Entrevista | José Sierra Exalcalde de Grado

"Cuando llegué a alcalde las condiciones de las aldeas eran infrahumanas"

"Los tres últimos años en la Alcaldía fueron los más duros, pero dejar la política después de perder por 42 votos fue bastante natural"

José Sierra, en la Casa de Cultura de Grado.

José Sierra, en la Casa de Cultura de Grado. / IRMA COLLÍN

Javier Cuervo

Javier Cuervo

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José Sierra Fernández (Grado, 1945) repite en el relato de los grandes episodios de su vida que es una persona con suerte. Así lo cree en este momento de balance de una vida que se encauzó por la química en Ensidesa de Avilés, siguió por el sindicalismo en CC.OO. antes de la legalización, organizó dos experiencias cooperativistas, una de transporte, otra de vivienda a lo largo de la década de los setenta, y se coronó en 23 años siendo alcalde comunista de Grado de los 30 en que formó parte de la corporación.

Dejó la política activa en 2009, pero dice no haber abandonado la política porque sigue encontrando y escribiendo maneras de mejorar las cosas. Su última dedicación es identificar a los exhumados de la fosa común de El Rellán, más de 230 fusilados, un 18 % de ellos, mujeres, una sepultura de "años de plomo, de matar por matar y de imponer el terror", dice.

Tiene tres hijos de su matrimonio con Pilar Tarrazo - José (1971) Óscar (1972) y Alma (1975)- y una hija extramatrimonial: Lucía, de 31 años. El matrimonio se rompió en 1995. Tuvo una larga relación con Laura González, que fue diputada en Asturias de IU, consejera de Vivienda del Principado y eurodiputada. Desde 2007 es pareja de hecho de Maite Díaz González.

–Nací en Grado en 1945. Fui hijo único durante 9 años, hasta que nació mi hermana Deli, a la que traté más de adulta.

–¿A qué se dedicaba su padre?

–José era castrador de animales, con un título que le habían dado en la facultad de veterinaria de León. Era de Cuero (Candamo) y trabajaba sobre todo cerdos en todas las parroquias de Grado, Las Regueras, Candamo y parte de Salas y Belmonte.

–¿Qué tal era?

–Era un perdedor de la guerra. Había estado en el frente de Teruel y en un batallón de trabajadores en la carretera de Praúa, donde le estropearon un dedo del pie. Era muy popular y hacía sus relaciones públicas en los bares, lo que afectaba mucho a su estómago enfermo por la mala alimentación. Fumaba y murió de cáncer cuando yo tenía 27 años. El día de su muerte fue de los más tristes de mi vida. Su hermano y yo lo llevábamos al hospital en taxi y se puso tan mal que dimos la vuelta en Fuejo. Al llegar a casa, en brazos de los dos, se desplomó.

–¿Cómo era en casa?

–Muy tolerante. Nunca me reñía. Salía por la mañana y volvía por la noche. En los años cincuenta compró una moto "Guzzi" y en verano me llevaba a los pueblos, sentado sobre el depósito y alguna vez me dejaba llevar el manillar.

–¿Cómo era su madre?

–Asunción nació en Riviellas y era ama de casa. Tenía varios hermanos, no todos podían estar en la casa y tuvo la suerte, creo para mí, de que después de la guerra fue a Bilbao donde estaba casada una hermana, con buena situación, y cuidó a sus sobrinos. Aprendió y volvió para servir a familias acomodadas en Oviedo. En casa llevaba la disciplina y mis estudios. Jamás me pusieron la mano encima. Conservo de ella dos gustos: los pescados y las playas. Íbamos a San Esteban, a San Juan de la Arena o a Santa María del Mar porque decía que ir a la playa abría el hambre y yo era un comedor ruin.

–Primeros recuerdos.

–Nací en la plaza La Blanca, 3 , segunda planta. En el primer piso vivían tres hermanos que habían estado en Tampa y uno de ellos, Joaquín, me enseñó a leer a los 3 años. Con 4 años mi madre me llevó a una maestra privada, Doña Balbina, a cien metros de casa, donde estábamos en un aula niños y niñas entre 4 y 8 años. Aprendí con aquellos métodos y a los 8, mi madre me llevó con Juan Tarrazo, que había sido su maestro, fue encarcelado y represaliado y al volver a Grado daba clase en la galería de su casa.

–¿Qué estudió con él?

–Me preparó tres años para el ingreso en la escuela de Comercio. Mi madre veía que me costaba mucho memorizar y decidió que me presentara en la Escuela de Aprendices de Ensidesa.

–¿Qué rapacín era usted?

–Tímido, pero con amistades. Primero fue la banda del barrio de Cimadevilla, que íbamos a coger fruta, jugar al camán y tirar piedras. En la adolescencia, los puntos de encuentro eran el frontón municipal, donde había una pista para jugar también a futbito. En verano íbamos a los pozos del Cubia a lo largo de 2 kilómetros. Mi sitio más importante fue la biblioteca municipal, un lugar apacible, interesante, donde suplía lo que no entendía en los estudios. Leí a Woodehouse y "la Iliada" y "La Odisea".

–¿Qué ideas había en casa?

–Ninguna clara porque se ocultaban. Un tío materno, Fernando, había sido republicano muerto en la guerra. Mi padre era discreto y no coincidía con sus concuñados franquistas.

–¿Eran religiosos?

–Tampoco. Mi madre algo más por el qué dirán. Fui creyente cristiano hasta los 27 años porque pensaba que la igualdad estaba por encima de todas las cosas, hasta que fui conociendo la realidad de los curas de Grado que -a excepción de Bernardo Burdiel, que protegió a gente de izquierdas y le valió que le mandaran a occidente- no eran un ejemplo. En la catequesis, por hablar con otro chaval, recibí la primera hostia de mi vida, por atrás y en el oído, y no fue la de la primera comunión.

–En 1959 entró en la escuela de aprendices de Ensidesa.

–Iba y venía a Avilés.

–¿Qué encontró?

–Un mundo distinto, con jóvenes de mi edad, 14 años, de 7 u 8 concejos y una industria muy potente con gasómetros y naves de laminación de tamaños insuperables y trajín de trenes con calizas y mineral de hierro.

–¿Le costó estudiar?

–No. Saqué la plaza para entrar en el laboratorio y ser analista. Mi vida es una sucesión de capítulos de suerte. Pude escoger un trabajo en la química, que me gustaba, durante 50 años.

–¿Y relacionarse en un mundo industrial y distinto?

–Todos éramos de clase trabajadora, muchos de otros lugares de Asturias y de España, con el estigma de ser "coreanos", como llamaba a esa pobre gente la clase más reaccionaria de Avilés. Teníamos el orgullo de ser aprendices, nos enseñaban a razonar, casi nadie repetía y los profesores eran profesionales de la empresa.

–¿Fines de semana en Grado?

–Con 16 años, bailes en el Mayjeco, orquesta todos los domingos, salón en invierno, pista en verano. Hacíamos incursiones a otras salas de fiestas. Bailaba agarrado y no me iba mal con las chicas. Bebí moderadamente, no entendía los campeonatos de cubalibres. Me gustan el vino y el cava más recientemente.

–¿Cuándo empieza a tener inquietud social?

–En la fábrica cogí la conciencia de clase cuando vi que en el laboratorio había ingenieros, químicos, peritos, jefes de sala, analistas, oficiales y peones con relaciones verticales de una superioridad que no podías ni toser.

–¿Quiénes eran más clasistas?

–A los químicos se les notaba más que a los ingenieros. Pero en metalografía determinábamos las muestras de acero y para qué iban destinadas y nos certificaban grandes empresas extranjeras. Venían ingleses, franceses, se saltaban al químico y tenían amistad con nosotros y confiaban plenamente. Un escocés traía los sábados un par de botellas de vino que tomábamos con él y nadie nos llamaba la atención.

–¿Tuvo formación social?

–Hice algunas lecturas, pero mi pimer paso fue en 1975, a los 30 años, cuando el sindicato vertical convocó elecciones en España y gente del PC y de CC.OO. de Avilés me ofrecieron que me presentase como técnico de laboratorio.

–¿Por qué usted?

–Emilio Huerta "Triqui" y yo éramos de Grado, viajábamos juntos, teníamos buena relación y nos presentamos a esas elecciones como independientes porque no podíamos decir que éramos de un sindicato ilegal.

–Sí, no convenía.

–Tomando un café en Grado, se presentaron un primo segundo mío y dos personajes más y me advirtieron de que era un error lo que estaba haciendo. Los dos personajes siniestros fueron delegados después. Mi primo me dijo "te van a poner un punto rojo en Madrid". Viviré con eso, repliqué. A partir de 1975 cuando íbamos a cara descubierta por CC.OO. algunas personas que confiaban en mí quedaban más retraídas.

–En seguida hubo huelgas.

–La primera en Ensidesa fue en enero de 1976, presidía el gobierno Carlos Arias Navarro. Fue de brazos caídos y funcionó. Los meses siguientes fueron una convulsión en toda España y luego convocamos una huelga indefinida ante los del sindicato vertical y a uno se le cayó la pistola de la chaqueta. No sabías si reírte o tomarlo en serio. Fue muy agrio.

