Entrevista | Sergio C. Fanjul Publica «La España invisible», sobre pobreza y desigualdad

"Los trabajadores esenciales para el sistema son los que tienen peores salarios"

Sergio C. Fanjul

Sergio C. Fanjul / LILIANA PELIGRO

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es poeta, periodista, columnista, guionista, profesor... Y astrofísico de formación. En "La España invisible" aborda con una incisiva e ilustrativa mezcla de ensayo y crónica "la precariedad, la pobreza y la desigualdad extrema en nuestro país". Y propone un viaje por un país desterrado del imaginario popular, aturdido por las promesas de la meritocracia, la competitividad, el individualismo, la indiferencia y el pensamiento positivo. Pasen y vean.

¿A quién vemos en "La España invisible"?

–Más bien a quién no vemos: a las personas sin hogar, a los trabajadores precarios, a las que malviven en los barrios más pobres, también, y sobre todo, a esas personas que están en riesgo de exclusión social pero que lo disimulan. Tienen una casa donde vivir, tal vez un sueldo bajo o una ayuda, y sobreviven sin poner la calefacción, con ropa de mercadillo, alimentando mal a su familia y no pudiendo disfrutar de unas vacaciones.

–¿La España invisible y la España vaciada tienen puntos en común?

–Supongo que se superponen, aunque los problemas sociales que investigo en el libro suelen arremolinarse en el entorno urbano, sobre todo en las grandes ciudades. Eso sí, ojalá mi libro tuviera una mínima parte de la capacidad que tuvo mi tocayo Sergio del Molino con "La España vacía" para poner un debate en el centro del debate público.

–¿Las dos Españas siguen ahí o ahora hay más?

–Las dos Españas de la Guerra Civil parece que siguen ahí, sobre todo desde la reaparición de la extrema derecha larvada durante tanto tiempo. Las que yo describo, esa de que la intentamos presumir, y esa otra que preferimos ignorar porque nos avergüenza, cada vez se hacen más evidentes con el crecimiento de la desigualdad.

–¿Las apariencias engañan en España?

–Una de las cosas que me llamó la atención para iniciar el libro es precisamente ese relato longevo del milagro español, ese país que quiere ser moderno, cool e hiperdiseñado, y el contraste con la realidad de las cifras de pobreza y desigualdad. ¡Ni siquiera tenemos resuelto el problema de garantizar el alojamiento a los ciudadanos!

–Francia arde por el retraso en la edad para jubilarse. ¿Por qué las calles están tranquilas aquí?

–Supongo que en Francia pesa mucho la tradición revolucionaria. Aquí creo que la derecha trata de centrar el debate en cuestiones culturales, como lo LGTB, lo trans, lo ecológico, para desviar la atención de la importancia de lo social, con lo que no cosecha votos.

–¿El sinhogarismo ha venido para quedarse?

–El sinhogarismo siempre ha estado ahí. Ahora mismo hay unas 40.000 personas sin hogar en España (y tres millones de viviendas vacías): es una cifra que se podría paliar, que es manejable, por eso su existencia crea indignación. Pero además de eso hay pobreza oculta y otras formas de alojamiento inestable, infraviviendas, hacinamiento...

–¿Dar limosna a la mujer inmigrante que pide a la puerta de un súper es darlo a las mafias que la controlan, como afirman algunas voces?

–A veces parece que las mafias están detrás de todo lo problemático: es una forma de desviar la atención. ¿Migración? Mafias. ¿Problema de la vivienda? Mafias. ¿Sinhogarismo? Mafias. Mafias. Mafias. Me parece que tenemos que pensar los problemas más allá de esas mafias que para algunos justifican la inacción. Sopesándolas en su justa medida, sí, pero no achacándoles de manera conspiranoica la totalidad de los problemas.

–¿Cuál es el último refugio para quien no tiene nada?

–La calle, pero eso no es un refugio.

–¿La ley de la vivienda mejora o empeora las cosas?

–El mero hecho de que se empiece a hacer política de vivienda en España es buena noticia: no hacerla es dejar que la hagan los especuladores. La ley de vivienda será mejorable, pero la tendencia es buena. Además, la vivienda pública en España no puede ser anecdótica, como ha sido hasta ahora.

