás y veías a la gente cogerlos por delante y por detrás, metiéndolos en un hueco para aparcar. También las motos con sidecar: mi padre tenía un amigo que llevaba a su mujer en un sidecar y la perdió por la Gran Vía, de repente no estaba. Y los organillos, a los que tiraban monedas desde las casas. Yo empecé a estudiar en el colegio de las Ursulinas de Jesús, era la misma orden del colegio al que había ido mi madre en Oviedo, porque tanto mi padre como mi madre eran de Oviedo".

Ursulinas. "Al volver a Oviedo, al cabo de esos cinco años, continué estudiando en las Ursulinas, en el colegio de Ciudad Naranco. Las Ursulinas eran unas monjas de procedencia francesa, pero en Oviedo creo que solo era francesa la que nos daba, precisamente, clase de francés. En todo caso, las teníamos que llamar ‘mère’, y a la superiora ‘grand mère’. Teníamos que usar algunas palabras en francés, por ejemplo para ir al baño: nos obligaban a decir ‘permission sortir’, que era ‘permiso para salir’ y que nosotros contraíamos diciendo: ‘¿Puedo ir a permi?’. El caso es que allí recibí la educación típica de la época, puramente sexista orientada al matrimonio y al cuidado del hogar los hijos. No te enseñaban a razonar ni te fomentaban el espíritu crítico, era puramente memorística. Como anécdotas teníamos que hacer gimnasia con faldas y debajo pololos, para que no se nos viera nada si nos agachábamos. Luego teníamos clase de costura, de formación del espíritu nacional que era obligatoria en todos los colegios, y una clase muy especial que era de ‘Politesse’, que sería urbanidad o educación. La impartía uno de los dos capellanes que había en el colegio, que curiosamente nos hacía tomar apuntes y hacía como un gráfico. Recuerdo uno, en el que se preguntaba ‘¿El baile es pecado?’. Ponía ‘Depende’, y abría una llave con tres opciones: A, del sujeto; B, de la sujeta; C, de la forma en cómo se sujetan. Este cura me lo encontré después cuando empecé mis estudios en la Facultad de Derecho, en clase de Derecho Canónico. Al explicarnos los impedimentos matrimoniales, en concreto la impotencia, decía que las chicas si les daba vergüenza escuchar las explicaciones podían salir de clase. Y las mujeres, que de aquella éramos muy pocas, diez o así, permanecimos todas impasibles salvo una, que salió".

En la Facultad de Derecho de Oviedo encontré un mundo diferente, con amigos como Ramón Punset, Gustavo Suárez Pertierra, Luis Arias, Paulino Alcedo y el que sería mi marido, Luis Ignacio Sánchez

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Compañeras. "La enseñanza religiosa era fundamental. Todos los días teníamos que escuchar una misa, por la tarde un rosario, rezar oraciones, luego ejercicios espirituales que solían estar dirigidos por curas que te presentaban espectáculos un poco macabros. Había un misionero al que le habían cortado la lengua, según él los indios, e iba enseñando a todas las niñas la parte de lengua que le quedaba. Con los ejercicios y los ejemplos que te ponían empezabas a dudar de la religión. Hablaban de chicos que habían sido toda su vida un ejemplo y en el último momento pecaban e iban al infierno, y otros que habían sido crápulas y en el último momento pudieron confesarse, se arrepintieron y habían ido al cielo de cabeza. En general, tengo un mal recuerdo de las monjas, porque eran muy clasistas, y por el tipo de enseñanza que recibí. Aunque sí tengo buen recuerdo de mis compañeras y conservo la amistad con varias de ellas con las que nunca he perdido el contacto, como con Montserrat Álvarez Mayolas o Marichu Menéndez de la Granda; son amigas del alma".

