Campomanes, de la aldea a la corte
Se cumplen 300 años del nacimiento del estadista, magistrado, jurista, economista y escritor tientense que hizo la mayor aportación asturiana a la modernización del Antiguo Régimen

Monumento a Pedro Rodríguez-Campomanes en Oviedo
El próximo 1 de julio se cumplirán trescientos años del nacimiento en Sorriba (Tineo) de Pedro Rodríguez Campomanes, uno de los más ilustres personajes que Asturias ha aportado a la política española. Por esas mismas fechas nacía en la ciudad escocesa de Kirkcaldy, Adam Smith, al que se le considera el padre de la Economía moderna.
Desde su pequeña aldea natal –actualmente en Sorriba residen 24 vecinos–, Campomanes fue capaz de abrirse camino en una sociedad estamental y rígida como era la española del siglo XVIII, para convertirse en uno de los políticos más poderosos del reinado de Carlos III y del principio del de Carlos IV, y en uno de los miembros más notables de la Ilustración española.
Pedro Rodríguez Campomanes destacó por su carácter polifacético y ese perfil heterogéneo del ilustre tinetense fue concretado por Vicent Llombart, su mejor y más profundo estudioso, en cinco facetas que sintetizan a su vez las principales ocupaciones y actividades que desarrolló a lo largo de su vida.
La primera fue la de un activo y persistente estadista, que inició su trayectoria de servidor público como asesor de Correos y Postas del Reino (1755-1762), pasó luego a desempeñar la poderosa fiscalía del Consejo de Castilla (1762-1783), ascendiendo a continuación a gobernador del Consejo (1783-1791), ejerciendo los últimos años de su larga y dilatada vida como Consejero de Estado (1791-1802).
La segunda faceta fue la de competente magistrado y jurista, con solida formación doctrinal y práctica, que destacó como regalista radical frente a la curia romana, como reformador de la justicia y de la administración, y como tenaz defensor de la plena soberanía del rey.
La tercera fue la de un pragmático economista y reformador social, que se mantenía al corriente de la evolución de las ideas económicas y las estructuras sociales, convencido de conseguir, con el impulso del Consejo y la Corona, las mejoras educativas e institucionales, el desarrollo económico y un Estado fuerte, en definitiva, lo que se conocía como la "pública felicidad".
La cuarta fue la de historiador erudito, desempeñando el cargo de director de la Academia de la Historia durante treinta años (1764-1791 y 1798-1801), siendo además aficionado a la geografía, al helenismo, a la lingüística, a las ciencias y a las artes, a las nuevas tecnologías y a otras materias ligadas a la erudición.

Monumento a Pedro Rodríguez-Campomanes en Oviedo, realizado por el escultor Favila. / Jesús Arango
La quinta faceta fue la de promotor de las luces, basándose en unas luces moderadas provenientes del resto de Europa y de la tradición del pensamiento español que trataba de compatibilizar con aquéllas. Esta faceta no sólo la ejerció mediante sus numerosos escritos y con determinadas acciones de mecenazgo, sino también a través de las diversas instituciones que promovió o presidió, tales como las Sociedades Económicas de Amigos del País, la Academia de la Historia, la Academia de Jurisprudencia, o la Compañía de Impresores y Libreros del Reino.
Según describen varios contemporáneos, Campomanes se distinguió también por su gran capacidad oratoria, por una elocuencia viva y vehemente, que, en las múltiples juntas, sesiones y reuniones oficiales en las que estuvo presente, le convertía en un impetuoso torrente difícil de contrarrestar en sus intervenciones, cargadas de erudición y autoridad. Incluso en las tertulias que semanalmente se celebraban en su casa, Campomanes ponía de manifiesto lo extenso de sus conocimientos y su prodigiosa memoria.
Después de asistir a una de esas tertulias, el libertino viajero veneciano Jacobo Casanova nos aportó una descripción perspicaz de Campomanes: "un hombre pequeño, de color moreno y de una fealdad inequívoca". Una fealdad acentuada por el estrabismo de su ojo derecho, pero que según Casanova se transformaba en la impresión contraria cuando tomaba la palabra, pues entonces "todos se sentían tentados a hallarlo guapo, oyéndole hablar".
Cuando se combinan las tres actividades que más ejerció Campomanes, la de lector asiduo, de escritor prolífico y de persona elocuente y locuaz, con sus tres facetas de servidor público y estadista, magistrado y jurista, y economista pragmático y reformador social, es cuando surge con plenitud la peculiaridad del personaje, aflorando unas características que no poseían otros políticos u otros autores en la España del siglo XVIII, e incluso es difícil encontrar un parangón similar en la Europa de la época.
En definitiva, y tal como le escribía Campomanes a su hijo Sabino allá por 1785, fueron la actividad, la diligencia y el no haber desperdiciado el tiempo, los elementos que le habían permitido abrirse camino y llegar tan lejos en la vida, convirtiéndolo en un personaje central de la política, la economía, el derecho y la historia en la España del reinado de Carlos III.
Sin embargo, después de su muerte la figura de Campomanes cayó en el olvido y su obra y sus propuestas políticas y económicas dejaron de despertar interés, salvo para algunos historiadores, contrastando con la sobrevaloración que han tenido las aportaciones de otros coetáneos que gozaron de su protección.
Asturias tiene una deuda pendiente –especialmente en su ignorada vertiente como asturianista– con el conocimiento y el reconocimiento público de Campomanes, uno de los personajes españoles más destacados por su activa y dilatada vinculación con las instituciones de gobierno de su tiempo y por su intensa vida intelectual.
La coincidencia de la apertura de un nuevo período legislativo de la Junta General del Principado de Asturias y el tercer centenario de su nacimiento podría ser un buen momento para dar cumplimiento al acuerdo alcanzado hace años por nuestro parlamento regional de publicar las obras completas de ese gran asturiano que fue Pedro Rodríguez Campomanes.
Con motivo de esta efemérides el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) está dedicando un ciclo de conferencias para recordar y reconocer la figura más señera y sobresaliente de lo que se ha denominado la aportación asturiana a la modernización del Antiguo Régimen.
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