–¿Hay buenos y malos en el drama de los desahucios?

–Hay especuladores y víctimas. Lo curioso es que, ante el mismo problema, la percepción pública ha cambiado para alinearse, gracias a los medios sensacionalistas y los políticos de la derecha, con los intereses de los especuladores. Hace unos años nos indignábamos por los desahucios, ahora nos han hecho temer a los mal llamados "okupas" a través del miedo y la confusión.

–Si me okupan mi piso, ¿qué puedo hacer?

–Si es su vivienda o segunda vivienda, será un delito de allanamiento, y la policía echará a esas personas por la vía rápida. Es por eso que a las personas en situación de desamparo que ocupan no les interesa meterse en viviendas de particulares y por eso es un caso casi inexistente. Las familias pobres sin hogar suelen meterse en pisos abandonados propiedad de bancos y fondos buitres: es lo inteligente.

–¿A quién puede dar votos la pobreza?

–La pobreza, más que dar votos, los quita. Las personas en riesgo de exclusión social dejan de participar en política, se desentienden de una sociedad que les da la espalda. El fenómeno se conoce como desafiliación: es como quemar el propio DNI.

–¿La sociedad odia a los pobres?

–La aporofobia, el rechazo al pobre, un término acuñado por la filósofa Adela Cortina, es común. Se expulsa a los pobres del espacio público, se utiliza la arquitectura hostil, a base de pinchos y planos inclinados, para hacerles la vida imposible, y también el hostigamiento policial. Se les llama vagos, parásitos, se les culpa de su propia pobreza, se les dice subvencionados por ir a comedores sociales. Es el reverso tenebroso de la meritocracia y la cultura del esfuerzo: no hay piedad.

–¿Cómo se construye la segregación urbana?

–Es un fenómeno que consiste en la separación socioeconómica por zonas de la ciudad: los barrios ricos y los barrios pobres. En los barrios pobres los servicios son peores y la esperanza de vida puede ser más baja. Lo peor es que crea brechas entre las personas: nadie votará políticas sociales si piensa que los que las necesitan son otros, diferentes, como de otra dimensión. No hay empatía.

–¿La caridad no basta?

–La caridad cristiana es la idea de que hay que ayudar a los pobres y que haciéndolo los ricos se ganarán el billete al reino de los cielos. Por eso los pobres en los países católicos siempre tuvieron un hueco en la sociedad, una función que no existe en la ideología capitalista neoliberal. La pobreza no debe abordarse desde la perspectiva de la caridad o el asistencialismo, sino desde el prisma de los derechos y la justicia social.

–¿Hay casos de gente que lo tuvo todo y se ha quedado sin nada?

–Pensamos que las personas sin hogar lo son fruto de vicios, adicciones o problemas de salud mental. Eso existe, claro, pero al profano le sorprendería ver la cantidad de historias que se escuchan en la calle y que he conocido en la preparación del libro. Hay gente que tenía una vida apacible, con carrera universitaria, buen trabajo, familia... Y al final... Para acabar en la calle se tiene que dar una sucesión de catástrofes, muchas veces fuera de control de la propia persona, que le abocan a acabar sin nada. Lo que asusta es que le puede pasar a cualquiera, aunque a unos, claro, más que a otros. No es tanto un problema personal, como un problema colectivo. Muchos piensan que es natural: el precio que hay que pagar por tener una sociedad funcional, con ganadores y perdedores, como está tan arraigado en la cultura estadounidense. Me parece una concepción rechazable.

–¿De qué hablamos cuando hablamos de meritocracia?

–La meritocracia es la idea de que la sociedad reparte sus premios según el mérito de cada uno. Aunque hay quien afirme que tal cosa existe, es evidentemente falso: influyen otros factores como la herencia, la educación, el talento innato o los golpes de suerte. No somos completamente responsables de nuestro "éxito" o "fracaso". Además, hay quien dice, como el premio "Princesa de Asturias" Michael Sandel, que la idea de la meritocracia ni siquiera sería deseable: genera polarización y rencor de los desfavorecidos contra los poderosos. Se les está llamando inútiles. ¿No tiene derecho a una vida digna la gente que no ha conseguido hacer méritos?