Derecho. "Al terminar el Preuniversitario mi vocación era ser médico, como mi padre. Pero fue una vocación frustrada porque en Oviedo no había facultad de Medicina: tenía que trasladarme a Valladolid o a Santiago y mi padre, aunque yo siempre había tenido unas notas espléndidas, dijo que no, que escogiera una carrera que hubiera en Oviedo. El grueso de las mujeres iba a Filosofía, pero yo escogí Derecho. En la facultad se te rompían todos los esquemas que habías aprendido con las monjas. Para empezar, todas las misas a las que había asistido durante trece años las di por amortizadas. Al terminar primero de Derecho, era obligatorio hacer el Servicio Social, una especie de ‘mili’ organizada por la Sección Femenina, sin la cual no era posible obtener un título académico, ni acceder a un empleo, ni obtener el pasaporte. Era una estancia en la que a mi me correspondió Luarca. Era un tiempo en el que una mujer no podía ni abrir una cuenta bancaria sin el permiso del marido. Al entrar en la Universidad se me abrió un mundo diferente, me rodeé con un grupo de personas que tenían unas inquietudes intelectuales muy grandes y que de alguna manera estaba en contra de aquel sistema del franquismo, aunque tampoco estaban adscritos a ningún partido. Entre ellos estaban el que sería mi marido, Luis Ignacio Sánchez, que luego fue catedrático de Derecho Internacional Público y Privado, Ramón Punset, Gustavo Suárez Pertierra, Luis Arias, Paulino Alcedo… Un grupo de gente muy interesante que teníamos conversaciones interminables. Hablábamos de lo divino y lo humano, aderezado con múltiples copas. Aún conservo las tesis de licenciatura de mi marido y Ramón Punset: la de mi marido era sobre la reforma agraria en España desde el siglo XVIII hasta 1936, y la de Punset, sobre el espíritu ruso y el marxismo clásico en la génesis del derecho soviético. Son dos obras que están escritas maravillosamente y revelan que tenían una cultura vastísima. Yo también quise entrar en la universidad, y de hecho estuve en la Cátedra de Derecho Penal. Pero en aquella época no había mujeres en la Universidad, y el titular de la cátedra fue incapaz de orientarme en el tema sobre el que iba a trabajar para hacer una tesis doctoral. Yo iba a pedir audiencia con él y siempre me decía: ‘vuelva usted dentro de quince días que ahora estoy muy ocupado’. Todo lo contrario de lo que debe ser un maestro".

Oposiciones. "Durante mi estancia universitaria llegó un agregado, que era un jesuita, el padre Antonio Beristain, que había tenido formación alemana. Estaba muy amenazado por los ultras de la época porque daba unos sermones bastante incendiarios, en Las Salesas. Todos los días recibía anónimos y me los iba a enseñar asustadísimo. Siguiendo sus consejos pedí una beca en el Goethe-Institut y en el verano fui a hacer un curso a Alemania. La doctrina alemana era muy importante en Derecho penal. A la vuelta, alguien me habló de las oposiciones a fiscales municipales y de un preparador, Francisco Luces Gil, que era un juez y que tenía los temas hechos, a medida del tiempo que llevaba la exposición, lo cual aligeraba mucho el trabajo, porque en aquella época no había Academias ni temarios de Oposiciones. Empecé a preparar las oposiciones con este juez, estuve durante un año preparándolas. Hasta 1966 estuvo prohibido para las mujeres el formar parte de la carrera judicial y fiscal. La primera mujer fiscal sacó las oposiciones en el 71, y la primera juez en el 72. De manera que en 1973, cuando yo me presenté a las oposiciones, que iba con otra chica asturiana, Eladia Felgueroso, solo había otra mujer fiscal. Y la sacamos las dos: Eladia Felgueroso fue la número uno y yo la número cuatro. Y eso que los miembros del tribunal me llamaron la atención por mi vestimenta. Yo iba con un traje de chaqueta verde muy correcto, pero a algún miembro del Tribunal le pareció mal que una mujer fuera de pantalones y me dijo: ‘Señorita, solo tiene usted un problema: que va vestida como un hombre, con unos pantalones’. Son historias que parecen de hace dos siglos. También recuerdo que a las oposiciones me acompañó mi padre, eran en Madrid. No era como ahora, que está fijado el día en el que te vas a examinar: antes tenías que ir con una semana o diez días de antelación porque no sabías cuándo te iba a tocar, porque a lo mejor alguno no se presentaba o se retiraba. El caso es que mi padre me llevaba a tomar el aperitivo por la mañana a Chicote, y por la tarde quería ir al teatro, así todos los días. Así que acabé mandándole de vuelta para poder estudiar".

