José Juan de Blas Nut (Oviedo, 1950) estudio medicina y se formó como buzo, pero con ninguna de esas dos ocupaciones se ganó la vida. El destino le tenía reservado otro camino. Fue la cuarta generación que se puso al frente de uno de los negocios más dulces y emblemáticos de Oviedo, la pastelería Camilo de Blas. El enorme mostrador de la tienda es ya una atracción turística más y la propia confitería ha sido desde 1914 que abrió sus puertas como escenario para multitud de películas. La empresa va ya por su quinta generación, ahora en manos de Paloma de Blas. Su hija.
Orígenes. "Nací en Oviedo, en esta casa (tras la tienda de la calle Jovellanos), en 1950. Mi hermano mayor también nació aquí, yo soy el segundo de cuatro. Parece que el destino jugó sus bazas para que yo fuera el último que naciera aquí y el que continuara con el negocio. La vida busca unos caminos muy retorcidos para conseguir el objetivo que tiene previsto para ti. Inicialmente yo no era el continuador de la empresa en ese protocolo de sucesión que no había, aunque sutilmente sí. El relevo era el tercero de los hermanos, Eduardo de Blas, el que había estudiado Económicas. Hay una cosa que no se contempla en el protocolo de sucesión que es la afinidad de caracteres. Mi padre y mi hermano tenían ambos mucho carácter. Yo actuaba más como moderador, mediando para evitar que hubiera encontronazos. Mi hermano es una persona muy inteligente, pero con carácter. En aquella época, mi padre tenía un empleado que llevaba aquí toda la vida, que era su mano derecha. Y mi hermano me dijo olvídate, el hijo de padre no eres tú, es ése. Otra vez me dijo: ese paisano va a hundir el negocio como siga aquí".
La infancia. "Vivíamos en Arzobispo Guisasola e íbamos al colegio más cercano, que eran los Dominicos, solo había que cruzar El Campillín. Tenía algunas asignaturas preferidas e iba salvando los cursos. Pero empecé a decantarme por las letras, se me daba bien el francés y, más tarde, descubrí las clásicas. Incluso me pusieron a darle clases de latín a otros estudiantes. Las traducciones las hacía por instinto, por sentido común. Con el griego llegué a tal nivel que le dejaba mis traducciones a toda la clase. Hace poco una dependienta de Gijón me dijo que había venido un cliente que le dijo: ‘su jefe era el que más latín y griego sabía del colegio al que iba’. En cambio, había otras asignaturas como Historia que no me gustaban. A cualquier palabra le busco su etimología, aún lo recuerdo de aquellos años porque era algo que me gusta. De aquella, a mi padre solo lo veíamos los domingos porque nos traían a verlo. Cuando él llegaba a casa ya estábamos acostados, cuando marchaba también".
Medicina y la mili. "Aquí no había medicina todavía, con lo cual me fui a Santiago de Compostela. La carrera me la paró la mili. Me destinaron a infantería de marina, por no pedir la prórroga de estudios. Fueron dos años. Estuve en Cartagena, y me metí en un curso de buzo y de buceador. En el de buceo empezamos unos 1.500, pero había gente que veía mal, que nadaba mal, incluso había gente que no sabía nadar… Al final, quedamos solo tres, uno de ellos muy bueno. Los aparatos que usábamos eran anteriores a la guerra mundial y bajabas con un profundímetro para no pasar de los cuatro metros porque te podía dar una embolia. Hubo alguna. Y encima te soltaban a las tres de la mañana en mitad del mar. A mi y a otro compañero nos mandaron a operaciones especiales a Cádiz, éramos la sección de buceadores de combate. Teníamos que sacar ahogados, revisar cascos de petroleros. Sacar a ahogados era muy desagradable".
Un accidente. "Haciendo el curso de buceo, estaba abajo en el agua y me entró agua en el casco y pensé que aquello era imposible, pero me incliné otra vez y volvió a entrar agua. Había un código de señales con la cuerda que teníamos, seis tirones significaban peligro, sácame. Di un tirón y me contestan desde arriba. Pero luego empezó a soltarme más hacia abajo. Tuve la gran suerte de que habría alguien supervisando y se dio cuenta de lo que estaba pasando y me sacaron. Fuera ya me quitaron los tornillos del casco, cuando ya me lo quitaron me sentía algo mareado, pero nada especial, a mi alrededor estaba todo el cuartel esperando que estuviera muerto".
Trabajo como buzo y prácticas. "Aquel verano le saqué partido al buceo y estuve trabajando en alguna empresa. Te pagan muchísimo y pasas un verano divertido. Había que controlar que donde se iba a enganchar una grúa o cómo tenían controlado para hacer un emisario… Después estuve en La Cuesta, un hospital que está entre Santa Cruz de Tenerife y la Laguna haciendo prácticas de quirófano ".
Llegada al obrador. "En unas vacaciones mi hermano me dijo que bajara al obrador. Bajé al segundo día. Y, de aquella, él empezó a decirme que estaba ya cansado, que tenía proyectos en Cataluña y que le apetecía salir de aquí. Un buen día se fue y me lo dejó en bandeja. Mi padre me preguntó si estaba pensando en quedarme y le dije que no lo sabía, me daba pena que nadie siguiera con el negocio. Todavía a día de hoy pienso que estoy pensando aún qué hacer. Me dejé llevar".
De pinche. "Empecé en el obrador como un pinche, porque realmente no sabía nada. Y de aquella, el ambiente era como de postguerra, no es como ahora que hay buen ambiente. De aquella, el maestro me utilizaba para darles órdenes a los demás. A veces había enfrentamientos personales, yo hacía de mediador. Supe llegar a la gente".
Los primeros años. "Solo tenía yo la llave del obrador. Estuve 18 años abriéndolo a las tres y media de la mañana. Hice horarios de tres a tres en los que acababa sin voz. Los trabajos de hostelería, panadería, confitería son muy duros. Ahora, sin querer generalizar, veo que falta esa exigencia de uno mismo, por tener más compromiso. En el obrador hacía cosas que me gustaban, como las bizcoletas de chocolate. Al principio no era rentable porque tardaba mucho, pero llegué a dominarlas. Era un producto que se vendía poco y que, al final, acababas donándolo a la cocina económica o donde fuera. Las hice y se vendieron todas el mismo día. Mi hermano dijo que era porque conseguía transmitir mi energía".
Malos tiempos. "Aquel hombre que había sido la mano derecha de mi padre y que mi hermano había dicho que iba a hundir el negocio me desfalcó. Lo hizo cuando mi padre ya no estaba. Empezó a robar dinero de la caja y mercancía y se encargó de decirle al personal que yo no valía para aquello. Dos dependientas se unieron también a los robos. Pusimos cámaras y eso delató a todos. Había muchísimas pruebas. El problema fue grande porque tuve que reestructurarlo todo. Fue un reto grande, pero se sacó adelante. En 2002, cuando murió mi padre, ya me quedé solo en el negocio, durante todos aquellos años había estado también tía Conchita. Al principio tuvimos muchos problemas, tuvimos que cerrar esta tienda para hacer obras en la casa. Hubo un momento en el que el gestor me dijo: no hay dinero para pagar a la gente, fue cuando pusimos las cámaras".
La relación con su padre. "Mi padre era muy fuerte. Las dos únicas veces que lo saqué de la tienda fue porque me llamaron las dependientas para decirme que estaba tiritando aquí sentado. Como eran tan fuertes las ventas durante la Navidad, se cuenta que mi abuelo decía algo así como: ‘Si a alguien se le ocurre morirse en estas fechas le meto en el congelador en Nochebuena y lo saco después de Reyes’. La broma dura hasta el día de Nochebuena en el que él muere. Fue terrible. Parece que la vida te gasta bromas pesadas. Mi padre tenía una capacidad tremenda, estuvo hasta el final, hasta los 81 años. Tenía una gran vitalidad, venía la gente y me decía: ya he hablado con tu hermano. Yo les decía que no, que con quien habían hablado era con mi padre".
El carbayón. "El carbayón nace porque el Ayuntamiento nos pide un producto para representar a la ciudad en la primera feria internacional que hubo en Asturias. Ya se ha alcanzado el máximo nivel que puede alcanzar un producto que es suplir al genérico, porque ahora la gente cree que a los de Oviedo los llaman carbayones por el pastel".
El relevo. "Fui el primero que hice a una mujer, porque era la que más valía con diferencia, oficial de primera. Era mediados de los ochenta. No iba de feminista, solo entendía que las cosas tienen que ser como tienen que ser. El machismo sigue estando bastante interiorizado. Ahora es mi hija la que está al frente del negocio y lo hace muy bien. Su llegada a la empresa fue también algo muy casual. Estudió Química en Barcelona y al poco de acabar entró en una empresa de los sobrinos de Josep Carreras y la Revlon le ofreció un puesto importante, con un buen sueldo. Le iba muy bien. Y un buen día me planteó volver, estar conmigo en la tienda y seguir con el negocio. Ella tuvo otra visión, me dijo que no iba a estar como yo veinte años en el obrador, tiene la cabeza mucho mejor amueblada. Le interesaba más la gestión, la difusión por redes y funcionó perfectamente. Durante la pandemia, gracias a las redes, vendió a media humanidad".
La I+D. "Este oficio cambió, pero no mucho. Ahora se trabaja con productos que no contengan alérgenos, que era un campo que teníamos casi sin explotar. Nosotros habíamos empezado a hacer un obrador aislado para hacer I+D, yo empecé con ella, pero mi hija ya empezó a hacer productos para veganos. De la que empecé me preguntaban si me compensaba hacer eso para un par de clientes, les dije que era una inversión a futuro. Ahora el 90% de las personas tiene algún problema de alergias. A mi me ayudó a empezar con ello el hecho de que mi mujer es celiaca. Luego mi hija ya lo revolucionó".
La expansión del negocio. "Me ofrecieron abrir en el Calatrava (el centro comercial). Al principio pensé que era una locura que allí no pegaba una confitería clásica como la nuestra. Al final, nos lanzamos. Fue un gran negocio. Hubo momentos que era una locura porque estaba de moda el tema de los centros comerciales americanos y muchos chavales nos descubrieron allí porque esta (la de la calle Jovellanos en la que tiene lugar esta entrevista) era la tienda de los abuelos. Supe que conseguimos conectar con los chavales porque muchos venían a esta tienda a pedir cosas que solo teníamos en el Calatrava. Valió la pena y vendimos muchísimo. Pero no se puede matar a la gallina de los huevos de oro y ellos se aprovecharon demasiado. Pagábamos mucho dinero por el alquiler y aparte teníamos una cuota por publicidad y un porcentaje de las ventas. ¿Qué pasó? Que cuando se fueron acabando los contratos todo el mundo se fue en desbandada. Al final, nos ofrecieron seguir gratis y lo rechazamos".
Problemas para encontrar trabajadores. "El problema que veo ahora es que la gente no está dispuesta a venir a trabajar a las tres de la mañana, a trabajar los fines de semana… Tendríamos que tener un poco más de capacidad de sacrificio porque si quieres conseguir algo en la vida tiene que ser a base de lucha. Ahora solo se encuentra gente que tenga vocación, que los hay gracias a programas como ‘Masterchef’, pero es difícil".
Una boda el Día de América. "A mi mujer la conocí en Madrid, estuvimos llamándonos un tiempo, y ella se vino para acá. A mí las ceremonias no me gustan nada y aprovechamos el Día de América, que era fiesta por la tarde. Aquel día era una locura: mi padre y mi tía Conchita siempre me contaban que había veces que no había nada que vender. Nada, ni una galleta".
El salto a Gijón. "Cuando llegó la crisis de 2008 la opción era quedarse llorando o hacer algo y fue cuando abrimos en Gijón, donde la familia ya había tenido una confitería. La vida lo encaja todo. Un día llegó un amigo de la facultad de Medicina que era de Gijón a la tienda y le conté que tenía la idea de abrir en su tierra y le pedí que me buscara una casa así del modernismo y me dijo ‘ya miraré’. Pensé que iba a quedar en nada, pero esa misma tarde me llama me dice que ya tenía el local, que el precio era negociable, que era pequeño y no hacía falta hacer mucha obra. Fui a verlo y dije venga, para adelante. No solo compensamos las pérdidas, sino que mejoramos las del año anterior. El sitio es muy bueno".
La tienda como plató de cine. "Una vez vino una señora y me dijo que una vez no había podido entrar en la tienda porque estaban rodando ‘¿Dónde vas Alfonso XXII?’ con Vicente Parra y Paquita Rico. No sabía que la habían rodado aquí. Sí que recuerdo de niño el rodaje en la tienda de ‘Jo, papá’ de Jaime de Armiñán, que la pusieron hace poco en la tele y salía Ana Belén de joven. También hicieron aquí un reportaje sobre el poeta Ángel González porque la tienda daba perfectamente el ambiente de la época. Woody Allen fue el penúltimo en rodar porque hace poco estuvo aquí Julio de la Fuente, que es de Grao, haciendo una película muda".
La visita de Woody Allen. "Lo de Woody Allen fue muy curioso. Estaba yo fuera en la calle y alguien me dijo: ‘¿Ese que viene por la calle no es Woody Allen?’ Y de repente entra en la tienda y ni me mira, me pasa de largo, llega hasta el final y cuando pasaba al lado del mostrador se quedaba parado y daba un golpe y seguía. Dio varias vueltas y se largó. Me llamaron de la productora y me explicaron que su hermana, una chica americana que había estado en la tienda y que hablaba muy bien español, le llamó y le dijo que tenía que ir a ver la confitería, que era muy antigua y bonita. Así que él mientras estaba rodando en la Corrada del Obispo bajó la calle y entró. En la productora me explicaron que estaba mirando cómo iba a meter el escenario en la película. Así estaba, en modo creativo, y no vio a nadie. A mi hija le dije que venía Scarlett Johanson a rodar a la tienda y se vino con la cámara de fotos. Dos que se encargaban de la seguridad le dijeron que no se podía hacer fotos, pero Woody Allen demostró que tiene sensibilidad y cuando vio la situación y en un momento que no estaban los de seguridad por allí puso a Scarlett con mi hija y se pusieron hacer la foto. Todavía hay gente que viene a ver la tienda por la película (‘Vicky Cristina Barcelona’)".
Un trabajo como actor. "Hubo una época en la que me gustaba el teatro y me presenté a un casting de cine. Era en la discoteca Tribeca y estaba a tope de gente. Era para los ‘Jinetes del Alba’, de Vicente Aranda. Nos seleccionaron a 15 que fuimos a Gijón a otra prueba y solo quedamos dos con papel. En la prueba leí el diálogo dándole vida; vi que el personal de la película se dio la vuelta y me di cuenta que estaba seleccionado. Pagaban muchísimo dinero. Salí en la película, pero mi crítica personal es que estuve muy mal. Fue mi primera y única experiencia en el cine y me valió como una experiencia personal".
Un papel de protagonista. "En el teatro teníamos un grupo que se llamaba Zarabanda e hicimos una obra de Paco Nieva, ‘El Paño de Injurias’, y luego un clásico: ‘Dinero de Aristófanes’. Yo hice de ‘Dinero viejo’, ‘Dinero joven’, de Hermes, que era el mensajero de los dioses, y estaba también en el coro. La representamos en el Campoamor (en Oviedo) en el Jovellanos (en Gijón), fuimos a Guadalajara, y uno de los actores que ahora es director teatral se llevó un premio. Felipe Ruiz de Lara y su mujer Marián Osacar eran los directores de la obra y te dejaban que hicieras mucha improvisación; lo que querían es que hicieras movimientos lo más naturales posibles. En aquella época estaba muy penalizado tener gestos afeminados y hubo que romper con todo aquello para la representación. Es algo que te hace crecer como persona".
Una coincidencia con Vicente Aranda. "Vicente Aranda también rodó exteriores en la tienda, pero nunca supo que yo era el de la confitería cuando me cogieron en el casting. No he visto la película. Un día la empecé a ver, pero no llegué a la parte en la que salía. Ojalá algún día la pueda ver y diga: pues no estaba tan mal".