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Arquitectura personal
José Paredes | Artista plástico

"Hay artistas de nombre que no cotizaron nada y lo están pasando mal"

"Entre las exposiciones de las galerías Tassili, en Oviedo, y Tantra, en Gijón, llegué a pensar que podría vivir del arte"

José Paredes, en la plaza del Fresno, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

Dibujante profesional autónomo para poder hacer arte

José Paredes Corzo (San Claudio, Oviedo, 1949) es un artista plástico que no ha parado de pensar por dónde seguir. Este pintor de mundos fantásticos, escultor y ceramista tuvo siempre la cabeza en este mundo porque se buscó un oficio que le garantizara la supervivencia y eligió ejercerlo como autónomo para organizar su tiempo y no tener jefes.

Hizo Dibujo Publicitario en Artes y Oficios, ejerció en la calcomanía y es un cocinero aficionado que tuvo un restaurante en Colloto, "El zorro rojo", con su exmujer. Tiene obra en el Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo (Pintura, Escultura, Dibujo) y en el Jovellanos de Gijón, entre otros. Ha realizado decenas de exposiciones, pero no una antológica "porque sigo vivo".

Comprometido con los partidos de izquierda desde la Transición, nunca dejó de votarlos y nunca milito en ninguno. Sus años de pop y rock, que llegaron hasta hace poco, siguen ahora en jazz y música clásica.

Divorciado y ahora ennoviado en Villamiana ha reunido una familia numerosa que crece en nietos.

A los 17 años empezó a hacer yoga por un libro y durante 2 años cada día y en su casa dedicó hora y pico a hacer una veintena de ejercicios. Vuelve a ello por temporadas. No así al taekwondo que inició a los 42 años.

–Nací en San Claudio, en 1949. Soy hijo único, por suerte.

–¿En qué trabajaba su padre?

–Era delineante proyectista y trabajaba en Fuente Trubia, una fundición de los mismos dueños de la fábrica de loza.

–¿Y su madre?

–Era ama de casa. Había nacido en una casería de Las Mazas. Mi padre era de Trubia, cerca... Se iba caminando y había mucha relación por las fiestas.

–Sus primeros recuerdos.

–Ir a la escuela de San Claudio, separados mayores y pequeños, niños y niñas. Seríamos 120 críos. Teníamos dos maestros que eran muy buenas personas: Don Eloy y otro, no recuerdo su nombre, al que llamábamos "Pelinos". A media mañana nos daban un vaso de leche en polvo y un trozo de queso de vaca, de unos bidones.

–¿Qué tal vivían en casa?

–Bien: yo era hijo único, la casa era heredada por mi madre, había huerta y gallinas y mi padre ganaba un poco más que otros.

–¿Cómo era Pedro, su padre?

–Buena persona y querido porque hizo, gratis, la medición de todas las fincas de San Claudio, Trubia y El Escamplero. Como padre, no le gustaba que hiciera el gamberro, pero nunca me coartó lo que quería hacer. Tenía media mano para pintar y la recuperó al jubilarse. Hizo un cartel guapísimo de las fiestas de San Claudio con los cangilones de la tejera, en la que llegaron a trabajar 300 personas.

–¿Y su madre?

–Manuela, llamada Lola, buena gente, más bien me defendía.

–¿Eran religiosos?

–No. Mi madre decía "vete a la iglesia", pero ellos no iban. Mi padre sólo iba a funerales.

–¿Tenían alguna ideología?

–Ni se hablaba. Un hermano de mi abuela paterna era jefe de bomberos y voló en un polvorín. Quedó de él un bastón de junco que era una joya que todos los gitanos me querían comprar.

–¿Qué rapacín era usted?

–De los buenos de la escuela pero bastante revuelto y, como tenía cuerpo, no paraba y hacía de rabiar a otros, los asustaba.

–¿Hizo algún deporte?

–No, tenía mucha fuerza, era ágil, subía a los árboles, rodaba en bicicleta por caleyes, iba a nadar al río, andaba mucho... A los 9 años fui interno a Villaviciosa.

–¿Y eso?

No había un autobús que llevara a un colegio de Oviedo. El que bajaba, al cruzar el paso a nivel de Las Mazas pegaba con el chasis en la vía del tren y mis padres temían que un día quedara allí atascado. Cuando empezaron, los autobuses eran pequeños e iban hasta arriba de gente que trabajaba o vendía en Oviedo. Por San Mateo, años después, ponían unos para 90 personas, atestados, que no podías moverte.