Julia del Rosal. LUISMA MURIAS LUISMA MURIAS

Primeros destinos. "Como había sacado tan buena posición en las oposiciones pude elegir y, aunque tenía plaza en Asturias, quise volar a mi aire. Me fui a Barcelona y elegí la agrupación de Sant Feliu de Llobregat, Sant Boi de Llobregat y Martorell. Total, que eran cinco juzgados. Ahora debe de haber muchos más. Pero yo todos los días tenía juicios. El caso es que yo siempre mantuve una grandísima amistad con el que sería mi marido, Luis Ignacio Sánchez, y en uno de mis viajes a Oviedo comenzamos a salir. Y como en el primer destino no era obligatorio quedarse forzosamente un año, pedí la plaza de la agrupación de Mieres, Pola de Lena y Aller, que eran también cinco juzgados. Había mucho trabajo, porque tenía juicio todos los días y las tardes las dedicaba a preparar los juicios y hacer las calificaciones. Pero he de decir que encontré bastante ayuda en los jueces que tuve, todos magníficos. Había juicios de instrucción y de faltas en los juzgados municipales, y los juicios de faltas eran divertidos a veces. Entonces se discutía mucho por los lindes de las fincas, que si tu vaca se había metido en mi propiedad y había comido la hierba y cosas así, y había un juez en Pola de Lena que decía a menudo: ‘Pues vamos a hacer una inspección ocular’. Y nos desplazábamos toda la comitiva judicial hasta la zona y acabábamos tomando truchas en cualquier sitio, una vez en San Isidro. Y en el juzgado de Aller, que estaba en Cabañaquinta, el secretario iba con madreñas y cuando pasaba el acta se recorría todo el juzgado haciendo ‘taca-taca-taca’ con las madreñas".

Cangas del Narcea. "A Luis Ignacio, más conocido por ‘Miche’, y a mí nos casó el padre Beristain en 1974. Luego él sacó las oposiciones de Derecho Internacional Público y Privado en el País Vasco, en 1979 y allí permaneció hasta que volvió como Catedrático a Oviedo dos años más tarde. Eso supuso que él se fue al País Vasco y yo me quedaba sola con una empleada, que me ayudaba bastante. Pero busqué un destino que no me tuviera todos los días ocupada en juicios: fue Cangas del Narcea-Tineo, solo tres juzgados. Me desplazaba tres días a la semana, pero a Cangas del Narcea tardaba tres horas en llegar. Tenía que levantarme a las 6 de la mañana, circulando por una carretera infernal, que pasaba por un embalse que yo llamaba ‘el lago Ness’, porque salía vapor de agua y temía que saliese el monstruo. Hacía aquella ruta cuando estaba embarazada del segundo hijo, recuerdo conducir por aquellas carreteras estando de ocho meses, porque de aquella las mujeres no teníamos ningún beneficio por estar embarazada ni te podías quedar de baja ni nada. En una ocasión tuve allí un accidente de coche: viniendo de Cangas del Narcea con una jueza, Alicia Serrano, yo llevaba el coche, un Simca 1200, y volcamos. Tuvimos la suerte que fue en el margen contrario al río. Yo iba muy despacito, pero por allí circulaban muchos camiones que dejaban grasilla y el coche patinó. Quedó sobre un lateral y empezó a echar humo, salimos corriendo pensando que iba a explotar. Llegaron dos camioneros y nos explicaron que habíamos dejado las llaves y que era el agua del radiador, que se había volcado sobre el motor. Total, que aquellos dos camioneros le dieron la vuelta al coche y volvimos a Oviedo conduciendo, que sonaba todo el coche a lata, haciendo todo tipo de ruidos".

Julia del Rosal. LUISMA MURIAS LUISMA MURIAS

Violencia doméstica. "Tras Cangas del Narcea, donde estuve dos o tres años, pasé a Gijón, donde teníamos un grupo muy majo con la jueza Elena Rodríguez Vigil, con José Ignacio Pérez Villamil… Había mucha camaradería entre jueces, fiscales, secretarios y abogados. Yo tenía cuatro juzgados, dos de instrucción y dos de distrito, y otro en Villaviciosa. Todos los días para adelanta y para atrás, pero cuando eres joven tienes tiempo a todo. Fueron unos años muy bonitos. Una de las cosas que más me llamaba la atención, también a Elena, era la extensión de la violencia doméstica. Había muchísimos casos de mujeres a las que maltrataba el marido, que llegaban a casa bebidos y las golpeaban por las razones que fueran. El máximo de pena que podías pedir, si no había lesiones importantes, eran 5.000 pesetas de multa, y volvían una y otra vez, porque entonces no estaba tipificado el delito de maltrato habitual. Hubo un marido que a la puerta del juzgado, al salir del juicio, le pegó una bofetada a la mujer y volvió a entrar: “Tome, 5.000 pesetas por la bofetada que le acabo de dar a mi mujer”, dijo. Y las dejó encima de la mesa. Afortunadamente, en ese terreno hemos avanzado bastante".

La Audiencia. "De Gijón pasé a la Audiencia de Oviedo, fue en torno al año 1982. Habían fusionado fiscales de distrito y fiscales de la carrera judicial. Allí tuve un magnífico maestro, Jesús Bernal. En Oviedo se vivía fenomenal, había mucho menos trabajo. Y teníamos también bastante amistad con los magistrados, siempre íbamos a tomar el aperitivo a Casa Conrado. Eran muy antiguos y se metían con mi vestimenta: sucedía que la Ley Orgánica del Poder Judicial estaba redactada antes de que las mujeres pudieron acceder a la carrera fiscal y judicial, así que imponía traje negro, camisa blanca y corbata negra, y yo me negaba. Ponía un vestido normal y corriente y un pañuelo blanco, porque luego con la toga tampoco se veía nada. Pero siempre me tenían que decir algo: ‘El ministerio fiscal no va orgánico’. Lo decían medio en broma ya. Eran buena gente, pero con una mentalidad muy anacrónica. Recuerdo un caso de una violación en un Seat 600: los magistrados decían que era un delito imposible, lo que suponía su impunidad. Y yo tuve que argumentar que no, que imposible no era; difícil, pero no imposible".

Fiscal en Madrid. "En 1987 nos trasladamos a Madrid porque mi marido obtuvo la plaza de catedrático en la Universidad de Alcalá de Henares, de la que pasó a los dos años a la Universidad Complutense. Yo me integré en una de las secciones penales de la Plaza de Castilla de la Fiscalía de Madrid, adscrita al Juzgado de Instrucción número 2. Había una colaboración muy estrecha con el juez en la instrucción de las causas, existiendo por aquel entonces solo dos juzgados de guardia, uno de diligencias, con turnos de 24 horas, y otro de detenidos. En el de diligencias se veía cualquier incidencia que pudiera ocurrir en el partido judicial de Madrid, como, por ejemplo, levantamientos de cadáveres, internamiento de extranjeros, solicitudes médicas de autorizaciones para efectuar transfusiones de sangre a menores, y disponíamos de un dormitorio que casi nunca lográbamos utilizar, pues siempre surgía algo por la noche. Mientras que en el de detenidos se recibía declaración a todos los que traía la Policía, que en ocasiones eran muchísimos, y se decidía sobre su ingreso o no en prisión provisional. Eran aquellos años en los que se cometían tantos delitos motivados por la adicción a las drogas y había muchas muertes por sobredosis. Recuerdo que en una ocasión nos llamaron diez minutos antes de las 9 de mañana en que finalizara la guardia, era un 31 de julio y tenía las maletas preparadas para venir a Ribadesella de vacaciones. Se trataba de un cadáver de un joven hallado en un prado en la zona de Vallecas, situado boca abajo, en el que se veía sangre y se suponía que lo habían matado con un arma blanca; pero cuando el médico forense le dio la vuelta comprobamos que no se trataba de un apuñalamiento, sino que había muerto por sobredosis y la sangre se debía a que se lo estaban comiendo las hormigas2.

