Entrevista | Julio Valle Arquitecto

"Soy de Laviana, pero Caso tiene mis recuerdos profundos"

"Mi padre era ebanista porque, antes de ir a la guerra, su tío dijo: ‘Si me pasa algo, un xatu y la ferramienta, para Manolo’; con eso se formó en Oviedo"

El arquitecto Julio Valle, en su estudio de Oviedo.

El arquitecto Julio Valle, en su estudio de Oviedo. / FERNANDO RODRÍGUEZ

Javier Cuervo

Javier Cuervo

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Julio Valle Alonso (Pola de Laviana, 1956) es arquitecto desde 1980 y su estudio ha incorporado recientemente a su hija María. Hay una línea trazada con un lápiz que lleva, por la vía del dibujo, del hijo del ebanista al padre de la arquitecta.

Es risón, quizá por timidez, y pudoroso. Está casado con Victoria González (Vivi), tienen dos hijos. El varón, Manuel, es farmacéutico. María les ha dado un nieto de 3 años.

Licenciado en Sevilla, premio "Asturias" en 2000 por una vivienda en Tiñana, destaca entre sus obras la reconstrucción del barrio de Ventanielles y la ampliación de la Cruz Roja en Oviedo.

En Gijón se pueden ver su parque Ingeniero Orueta; el centro deportivo de la Calzada, con Germán Aparicio y Aránzazu González, y uno de los barcos de Poniente con los hermanos Manuel y Henrique Sande.

Con su hija María hizo el edificio de viviendas de la calle Anita Fratarcangeli, 5, galardonado con la "Plomada de Plata" de 2021 y la rehabilitación del edificio de la calle Corrida 1 ("Plomada de Plata" 2018) en Gijón. Como interioristas, son responsables del nuevo Tierra Astur de El Vasco.

También hace muebles con Rafa Martín de una forma que tiene que ver con su gusto por la naturaleza, su infancia arborícola y también un uso de la disciplina que, como atribuye a Mies

Van der Rohe, no es distinguible de la arquitectura porque es tan complicado diseñar una buena silla como un rascacielos.

–Nací en una casina de la calle del Sol de Pola de Laviana, el 24 de abril de 1956. Tengo una hermana dos años mayor, María Dolores, con la que siempre me llevé bien, descontadas las clásicas discusiones entre hermanos. Mi familia procede del concejo de Caso por las dos partes, de Orlé y de Gobezanes, dos pueblos bastante cercanos.

–¿Fue importante Caso?

–Hacíamos vida con los abuelos en reuniones familiares y en verano. Allí tengo los recuerdos más profundos por la relación con los abuelos de Orlé: José y Elvira.

–Cuente.

–José era muy peculiar. En unas condiciones de vida durísimas, cuando subía con el ganado al monte, llevaba un libro y una vela y no paraba de leer hasta que se consumía. Leía de todo. Tenía colmenas y mi padre me contó que cuando entraron los nacionales le mandó ir a la colmena número 34 a quitar la bandera republicana.

–¿Y la abuela Elvira?

–Era muy cariñosa y siempre volvías de su casa con algo.

–Hable de su padre.

–Se llamaba Manuel. Era ebanista porque un tío suyo, antes de la guerra, dijo: "si me pasa algo, un xatu y la ferramienta, para Manolo". Con eso pudo venir a Oviedo a aprender el oficio y, por la tarde, a dibujar. Todo eso fue quedando y me llegó a mí.

–¿Cómo era Manuel?

–Introvertido, emprendedor, creativo y buena gente. Tengo muy buenos recuerdos de él.

–¿Y su madre?

–Carmen, Carmina, era muy nerviosa y cariñosa. Su padre había estado en Cuba, tenían mejor situación económica y ella pudo hacer magisterio y ejercerlo. Mis padres decidieron abrir en Pola de Laviana el comercio Muebles Valle. Creo que él era el creativo y ella, más del negocio.

–¿Sabe cómo tomaron esa determinación?

–Mi padre me comentó que expuso unos muebles que había hecho y que un vendedor le dijo: "Oye, Manolo, si yo tuviese esta mercancía me forraba". Mi padre pensó "¿Por qué no los voy a vender yo?". Eran los años sesenta, empezaban a venderse muchos electrodomésticos y montaron un negocio curioso que empezó poco a poco.