–¿A qué colegio fue?

–Al San Francisco. Nos llevó en un 4-4 un taxista amigo de mi padre. El patio tenía suelo de arena, empecé a hacer carreteras con los pies y me olvidé de ellos. "¡Oye, que tenemos que marchar!", me dijeron. Adiós, adiós.

–¿Le gustó el internado?

–Pasé de estar suelto en el pueblo a meterme en la normativa vigente, que nunca me gustó. Había mucha rectitud y misa todos los días, rosario, rezar después de comer y en cuaresma unas caminatas del copón hasta Lugás, bajar al Puntal y regresar. Una vez nos pusieron una sardina grande para cenar. En ejercicios espirituales no podías hablar. Llevábamos unas batas de tratante.

–¿Qué tal comían?

–No pasábamos hambre y llegaba algún paquete de casa, pero en mi familia éramos de comer bien y allí no había manera de pillar un pescado al horno ni los bizcochos de nata de la leche de vaca de mi tía de Pedruño. En mi familia no había gordos pero éramos de buen canil.

–¿Les trataban bien?

–Había buena gente pero algunos profesores trataban distinto a los internos porque éramos de fuera. Los domingos ponían películas de terror: "La mano que aprieta", "Doctor Mabuse". Donde dormíamos, un chico mayor que tenía epilepsia jugaba a meternos miedo y temíamos que le diera el ataque y nos estrangulara.

–¿Pegaban?

–Recuerdo al director, Baizán, corriendo detrás de "El Ruso", un alumno rubio, insultándose los dos... De película. Era un cura sobresaliente pero daba unes hosties que te dejaban bailando. Echevarría -que daba clases de comercio- gordo, colorado, engominado con brillantina, que fue alcalde de Villaviciosa, daba reglazos por meter ruido en el recreo, a veces de canto y otras veces con una regla de cuadradillo que tenía varilla de metal. Otros tiempos

–¿Qué le gustaba?

–Historia Sagrada, Geografía e Historia, Geometría. Las matemáticas no las pillaba bien y no tenía apoyo.

–¿Y el dibujo?

–Siempre. Hice carabelas, algún soldado con lanza... Cuando vine al colegio "Hispania" sí fui el dibujante de clase e intercambiaba un "Stuka" por cualquier cosa.

–¿Se presentó a concursos de dibujo?

–Por medio del maestro, me llevó la OJE [Organización Juvenil Española] a Luarca y a Perlora. Quedé tercero y viajé a Madrid en un microbús al mando de Calixto, que años más tarde fue director del Museo Barjola. Calixto me quería mandar para casa porque no tenía uniforme. Tenía 11 años y no lo entendía. Mi padre decía que no me iba a comprar un uniforme para dos días.

–¿Cuándo entró en el colegio "Hispania" de Oviedo?

–A los 11 años. Volví a vivir en familia, ponía la radio, oía música, iba a casa de mi abuelo a Las Mazas a ver las vacas. En el Hogar del Productor había televisor y veía películas y saltos de esquí.

–¿Y en el colegio?

–Como había más libertad, piraba algo. Con dos de San Claudio alquilamos bicicletas en Oviedo, fuimos a Los Catalanes hacia La Manjoya y bajamos hasta Las Caldas por la vía del tren. Estropeamos una bici, el manitas la arregló con un alambre, las devolvimos y salimos disparados.

–¿Qué alumno fue?

–De lo que me gustaba. No sabía lo que quería ser. En casa el plan era que estudiara. Repetí y entré en Artes y Oficios a los 14 años. A la vez acababa los restos de bachiller elemental en la Academia "Astur", en La Pasarela, porque te convalidaban tres cursos de los 5 de Artes y Oficios.

–¿Qué tal en la escuela?

–Bien. Dibujaba a carboncillo y hacía modelado. No quise ir a pintura porque yo copiaba a Van Gogh de algún libro que tenía mi padre y vi que arriba se hacían bodegones oscuros. El ambiente de la escuela era muy libre y con 16 años sabía lo que eran los Beatles, los Rolling, los Kinks. A principio de curso no se cabía y a final, sobraba espacio.

–¿Había gente interesante?

–Empezaba a conocer gente, Sierra o Legazpi, en "La Quintana". Eran algo mayores y como éramos más jipilollos nos reíamos un poco de ellos.

–¿"Jipilollo"?