Decana. "En el Juzgado número 2 de Madrid permanecí unos seis años, y después de un breve paso por la Sección Civil, el Fiscal Jefe Mariano Fernández Bermejo me nombró Decana del Área de Alcalá de Henares, que también comprendía Coslada y Torrejón de Ardoz, y un año más tarde Decana de una de las secciones penales de la Fiscalía de Madrid. Como decana, mi función comprendía el visado y la coordinación del trabajo de un grupo importante de fiscales, además de la asistencia a mis propios juicios tanto en la plaza de Castilla como en la Audiencia Provincial. En esa tarea estuve hasta el 2003, en el que, a propuesta del Fiscal General Jesús Cardenal, el ministro de Justicia José María Michavila destituyó a Mariano Fernández Bermejo, un gran fiscal que para nombrar a los cargos intermedios de la Fiscalía siempre atendió al criterio de la profesionalidad, respetando además siempre la paridad entre hombres y mujeres".

Unión Progresista de Fiscales. "Michavila tuvo que bucear en el escalafón para nombrar al sucesor de Fernández Bermejo, puesto que ninguno de los fiscales a los que se lo propuso quiso aceptar, así que nombró a un fiscal que lo primero que hizo al tomar posesión de su cargo fue cesar a los tres fiscales que pertenecíamos a la Unión Progresista de Fiscales (UPF), asociación minoritaria en la Carrera Fiscal que siempre ha defendido los valores humanitarios. Entonces me adscribieron de nuevo a un juzgado de instrucción de Madrid, el 7, en el que afortunadamente solo permanecí un año, pues en 2004, al ganar las elecciones el PSOE, nombraron como Fiscal General a Cándido Conde Pumpido, al que yo no conocía, pero que me propuso a finales de ese mismo año para una plaza de fiscal en el Tribunal Supremo. Ese fue mi destino durante mis últimos quince años, hasta mi jubilación".

Tribunal Supremo. "En el Tribunal Supremo me integraron en la Sección Penal. En aquella época había muy pocas mujeres, ahora son cerca de la tercera parte. Allí me encontré con viejos compañeros de Oviedo, como María Ángeles García y Luis Bardají. Teníamos pocas vistas, aunque había que despachar a veces recursos en macrocausas de cientos de páginas. De todas formas, el trabajo era cómodo, pues nos administrábamos nosotros el tiempo y solo acudíamos a la Fiscalía cuando era preciso consultar alguna causa o los días en que estábamos obligados a ir, que eran cuando se celebraba la Junta de la Sección o con el Fiscal General. En mi caso, iba prácticamente todos los días, había muy buen ambiente entre los compañeros. Recuerdo particularmente a uno de ellos, de gran calidad profesional y humana, Juan Ignacio Campos, fallecido recientemente. Fue quien llevó la investigación de los delitos que presuntamente había cometido el rey emérito. Era una patata caliente, pero lo que dejó bien sentado es que se trataba de hechos delictivos, aunque se hallaban amparados por la inmunidad y la prescripción. El tema de la inmunidad lo considero discutible porque eran actos privados, no cometidos en el ejercicio de sus funciones públicas como rey. Pero, en todo caso, Campos llevó con mucho sentido común aquel asunto".

Jubilación. "En el Tribunal Supremo, anteriormente se permitía una prórroga de cinco años tras la jubilación forzosa a los 70, pero luego la prórroga se limitó a dos años con carácter general para la Carrera Judicial y Fiscal. Yo me jubilé medio año antes de cumplir los 72, pues ya estaba cansada de tantos años de trabajo".

Ítaca. "Me había quedado viuda en 2010, y tengo dos hijos: Sara, que vive y trabaja en Madrid, y Luis, que vive y ejerce como abogado en Oviedo. Emprendí el regreso a Oviedo, que era mi Ítaca, como diría Kavafis. Vendí mi chalet de Pozuelo de Alarcón unos días antes de que estallara la pandemia e hice la mudanza en pleno confinamiento; desde Madrid apenas me crucé con dos o tres vehículos por la autopista. Me deshice prácticamente de todos los muebles y objetos inútiles que se acumulan a lo largo de una vida y me instalé en un piso pequeño de Oviedo, donde llevo una vida muy gratificante".

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