Hace 50 años que Asturias se fue a misiones: la ayuda al Tercer Mundo que empezó con "Yayo"

La primera misión se abrió en 1970 en Burundi y ahora la diócesis busca un nuevo emplazamiento en Latinoamérica; en medio, décadas de labor por los más desfavorecidos

africa

africa

Ramón Díaz

Ramón Díaz

"Los tres años de misionero en Guatemala fueron los mejores como cura; los más difíciles, pero los más satisfactorios". Lo asegura César Rodríguez, que estuvo a punto de morir acribillado a balazos en el país centroamericano durante un ataque a las instalaciones diocesanas, pero el sentido de sus palabras coincide plenamente con lo que manifiestan todos los misioneros asturianos que hablaron con LA NUEVA ESPAÑA. Lo mismo los que estuvieron en África que los que se fueron a América, todos, sin excepción, resaltan que en aquellos pueblos remotos acabaron recibiendo mucho más de lo que dieron: "Mereció la pena".

El misionero Ángel Eladio González Quintana, "Yayo", y el médico Luis Estrada, en 1979, en el mercado cercano al hospital en Burundi.

El misionero Ángel Eladio González Quintana, "Yayo", y el médico Luis Estrada, en 1979, en el mercado cercano al hospital en Burundi.

Un libro recién editado, "La misión, en el corazón de la Iglesia de Asturias", da cuenta de los 50 años de las misiones diocesanas, que tienen en Benín el que de momento es el último capítulo, pues está a solo unos días de cerrarse. Será el 25 de este mes. Pero la inminente clausura de la misión asturiana en un apartado lugar llamado Bemberké, en la diócesis de N’Dali, será solo un paréntesis, pues habrá un nuevo destino al que llevar el mensaje cristiano, con casi total seguridad en Latinoamérica. Cuba y Ecuador son las dos principales opciones, pero no las únicas. El lugar definitivo será decidido próximamente por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes.

El origen de las misiones de la Iglesia de Asturias se sitúa en el año 1970, cuando el arzobispo de Gitea y presidente de la Conferencia Episcopal de Burundi, Andrea Makarakiza, visitó Asturias con motivo de la Jornada del Clero Indígena, invitado por el entonces delegado de Misiones, Luis Legaspi. El prelado buscaba sacerdotes que se unieran a su diócesis. La propuesta consiguió voluntarios de inmediato: Ángel Eladio González Quintana, "Yayo" y Fernando Fueyo García (ambos fallecidos), en aquel momento formadores en el seminario menor, aceptaron el reto sin siquiera saber señalar el país africano en el mapa y con dudas sobre las dificultades que presentaría para aprender el idioma local, el kirundi.

Antonio Herrero junto al anterior obispo de Parakou, monseñor Asogba, en Benín

Antonio Herrero junto al anterior obispo de Parakou, monseñor Asogba, en Benín

"Yayo" y Fueyo fueron la avanzadilla. En septiembre de 1970 emprendieron viaje a Burundi e iniciaron la tarea de crear una parroquia en Ntita, a la que se unirían más sacerdotes, religiosas de las Hijas de la Caridad y seglares, en estrecha colaboración con la asociación Médicus Mundi. La idea era ambiciosa, "que toda Asturias se sintiera misionera".

Años después de que arranque, el 3 de mayo de 1976 llegaba a Burundi un joven misionero, Luis Miguel Menes. Tenía 24 años y llevaba un mes de cura. Así que aquello fue "como la primera novia; el primer sitio en el que ejercí y donde aprendí cómo había que ser cura, donde me hice mayor", rememora. Subraya que no era una vida dura, porque había un equipo, con curas, monjas, un médico… y los problemas se solucionaban "muy fácilmente". "Claro que si te pones a pensar, no había teléfono, ni televisión, las cartas tardaba meses en llegar… Pero a cambio la vida allí era muy enriquecedora", valora.

Explica que las gentes de aquel país son "muy acogedoras", y que los allí desplazados sintieron además un apoyo "muy fuerte" desde Asturias, tanto del arzobispo de entonces, Gabino Díez Merchán, como de Luis Legaspi, al que considera el alma mater de la misión". Ambos han fallecido. "¿Que si mereció la pena? Completamente. Si tuviera menos años (tiene 71), volvería", destaca Menes. Dice que la clave del éxito de una misión es "no estar solo. No es asunto de un pirado, sino de un equipo lo más unido posible, y con apoyo". Indica que la idea era que aquella fuera "una parroquia más de la diócesis. Igual que a Somiedo o a San Pedro te enviaban a Burundi", apunta. Bastaba con presentarse voluntario.

