Entrevista | Abel Suárez Hevia Párroco de Laviana y misionero en Benín

"Cuando llegué a África pensé que era mi sitio en el mundo, era lo que estaba buscando"

"Cuando murió Franco fue una alegría inmensa, yo que era de la cuenca minera había vivido la represión, la ‘Huelgona’, todas las luchas"

Abel Suárez Hevia, en la Corrada del Obispo, en Oviedo, con la Catedral al fondo |  LUISMA MURIAS

Abel Suárez Hevia, en la Corrada del Obispo, en Oviedo, con la Catedral al fondo | LUISMA MURIAS / David Orihuela

David Orihuela

David Orihuela

Abel Suárez Hevia fue cura casi sin querer. Nunca se lo había planteado pero tampoco nunca había rechazado ir a misa ni rezar con su abuela, algo que habría sido normal en un niño de la cuenca minera asturiana en los años 50. Nacido en la aldea de La Sartera, en Laviana, a los 10 años sufrió el golpe más duro de su vida: la muerte de su padre en un accidente en la mina con tan solo 33 años. El entorno se conjuró para que Abel rompiese la tradición familiar y que por nada del mundo entrase a trabajar en la mina. Ahí, su vida cambió de rumbo. Bilbao, Salamanca, Deusto, Asturias y Benín, son sus escenarios vitales, los que le conforman como persona y como religioso. Ahora vive retirado en la Casa Sacerdotal, en Oviedo, con una enfermedad que le ha dado la lata en los últimos años.

El niño feliz que se enfadó con el mundo. "Nací en La Sartera, una pequeña aldea de Laviana, en 1950, en diciembre cumpliré 73 años. En aquella época se nacía en casa. La infancia la pasé en gran parte en el valle de Tiraña, también en Laviana, con los güelos. A los diez años hubo un hecho que marcó mi vida, la muerte de mi padre en la mina, en el pozo San Mamés. Te enfadas con el mundo, con todo en la vida. Éramos cuatro hermanos, el último nació un mes después de morir mi padre. Fue un choque muy duro y me marcó mucho, me llevó por otros derroteros. A partir de ahí todo el mundo, mi madre, mis güelos, mis tíos, todo el entorno, hicieron lo posible para que yo no fuese a la mina. Mi padre era maquinista, andaba con las mulas en la mina, y cuando estaba enganchando una vagoneta a otra en la rampa, se soltó otro vagón de arriba y le aplastó la cabeza, tenía 33 años, esos días cumplía 34. Fue una tragedia, ufff, me acuerdo perfectamente. Yo estaba en la escuela de Barredos y normalmente nos quedábamos a jugar en el patio a la salida, antes de ir a comer. Cuando fui para casa sentí gritos y lloros, pensé que había ocurrido algo en la casa de abajo, donde vivía una señora mayor. Vino una tía de mi padre a abrazarse a mi y decirme que me había quedado sin padre".

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La iglesia de Blimea, repleta, el día de la última misa de Abel Suárez Hevia. / David Orihuela

Una infancia detrás de las vacas. "Antes de la muerte de mi padre pasé la infancia detrás de las vacas, trabajando la tierra, yendo a los nabos o a la hierba. Cuando estaba en Tiraña iba la escuela a La Moral y cuando estaba en La Sartera iba a una escuela que había para varios pueblos y que estaba lejos de todo. Era una vida tranquila, como hacíamos la gran mayoría, no sé si era dura, depende de quien la vea, pero en aquellos tiempos nos parecía normal. Para ir a la escuela tenías que caminar media hora. Bajar por la mañana, subir a mediodía, bajar otra vez a las tres y subir a las cinco, lloviendo, nevando, lo que fuese. Cuando llegabas a casa siempre había una tarea, llindar les vaques, cuchar, lo que fuese. También teníamos tiempo para jugar, al “bote y vale”, a “tres marinos a la mar”, y para hacer el burro, aunque yo no era muy burro, siempre fui más bien débil".