–Hippy, el pelo un poco largo y patilla de hacha. Te llamaban "maricón" por la calle porque llevabas camisa de flores y pantalón de pata de elefante que le encargaba al sastre y me decía "¿te va a dejar tu padre llevar esto?".

–Profesores.

–De dibujo, Folgueras y Segura, muy bien y Rafael, un pintor un poco escondido porque había sido republicano. Era muy buen paisano y profesor.

–¿Qué escogió usted?

–Dibujante de Publicidad.

–¿En la Academia Astur?

–A gente algo hippy y a dos mayores -Fernando y Chiro- que eran maestros de futbolín y ya iban a bailar al Jardín. Empezamos a bajar al bar Cecchini, en la calle Uría. A Luis Cecchini lo metí yo en la escuela. Paraban los músicos de moda y había algún concierto. Salí con Jerónimo Granda alguna vez y otros; todos tomaban alcohol, menos yo que bebía leche. Nunca me interesó beber.

–¿Y la pintura?

–A partir de 1967 un grupo de amigos exponíamos sábados y domingos en la plaza del Paraguas y algo vendíamos.

–¿Qué estilo le interesaba?

–Entre impresionismo y expresionismo. Iba a "Tassili", a la Caja de Ahorros y a "Nogal" a ver exposiciones.

–Acabó Artes y Oficios... 

–A los 18 años y fui al servicio militar: campamento en El Ferral (León) y cuartel en Segovia.

–¿Con qué actitud?

–Llegué como a una aventura y a verlas venir. De León volvíamos cada sábado los fines de semana. Se enteraron de que sabía dibujar, me ficharon para la revista y dejé de hacer cosas de soldado. En Segovia las comunicaciones hacían imposible venir los fines de semana. Me mandaron para la plana mayor y en una oficina hice planos. Tuve que aprender a tocar el bombo. No hacía guardias. Dibuje murales por las paredes.

–¿Ya tenía novia?

–Desde los 18 años.

–¿Siempre tuvo claro que no iba a vivir exclusivamente del arte?

–Necesitaba un medio de vida para subsistir y dedicar tiempo a lo que me gusta.

–¿Qué hizo al licenciarse?

–Empecé a trabajar de ayudante en la Fábrica de Loza de San Claudio. Hacía diseños para platos. Ocho horas, bien pagadas y más las extras. Había mucho trabajo: pegatinas, marcas de empresa en ceniceros...

La cocina es tan importante como el arte, sabiendo disfrutarla; cocinar me relaja: no me molesta ningún olor, pruebo cosas y nunca apunto las recetas

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¿Cuándo se casó con Isabel?

–En mayo de 1975. La conocí cuando ella tenía 17 en la Escuela de Artes. Tuvimos dos hijas: Paula, que tiene 45 años, hizo Bellas Artes, restauración de muebles y textiles y con eso se gana la vida en Madrid y Galatea, de 43, ingeniera química que trabaja en Basilea (Suiza). Tengo dos nietos: Marcello, de 5 años y Sebastián, de 3.

–Ahora vive con Covadonga Castañón.

–Desde hace casi 20 años. Fue profesora de instituto. Y aporta dos hijas más: Paula y Ana, más o menos de la misma edad que las anteriores. Y tres nietos más: Violeta, Catalina y Max Manuel. Nos vemos todos en vacaciones y tienen buenas relaciones.

–¿Cuándo expuso por primera vez en sala?

–En la Caja de Ahorros en 1968 expusimos a la vez Luis Cecchini [el padre de la también artista Breza Cecchini]; José Manuel Vega ‘Selito’, el alfarero de Faro, y yo. Yo hacía una siluetas de guardias civiles que titulaba «ellos» porque alguien me había dicho que así los llamó Federico García Lorca.

–¿Por qué guardias civiles?

–Ya oía cosas, aunque los guardias civiles de mi pueblo jugaban la partida con los paisanos y no se metían con nadie. Uno que supo que pintaba me preguntó si París era lo que más me gustaba del mundo y yo respondí que Suecia. Ya sabes, por la socialdemocracia. Le dijo a mi padre «a este va a haber que llevarlo al reformatorio». Pero sin problema. Sin embargo, había uno en San Claudio con camisa azul que nadie trataba con él.

–¿Compartía taller?

 –Íbamos a trabajar en el sótano de mi casa en San Claudio y era fructífero porque era alegre, te veías y nadie te molestaba.

–¿Cómo era Luis Cecchini?