–Las revoluciones llegan con la pobreza, ¿llegará otra?

–No sé si estamos en momento de revoluciones, lo que puede llegar son momentos de gran conflicto social, polarización, aparición de totalitarismos y otras cosas distópicas. La desigualdad y la pobreza desgarran las sociedades: estuvieron en el meollo de muchas revoluciones o de la Guerra Civil española. Cosas que no queremos: lo que queremos son sociedades saludables.

–¿La pandemia echó gasolina al fuego invisible?

–La pandemia y la crisis subsiguiente, claro está, empeoraron las condiciones de subsistencia. Afortunadamente la dirección de las políticas esta vez no fue de corte neoliberal, ni de "austericidio", como en la ocasión anterior, sino que se trató de suavizar con intervención estatal y desde Europa. Lo más importante es que se visibilizó que los trabajadores esenciales para el sistema, aquellos de los que no podemos prescindir, son los que tienen peores salarios y consideración social: transportistas, reponedores, cajeras, limpiadoras...

–¿Cuándo colapsará la "pura fantasía" del consumismo voraz?

–El crecimiento infinito, promovido por el consumo absurdo, es imposible en un planeta con recursos finitos. Es una verdad matemática. Ya hay muchos estudiosos del colapso, los practicantes de la ciencia de la colapsología: algunos dicen que pasará de repente, otros que poco a poco, como se escalda una rana cuando la calientas suavemente en agua. Si seguimos así, lo que es seguro es que llegará.

–La Inteligencia Artificial y otras tecnologías dispararán el desempleo, ¿vamos hacia un salario universal por no trabajar?

–Hubo veces en las que la tecnología prometió el bienestar para todos, pero lo que está logrando es el bienestar de sus propietarios. La renta básica se propone, en diferentes lugares del mundo y del espectro político, como una solución para desvincular la supervivencia del trabajo, que harán las máquinas. Igual funciona. Si no se toman medidas la desigualdad hará insoportable la vida social, como en una fantasía ciberpunk.

–Gente durmiendo en cajeros de banco, ¿son una dimensión paralela?

–Son una realidad paralela que muchas veces deja de serlo cuando, con frecuencia, estas personas son atacadas por pandillas de niñatos, borrachos, neonazis, o como aquella mujer, Charo Endrinal, que fue quemada en Barcelona por tres chicos con un material inflamable mientras dormía a la puerta de una sucursal de La Caixa en Sarrià, un barrio de ricos.

–¿La invisibilidad es peor que la indigencia?

–Algo así dijo en una cita Hannah Arendt: muchas personas en situaciones de desamparo acusan mucho el ser invisibles, el que rechacemos su mirada, sus cuerpos, su presencia. Es como si les negásemos la humanidad. Y les hace sentir casi alimañas.

–¿Las enfermedades de la desesperación son tan devastadoras como una pandemia?

–La muerte por desesperación está contabilizada en Estados Unidos: son esas personas que mueren por suicidio, adicciones, problemas mentales..., causadas por su situación socioeconómica. Creo que en España no se ha estudiado el fenómeno, lo que si sabemos es que los problemas mentales de ansiedad y depresión están a niveles estratosféricos.

–¿Las consecuencias del cambio climático las pagarán sobre todo los pobres?

–Cualquier adversidad es soportada peor por las personas pobres. Ya estamos viendo el efecto de sequías y olas de calor, que afectan más a los más vulnerables. Un limpiador del Ayuntamiento de Madrid falleció recientemente de un golpe de calor, en una de esas olas. Veremos también oleadas de refugiados climáticos.

–¿La industria de la felicidad nos tiene comido el coco?

–Es otra de formas de invisibilizar el malestar: esa defensa de una actitud positiva ante cualquier adversidad, esa idea que tú mismo puedes mejorar tu vida, de que si te esfuerzas puedes romper tus límites. Es, simplemente, un camelo. Además, también tenemos derecho a estar tristes, enfadados, a pensar que nuestra circunstancia es adversa y que podemos unirnos a otros para cambiar las cosas.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS