Ramiro Fernández fue peluquero, oficio que amplió a la psicoestética en los noventa; ejerció de concejal en Oviedo, donde lleva asentado 56 años, y ha sido, durante los últimos cinco mundiales, el que corta el pelo a la selección. Si la Roja sigue en racha, viajará a Qatar en unos días, esta vez como invitado.
Infancia. "Nací en San Miguel de Nembra en 1943. Procedo de una familia muy humilde, hijo de Candela Alonso Fernández y Dionisio Fernández González, minero. Murió de silicosis, como sus hermanos y sus cuñados. Yo fui el último de siete hijos que tuvieron, ‘el de les arrañaures’. Hasta los 14 estuve con mis padres, en la escuela y con les vaques. Ahora quedo yo solo y mi hermana mayor. Y no me casé porque creo que el apostolado se puede llevar de muchas maneras".
De los curas a El Musel. "Estuve con los claretianos, en Contrueces y luego en Balmaseda. Fue una pena, porque llevaba bien el apostolado, pero tenía un hermano que era peluquero en El Musel y convenció a mi padre para llevarme con él: ‘A esti rapaz lo voy a espabilar yo’. Él tenía una Vespa y empezó también al estraperlo. Estaba en un local que era bar-tienda. A mí me tenían para atender y, así mi hermano marchaba por toda Asturias con el tabaco, los transistores, mecheros... El dueño del local, Álvarez ‘El Pinga’ era un bandido. Decía que había pintado los puentes de Nueva York y me daba cursillos acelerados. Aparecían dos marineros, les ponía dos vasos de vino y les preguntaba: ‘¿Ustedes han estado presos? Porque con ese corte de pelo...’. Y me los metía para que yo les arreglara el pelo, para foguearme. A las diez de la noche acababa de atender la barbería, de diez a una el bar seguía abierto para los marineros bermeanos que salían a echar la partida. Eran diez mesas de cuatro asientos, dejaban la botella en el suelo para jugar, y cuando se enfadaban ‘El Pinga’ me hacía una señal para que les pusiera una botella vacía de más. ¡Y yo que venía de hacer ejercicios espirituales en Balmaseda y ahora me iba a la cama en pecado mortal!".
Al estraperlo. "Los hijos de ‘El Pinga’ me entrenaban y me utilizaban. Por la noche me subía a los vagones cargados de cok para tirar unas piedras y distraer a los carabineros mientras ellos descargaban el tabaco. Luego, medio en broma, mi hermano me ponía unas medias gordas con liga que le había dado mi madre y una faja. Yo era muy delgadín y me llenaba con paquetes de tabaco. Ponía un plexiglás encima y me iba delante con el tranviario. Los carabineros me conocían, me saludaban y no me paraban: ‘¡Barberín!’. Un día llegaron a la tienda y descubrieron el hueco donde guardaban la mercancía. A mi hermano lo detuvieron, le pusieron una multa muy grande y en vez de pagar, como era un poco aventurero, se fue a Vigo y marchó para Brasil".
La barbería. "Se marchó mi hermano y yo quedé entre Pinto y Valdemoro. Para mí barbero era cortar el pelo, afeitar, poner Floid a la cara y Ronquina al pelo. Mi padre había sido tajante: ‘Rapaz, ya sabes, si no vales para barbero ya sabes lo que te espera’. Por eso fui el único que no pisó la mina. Me fui a la peluquería Jovellanos, en la Plaza del Seis de Agosto. Don Luis Álvarez Rancaño me hizo una prueba, me aceptó y me encauzó. Yo ya me preguntaba cómo era posible que la barbería fuera solo aquello, y allí descubrí las revistas que él traía de París, con esos cortes de pelo tan bien hechos. Empezó mi inquietud y me fui haciendo con una serie de clientes: José Luis Molinuevo, Solabarrieta, Manolo Vega-Arango... Hasta que me tocó hacer el servicio militar".
En el Gobierno Militar. "Hice la mili en El Ferral y luego me tocó el Gobierno Militar en Oviedo, en la plaza de España. Me tocó el teniente coronel Santamaría, que me dejaba las tardes libres. Eso me facilitó mucho las cosas y me puse a trabajar en el Rosal, en la peluquería de Isidro. Ahí me empezó a gustar el ambiente de Oviedo y empecé a buscar un local. Miraba que estuviera cerca de la estación del Vasco, porque era donde venían todos los de Aller al Instituto Nacional de Previsión. En la plaza de Juan XXIII encontré una joyería que se traspasaba. Nada más que me licencié pagué 214.000 pesetas de traspaso y un poco de obra. Me ayudó mi cuñado Jesús Bayón y mi hermana Finita. Yo solo tenía ahorradas 6.000 pesetas. No tenía para nada, empecé solo".
La primera peluquería. "Abrí la peluquería Ramiro el 6 de octubre de 1966. Al lado de la tienda de Los Cinco Precios, en esa rotonda. Era un localín de 32 metros cuadrados. A los dos meses empezaron conmigo Juan Vázquez y Ulpiano, desde cero, de pinches, para barrer, igual que había empezado yo. Los iba haciendo y enseñando cuando tenía tiempo, y luego ya metí a Rufino Alonso y a mi colaborador Joaquín, que tenía 17 años. Los fui haciendo a todos y vi que aquella peluquería funcionaba muy bien. Yo venía de estar en Gijón, pero con la mili empecé a conocer la sociedad ovetense y me gustó. El concejo me tiraba mucho y con los paisanos que venían a la estación del Vasco podía ganar mucha clientela. Metí cinco sillones que para esperar no podías estirar las piernas. Los peluqueros estábamos entrenados para no molestar al compañero cuando estábamos trabajando uno al lado del otro".
Barcelona. "En 1970 fue cuando me di cuenta de que quería saber más. Desde que empecé en la peluquería Jovellanos sabía que esto era otra cosa. Allí la hermana del jefe le hacía la manicura al hombre, algún cliente hacía higiene facial... El resto de España nos sacaba diez años y fue cuando decido ir a Barcelona. Tenía que ir a beber de aquello, arriesgarme, y fue cuando conocí a Pascual Iranzo. Los clientes se daban cuenta de que yo ya hacía otro tipo de peluquería. Había silencio, procurábamos no hablar o lo hacíamos muy bajo, y fui el primero en poner hilo musical. Era una peluquería diferente a la altura de esta sociedad de Oviedo".
La segunda peluquería. "La segunda vez que fui a Barcelona me di cuenta de que la peluquería se me quedaba pequeña. Don Miguel Orejas, el dueño de Los Álamos, era un buen cliente, y empezó a comerme el coco: ‘Usted tiene que poner una peluquería mayor, trabaje y compre este local’. Era el mismo local en el que estamos ahora, en Arquitecto Reguera. Era 200 metros y costaba 2.043.000 pesetas. Yo ya había pagado a Bayón y a mi hermana Finita, pero eran todos mis ahorros. Me quedé con las 43.000 pesetas para hacer la obra, pero Don Miguel quería una peluquería de la leche. Me dijo que no me preocupara, que me la hacían ellos y que yo ya la iría pagando como pudiera. Me asustó, porque soy de los que para levantar el pie derecho tiene que tener el izquierdo muy bien puesto sobre la tierra, no soy de gastar una peseta más de la que no se tiene, y tenía miedo de meterme en la boca un bocado muy gordo. Pero cogí una semana y me fui a París, a Londres, a Viena y a Milán a ver las mejores peluquerías. Nunca en mi vida me afeité ni me lavé la cabeza tantas veces. Luego salía y dibujaba lo que había visto. Después se lo enseñé a José Antonio, el arquitecto de Los Álamos y me hizo este salón, un salón que sigue estando hoy vigente".
La crisis. "El cambio no fue fácil. Yo mantenía el local de Juan XXIII, que era el que me daba dinero, pero en el otro salón estuve perdiendo dinero durante nueve meses. Así que fui a ver a Don Miguel Orejas a su despacho, llevé toda mi documentación y le dije: ‘Les debo cuatro millones cien mil, se acerca una letra y no duermo, quédese con todo que yo vuelvo a abajo’. Él pidió a la secretaria mi documentación y la rompió: ‘Para que usted duerma tranquilo, ahora ya puede pensar que no nos debe nada; lo que tiene que hacer es ir a la peluquería a trabajar, no estar aquí perdiendo el tiempo. Y cuando tenga 15.000 pesetas, se va a la primera planta, pregunta por Arturo y así va descontando lo que nos debe. Y venga, que tengo mucho trabajo’. Hay que tener suerte en la vida de encontrar empresarios ejemplares que te ayuden así. Me quitó un peso de encima y yo fui pagando todo lo que les debía".
La psicoestética. "Por indicación de Iranzo fui a Barcelona a hacer un curso de psicología directiva con Carlos Muñoz Espinal. Yo le contaba mis problemas, que tenía dos peluquerías y él me explicaba que eran como dos jaulas, pero que aunque una fuera de oro lo importante era que el canario cantara. Lo entendí bien, tenemos que trabajar en constante superación. No vale vivir de las rentas ni pensar que porque te han dado una distinción... La clientela no viene porque Ramiro es el peluquero de la selección o el hijo predilecto de Aller o el ‘Ovetense del año’. No. Vienen por un corte de cabello que les caiga bien, que les actualice, por la atención, la amabilidad, la dedicación. Muñoz Espinal había inventado la psicoestética. Ye una palabra muy fea, pero era la forma de salirse del barbero parlanchín y pasar a ser el peluquero psicoesteta, saber qué favorece al cliente, qué le singulariza. Cuando puse lo de ‘psicoestética’ fui el hazmerreír. Algún domingo me quedaba dentro escuchando los comentarios de los que pasaban, pero los alleranos somos un poco cabezones, tenaces, y a mí las críticas, en vez de hundirme, me dan vitalidad. Así que fui de frente. Soy psicoesteta, es mi tarjeta de presentación".