Luis Legaspi, Javier Gómez Cuesta, el laico Miguel Magadán (cuya esposa, Silvia Poyal está en el extremo derecho), Amadeo Artime, una persona sin identificar, Francisco Chicharro y Gabino Díaz Merchán en Ecuador en 1981.

Luis Legaspi, Javier Gómez Cuesta, el laico Miguel Magadán (cuya esposa, Silvia Poyal está en el extremo derecho), Amadeo Artime, una persona sin identificar, Francisco Chicharro y Gabino Díaz Merchán en Ecuador en 1981.

Menes estuvo seis años en Burundi y, tras una temporada en Gijón y diez años en Avilés junto a "Yayo", con el que había coincidido en el país africano, se marchó otra vez de misionero a Suiza, esta vez a trabajar con los emigrantes españoles. Al contrario que en Burundi, en el país helvético "sobraban comodidades, pero faltaba equipo". Eran dos realidades "completamente distintas". Reconoce que le llenaron más como cura los años de Burundi, aunque los 24 que pasó en Suiza fueron "una maravilla". Después se jubiló y ahora reside en Gijón, donde se dedica a "tapar agujeros"; esto es, a echar una mano a los compañeros, porque faltan sacerdotes. ¿Por qué? "Por lo mismo que no hay bodas, por miedo al compromiso. La gente tiene miedo a comprometerse para toda la vida", sentencia.

Con lágrimas en los ojos

Pedro Tardón, delegado episcopal de misiones y párroco Noreña, Anes y Argüelles, señala que la misión en Burundi finalizó a causa de la guerra entre dos etnias, los hutus y los tutsis. A los misioneros se les acusaba de ser "prohutus" y de fomentar las luchas entre etnias. Los tutsis, mucho menos numerosos, controlaban el Gobierno y el ejército, y fueron responsables de auténticos genocidios. Personas estrechamente unidas a la misión asturiana fueron víctimas de aquella violencia. El estallido de la guerra civil, en 1993, acabó por provocar el cierre de la misión. "Yayo" tuvo que ser repatriado, muy a su pesar. Abandonó el país con lágrimas en los ojos. Al año siguiente, acudió a recoger el premio "Príncipe de Asturias" de Comunicación y Humanidades otorgado a las misiones españolas en Ruanda y Burundi.

Los misioneros Segundo Gutiérrez Figar, con camiseta de Asturias, y José Manuel García, con boina, en Ecuador.

Los misioneros Segundo Gutiérrez Figar, con camiseta de Asturias, y José Manuel García, con boina, en Ecuador.

La segunda misión asturiana se asentó en Guatemala. Su origen se sitúa en 1972, cuando un grupo de sacerdotes manifestaron su deseo de ir a misiones a América. Visitaron Guatemala, Honduras y Perú. César Rodríguez García fue el único que manifestó su preferencia por Perú, basada en que allí se hablaba español, mientras que en las zonas elegidas de los otros dos países solo se oían lenguas indígenas. Pero acabó siendo elegida Guatemala. Y allá se fue este sacerdote de Navelgas, desde septiembre de 1977 hasta mayo de 1980. En este punto es en el que afirma que aquellos fueron los tres mejores años de su vida como cura.

Fueron también tiempos duros, es verdad, porque tenía que caminar y montar a caballo por los montes de lunes a viernes, a veces ocho o nueve horas, y dormía a menudo en el suelo, en un saco dormir. Pero era "muy satisfactorio", porque "llegabas a un pueblo y encontrabas a todos esperando, como si fueras el padre o la madre. Estaban deseando que llegáramos. Era como una fiesta", subraya. Contrapone aquellas vivencias con lo que sucede ahora en Asturias, donde "casi nadie responde a la llamada (de los sacerdotes) y resulta muy difícil reunir a media docena de personas". Otra diferencia es que aquellas gentes, pobres, daban todo lo que tenían. "Recibimos y aprendimos de ellos mucho más de lo que les enseñamos", asegura.