–¿Qué tarea concreta llevaba?

–Las relaciones con la prensa, conocí a Gerardo Iglesias y otros líderes... En CC.OO. de Ensidesa Avilés llegamos a tener 2.500 afiliados. Celebramos elecciones y salí secretario general de CC.OO. de la factoría.

–Sin embargo, no ganaron

–Estábamos muy crecidos por la militancia pero UGT trabajaba en la sombra y en las elecciones salvamos las naves porque de los 21 delegados, 18 eran de UGT y 3 de CC.OO., pero técnicos salimos Carmina Garrido, "Triqui" y yo. En el convenio de 1979 se consiguió un 24% de aumento de los salarios. La empresa pública tragaba de todo en favor del orden social. Nos reunimos con el ministro de UCD...

–Alberto Oliart

–Aunque lo negaban, ya soplaban vientos de cerrar instalaciones. CC.OO. del Metal de Madrid me entregó dos documentos que explicaban el desmantelamiento de Ensidesa y cuáles iban a ser las instalaciones para cerrar, con un cronograma. Vine con aquellos documentos. Las asambleas, una maravilla, hervían. Lo expliqué en un mítin en el polideportivo de Gijón y UGT desconfiaba, pero se cumplió.

–Dejó el laboratorio.

–Para centrarme en lo sindical que era mi vida. Me había casado en 1970 por la Iglesia con María del Pilar, sobrina de Juan Tarrazo, mi maestro. Nos conocimos en el baile y pasamos 6 años de novios.

–No paró en la Transición.

–En 1976, el Patronato Laboral Francisco Franco iba a hacer 48 viviendas en Grado. Los que se quisieran apuntar tenían que buscar y comprar los terrenos. En la reunión, todos me conocían de CC OO, miraban para mí y me eligieron presidente.

–¿Qué tuvo que hacer?

–Encontré unos terrenos adecuados en el barrio de La Podada. Pusimos 50.000 pesetas cada uno. El Patronato buscó los arquitectos. Los 16 propietarios «pobres» hacíamos la obra nosotros. Compaginaba el trabajo, el sindicato y la construcción. Comía a las 5 de la tarde, iba a trabajar de peón y hacía las cuentas de noche.

–¿Cómo le fichó el PC para ser alcalde de Grado en 1979?

–El PC estaba detrás de la Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza y, ya legalizado, lo mantenían los mineros del caolín. Dos de ellos, Venancio Rivas y Eulogio Villamarzo Villabrille me propusieron encabezar la lista.

–¿Qué le pareció?

–Me sorprendió. Las viviendas sociales ya estaban casi construidas, pero pensaba que no se me conocía en Grado porque mi actividad estaba en Avilés. Lo hablé en casa y como mi mujer y mis suegros eran del palo, acepté. Pensé que sería oposición.

–¿Cómo fue la campaña?

–El esfuerzo del PCE fue impresionante, con programas adaptados a los sitios. Iban a buscarme a Oviedo y me llevaban por los pueblos, donde muchos habían conocido a mi padre. Era muy acogedor y me gustaba ver la cara de la gente._Estaba acostumbrado a mítines grandes y allí los hacía de 40.

–¿Qué tal le recibían?

–En Llamas con la Internacional en un casete y en pueblos muy conservadores como Santianes de Molenes o las Villas con mucho respeto porque éramos los únicos que íbamos. Faltaba de todo.

–Era de CC OO de primera hora, pero fue de independiente.

–Sí. Me afilié al PC después del descalabro de 1982, cuando bajó de 22 diputados a 4. Me saltaron las lágrimas de rabia porque, sin cuestionar el resultado del PSOE, me pareció injusto el castigo.

–¿Qué aprendió de alcalde?

– En 23 años, mucho, sobre todo que hay mucha más gente responsable y buena que mala y que las diferencias económicas y de todo tipo entre las personas son objetivas. La manera en que vivían en las aldeas cuando llegué a la Alcaldía eran infrahumanas.

–¿A qué se refiere?

–Sin servicios ni luz eléctrica ni saneamiento, con traídas de agua que mantenían ellos y malas carreteras. Nada que ver con la villa de Grado, tampoco nada de otro mundo. Yo tenía un sueldo por encima de la media de Ensidesa, que era por encima de la media de Asturias y daba para que viviera normal mi familia. La gente es agradecida.

–En 1979 creyó que sería oposición.

–El día de la votación me llevaron por todas las mesas del concejo y estaban contentos, pero contenidos. Acabé en la peor mesa para el PC y vi que ganábamos. Sentí más responsabilidad que alegría y que mi vida iba a cambiar, pero no más de 8 años. Los vecinos del barrio estaban muy contentos y hubo gente que dejó de hablarme.

–¿De qué está más a gusto?

–Estoy a gusto hasta con los errores que cometí en 23 años de alcalde y 30 en la corporación. La gente agradece que reconozcas tus errores. Ganar seis elecciones, tres por mayoría absoluta con un partido que en las generales saca un 12% y en las municipales sobrepasa el 50 es una satisfacción: en ese resultado están tus votos, muchos del PSOE y una parte del PP.

–Restauró el palacio de Valdecarzana.

–Lo había comprado el Ayuntamiento a finales de los sesenta y cuando llegamos a la Alcaldía estaba en ruina, salvo una pequeña parte usada para una asociación de ancianos._Quisimos rehabilitarlo. El PSOE quería levantar un edificio alto y poner el Ayuntamiento en la parte baja. Reconstruimos la capilla de los Dolores e hicimos un proyecto. Se portó muy bien el gobierno de Pedro de Silva, con Manolo de la Cera de consejero. Cuando entró Juan Luis Rodríguez-Vigil su directora regional de Cultura me ofreció dinero para repararla si accedíamos a un préstamo de 200 millones.

–¿Cómo fue eso?

–El Principado tenía 200 millones para restauración con la Iglesia pero esta quería el dinero y hacerlo a su manera. Conociendo a Juan Luis imagino que pensó «vais a tomar por culo». Hicimos un convenio a 4 años, en dos fases, pusimos 100 millones de pesetas en la primera tanda y otros 100 en la segunda. Fue la primera Casa de Cultura en un edifico del siglo XVI.

–En 1995 no encabezó la candidatura.

–Estaba desgastado. Pero volví en 1999 y gané. Trabajé en Ensidesa y en la Alcaldía porque el grupo municipal socialista no quería aprobar mi liberación hasta que se lo pidió la FSA. Empezamos con 5 concejales, pero se fueron sumando algunos del PP y de URAS. El propósito era ir a por mí.

–Era el caudal político.

–En las siguientes sacamos 8 concejales, uno menos de la mayoría. PSOE y PP negociaron a escondidas para no darnos la Alcaldía y durante un año no goberné, hasta que el PSOE echó a sus concejales. Con una moción de censura apoyada por Mónica Tahoces volví a la Alcaldía. Los tres años siguientes fueron los más duros de todos: había que arrancar la máquina, el PP hizo una campaña terrible con el asunto de la subestación eléctrica y llegué agotado a 2007.

–¿Cómo fue dejar la política?

–Bastante natural. Perdimos por 42 votos, lo que es igual que perder por 420.

–¿Cómo fue su vida personal?

–Me separé en 1995. Viví con Laura González durante unos años en Piedras Blancas. Ahora soy pareja de hecho de Maite Díaz González desde 2007. Tengo una hija de 31 años nacida fuera del matrimonio, Lucía.

–¿Fue un padre presente?

–No, y es uno de mis grandes errores, aunque mis hijos no me han pasado nunca factura pese a que no estaba en los momentos en que más me necesitaban. Son lo más grande de mi vida. Dos están casados, otros dos, no.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–He tenido mucha suerte. Conocer a tantas personas y que me saluden jóvenes de 30 y 40 años y me digan «soy hijo de fulano», es un orgullo.

–¿Y la vida sin la política?

–No dejo de ser político. No tengo gusanillo, pero veo las situaciones mejorables. Volví a Grado en 2017, después de 20 años fuera. Llevé el cambio en la naturaleza, yendo al monte y a la playa. Lo necesitaba. Un especialista amigo me miró y me dijo: «Estás jodido. No es para morirse, pero o frenas o te expones a un trallazo y así el resto de la vida». Frené. Leo más y hago balance de mi vida.

–Está dedicado a la identificación de los enterrados en la fosa común de El Rellán.

–Se ha entendido bastante bien, aunque parezca tabú para una parte de la población. Repara una injusticia cometida con los fusilados y sus familiares. Tenemos todos los datos del archivo del Ferrol, más de 250 causas, más de 230 fusilados, un 18% de ellos, mujeres. Es un porcentaje muy alto, fruto de los años de plomo, de matar por matar y de imponer el terror. Este año publicaremos el primer tomo.

–¿Qué le pareció esa tarea?

–Fue muy interesante conocer a la generación de mis padres. Y hay paralelismos. La candidatura del Frente Popular tenía más miembros de Izquierda Republicana Radical Socialista, que del PSOE.

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