Concejal en Oviedo. "Serafín Abilio era el secretario general de UCD y cliente mío. También el presidente, Emilio García Pumarino, y Luis Riera, candidato. Todos me pidieron que fuera en la lista. Iba el quinto, sacamos doce. El 19 de abril de 1979, en la toma de posesión, escuché a dos que decían: ‘Vengo a ver esta corporación democrática, a ver si funciona’. ‘¿Y usted cree que funcionará habiendo un barberu en ella?’. En aquel momento, si me pinchan, no sangro. Luego tuvimos una reunión para llevar cargos y yo estaba agachado y calladín. Luis le preguntó al Secretario lo que quedaba: abastecimientos y transportes y la Fundación del Bellas Artes. Así que fui al museo, con Toto Castañón y Marcos Vallaure. En mi vida había visto un cuadro. Luego ya me fui soltando y pasé a la Comisión de Deportes. En esos cuatro años hice un máster importante, conocí mejor la ciudad, su historia, su gente. Fue una hermosa lección. Cuando acabamos me pidieron que siguiera. Yo me miré al espejo y me dije que si me metía otros cuatro años, adiós profesión. Fue la única vez que estuve afiliado a un partido político".
Con la selección. "En 1992 Javier Clemente sustituye a Miera después de los Juegos Olímpicos y concentra a la selección aquí, en el Reconquista. En esa convocatoria estaban Abelardo y Luis Enrique, a los que yo cortaba el pelo. Así que una tarde Luis Enrique me trajo a los convocados del Real Madrid y al día siguiente Abelardo a los del_Barça: Guardiola, Miguel Ángel Nadal, Zubizarreta. Por la noche, cuando llegan al hotel, Clemente dice: ‘Luis, me cago en la hostia, quién es este que yo también necesito cortar’. Y me manda llamar. A mí se me iban cayendo los pantalones, porque pensaba que me iba a reñir, que qué mariconada les había hecho. Pero no. Como si me conociera me dice: ‘Oye, Ramiro, eres la hostia, has dejado a los chavales de diez. Tú me cortarías el pelo a mí, yo corto el pelo en Bilbao, a ver cómo me vas a dejar’. Esa noche no dormí, pero por lo que veo acerté. A los 29 días los concentró en Puente Viesgo, y nada más que llegaron le dijo a Luis Enrique que por qué no llamaba a su amigo el peluquero. Yo acababa de estrenar un Renault Fuego deportivo, cogí el coche y allí fui a cortar el pelo a todos: médicos, fisioterapeutas, utilleros. Al mes siguiente, Valladolid, Montico, Bratislava, el Mundial de Francia. Y_así, todos seguidos, cinco mundiales y seis eurocopas. También aproveché todos aquellos viajes para hacer una colección de antigüedades de barbería extraordinaria. Se portaron muy bien conmigo, participé en asambleas, me dieron la insignia de oro y brillantes de la Federación y yo les estoy inmensamente agradecido".
Federación nacional. "Entre los peluqueros empezó a sonar mi nombre. Fui director artístico nacional del Campeonato del Mundo de peluquería, siete veces jurado de los campeonatos del mundo, el único español, y no llegué a ser el secretario general de la confederación mundial por no dominar el inglés. Como director artístico fui muy riguroso, pero soy de los que quieren y desean los congresos, no los concursos. ¿Tú has visto un campeonato de medicina, o de arquitectura? Quiero mentalizar a la profesión de que lo que tenemos que hacer son congresos para seleccionar a los que triunfan y que nos expliquen hasta qué pie calzan. Una vez hablé para 3.000 profesionales en Bilbao y les dije: ‘Yo no lo veré, pero el peluquero entrará en la Universidad’. Porque ahora hacen falta conocimientos de química, de dermatología, de economía, de psicoestética".
La familia. "Ahora todo funciona bien. Yo estoy soltero, pero casado con la peluquería, y tengo tres hijos que son los tres colaboradores que empezaron conmigo. Todos los días llegan los primeros y tengo que mandarles marchar. A los hermanos que quedaban con vida ya les había dicho que la peluquería no existe para la familia. Eso es para mis colaboradores. Conseguí que se llevasen bien y que sus tres mujeres se llevasen bien. Yo lo que hago ahora es venir dos horinas o tres por la empresa. Por la mañana y por la tarde. Y luego tengo diez o quince clientes que morirán conmigo. Después de 65 años de profesión sigo con mis ideas, mis reflexiones y comprometido con mi tierra, no me aparto del sillón. Quiero ver cómo mi equipo sigue con la innovación y empieza un nuevo Ramiro con tiempo para devolver tiempo".