Entrevista | Alberto Muñoz Profesor, ex presidente del Consejo Escolar

"Lloré desesperadamente al dejar Cangas de Onís, pero Ribadesella me acogió"

"Gustavo Bueno tenía una cultura filosófica y científica extraordinaria pero leí sus libros, puse mucho empeño y a final de curso no llegué a entender nada"

Alberto Muñoz, en la sede de LA NUEVA ESPAÑA.

Alberto Muñoz, en la sede de LA NUEVA ESPAÑA. / IRMA COLLÍN

Javier Cuervo

Javier Cuervo

[object Object]

Alberto Muñoz González  (La Isla, Colunga, 1958) fue durante siete años y hasta 2019 presidente del Consejo Escolar. Se jubiló hace tres años.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia fue profesor en el instituto de Ribadesella de 1984 a 1987, años en el que aprobó la oposición de Enseñanza Secundaria en 1987 y lo destinaron a Instituto de El Piles, de Gijón donde desde 1988 a 1991 fue jefe de Estudios. Volvió al instituto de Ribadesella donde fue director, igual que en el IES Río Trubia en el que acabó el siglo.

Su siglo XXI fue muy administrativo. En enero de 2000 se incorporó, llamado por José Luis Iglesias Riopedre, a la Administración educativa asturiana con el cargo de Jefe de Servicio de Ordenación Académica (hasta 2002) Jefe de Servicio de Personal de la Consejería de Educación (hasta 2008) y director general de personal (hasta 2011). En 2011-2012 regresó a la enseñanza como profesor de Filosofía en La Ería, de Oviedo.

–Nací en La Isla (Colunga) en 1959. De casualidad. Mi padre era guardia civil, al año lo ascendieron y fuimos a Cangas de Onís, de donde son mis primeros recuerdos. Tengo tres hermanos: Juan, es 6 años mayor; Salvador, 6 menor que yo y mi hermana Rosario 3 más pequeña que él. Mi padre quería una hija.

–¿Quién era su padre?

–Se llamaba Salvador Muñoz Valverde, cordobés de Villa del Río, de familia campesina muy humilde con muchos hijos, de los que sobrevivieron 5, todos longevos, menos él. Al acabar la guerra era muy joven, tuvo que buscarse la vida y echó instancias para trabajar en Correos, la Policía y la Guardia Civil, que fueron los primeros que le contestaron. Hizo toda su carrera en el cuerpo.

–¿Cómo era?

–Muy bueno, simpático y sociable. Mi madre se enfadaba con él si llegaba tarde a comer porque se enredaba con cualquiera. Ser su hijo me abrió muchas puertas.

–¿Y en casa?

–Tranquilo, no lo recuerdo enfadado. Era cercano, tolerante, demasiado para el gusto de mi madre que hacía el papel de poner los límites. Era más soñador, le gustaba escribir poemas que dedicaba a su familia y amigos

–Su madre.

–Tiene 95 años. También es de familia humilde. Asumió la responsabilidad de la familia en todos los sentidos, con un profundo sentido práctico de la vida. La recuerdo como transmisora de valores: hay que ser bueno, honesto, respetar las normas y a los demás. Sus frases eran "Haz el bien y no mires a quién" y otra que repetía de mi abuela: "manos que no dais ¿qué esperáis?". Es cristiana, no beata. En cuanto hicimos la primera comunión acabó la presión para que fuéramos a misa. Es de Llanes y vive en la casa donde nació.

–¿Cómo se conocieron?

–Cuando a mi padre lo mandaron de comisión de servicio a Nueva. Formaron una familia y mi madre pasó la vida criando hijos porque cuando uno era independiente nacía el siguiente. Cantaba mucho y muy bien hasta que murió mi padre y lo dejó.

–¿Alguna ideología en su casa?

–La de lucha por la democracia cuando mi hermano, el primero que fue a la universidad, volvía a casa de estudiar Filosofía. Mi padre estaba en un cuerpo militarizado y nunca se metió en política y mi madre siempre dijo que en su casa habían sido neutrales en la guerra civil, que mi bisabuelo -el cabeza de familia- siempre se jactó de actuar conforme a sus creencias, conservadoras, pero intentando portarse bien con unos y con otros.

–Está separado de sus hermanos por la edad ¿Qué relación tenían?

–No había mucha relación fuera de casa. Éramos una familia muy unida, pero no fuimos amigos hasta la edad adulta. Juan era una referencia para mí y cuidé de los pequeños, de Salvi, que es guardia del grupo de rescate de montaña de la Guardia Civil, y Charo, trabajadora social en el juzgado de menores de las Palmas de Gran Canaria.

–Recuerde Cangas de Onís.

–La escuela desde párvulos, el mandilón azul y el cuello blanco y la maestra haciéndonos decir "Dios esté en el cielo, en la tierra y en tooooodas las partes" mientras movíamos el brazo arriba, abajo y todo alrededor. Tuve buenos maestros y no tan buenos.

–¿Por qué no tan buenos?

–Malos enseñantes y disfrutaban castigando, a la mínima y con la regla en las yemas de los dedos. En casa nunca nos pegaron. En una colecta para los negritos de África llevé para la cesta lo que me dieron mis padres: un chicle. Nunca me daban un chicle así que, para mí, era más importante que 50 euros de hoy. El maestro explicó para qué servía la colecta, metió la mano en la cesta, sacó el chicle y se lo comió. No me lo comí yo para que le llegara al negrito.

–¿Qué rapacín era usted?

–Bueno, obediente y disciplinado. No me gustaba la escuela. Recuerdo a mi madre tirando de mí. Era de jugar. Vivíamos a las afueras de Cangas. Correteaba por aquellos montes y jugaba al fútbol, más o menos de defensa porque era zurdo, primero con la OJE y luego en el Ribadesella.

–¿Qué tal en la Organización Juvenil Española, que dependía del Movimiento?

–Era la única opción para tener camiseta y jugar al fútbol o al pimpón. Estuve hasta los 10 y 11.

–¿Y la ideología?

–Nada: era un salón de juegos.

–¿Qué tal se relacionaba?

–Bien, de siempre. Los de Cangas celebramos una vez al año en aniversario de COU.

A los 13 años su padre volvió a ascender y llegaron a Ribadesella.

–Lloré desesperadamente al dejar Cangas de Onís, pero llegué a Ribadesella en agosto, un hervidero de gente, y en seguida me relacioné, entre otros con el actual alcalde, Ramón Canal. Los pueblos con mar tienen un plus.

–¿Y en el instituto?

–Fui alumno de notable. Éramos pocos y juntaban chicos y chicas en clase, por primera vez. Ya me gustaban las chicas y, si no sabías algo, daba vergüenza. Tuve esas primeras relaciones de cogerse de la mano.

–¿Sabía qué quería ser?

–Profesor, una profesión estupenda: tenían muchas vacaciones, no me parecía duro ejercerla, los veía disfrutar en clase. Hice bachiller de Letras.

–¿Tuvo rebeldía adolescente?

–Tendí siempre a la obediencia; no sentí demasiado la imposición de mis padres, que toleraban aunque imponían límites por los que me movía. Viajaba en auto-stop con Toni Silva y otros amigos al País Vasco, a Valencia. El padre de uno de esos amigos tenía un almacén de Coca-Cola y los sábados por la mañana nos pagaba por descargar y cargar los camiones 250 pesetas. Con lo que ahorré, me compré Cuadrado, en Oviedo, una cámara Zenit y una mochila y un saco de dormir en Deportes Tuñón.

–¿Tenía poca paga?

–Sí y me gustaba ganarme o que podía. En cuarto de carrera fui portero de noche en el hotel Marina, de 11 de la noche a 7 de la mañana. Los dueños, muy buenas personas, se portaron muy bien conmigo. Con eso me pagué la matrícula y el primer trimestre de la facultad mientras preparaba la tesina, que leí nada más acabar la carrera. Acabé en junio de 1982, en septiembre murió mi padre y en noviembre leí la tesina.

–Por que escogió filosofía?

–Como mi hermano estudiaba eso puse en COU más interés con la historia de la Filosofía y le cogí más gusto. Al acabar COU me matriculé en Filología Hispánica, pero fue el año en que Gustavo Bueno abrió filosofía en Gijón y nos dieron la oportunidad de cambiarnos.

–¿Y eso?

–Fue así. Bueno mandaba mucho. Lo pensé y cambié. Fue un año desastroso.

–¿Por qué?

–Hubo una huelga de penenes inmensa y solo nos daba clase él, que tenía una cultura filosófica y científica extraordinaria pero a los alumnos que veníamos del COU nos sobrepasaba. Leí sus libros, puse mucho empeño, pero creo que a final de curso no llegué a entender nada. En clase era muy desordenado, daba conferencias muy interesantes pero no había manera de organizar los conocimientos para el examen. Para decir que no sabíamos nada nos llamaba presocráticos.

–¿Por eso se fue a Valencia?

–Sí. Para poder cambiar de distrito universitario tuve que conseguir, por medio de conocidos, un contrato en un restaurante. No sé si estuve una semana.

–¿Qué tal la facultad?

–Muy estructurada y con muy buenos profesores. Iba a cursos que ya tenía aprobadas por oír otra vez a Sergio Sevilla, Montero Moliner, Jiménez.

–¿La Valencia de 1980?

–Era una ciudad muy guapa, donde encontré muy buen ambiente. Vivía en piso compartido con las tareas repartidas, en un barrio, Benimaclet, lleno de estudiantes que hacíamos fiestas de sobaquillo, a las que se iba con un bocata debajo del brazo. Tengo muy buenos de recuerdo de la facultad y de las novias.

–Y el golpe de Estado.

–Sí, la gasolinera de delante de casa tomada por la guardia civil, el asfalto vibrando bajo el peso de los tanques, los toques de queda, las personas aprovisionándose en los supermercados.

–¿Cómo le fue?

–El primer año me vi muy libre en una ciudad grande y aunque nunca fui descontrolado, disfruté de mis 18 años cuando había liberación sexual.

–Y hierba.

–No me gusta lo que me hace perder el control. Si acaso alcohol para desinhibirme, no más. Llevé vida nocturna pero siempre fui a clase.

Suscríbete para seguir leyendo