El viaje a Bilbao y la sensación de abandono. "Mi padre se llamaba Vicente y mi madre Otilia, todavía vive, tiene 93 años, pasa un tiempo con una de mis hermanas y otro tiempo con otra. Está muy bien, sobre todo de la cabeza, desde la enfermedad que yo estoy viviendo veo que ella, a su edad, es una privilegiada. Mi padre fue una persona ideal para mí. Su vida se corta en un momento en que l padre es un referente absoluto. Para mi era el mejor padre del mundo, el mejor cazador, el mejor minero. Y mi madre igual, cosía, fregaba, lavaba y con aquel pequeño jornal de mi padre salíamos adelante. Siempre me quedó grabada la sensación de que mi madre se empieza a quedar sola cuando mi hermana y yo nos vamos de casa. Es algo que he compartido con muy poca gente. Lo que yo le debo a mi madre no se puede cuantificar. Su sacrificio no fue solo económico sino de soledad, de quedarse sola. Se había quedado viuda y a mi, con doce años, me mandan a estudiar a Bilbao y a mi hermana a Irún, a servir a una familia. Los otros dos hermanos se quedan en casa pero la tercera se va muy pronto al Orfanato Minero, en Oviedo. Fue una sensación de abandono, de separación de todos, una separación obligada por las circunstancias. En la familia decían "tú a la mina no vas a ir, tu a la mina no vas" así que buscaron un sitio donde pudiesen permitirse económicamente mandarme a estudiar. Entonces eran los seminarios y las congregaciones religiosas. Me mandaron a Bilbao. Vino a buscarnos un fraile. Nos llevó a miíy a otro chaval de Infiesto en un Dos Caballos que apenas andaba. Ese primer viaje no fue el que más me marcó. Me marcaron más los siguientes. Veníamos a casa una vez al año, de junio a septiembre y lo hacíamos en tren, un tren de madera, de carbón, que en los túneles se llenaba de humo. Llegábamos a casa negros, pero negros, negros, y entonces había dos cosas muy especiales que alguna vez reflexioné en alguna homilía. Cómo cuando salgo de casa hacía Bilbao me desgarro, es una cosa que tienes que contenerla por vergüenza y por todo pero es un desgarro que nadie se puede imaginar y que se repite esos años, cuando dejaba a mi madre y mis hermanos en la estación y me iba con una maleta más grande que yo para todo el año. Llegábamos a Bilbao agotados, muertos, hacíamos transbordo en Noreña, en Santander y en Bilbao, hasta llegar al colegio".

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Abel Suárez Hevia con un a tribu Peulh en Benín / David Orihuela

Ocho años en Elejabeitia. "Estuve en Bilbao hasta el 70, ocho años, del 62 al 70. Hice el Bachiller. Fueron años de juventud muy buenos en los que hice mis mejores amigos. Nos seguimos juntando una vez al año, hace poco estuvieron en Oviedo. Todos estábamos en las mismas circunstancias y eso nos unía muchísimo, especialmente en los momentos difíciles. El colegio estaba en Elejabeitia. Luego lo compró en PNV. De aquella era de la congregación de hermanos de San Gabriel, que no la conoce ni el fundador (risas). Son de las congregaciones que entraron por Cataluña cuando los echaron de Francia. Estaban los hermanos de San Gabriel, los Maristas, los Hermanos de la Sagrada Familia, un montón de congregaciones religiosas francesas. Era el Bilbao industrial, negro, oscuro. Imagínate La Felguera, pues 50 "Felgueras" juntas. Aquello era una nube de humo de porquería. Salíamos por el pueblo, pero poco. Lo que sí recuerdo son los paseos por la montaña, nos hicieron querer el monte. Subí al Gorbea unas cuantas veces, al Lekanda. Los sábados eran los días que teníamos libres sin colegio y siempre había una salida al monte".

Una vocación tardía. "Yo no tenía vocación de sacerdote. Fui a Bilbao a hacer el Bachiller, como todos los que estábamos allí. Lo de ser cura me vino mucho más tarde, por un hermano de San Gabriel, un fraile de aquellos, muy amigo, que me ayudó muchísimo en la vida, me guió y me llevó yo creo que por muy buen camino. Aquel fraile, Celestino Martínez, el hermano Celestino, me llevó a Salamanca a hacer Magisterio. Al terminar me llevó otra vez al colegio de Bilbao. Estuve allí dando clase desde el 74 hasta el 78 y en esos últimos años me preguntó que qué me parecía hacer Teología en Salamanca. En casa había una religiosidad un poco especial. De mis abuelos paternos, él no era religioso pero era uña y carne con el cura de Tiraña, don Domingo, de los que echaban la partida todos los días y conversar durante horas. Mi abuela paterna sí era religiosa. A mi abuela materna siempre la recuerdo con aquel pañuelo en la cabeza que se ponían las mujeres cuando no tenían dinero para comprarse la mantilla. La veo siempre con ese pañuelo en la capilla de la Rebollá. Me chocaba mucho, incluso me emocionaba su manera de rezar. Cuando el hermano Celestino me propuso hacer teología pensé que aquello no me disgustaba. Nunca lo había pensado pero me di cuenta de que de niño no me disgustaba nada la Iglesia. De crío me gustaba ir a misa, que a otros había que obligarlos porque era obligatorio. No me costaba nada ir. Pero eso lo empiezo a pensar después. Y mi abuela rezaba y yo rezaba con ella, y no me costaba rezar, no había que obligarme. Pero todo eso lo pienso después, de niño para mí era muy normal. Tuve muchísima suerte de estudiar en Salamanca, aunque la carrera la terminé en Deusto porque me reclamaron en Bilbao para dar clase. Estudié una teología abierta, antifranquista, muy de izquierdas, con unos profesores excepcionales que aún hoy están en entredicho porque Juan Pablo II los apartó".

Abel Suárez Hevia, en la Corrada del Obispo, en Oviedo, con la Catedral al fondo. |

Bautizando en Benín / David Orihuela

El nacimiento de ETA en Bilbao. "Cuando yo estaba en Elijabeltia nació ETA. Los sacramentinos, que vivían muy cerca de nosotros, eran muy abertzales, muy de ETA, que entonces no había empezado a matar. Hacían las asambleas en el seminario de Deusto. Luchaban contra el franquismo, lo del nacionalismo lo fueron asumiendo en asambleas posteriores. Es normal, se oponían a Franco, que no les dejaba hablar su lengua materna. Lo de ETA fue una reacción contra la reacción, la tesis y la antítesis de Hegel, pero la tesis que salió fue negativa porque se reivindicó no solo el antifranquismo sino el antiespañolismo, la independencia y la lucha amada. Nunca quise preguntar a mis amigos vascos si eran de ETA, eran mis amigos y punto. Íbamos a cenar o a echar la partida pero no hablaba de eso. Siempre tuve resquemor con esa izquierda abertzale porque al final hacían lo mismo que el franquismo. Tenías que pensar como ellos y tener mucho cuidado con las relaciones personales, era tremendo, te crucificaban en un momento. Tenías que pensar con quién hablabas, con quién estabas. Pasé un año entero yendo a declarar a la Guardia Civil porque cada poco nos quemaban la bandera del colegio. Yo les decía que era mejor no ponerla".

"La muerte de Franco fue una alegría inmensa". "Estudié Magisterio en Salamanca entre 1970 y 1974, luego estuve en Bilbao dando clase y en el 75 regresé a Salamanca para acompañar a chavales que iban a estudiar. Vivíamos en una casa de los Padres Trinitarios, que eran casi todos vascos. El día que murió Franco recuerdo un grito a las tantas de la mañana. El Ministerio de la Gobernación informaba de que a las 4.40 de la madrugada de ese 20 de noviembre, Franco había fallecido. ¡Murió, murió, murió!, se escuchaba. Siempre fui, vamos a decir, de tendencia de izquierdas, de hacer huelgas y correr delante de los grises. Cuando murió Franco fue una alegría inmensa, inmensa, inmensa. Es que para los que éramos de la cuenca minera... Yo lo había conocido todo, la lucha minera, la «Huelgona», toda la represión. Nunca milité en ningún partido pero en Barredo, cuando yo era joven había un núcleo muy importante de izquierdas. Estaba de cura Carlos Huelga, que había trabajando en la mina y supo aglutinar a todo el pueblo contra el falangismo y la derecha. Había muchos encierros en la iglesia de Barredos y tenía que ir Don Gabino (Díaz Merchán), que acababa de llegar de Arzobispo a Oviedo, para que no les zurrara la Guardia Civil. Repartíamos pasquines. La gente lo tiene un poco olvidado pero de aquella los curas, sobre todo en Asturias, fueron muy beligerantes contra el franquismo, estaban muy bien organizados. Se hacían los pasquines en la iglesia de Blimea y luego se repartían por las parroquias. Y la gente de las parroquias los íbamos a repartir por los portales. En Asturias no tuve problemas con la Policía, pero en Salamanca, sí. Después de una manifestación nos escondimos en una casa y nos denunciaron. Vino la Guardia Civil a buscarnos y salimos cada uno como pudo. Yo llevaba un abrigo tipo militar ruso. No sé lo que hice porque aquellos faldones volaban y no nos pillaron de milagro".

En África el agua lo es todo, pero el agua que te ofrecen es muerte, es veneno, tiene más carne que agua

El sacerdocio. "Cuando acabe teología me ordené de cura en el colegio de San Gabriel de Aranda de Duero, en Burgos. Le pedí a Don Gabino insertarme en la diócesis de Oviedo y ya me quedé aquí como cura. Me ordené en el 83 y vine a Asturias en el 84, hasta hoy. La primera misa fue la de Aranda pero la primera especial fue en San Pedro de Tiraña, en Laviana. Volver a Asturias fue una emoción muy grande. Había estado rodando por el mundo desde los 10 años fuera de casa, volver fue una paz tremenda. El primer destino de cura fue en Ponticiella, Villalón, donde pasé unos años maravillosos. Era una parroquia con 28 pueblos y daba misa en un pueblo cada día. Iba por la mañana, sobre las 12 decía la misa, después teníamos conceyu en la capilla y luego comía en casa de alguien. En aquella época en el conceyu había muchísima gente que no tenía ninguna paga, eran campesinos viviendo de lo comido por lo servido. Sacamos bastantes pagas no contributivas para mucha gente. Me acuerdo de uno, Ramonín, que la mujer se llamaba Delfina, vivía en uno de los primeros pueblos, en Illaso, y no tenía más que una vaca. Como no tenía praos ni nada andaba con la vaca por las cunetas de la carretera para que comiera. Cuando Ramonín cobró la primera paga vino a decirme «toma estas pesetas son para que les digas una misa a mis padres que nunca les pude echar una misa». Son experiencias que te marcan la vida. En Villayón llegamos a construir un polideportivo en contra del Ayuntamiento. Vinimos a Oviedo varias veces. Me ayudó mucho un primo mío que estaba metido en política, Corsino Suárez Miranda, que murió con el helicóptero buscando al neno este, a Germán Quintana. Conseguimos pagas, ayudas para hacer cuartos de baño, que en las casas no había. Después, en julio del 88, vine a Blimea, otra vez volvía a mi tierra, en plena cuenca minera. Había un grupo de gente de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) que era bastante de izquierdas y que estaban muy comprometidos con la iglesia. Allí volvimos a recuperar lo que todos los partidos políticos intentaban echar por tierra, la asociación de vecinos. Los políticos la querían manipular y conseguimos bastantes cosas con la asociación. La cosas se empezó a envenenar cuando hicieron la variante de Blimea. Se hicieron varias propuestas, no hubo cuerdo y todavía hoy sigue sin solución, hay que entrar por Barredos o por Sotrondio. En ese momento marché de Blimea para África".

Primer viaje a África. "Lo de ser misionero era otra de las cosas que siempre me tiraron. Fui a Benín porque era la misión que tenía la diócesis. La primera vez fue en el 98. Volví en el 99 y dije que volvía para siempre. Lo hice, pero no fue para siempre aunque sí una temporada larga, estuve 7 años que fueron, no sé si se puede decir que lo más maravilloso del mundo, pero sí algo parecido. En el 98, en vez de ir de vacaciones a Torremolinos, decidí ir de vacaciones Benín. Se lo propuse al delegado de misiones y me dijo que encantado. Entonces ya empezaban a tener problemas de gente para cubrir plazas en la misión. En Benín estaba Pedro Tardón, ahora delegado de misiones, fue quien me acogió allí y quien me abrió los ojos de todo lo que había en una misión. La primera impresión, cuando sales del avión, del aire acondicionado, es que te enfoca ese calor húmero que te empapa entero. Es la visión física de lo que te pasa psicológicamente. Vienes de una situación fabulosa, de bienestar, de satisfacción y de repente eso se te cae todo y empiezas como si fuera un bautismo. Lo que estabas viviendo ya no existe. La verdad es que lo pasé mal. Tengo un espíritu bastante fuerte, quizás por las cosas que me pasaron en la vida, quizás eso me ayudó a ponerme en el sitio, a planificar aquellos días que iba a pasar allí. Iba para un mes y me quedé dos. Te despojas un poco de todo". 

La estancia en Benín. "Me quedé en África por todo. Es un cúmulo, piensas: ‘esto es lo mío, soy feliz, esto es lo que yo estaba buscando’. La gente es tan cariñosa tan pobre, tan sencilla. Pobre en lo material pero espiritualmente son de una riqueza impresionante. Nosotros no lo sentimos, somos totalmente individualistas. En Benín, y en otros sitios de África, no hay huérfanos. Si el niño provoca la muerte de la madre en el parto es un ser que trae el mal y por lo tanto hay que eliminarlo, entonces no hay huérfano, los matan. Si la madre muere ya con el niño mayor, tampoco es huérfano, es parte e la tribu, de esa familia. Yo lo llevaba muy mal. Como el aborto. Lo llevo muy mal. Para mi la vida es la vida y lo siento mucho pero es la vida. Para mi la vida es lo mas importante. Es una de las cosas más duras que he vivido. Otro tema es el agua en África, es lo más sagrado que te ofrecen cuando llegas a un poblado. El problema es que el agua que te están ofreciendo es muerte, es veneno, tiene más carne que agua. Construimos mogollón de pozos, 300 o más, en diferentes poblados. El agua es la que genera todo, desde la higiene a la agricultura. Lo malo de África llegó con la televisión, cuando veían los mismos anuncios del Banco Santander que en Europa y veían que ibas a una máquina y te daba dinero. Volví de Benín porque me tenían que operar de cataratas, me hacen las pruebas y ven cosas que no eran normales. En 2007 me llevaron a Avilés, a la parroquia de San Agustín,. Mi madre empezaba a tener problemas y pedí ir a Laviana. Aterrizo entonces en El Entrego. Desde 2011 llevo peleando con el cáncer y desde 2020 vivo en la Casa Sacerdotal".

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