El escritor asturiano Miguel A. Delgado desvela qué ocultan nuestras rutinas diarias

El divulgador emprende en "La costumbre ensordece" un fascinante y revelador viaje por las historias ocultas de una jornada cualquiera

Miguel A. Delgado y su nuevo libro

Miguel A. Delgado y su nuevo libro

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Las rutinas diarias esconden una historia digna de ser contada. Cada gesto que parece irrelevante, cada objeto y detalle cotidianos que nos ocupa y tal vez preocupa es fruto de siglos o milenios de sucesos e innovaciones que dieron la vuelta una y otra vez al mundo. Durante una jornada cualquiera se pueden encontrar historias ocultas tras un desayuno, en una jornada de trabajo o durante nuestras relaciones afectivas. No demos nada por supuesto. El escritor y divulgador asturiano Miguel A. Delgado abre ese cofre de revelaciones en el libro "La costumbre ensordece" (Ariel), frase acuñada por Samuel Beckett en "Esperando a Godot". Lo que sigue son extractos como aperitivo de un libro enriquecedor.

6.30. Abrir los ojos.

"Por más que muchas veces tengamos la sensación de que damos un salto de la cama en cuanto apagamos el despertador, y de que nuestra inmersión en el mar de la realidad es tan brusca como si nos lanzáramos de cabeza desde un trampolín, en verdad el proceso siempre recorre varias fases en escrupuloso orden. Unas fases que, como en un espejo, van a la inversa de cómo comenzamos la noche. Para empezar, tenemos que recuperar el control de nuestro cuerpo. Imagínate lo que sucedería si los actos inconfesables que nuestra mente es capaz de realizar en sueños tuvieran una traducción instantánea y los cometiéramos de verdad. No, definitivamente, no sería un buen negocio, ni para nuestra propia supervivencia ni para la de los que nos rodean. No hay una equivalencia directa entre estar durmiendo y estar soñando".

6.35. Apagar el despertador.

"Resulta curioso que muchas personas que afirman no tener ninguna habilidad para las matemáticas lo primero que hacen cada día, cuando aún sienten los últimos jirones de la niebla del sueño desprendiéndose de ellas, sea una operación, menos intuitiva de lo que parece, que mezcla geometría con cálculos matemáticos en un sistema que no es el decimal, que es el que ha ahormado nuestra mente, sino sexagesimal. Que no es intuitivo lo demuestra que los niños tardan más tiempo en aprender a leer la esfera de un reloj que a contar o hacer sumas y restas sencillas. Así que, la próxima mañana que te despiertes leyendo la hora, regálate un instante de orgullo, pues seguro que no eres demasiado hábil con las matemáticas si estás en la media de la población".

6.50. Correr.

"Si un extraterrestre que se dedicara a observar lo que sucede sobre la superficie terrestre te viera corriendo a esa hora tan temprana, en una ciudad relativamente segura y donde los grandes depredadores brillan por su ausencia, es muy probable que la primera pregunta que le viniese a la cabeza fuera esta: ¿por qué corre ese humano? ¿Es que lo persigue alguien? ¿De qué está huyendo? ¿O será él el que persigue a otro? Durante la mayor parte de nuestra historia, estas fueron prácticamente las únicas razones que daban sentido a nuestras carreras. Y no es extraño, porque correr supone un gasto de energía extremo, que en los tiempos en los que éramos cazadores más valía que tuviese unos resultados suficientes: o bien cazar una pieza que nos alimentase a nosotros y a los nuestros, o bien atacar a un grupo que pretendiese expulsarnos de nuestras tierras, o al que quisiésemos expulsar nosotros, o bien salvar la vida ante el acoso de un depredador, un beneficio muy interesante se mire por donde se mire. Sin embargo, incluso en los tiempos en los que nuestra existencia era mucho más azarosa que ahora, había otra razón aparentemente sin beneficio alguno para correr y, por tanto, ajena a cualquier lógica: el juego".

7.40. Lavarse.

"No siempre el elemento líquido por antonomasia ha sido prescrito para quitar la suciedad de nuestra piel y, de hecho, ha llegado a ser catalogado como contraproducente: lavarse podía ser muy peligroso (...) Hizo aparición una creencia entre la profesión médica que llegaba a tachar el sumergirse en el agua como una práctica peligrosa, pues se pensaba que esta atravesaba la piel, sobre todo si estaba caliente, y llegaba al interior del cuerpo, donde reblandecía peligrosamente los órganos y, lo que era aún peor, abría los poros, dejando expedito el camino para los peligrosos agentes externos (...) El resultado era que los habitantes de Londres, como en realidad los de cualquier otra urbe europea, bebían a diario sus propios excrementos y se aseaban con ellos; de esta forma, los acompañaban en sus acciones cotidianas y, a través de sus manos, pasaban a los cubiertos, platos y alimentos, y cambiaban de piel cada vez que una madre acariciaba a su hijo o le daba de mamar".

8.00. Vestirse.

"Aunque la crisis nos está haciendo redescubrir los arreglos, y ya hay mucha gente que no tira los pantalones solo porque les haya salido un roto en un bolsillo, el titular principal persiste, inalterable: seguimos teniendo más ropa que ninguna generación que nos haya precedido (...) Era bien fácil identificar a alguien que se dedicara a fabricar tintes para colorear tejidos, porque difícilmente existía otro oficio que oliese peor. Para localizar sus instalaciones, bastaba con seguir la peste que acompañaba a quien trabajaba ellas; no en vano, uno de los elementos básicos para la fabricación de tintes era la orina, por su capacidad de fijación".

8.10. Desayunar.

Según el informe correspondiente al año 2021 de la Fundación Española de la Nutrición, "el 42 por ciento de los españoles afirman que desayunan lo mismo todos los días, mientras que un 27 por ciento de ellos lo hacen de lunes a viernes y optan por otra cosa los fines de semana, que además suele ser también siempre igual, semana tras semana, mes tras mes, año tras año (...) Ni siquiera el concepto de desayuno ha tenido mucho sentido para la mayoría de la población durante gran parte de nuestra historia occidental: aún a mediados del siglo XIX, lo que muchas casas de comidas ofrecían como comida mañanera no era distinguible de lo que podría haberse tomado en cualquier otro momento del día. Es más, había mucha gente que desayunaba los restos de lo que quedaba del día anterior".

8.40. Llevar a las niñas.

La radio está "íntimamente relacionada con los coches: ya en 1922, George Frost inventó un receptor compacto que se manejaba con solo dos mandos giratorios y lo colocó en un Ford T, ese coche ideado por Henry Ford que anticipó en tantas cosas el mundo por venir. (...) Y en 1966 llegó un adelanto que se convertiría en una de las imágenes imborrables de muchos en los largos peregrinajes vacacionales: aparecieron los radiocasetes, con los que, además de escuchar la radio en el interior de los vehículos, se podían reproducir cintas de casete (...) "Al ver los atascos que todas las mañanas y tardes se forman en sus arterias principales, podríamos pensar que las ciudades han nacido para acoger a los coches, pero no es así. De hecho, los coches supusieron una relativa sorpresa sobre cómo se imaginaban los urbanistas de finales del siglo XIX que se desplazarían sus habitantes. Más bien, creían que habría un desarrollo más versátil de las distintas posibilidades del ferrocarril. (...) Habían sido las grandes petroleras las que habían abortado el uso del transporte público en la ciudad".

9.00. Llegar a la oficina.

"¿Cómo puede ser que la oficina, ese lugar que muchos odian, al que acuden porque, por decirlo de manera llana, no hay más remedio, pueda ser una muestra de la fuerza civilizadora de la humanidad? (...) Que nadie sabe exactamente cómo crear un lugar de trabajo eficiente, donde la gente se sienta realizada, lo demuestra que, en su apenas siglo y medio de existencia, se ha probado de todo en las oficinas".

11.15. Accidentarse.

"Sí, la oficina puede ser perjudicial para la salud. Lo que siempre has sospechado resulta que tiene una base real. A ver si logras que tu jefe, ese que se opone al teletrabajo y, cual gallina, sueña con volver a tener a todos sus polluelos alrededor, te lo compre".

13.30. Almorzar.

Los alimentos que comemos "han dado varias veces la vuelta al mundo, y en ocasiones han sido descubiertos, olvidados y redescubiertos varias veces por diversas comunidades a lo largo del tiempo. Platos que consideramos propios y exclusivos de nuestra tierra, producto de nuestra idiosincrasia ancestral y que nos vuelven únicos e irrepetibles (lo que suele estar inquietantemente cerca de convertirse en sinónimo de superiores), están elaborados con ingredientes que no llevan desde el principio de los tiempos entre nosotros (...). Ha habido hambrunas devastadoras que han diezmado poblaciones que tenían a su alcance fuentes nutritivas de primer orden..., solo que a nadie se les ocurrió comerlas"

16.00. Tener una reunión.

"Compartimos con nuestros parientes primates una capacidad innata para detectar qué posición jerárquica ocupamos con respecto al resto de las personas con las que compartimos una reunión (…). Y eso ocurre, incluso, cuando a ella se incorpora gente nueva de la que puede que no sepamos nada. Nuestra corteza prefrontal, que es la parte del cerebro que se encarga de ordenar nuestras interacciones sociales, cuando aparece ante nosotros una cara fresca, de la que no tenemos referencias previas, tarda tan solo cuarenta milisegundos en establecer si pertenece a una persona dominante o subordinada con respecto al grupo que nos incluye".

18.00. Salir del trabajo.

"Un estudio realizado en 2020 por la consultora INRIX, especializada en la medición del tráfico, lo decía claramente: cada español dedica casi un día al año (veinte horas, para ser más exactos) a desesperarse en el interior de su vehículo, esperando poder avanzar siquiera un metro. Claro que eso es la media, porque, si hablamos de Madrid, la cifra asciende nada menos que a casi cuarenta horas, cerca de dos días al año en un asiento en el que poco podemos hacer. Si buscamos ejemplos internacionales, los resultados son aún más gráficos: los sufridos habitantes de Moscú o Nueva York se pasan casi cuatro días al año metidos en un atasco".

18.30. Recoger a la niñas.

"¿Desde cuándo existe la infancia?, ¿desde siempre o, más bien, a lo largo de la mayor parte de la historia, los niños no han sido más que adultos pequeñitos? (...) Los niños se habrían confundido con la masa de la mayor parte de los habitantes de una época dura y muy complicada, llena de guerras, plagas y hambre, y en la que la alta mortalidad infantil llevaba a que nadie se encariñase demasiado con ellos [(...) En el otro extremo, los hijos de los nobles eran tratados como los señores en los que se convertirían. Es decir, que los niños eran adultos en potencia, bien como futuros cadáveres o sufridos campesinos, bien como los gobernantes que tomarían el relevo de quienes los habían traído al mundo que regían, por lo que, muchas veces, encarnaban pactos, alianzas dinásticas y patrimonios heredados (...) El concepto de educación, tal y como lo entendemos, es algo bastante reciente. Aunque a lo largo de toda la historia hubo escuelas, preferentemente en manos de la Iglesia, la educación no se concebía como un derecho insustituible de los niños y sus familias".

19.30. Entretenerse.

"Puede decirse que, en cierto modo, tenemos un límite en la cantidad de realidad que somos capaces de manejar. Lo real, de hecho, puede llegar a convertirse en una carga demasiado pesada como para tenerla siempre presente. Necesitamos descansar de la realidad en algún momento; necesitamos, de alguna manera, adornar el mundo, y eso es algo que nos ha acompañado desde que somos como somos"

21.00. Volver a casa.

"Durante gran parte de nuestra historia, los seres humanos hemos habitado lugares que eran poco más que refugios contra las inclemencias del tiempo y donde, sobre todo, nos metíamos cuando queríamos dormir. Todo lo demás, lo importante, lo que de verdad definía quiénes eran y a qué se dedicaban las personas, transcurría fuera de las casas (...) Todo eso comenzó a cambiar en el Renacimiento, sobre todo con la influencia italiana. Allí, las clases dirigentes empezaron a construir grandes casas que sirvieran de demostración de su riqueza y su poder (...). En esa época, se produjo otro avance significativo: los costes de fabricación del vidrio se abarataron sensiblemente, lo que permitió que se extendiera su uso, hasta entonces muy restringido. Gracias a ello, la luz penetró en el interior de las casas, que hasta ese momento habían permanecido casi en la oscuridad".

21.30. Cenar.

"Nuestros antepasados estaban acostumbrados a que sus alimentos tuvieran una gran variedad de sabores, porque su producción era siempre azarosa, con elementos que escapaban a todo control por parte del productor. Hoy, sin embargo, nos revolvemos si al comprar un paquete de galletas, o de cualquier otro producto, el sabor es distinto del esperado".22.30. Contar un cuento. "Todos los sucesos que han ido jalonando el día que ahora se acerca a su fin los habremos percibido como un relato. Con sus motivaciones, sus vericuetos, sus hechos, y con sus personajes, que habrán ido entrando en comunicación con nosotros. Y, cada vez que dejemos de verlos o de sentirlos, nuestro cerebro los apartará a un rincón, donde quedarán en stand by. Cada vez que alguna de esas personas importantes para nosotros reaparece, estas tienden a desempeñar un papel escrito de antemano por nuestro cerebro, y eso nos da las pautas para interpretar su actitud, lo que dicen, cómo se comportan. Es un hecho probado que, a pesar de la proliferación de las pantallas, del sobre estímulo de relatos que nos rodean, todavía hay millones de niños que, cada noche, se duermen mientras un adulto les lee un cuento".00.30. Volver a dormirse.

"Aún no hemos encontrado nada parecido al sueño. Desde luego, no los somníferos, que tienen más que ver con la anestesia que con un verdadero descanso, porque no traen consigo las distintas fases del sueño, incluidas las REM, en las que elaboramos nuestras vívidas ensoñaciones y en las que sabemos que se producen los trabajos de reparación y puesta a punto para encarar el nuevo día". Hasta mañana...

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