–¿Su madre dejó de dar clase?

–Sí, y mi padre, el taller, pero no fue de golpe. Como no había morosos y era un pueblo en el que todos se conocían empezaron a vender a plazos. Hace dos años, cuando murió mi madre, se me acercó una mujer mayor y me dijo que cuando las huelgonas iban a decirles que no podían pagar ese mes, mis padres contestaban: "tranquilos, que nosotros todavía aguantamos". Lo normal es un pueblo. Se implantaron muy bien.

–¿Qué tipo de crío era usted?

–Flaco, lleno de matadures, muy inquieto. Hay una frase de mi madre que marcó a mi hermana: "no digas que eres hijo mío". Siempre me gustó dibujar. Lo que te gusta y se te da bien se fomenta. Empecé a estudiar en las monjas y luego en la escuela de Laviana. Y mi madre nunca pudo dejar de ser maestra con nosotros. Lo llevaba en la sangre.

–¿Notó qué ideología había en su casa?

–Ni de derechas ni de izquierdas. Mi padre, como había vivido malos momentos por su padre, siempre estuvo preocupado de que no nos metiéramos en líos políticos. Mi madre era más conservadora.

–¿Y de religión?

–Mi madre era religiosa, pero no meapilas. Mi padre iba a la iglesia porque era lo que había que hacer. Una de sus hermanas, la joven, es monja y fue el mayor disgusto que llevó mi abuelo en su vida, porque era muy guapa.

–¿Recuerda las huelgas en la infancia?

–Poco.

–¿En Pola vivía en libertad?

–Se vivía en la calle. Mi madre tenía problemas respiratorios, así que íbamos a secar a La Vecilla, en León. Encontré hace poco los planos de la casa de La Vecilla que dibujó mi padre a bolígrafo en la parte de atrás de un calendario. Aún nos juntamos la colonia de verano. Pasé mucho tiempo al aire libre entre Caso y La Vecilla, más que en Pola de Laviana, donde tengo y tuve amigos, pero no tanto arraigo.

–¿Dónde hizo el bachiller?

–En Oviedo, junto a mi hermana, con los padres de mi madre, los de Gobezanes, que tenían una casina en la calle del Rosal a la que hice el proyecto de rehabilitación años después. Los fines de semana volvíamos a casa y los tengo asociados al olor a tabaco y a skay de "El Carbonero" y la carretera llena de curvas.

–¿Cómo eran sus abuelos maternos?

–Pachu había estado en Cuba. Estaba casi retirado por problemas respiratorios fuertes. Era muy serio. Oliva se reía y cuando le entraba un ataque se reía hasta mearse. Tengo muy buen recuerdo de ellos.

–Estudió en el colegio Auseva.

–Mi sorpresa del primer día de clase fue cuando todos se pusieron pie y dijeron "Beato Marcelino Champagnat". Tengo buenos recuerdos y amigos. Era medio pensionista y me daban un bocadillo al salir.

–¿Le gusta la educación que recibió?

–El concepto y rezar el rosario todos los días fue algo que no quise para la educación de mis hijos, pero tuve buenos profesores.

–¿Qué estudiante fue?

–No era brillante, pero no me disgustaba estudiar, salvo la gramática. Las matemáticas se me daban bien y lo más flojo para mí eran los idiomas. Para los deportes no era lo que se dice un machote, al contrario. Fui del primer curso que hizo COU mixto e íbamos con las teresianas. Los que íbamos a hacer arquitectura hicimos dibujo de estatua con Magín Berenguer.

–¿Cuándo se inclinó hacia la arquitectura?

–Pronto. No sabía si quería hacer Arquitectura o Bellas Artes. Pero en seguida preferí Arquitectura, quizá porque mi padre lo consideró más práctico. Daba más posibilidades de trabajo. Así fue. Muchos de los grandes pintores contemporáneos de Asturias se han ganado la vida dando clase. A mi padre le encantaba verme dibujar, pero puede haber influido.

–¿Pintaba?

–Cuando salía al monte tomaba apuntes e hice algunos retratos de la familia.

–¿Qué adolescencia recuerda?

–Era introvertido, pero no tengo especial trauma. Armaba muchas averías, pero sin profundidad: escapaba con la furgoneta sin carné, pasaba el día por los árboles...

–Para estudiar tenía que irse de Asturias. ¿Le apetecía?

–Sí. Entonces se iba a La Coruña, por la escuela de aparejadores, o a Valladolid, que no era la carrera completa. Pero resultó que el director de la escuela de aparejadores de Sevilla, que estaba al lado de la de Arquitectura, tenía familia en Laviana. Por ese conocimiento aterricé en Sevilla, como varios asturianos de mi generación.

–Sevilla era cambiar de todo.

–Sí hay más diferencia entre Sevilla y Asturias que entre Asturias y París. Montabas en aquel tren de la Ruta de La Plata muy tempranín y llegabas a última hora.

–Llegó con 17 años.

–A un colegio mayor masculino cerca de la escuela. La mayoría de mis compañeros eran andaluces, pero me relacioné bien y los de arquitectura enseguida formamos un grupo.

–¿Qué le pareció Sevilla?

–Una ciudad un poco surrealista, tan grande... todo me parecía tan nuevo y tan guapo que salía a conocerla una y otra vez. Eché de menos la naturaleza asturiana, pero el compañero con el que más me relacioné era de Cangas de Onís y en el segundo año, cuando fuimos a un piso, nadie era de Sevilla.

–¿Y la escuela de Arquitectura?

–La comparo con la Politécnica de Madrid, donde estudió mi hija y no alcanza ese nivel pero tuve buenos profesores y buen ambiente. Es la época en la que estás aprendiendo, todo te interesa e importan los compañeros.

–Eran los años de la enfermedad y muerte de Franco. ¿Le interesó la política?

–Sí, estaba de acuerdo con la contestación antifranquista pero no me la jugué. Fui a alguna manifestación y pasé algo de miedo, pero siempre fui un poco ácrata. Hubo líos y los compañeros más significados se dedicaron al urbanismo y acabaron en puestos en la Junta de Andalucía. Quisiera haber hecho diseño y urbanismo, porque era posible, pero la cátedra de Urbanismo era flojísima. También creí que haciendo estructuras me preparaba más para aquello en lo que iba a trabajar.

–¿Sólo estudió y se manifestó?

–No, tuve muy buenas experiencias. Nos hacían estudiar como burros, pero hacíamos escapadas en autoestop, sin preparar, a veces sin saco de dormir... y Sevilla daba muchas posibilidades.

–Por ejemplo.

–A Cádiz, a Marruecos.

–¿Al moro, por chocolate?

–No. Lo probé pero me repelía ver a la gente colgada. En Sevilla, no digamos en Laviana, hubo mucha gente que acabó con su vida.

–¿Cuánto le llevó hacer la carrera de 5 años?

–Seis y unos meses del proyecto fin de carrera que hice desde Asturias. El primer año era duro y yo hice la barbaridad de coger todos los dibujos y física. El segundo curso sólo estudié física y matemáticas, que hasta me gustaron. Te seleccionaban así y dábamos muchas matemáticas que luego no íbamos a utilizar.

–¿Tenía novia?

–Había chicas, pero no tuve relaciones estables hasta que conocí a mi mujer.

–¿Cómo era volver a Pola?

–Empecé a notar que me interesaban cosas que no todos mis amigos compartían, normal, y también hice amigos nuevos.

–¿Qué aficiones tenía?

–Siempre me gustó la naturaleza e ir al monte, leer, ver exposiciones y viajé todo lo que pude. Cuando viajas lo que más ves es arquitectura. Fui muchas veces a Italia, la primera vez en autoestop, la tengo bien pisada.

–Acabó la carrera.

–En 1980 y me instalé en Oviedo por mi cuenta. Mi madre me mandaba tarros. En 1981 me tocó la mili y el intento de golpe de Estado en el cuartel de Rubín. Empecé a tener trabajo en Laviana y en las cuencas mineras. Entonces lo había nada más salir y los arquitectos se podían cuidar bien a través del colegio. Soy el colegiado 214.

–¿Qué hizo para empezar?

–De todo: rehabilitaciones, alguna cuadra, mucha vivienda de protección oficial, casinas... Se sufre al principio.

–¿Por qué?

–En la escuela te forman para ser un artista y luego la gente tiene sus gustos. Sentí algo de frustración por no poder hacer lo que quería y aprendí que el promotor es una figura fundamental. 

–¿Cuándo hizo lo primero que se parecía a lo que quería?

–Alguna vivienda unifamiliar a mediados de los ochenta. A partir del premio Asturias empecé a ser conocido y llegaron a mi estudio personas que querían otro tipo de arquitectura, del momento. Yo me formé en la escuela con Aldo Rossi y una serie de arquitectos que me gustaban. Tenía la necesidad de hacer buena arquitectura.

–¿La vanguardia se adapta a Asturias?

–Sí. La empecé a hacer en viviendas unifamiliares usando materiales tradicionales como la madera y la piedra; con cubiertas a dos aguas, lo que viniendo de Andalucía me costaba, y la mezclaba elementos modernos. Buscaba despuntar y hacía más de la cuenta.

–¿Y ahora?

–Con los años soy partidario de la arquitectura que se integre más y cante menos. El trabajo que hacemos los arquitectos lo tienen que soportar los demás: los que lo habitan y los que lo ven. Ahí hay una responsabilidad muy grande.   

–La arquitectura cambió mucho en estos años. Hasta el instrumental.

–Sí, todavía use rotring y tengo muchos lápices de colores, pero en seguida compré un ordenador sin saber lo que iba a pasar.

–Y el ejercicio de la profesión, desde la crisis de 2008.

–Siempre tuve continuidad en el trabajo, pero en 2008 me di cuenta de que era empresario y tenía gente dependiendo de mí. El estudio aguantó, hice cosas en Guinea, módulos sanitarios que se construían en Gijón, en Modultec. Este oficio tiene una cara dura, de problemas y tiene la otra cara de la creatividad y de ver como salen las cosas y me compensa.

–Trabajan con presupuestos altos.

–Cada línea que trazas tiene una repercusión económica. La burocracia y los tiempos influyen. Es una profesión problemática.

–En 30 años pasaron de ser una estrella a ser un empleado.

–Siempre he acabado teniendo relaciones de amistad con clientes y promotores. No me tocó casi la época de los dioses, pero es verdad que las condiciones cambiaron, aunque nunca me he visto como un pelele. Hay respeto en la relación, pero se juega mucho dinero, hay mucho profesional en el paro...

–Hace muebles con Rafa Martín.

–Van der Rohe decía que era tan complicado diseñar una buena silla como un rascacielos.

–¿Cuándo conoció a su mujer?

–En la fiesta de mi 30 cumpleaños en Oviedo. Se llama Victoria González, para nosotros, Vivi. Fue bibliotecaria en Historia y ahora no trabaja por problemas de salud. Tenemos dos hijos: María, de 33 y Manuel, 6 años menor.

–Su hija es arquitecta en el estudio. ¿Cómo le influyó?

–Cuando salíamos al monte yo llevaba el cuaderno y los lápices y ella quería llevarlos también. Como se le daba bien fue natural y vino todo rodado.

–¿Qué hizo su hijo?

–Farmacia y ahora hace un máster de salud pública y está trabajando en Madrid. Le gustaría quedar en Asturias pero la mayoría de los amigos de mis hijos están fuera.

–¿Fue un padre presente?

–Dediqué mucho tiempo al trabajo, pero siempre desayunamos y cenamos y viajamos juntos. Mi mujer no trabajaba por las tardes y recaían en ella más cosas, pero siempre lo hicimos todo juntos y con el perro que tocase.

–¿Le recomendaría a su hija hoy que fuera arquitecta?

–Si le gustara le diría que no lo dude. La carrera es muy humanista. Ahora el 50% de los arquitectos está en paro y a un 20% no le da para vivir. Los farmacéuticos tienen pleno empleo. Cuando entró María en el estudio noté lo mucho mejor preparados que están ahora y lo que me supuso la savia nueva: está haciendo un máster en arquitectura bioclimática.

¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–Muy bien. La familia que tuve y la que formé, la salud, un trabajo que me gusta... cómo pedir más.

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