–Muy alegre, bromista y, como todos los Cecchini, podías contar con él para lo que quisieras. Enfermó enseguida y murió hace años.

–Sigamos.

–En la fábrica de loza creé un tipo de pintura porque empecé a tener mucho tiempo libre por unos problemas en la relación con el jefe. De lo que salió allí, una pintura con personajes de ficción un poco sociales o críticos, hice la exposición en la galería "Tassili" cuando se interesó por mí José Antonio Castañón.

–¿Qué alimentaba su parte social?

–Algo que leía y, sobre todo, lo que oía a los mayores acerca de la libertad en el bar «La Quintana», de la calle de la Luna, donde estaban los artistas J. M. Legazpi, Fernando Alba, Carlos Sierra, el poeta Miguel Ángel Caballero y otros... cantautores.

–Dejó la Fábrica de Loza en 1976.

–Entré en Mapra, en La Bolgachina, primera fábrica de calcomanías, donde estuve hasta 1977. Éramos 5 dibujantes con buen rollo.

–¿Y después?

–Me hice autónomo. Trabajaba para Talleres de serigrafía que hacían platos y vajillas de regalo. Las monjas de La Corredoria, de clausura, tenían nave con un horno enorme y hacían vajillas. Una vez me encargaron una fuente en la que salía, entre otros, Blas Piñar. Le dije a la abadesa, que era de Luanco, "Coño, éste no lo hago". "¡Paredes, habla bien!" –me contestó–. "Cobra lo que quieras". Pedí 16.000 pesetas, más que en la fábrica de Loza todo el mes.

–¿Y la pintura?

–Por la tarde hasta la madrugada. En esa época entre las exposiciones de las galerías Tassili y Tantra, de Gijón, pensé que podía llegar a vivir de la pintura.

–Por entonces crecían sus hijas. ¿Fue un padre presente?

–Al estar en casa, de alguna manera, pero de ayudar no demasiado porque era el que tenía más trabajo. Hacía más la madre, pero sí me gustaba cocinar. Salíamos mucho con ellas. Lo pasaban bien conmigo porque no era duro, pero en la adolescencia sí les dije que no se iba a clase a molestar al profesor, que las notas eran otra cosa.

–¿Cómo sigue de activo?

–Mucho. Tengo 4.000 bocetos y apuntes desde hace 40 años. Mi obra póstuma será hacer un reloj de arena con mis cenizas y titularla «El tiempo no existe», que lo dijo Einstein.

–Usted tuvo un restaurante.

–Con mi exmujer, en una casa de sus padres en Colloto, de 1998 a 2001: «El corzo rojo». Eran ocho mesas y abríamos de jueves a domingo, con cocina de pato, algo francesa, y carnes de Trasacar. Un camarero, una ayudante y sin bar. A los dos nos gustaba cocinar –sobre todo a ella– y siempre salíamos mucho a restaurantes.

–¿Cómo funcionó?

–Era mucho trabajo y con los controles de alcoholemia se volvió irregular. Fue una experiencia. Te enteras de que eres de los pocos que echaba aceite de oliva a la freidora. Conoces gente interesante y otros que te buscan las vueltas.

–¿Qué le parece la gastronomía?

–La cocina es tan importante como el arte, sabiendo disfrutarla. Cocinar me relaja: no me molesta ningún olor, pruebo cosas y nunca apunto las recetas.

–¿Cuándo se jubiló?

–A los 65 y cuatro meses. Coticé lo que pude para cobrar algo. Hay gente con nombre en el arte que no cotizó nada y está pasándolo mal. No noté ningún cambio en el modo de vida.

–¿Cómo conoció a Covadonga Castañón?

–Haciendo cerámica en Villabona con Manuel Cimadevilla. Ella dio clases de matemáticas y de cerámica. Fue una innovadora en la enseñanza en Asturias. Desde las primeras ayudas que se hicieron, por la tarde, sin cobrar, a ir a recoger alumnos gitanos a Matalablima, que se ducharan y darles el desayuno y la comida.

–¿En qué institutos dio clase?

–En San Lázaro y en Ventanielles, que fue el primer instituto verdaderamente bilingüe, todo inglés. Tuvo tres premios europeos. Sacaba a los alumnos al campo, los llevó a la ópera cuando empezaron a llegar las compañías checoslovacas, los introdujo en la informática cuando empezó. Al margen, en cosas de jardinería llegó a tener medio millón de seguidores.

–¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–Muy bien. No tengo queja. Apenas tuve encontronazos. 

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