Arquitectura personal | Antonio Sobrino Empresario, carpintero y exciclista

"Si hubiera aguantado otros dos años en el ciclismo, habría ganado 10 veces más por lo mismo"

"Mi madre molió hasta los 90 años, hasta 2017; ahora ese molín del siglo XVII lo visitan los turistas y se usa para celebraciones"

Antonio Sobrino, en su tienda de bicicletas de Posada de Llanes.

Antonio Sobrino, en su tienda de bicicletas de Posada de Llanes. / Fernando Rodríguez

Javier Cuervo

Javier Cuervo

–Nací en Vibaño en 1956. Tengo un hermano, Miguel, que está en Toulouse, Francia, y una hermana Belén, en Vibaño. Soy el pequeño. Vamos muy seguidos.

–Sus primeros recuerdos.

–Una infancia muy feliz con pocas cosas. Mis padres eran muy transigentes, adelantados a los tiempos. El pueblo tenía las casas llenas de mayores, de gente trabajando y de críos. A la escuela, separados, íbamos 60 críos y 60 crías. Ahora hay 6 o 7 críos.

–¿Cómo era Ramón, su padre?

–Era albañil y carpintero, muy observador y muy centrado en lo que quería hacer. Teníamos un molín, que funciona, y molía día y noche. Cuando desviaron el agua para la traída de Vibaño quedó con menos corriente y me dijo: "Búscame un motor de 700 revoluciones y de caballo y medio". Las redujo a las 120 que anda el molín, que no sé cómo lo calculó sin ser ingeniero. Teníamos una sierra de madera que hizo funcionar con el agua que sobraba del molino. Le gustaba ir al cine en Llanes en el sidecar de un amigo. Nunca me riñó ni fue de enfadarse.

–¿Y Amada, su madre?

–Atendía el molín si mi padre tenía obra en Porrúa, en Rales o en Los Callejos. Era dispuesta y daba los mimos justos.

–¿Alguna ideología en casa?

–Mi padre era muy de izquierda, con motivos: le fusilaron a un hermano, minusválido por una poliomielitis, que era segundo secretario del PC de Llanes. Mi madre era apolítica y de poca misa.

–¿Qué rapacín era usted?

–Bueno en casa y en la escuela con Don Manuel, que era muy recto: cascaba, pero intentaba ser justo. Yo llevé pocas.

–¿Jugó al fútbol?

–No, pero la subida a los Lagos de aficionados pasaba por Vibaño y quedé impresionado con las piernas morenas y brillantes de los ciclistas. A los 11 años quise ser ciclista.

–¿Tenía bici en casa?

–Mi padre tenía una Orbea de frenos de varillas que usé a los 13 años cuando empecé a trabajar de carpintero en Posada. Cogía la bicicleta, andaba 5 kilómetros, trabajaba 5 horas, subía a comer y volvía a trabajar otras 5 horas.

–¿Qué tal de aprendiz?

–Mi tío paterno José me trataba bien. Había estado en la cárcel 8 o 9 años, dos de ellos condenado a muerte. Le faltaba la mano derecha de la guerra y clavaba las puntas como los enconfradores, poniéndolas en la cabeza del martillo.

–¿Su primera bici?

–A los 14 años me enteré por unos primos de La Franca que vendían una Zeus de carrera en Colombres. Fui en tren, la compré por 3.000 pesetas y volví en ella. Me la pagó mi primo José. Daba la vuelta por Cabrales y Panes y saqué la licencia en el Bar Felipe, de Posada, lo que hoy es "Mmmmm". Entrenaba fuerte en fin de semana.

–Era velocista.

–Sí, pequeño con músculos. Para mi primera carrera cogí el tren de madera de Posada a Oviedo, cuatro horas, quedé en casa de unos amigos y fui a correr a las fiestas de Santa Isabel en Lugones. Estaba de hacer 100 kilómetros por el río Las Cabras y Panes, y me pusieron a correr en un prau. Llegué tercero, me pusieron cuarto y quedé sin trofeo.

"El sprint es muy complicado: tienes que calcular tus fuerzas y las de los otros; eso es útil en la empresa y en la vida"

–Era 1971. ¿Cómo se informaba del ciclismo?

–Por lo que trajera el periódico porque la tele no se veía. Fui a ver la Vuelta a España pasar por San Antolín y me llamó la atención un sprinter holandés que llevaba gafas de sol cuando no las usaba nadie. Mi primo Cosme, que había estado en Bélgica y fue el que más me metió por el ciclismo, hablaba de un aficionado muy bueno que se llamaba Eddy Merckx.

–Su primo fue importante.

–Hicimos una carrera de chavales organizada por Aníbal Purón. Cosme era cocinero de El Sablón, andaba de cubalibres y duró un kilómetro. Otro primo le oyó decir al quedarse atrás: "En la curva los agarro". En la curva fue para un ortigal.

–¿Ganó carreras pronto?

–Sí. Tuve que hacerme notar entre los chavales de Oviedo, Gijón y Avilés, que tenían preparadores. No sabía ni qué se echaba en las piernas, pero como me adapto pronto hice amigos que conservo y me dieron una pomada para que calentaran los pies.

–¿Y en el trabajo?

–A los 17 años era oficial de primera, ganaba algo y pude compaginar. Mi primo me dejaba salir 2 horas antes para entrenar. Fui campeón de Asturias juvenil.

–¿Y romerías?

–Claro. Bailaba y tenía novia, hoy mi mujer, Mercedes. Me di cuenta de lo guapa que era en el autobús que bajaba para el mercado de Posada. La segunda vez la vi en una fiesta.

–¿Sabía ella que era ciclista?

–Sí. Ella estudiaba en Llanes y volvía en el autobús hasta Puente Nuevo y yo iba detrás, pedaleando. Como paraba en Poo, Celorio y Balmori lo iba alcanzando. Ella iba en la última fila con cuatro amigas, mirando para atrás.

–¿Cuándo dejó de trabajar para centrarse en el ciclismo?

–Los dos últimos años de amateur, 1976 y 1977, y los dos años siguientes, de profesional. Nunca dejé de trabajar si salían cosas de ebanistería que solo sabíamos mi primo y yo. O el mi tíu, que torniaba y tallaba con una mano.

–¿El ciclismo daba dinero?

–Desde amateur. Fui campeón de España sub-23, quedé cuarto en la Vuelta de Toledo y eso me facilitó fichar con Javier Mínguez para el Moliner Vreco. El primer año tenía de ficha 10.000 pesetas, menos de lo que cobraba de carpintero, pero lo superaba con los premios. Quería ser profesional.

–Lo fue dos años.

–Sí, corrí la Vuelta a España: quedé tercero en León, cuarto en Valladolid y quinto en Madrid. Como no la gané no corrí más.

–¿Y eso?

–Es una broma de cuando fuimos Antonio Menéndez –asturiano, que me saca 10 años y me da buenos consejos– y yo a correr la Milán-San Remo. Un ciclista de Segovia, Carlos Melero, dijo: "No voy, ya la corrí 3 o 4 veces y no la gané nunca".

–Buenas carreras.

–En esa Milán-San Remo de 1979 corrí con 10 ciclistas que habían sido, eran o iban a ser campeones del mundo. Corrí con Bernard Hinault, Saronni, Moser, Zoetemelk, Raas, Knetemann. Estábamos para salir en Milán y me dice en broma Paulino Martínez, uno de Burgos: "Vete a pedir un autógrafo a Zoetemelk", y me lo enseña. Era como el sordu de Vibaño, un paisano de 80 años solo piel y huesos.

–¿Cómo se sentía entre ellos?

–Estaba seguro de mis posibilidades. Era realista e intentaba aprovechar. En la salida era el primero con Freddy Maertens de los 290 que corríamos.

–¿Trabajaban la psicología?

–Era todo por sensaciones, por cómo te encontrabas. Soy equilibrado y calculador. En la Vuelta a España Sean Kelly ganó 6 o 7 etapas. Ocho o diez intentábamos ir a su rueda, porque el que se pusiera justo detrás se ponía segundo. Llegando a Valladolid pensé: tengo que arrancar en el sprint antes que él porque no hay manera de pasarlo. Lo llevé a rueda, pero en poquísimos metros me pasaron él y otros tres. El equilibrio del sprint es muy complicado porque tienes que calcular tus fuerzas y las de los otros, algo útil para la empresa y para la vida.

–Cuando salió a correr por Europa ya estaba casado.

–Sí. Mi mujer es responsable de lo que pude hacer en la vida. A veces facilitando, a veces restringiendo, siempre apoyando. Nos casamos en 1978 en Ardisana, de donde es ella. Vivimos en casa de mis padres mientras mirábamos cómo iban los tiros en el ciclismo.

–¿Cómo afrontó su Vuelta a España de 1980?

–José Recio y yo teníamos que lograr algo en el peor equipo de España. Él se retiró en la segunda etapa y yo acabé el 59.º. Siempre estuve a la mitad de la tabla.

–¿Cómo era el dopping? ¿Se alegra de haber tenido una carrera corta porque los que la tuvieron más larga probablemente no gocen de tan buena salud?

–En ese sentido, sí. El ciclismo es como todos los deportes, pero ese asunto se habla más. Lobato nos contó en una reunión sobre deporte y empresa en el hotel de la Reconquista que Ayrton Senna hizo el circuito de Brasil al revés y le inyectaron novocaína.

–¿Tomaban muchas cosas?

–¡Qué íbamos a tomar! Complejos vitamínicos en la vena: Redoxón, Benerva, vitamina B12.

–¿Cómo define la época que le tocó en el ciclismo?

–Mala porque vino una gran crisis económica. En España entonces no se salía a correr. Para mí fue muy buena experiencia, pero no era rentable ir a Italia para hacer el 95.

–¿Por qué dejó el ciclismo tan pronto?

–Hice segundo en una etapa de los Valles Mineros, segundo en otra de la Vuelta de Aragón, gané las metas volantes de la vuelta a Asturias, de la vuelta a Cantabria y de la Zaragoza-Sabiñánigo. Ganaba 40.000 pesetas al mes y le pedí 75.000 al director del equipo para renovar. Iba a negociar, pensando en 60.000 o 65.000. No negoció nada. Con 75.000 pesetas fichó a Álvaro Pino y a tres valencianos.

–¿Y entonces?

–Tenía dos críos, era carpintero y volví a trabajar ganando 80.000 pesetas de empleado.

–En cuatro años dejó la carpintería por el ciclismo para ganar más y después el ciclismo por la carpintería y ganó más.

 –Si llego a aguantar en el ciclismo otros dos años habría ganado 10 veces más por hacer lo mismo porque fue cuando Marino Lejarreta ganó la etapa de los Lagos y empezaron a salirle casas comerciales al deporte.

Caí bajando en bici de Fuente Dé; salvé porque íbamos muchos, me sacó el helicóptero, pasé dos días sin conocimiento y me dieron 147 puntos en la cabeza

–Lo dejó con 24 años.

–Pero en 1980 fui a correr a México, reclamado y financiado por mi primo Cosme. Al ir a la primera carrera, con mi equipamiento y todo, me dijeron: «No, manito, aquí es pa puro trabajador». Estuve un mes en México: no pude correr, pero lo pasé bien en hoteles de amigos que me querían agasajar. Uno de ellos estaba arreglando las oficinas del hotel y no tenía manera de acabar la obra. Como soy carpintero, le dije: «Te lo arreglo mañana». Así fue. Me propusieron poner un negocio de carpintería en México y volví con esa idea, pero mi mujer no quiso... Por los críos.

–¿Cómo llevó al principio bajarse de la bicicleta?

–Quedé un poco en vacío, pero tenía hijos y trabajo y tiré palante. No me desequilibró la cabeza.

–¿Qué tal en el curro?

–Según me reincorporé, la empresa fue a la quiebra.

–¿Qué hizo?

–Milagros. En la primera obra que contraté, un chalé muy bueno, no tenía maquinaria para hacerla. Cogí el coche para ir a comprar máquinas de segunda mano a Barcelona con mi mujer y mi hijo. Cuando íbamos por Solares, no cargaba la dinamo y volvimos. Cogí un avión a Barcelona al día siguiente. No me gustó la maquinaria y al otro día fui a Bilbao a ver otra. Ya tenía la máquina comprada al paisano...

–¿Cuál fue el pero?

–Pero solo llevaba 25.000 pesetas que le dejaba en señal. Cuando me la entregara le daba 70.000 más. El paisano no se fiaba. «¿No tendrás algo a nombre tuyo?». «Tengo una finca que acabo de comprar...». «¿No podrías mandarme las escrituras?». Garré las 25.000 y dije: «Mete la máquina por los cojones, ya no la quiero».

–¿Y qué hizo?

–Compré una máquina nueva en Gijón, empufándome hasta más arriba de la nariz, pagando el triple en tres veces. Como no tenía taller, corté unos eucaliptos, puse unas vigas donde el molino de casa y lo teché para meter la maquinaria.

–Otra vez el velocista...

–Que espera a última hora para saltar. Después de ese chalé me salieron muchas obras en San Vicente de la Barquera porque, a mediados de los ochenta, era muy buen momento. Me jubilé el año pasado de carpintero.

–Pero abrió la tienda de deportes en 1984. ¿Cómo lo hizo?

–Con ideas. Quise montar una tienda de ciclismo, pero no me alquilaban un bajo porque mi primo, por su crisis, había dejado pufos en todos los bancos. Uno de Posada me alquiló año y medio un bajo con suelo de barro, paredes sin embastar, sin puerta ni nada, a cambio de que hiciera la obra. A los dos años compramos el bajo con la tienda de deportes.

–¿Con qué dinero?

–Apellidándome Sobrino no me podía arrimar a ningún banco. Un amigo miró por todo Oviedo y Gijón a ver quién daba dinero. Localicé el banco de Crédito Oficial en Gijón y me dieron 18 millones de pesetas. Tenía de aval un piso que pude pagar en un año con la obra de carpintería en la reconstrucción del Hotel Montemar, que se había quemado. Los dueños, que conocía de México, confiaron en mí, un chaval de 26 años.

–Habrá trabajado mucho.

–Una semana antes de abrir el hotel clavé un formón en una rodilla y tendría que haber pasado mes y medio de baja. El dueño creyó que no podría abrir a la semana siguiente, cuando estaba previsto. Al día siguiente estaba trabajando.

–¿Volvió a subir en bici?

–Poco. En 1992 tuve un accidente grave. Subimos 17 amigos a Fuente Dé, por Sotres, comimos un bocadillo a toda madre y me caí bajando. Salvé porque íbamos muchos y cada uno hizo algo. Me sacó el helicóptero, estuve dos días sin conocimiento y tuvieron que darme 147 puntos en la cabeza.

–Tiene tres hijos.

–Antonio, Ana María y Joaquín.

–¿Fue un padre presente?

–Los seguí en todo lo que pude.

–Su hijo ciclista, «Keku», fue mejor que usted.

–Sí, ganó más carreras y lo hizo en Europa, Asia, África y América. Mis dos hijos varones quisieron correr en bici. El mayor tuvo que elegir entre bici y carrera de ingeniería. Antonio Menéndez me decía: «Tocayu, val más que tenga una carrera universitaria a que gane el Tour de Francia». Es ingeniero y trabaja en Valladolid.

–¿Tiene nietos?

–Cinco. Tres del mayor; dos de Ana, que es maestra en Oviedo. El ciclista está de auxiliar en el equipo Caja Rural y va a todas partes.

–¿Y la tienda?

–A mi mujer, que es una fenómeno, le queda un año para jubilarse. Ahora tenemos una tienda de ropa de deporte y la de bicicletas, y así esperamos traspasarlo mejor cuando ella lo deje.

–¿Nota diferencia con la jubilación?

–Ninguna. El molino tiene una obra de la leche. Mi madre molió hasta los 90 años, en 2017. Me llamaba tres veces al día porque se le había parado el molín. Le puse una palanca para que levantara una llave porque ya no tenía fuerza. Al final había poco que moler y lo cambié para que lo visitara el turista.

–¿De cuándo es el molino?

–Por el catastro del Marqués de la Ensenada el molín ya funcionaba en 1752, pero es posible que llevara en pie más de 100 años antes. Ahora lo quieren para bautizos, comuniones y reuniones de familia y vecinos. Vinieron unos americanos, amigos de José Andrés, a verlo y comer unos tortos.

–¿Hay algo para moler?

–Muy poco... Maíz de La Franca y de cerca de Santillana. Mi madre cobraba por un kilo de harina dos euros. Pasaron unos turistas y les pregunté si quería ver cómo funcionaba el molino, dijeron que sí y, al final de la visita, les di 150 gramos de harina en una bolsa. Me preguntaron cuánto era. Les dije que nada. Fueron al coche y mi madre con ellos y volvió con 5 euros. Ahí le expliqué cómo había cambiado el sistema.

–¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–Más o menos bien. Lo que tuve que afrontar lo afronté bien, siempre con la ayuda de mi mujer. Cuando el taller fue mal, refinancié los créditos para ganar tiempo y arreglé yo una cuadra en Vibaño para venderla y pagar la liquidación de todos los empleados.

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Antonio Sobrino Sánchez (Vibaño, Llanes, 1956) nació algo al oriente para ser ciclista sin llegar al País Vasco, donde un "txirrindulari" tiene más posibilidades. Fue un sprinter notable, con una carrera corta en la segunda mitad de los años setenta, que dejó el ciclismo porque era práctico y la crisis económica le hizo volver a su trabajo de ebanista para asegurar mejor su exigencia con la vida para él, su mujer, Mercedes, y sus hijos.

Con 24 años dejó la bicicleta y tuvo que crear su propia empresa de carpintería a la vez que abría junto a su esposa una tienda de deportes en Posada, donde vive. Al final, se ha jubilado, sus negocios siguen, y mantiene mucha actividad.

Tiene tres hijos: Antonio, Ana María y Joaquín. Los dos primeros, ingeniero y maestra respectivamente, le han dado cinco nietos. El último, "Keku", la satisfacción de ser mejor ciclista de lo que él fue, con muchas etapas ganadas en cuatro de los cinco continentes y una vida vinculada a la bicicleta.

Su vista para los negocios le hace mantener vivo un molín de la familia que lleva en funcionamiento más de cuatro siglos y que ahora, que hay poco que moler, se ha convertido en un atractivo turístico y un espacio para celebraciones.

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