El fin de la misión guatemalteca llegó en 1980. Ya en el mes de abril de aquel año, les aconsejaron marchar: "La cosa está fea y algunos dicen que no vais a llegar a la época del lluvias" (comienza en mayo), les dijeron. A últimos de abril lanzaron varias granadas contra la misión y aparecieron pintadas condensares del tipo "Padres traidores". A la semana siguiente dispararon contra la casa que ocupaba César Rodríguez: "En mi habitación quedaron 17 impactos de bala. Menos mal que me pillaron en el medio de la habitación, porque si llego a estar cerrando las cortinas me dejan achicharrado", rememora el misionero. "Entonces el obispo de allí y Legaspi nos ordenaron regresar, diciéndonos que no querían mártires", añade. Pese a las "muchas calamidades y miedos" que pasó, afirma que mereció la pena: "Se aprende muchísimo; te hace valorar las cosas, lo mucho o poco que tengas, de otra forma; te llena ayudar a otras personas, hay más alegría en dar que en recibir", concluye.

Sigue picando

Tras regresar, Rodríguez recorrió media Asturias: Gobiendes, Ciaño, San Juan de la Arena, Cabueñes (donde fue 14 años capellán), Selorio… Ahora lleva un año largo retirado y vive en la residencia de San Pedro, pero aún ayuda al párroco de La Resurrección, en Gijón. Y todavía, más de cuarenta años después, sigue colaborando desde la distancia con las religiosas con las que coincidió en Guatemala, Hijas de la Sagrada Familia de Helmet, que impulsan becas para chicas, arreglos de casas, traídas de agua… "Después de tanto tiempo, aún sigue picando la cosa", comenta con gracia.

César Rodríguez García en Guatemala.

César Rodríguez García en Guatemala.

Aunque la experiencia misionera en África es muy distinta a la de América, las palabras de los protagonistas son muy parecidas. Pedro Tardón estuvo en Benín. Allí, entre las mayores dificultades están la lengua y una cultura completamente distinta, que obliga a los misioneros a aprender, incluso, "cómo saludar, sentarse, comer, con qué mano… Es una hazaña estar allí intentando no meter la pata, no romper sus tradiciones". Además, las misiones suelen desarrollarse "en los sitios más pobres, donde no va nadie, a zonas de primera evangelización, en las que ni siquiera han oído hablar de Jesús", detalla. Lo mejor de todo es "el agradecimiento de la gente, que da más de lo que le damos muchas veces", finaliza.

Antonio Herrero, que pertenece al Instituto Español de Misiones Extranjeras, aún estará en Benín unos días, hasta el 25. Llegará a Asturias el 29. Primero estuvo en Zambia. Después le llamaron para ayudar a los que se prepararan para ir a misiones y cuando estaba ya dispuesto para regresa a aquel país le pidieron que se fuera a Benín, y aceptó. Corría el año 1998. "En África ves hacer y crecer la Iglesia, mientras que en Europa se vive el proceso contrario, de abandono", resume. En Benín hay mucha juventud y la Iglesia está en pleno crecimiento. Asegura que la misión le ha aportado "muchísimo" como persona. "Aquí se vive al día, con muy pocos medios, pero con mucha unión entre la gente y con mucha alegría.

Monseñor Martine, Jesús Sanz Montes y Antonio Herrero, en la inauguración de la iglesia de Gamia este año.

Monseñor Martine, Jesús Sanz Montes y Antonio Herrero, en la inauguración de la iglesia de Gamia este año.

«Con lo poco que tienen son capaces de celebrar en comunidad un nacimiento y de sufrir unidos un fallecimiento, al margen de la religión de cada uno», explica.

Hay, por supuesto, problemas, divisiones y enfrentamientos, porque «donde hay seis humanos hay de todo, positivo y negativo, pero aquí el individualismo de Occidente no se vive». Y son gentes muy agradecidas. Herrero expone el caso de un señor mayor que, agradecido por un pozo de agua que habilitó Cáritas, cada año lleva una gallina o un pollo de regalo. «Los europeos vamos directos a lo que queremos; aquí nunca, antes se interesan por la familia, por tus problemas… Lo primero es la relación humana», añade.

Herrero, ovetense de 71 años, asegura que se siente feliz; entre otras muchas razones, al ver que personas que no eran creyentes, tras abrazar a Jesús, se ven «liberados de muchos miedos, los que les provocan sus creencias en cosas de magia, en el mal de ojo… Eso les hace sufrir muchísimo». A cambio, «ellos te enriquecen, al darte un amor espiritual interior, de solidaridad y de unión. Por eso acabas recibiendo más de lo que das. El que da a los otros, gana», destaca. Recuerda que le costó mucho irse de España. Se fue «con el corazón partido», entre otras razones porque dejó a su madre llorando. Y resulta que ahora, a la hora de abandonar Benín y regresar, siente algo muy parecido. «No ha sido mi decisión, pero la acepto con fe y porque sé que es lo que Dios quiere para mí. Por otra parte, me voy a España también con una misión que hacer con paz y confianza. Pero es difícil, porque las personas que dejaré en Benín ya no son solo fieles, sino amigos. Tengo que pensar que los voy a volver a ver, porque si no me va a costar mucho», declara. «Cada cosa tiene su tiempo y hay que aceptarlo con espíritu deportivo, igual que cuando un futbolista debe dejar el deporte», se dice a sí mismo.

Grupo de niños en Somwa, Benín, en el año 2015.

Grupo de niños en Somwa, Benín, en el año 2015.

Sobre la falta de vocaciones en España, indica que las dos principales razones son, «la principal, que hoy en día la religión es el dinero, lo material y parece que Dios no cuenta ni es necesario, murió», y «la otra que mucha gente se aparta de la Iglesia, porque los que la formamos, en algunos casos, no vivimos lo que creemos y acabamos mostrando nuestras faltas y mezquindades como personas, nuestra debilidad».

Si finalmente el Arzobispo decide abrir una misión en Ecuador, Alfredo de Diego podría dar una clase magistral, porque fue misionero allí, en el vicariato de Aguarico, entre 2003 y 2007. Llegó cuando ya llevaban allí medio siglo frailes capuchinos y de otras congregaciones, principalmente vascos y navarros. Así que aquella zona selvática de la Amazonía era ya entonces «bastante civilizada», gracias al trabajo de los misioneros que le precedieron. Su trabajo fue, sobre todo, con colonos, no con indígenas. Era «una iglesia muy participativa, muy de conjunto, en la que se celebraban asambleas dos o tres veces al año para planificar el trabajo pastoral». El trabajo era «llevadero» porque, además, los lugareños los recibían de manera «muy cordial». Comparado con lo que vivieron los pioneros de las misiones, lo suyo fueron «casi, casi unas vacaciones».

De Diego, que tiene 52 años, está ahora de párroco en Tineo, y antes estuvo en Pola de Laviana, Turón y Candamo. Asegura que si él y sus padres tuvieran unos cuantos años menos volvería a misiones, pero ahora, con sus progenitores ya mayores, no lo haría, aunque le apeteciera. Fue, en todo caso, una experiencia «muy enriquecedora». Su deseo es que aumenten las vocaciones para que no haya que seguir manteniendo muchas diócesis españolas con sacerdotes venidos de América y África.

El que fuera delegado de misiones Luis Legaspi, navegando en un lago.

El que fuera delegado de misiones Luis Legaspi, navegando en un lago.

En cuanto al libro «La misión, en el corazón de la Iglesia de Asturias», se presentó el pasado día 9 en el Auditorio del Seminario Metropolitano, en un acto en el que intervino el Arzobispo, el delegado de Misiones, Pedro Tardón, y Arcadio Alonso, coautor del texto y hermano del beato Juan Alonso, misionero asturiano martirizado en el Quiché (Guatemala). El volumen es un completo compendio de la actividad de la diócesis asturiana en Burundi, Guatemala, Ecuador y Benín, así como un homenaje de reconocimiento tanto a los promotores de estas misiones, como a quienes participaron en esos proyectos de evangelización.

«Este libro es una buena recopilación de los lugares donde nuestros misioneros han llegado, dejando atrás sus familias, sus lenguas y tantos usos y costumbres» afirmó el Arzobispo durante su intervención. «No había en ellos más motivación que la de cumplir el mandato de Jesús de transmitir el Evangelio más allá de nuestras fronteras, en ocasiones poniendo en riesgo su propia vida».

Con esa generosidad y disposición de sentirse enviados, los misioneros fueron «anunciando a Cristo, administrando sacramentos, levantando parroquias, construyendo colegios y dispensarios», afirmó el máximo dirigente de la Iglesia de Asturias, que animó a «no perder jamás la impronta misionera», y recordó la historia demuestra que «cuando hemos tenido que cerrar espacios, Dios nos ha abierto otros providencialmente. Porque si somos cristianos, no podemos no ser misioneros. La misión continúa», finalizó Sanz Montes.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents